27 mar 2014

No podemos olvidar


Por Ángel E. Lejarriaga



Primo Levi (1919-1987) es uno de los más importantes y lúcidos testigos del siglo XX. Me he introducido en su mundo a través de una recopilación de artículos publicados en prensa denominada Vivir para contar. Escribir tras Auschwitz, que me ha dejado vivamente impresionado, fundamentalmente por su lucidez y porque la sensación que transmite su lectura es que Auschwitz sigue existiendo y devora a diario a miles de incautos.
Aunque fue un escritor prolífico, autor de numerosos relatos, poemas y novelas, así como artículos periodísticos, se le ha conocido universalmente por su denuncia constante del «Holocausto». Si bien estudio química en la Universidad de Turín, carrera en la que se graduó, los acontecimientos en los que estuvo envuelta su existencia le condujeron por otros derroteros. Su vida tomó un rumbo diferente al que en un principio parecía destinada cuando en compañía de unos amigos, afines a su ideología antifascista, decidieron unirse a la resistencia italiana, en 1943. Ese mismo año fue detenido por la policía y entregado al ejército alemán que en ese momento ocupaba Italia. Para evitar ser fusilado como partisano de manera inmediata, se identificó como judío —su familia era de origen sefardí—, lo cual en aquellos tiempos significaba la deportación y el exterminio. En cualquier caso, fuera consciente o no de ese destino, utilizó esa opción para sobrevivir un poco más. En 1944 fue deportado a Monowice, un campo adjunto a Auschwitz, situado en Polonia. En ese campo permaneció hasta su liberación, diez meses después, por parte del Ejército soviético. A Monowice llegaron 650 judíos italianos y solo veinte sobrevivieron, Primo Levi fue uno de ellos.
Una vez de nuevo en su país, trabajó como químico pero enseguida inició su andadura como escritor, relatando su experiencia en Europa del Este. En casi toda su obra pululan los personajes que conoció durante su etapa en el campo de concentración, más algunas ficciones inspiradas en ella. En 1977 se dedicó plenamente a escribir. Su trabajo quizá más importante fue Los hundidos y los salvados, pieza incluida en la Trilogía de Auschwitz.
El 11 de abril de 1987, Primo Levi murió al caer por unas escaleras. Oficialmente se suicidó, aunque algunos investigadores han puesto en duda este hecho, achacando su muerte a un accidente.
La obra de Primo Levi habla de Auschwitz, de lo nazis y del «Holocausto» pero sobre todo, y lo que es más importante, habla del genocidio de unos seres humanos sobre otros; habla del poder, del fascismo, del pensamiento único, de la ignorancia, de las condiciones amorales y acríticas que facilitan la cosificación de otro ser humano y su eliminación física.
A lo largo del libro citado al principio se encuentran algunos párrafos dignos de ser mencionados, que representan muy bien el pensamiento del autor y que superan con creces cualquier argumentación añadida que se pudiera hacer al respecto. Me atrevo a afirmar que algunas de sus consideraciones son fácilmente exportables a otros conflictos modernos y a la realidad histórica actual. Tal es el caso del párrafo siguiente referido a la condición del prisionero:
«La condición del prisionero del moderno campo de concentración reproduce, empeorada y agravada, la condición de esclavo. A partir del esclavo, el patrón trata de hacer una persona abyecta y que se sepa y se sienta abyecta, una persona que no solo ha perdido la libertad, sino que además la ha olvidado, que ya no experimenta la necesidad de libertad, ni siquiera, casi, su deseo. En general, se tiene éxito; y entonces al abuso material se añade una victoria más triste, la victoria de la destrucción del hombre en cuanto tal.»
Hablamos de exterminio nazi y asentimos pesarosos, pero nos olvidamos de esos otros exterminios modernos que se producen en nuestro día a día, derivados de la pobreza, la persecución de los migrantes o las condiciones laborales inhumanas:
«Auschwitz está fuera de nosotros, pero está a nuestro alrededor, está en el aire. La peste ha remitido pero la infección aún culebrea: negarlo sería de ciegos.»
Si revisamos los estados contemporáneos, denominados democráticos, y hacemos un balance de sus políticas internas y externas, tal vez lleguemos, entonces, a la conclusión de que cualquier Estado, por el simple hecho de existir, es violento, autoritario, intolerante y corrupto, porque esa es su esencia, y por tanto, fascista.
«Nos hemos dado cuenta de que el hombre sojuzga a sus semejantes; y nunca ha dejado de hacerlo pese a milenos de leyes y tribunales. Muchos sistemas sociales se proponen atajar esta inclinación hacia la iniquidad y el abuso; otros, en cambio, la ensalzan, legalizan y señalan como último fin político. Sin forzar los términos, se pueden designar estos últimos como fascistas: conocemos otras definiciones de fascismo, pero nos parece más preciso, y más conforme a nuestra experiencia específica, definir como fascistas todos aquellos regímenes que niegan, en la teoría o en la práctica, la fundamental igualdad de derechos entre todos los seres humanos; [...] en el régimen fascista la violencia y el fraude se tornan necesarios. La violencia para eliminar a los opositores, que no pueden faltar; el fraude, para confirmar a los cumplidores que su ejercicio es encomiable y legítimo, y para convencer a los que lo sufren (dentro de los límites de la credulidad humana) de que su sacrificio no es un sacrifico, sino que resulta indispensable con vistas a alguna meta indefinida y trascendente. Los distintos regímenes fascistas se distinguen entre sí por la prevalencia del fraude o de la violencia respectivamente. […] El fascismo es un cáncer que prolifera rápidamente y nos amenaza con una recidivia: ¿es demasiado pedir que nos opongamos a él desde el principio?»
Primo Levi incide en la necesidad de asumir la responsabilidad de cada individuo ante el devenir de la Historia, aunque es escéptico ante el sentimiento de culpa que debería fluir de nuestra conciencia moral e inducirnos a la necesaria reparación.
«Es propio de los regímenes despóticos coartar la libertad de elección de los individuos, haciendo que su ejercicio se vuelva ambiguo, y paralizando nuestra facultad de juicio. ¿Sobre quién pesa la culpa del mal cometido? ¿Sobre el individuo que se ha dejado convencer o sobre el régimen que lo ha convencido? Sobre ambos, claro está […] La culpa es molesta y muy pocas veces induce a la expiación. Quien siente su peso tiende a librarse de ella de varias maneras: olvidando, negando, falsificando, mintiendo a los demás y a si mismo.»
En unas jornadas realizadas en Italia tituladas «La huelga moral del fascismo» —cuyo contenido fue publicado en 1961—, en las que participó Primo Levi, Remo Cantoni (filósofo) y Cesare Musatti (psicólogo), además de otros, se reflexionó sobre algunas de las características del totalitarismo fascista y se expusieron afirmaciones tan descriptivas como las siguientes:
«Los peores instintos, que tienen sus raíces en la ignorancia y la estupidez, son los más difíciles de erradicar. […] Cuanto mayor es el coeficiente de ignorancia y necedad, tanto mayo resulta el arraigo del antisemitismo y otros sucedáneos de su mismo género.» (Remo Cantoni)
«Los grupo dirigentes de un determinado país pueden tener el interés de servirse de la natural agresividad frente a los grupos minoritarios, en la medida en que, al dirigir contra ellos todos los resentimientos que pueda albergar la población, impiden que dichos sentimientos se dirijan hacia la misma clase dirigente, amenazando su poder. […] Todos tenemos siempre la obligación de desobedecer y rebelarnos cuando la conducta que nos sugiere el Estado es contraria a nuestra conciencia. […] Entre las poblaciones más zafias espiritualmente, siempre penderá el impulso de tomarla con quienes son distintos. Y siempre ocurrirá, que las fuerzas conservadoras y reaccionarias que actúan en la sociedad para la defensa de determinados intereses y posiciones de poder, tendrán la tentación de utilizar y organizar estos sentimientos populares.» (Cesare Musatti)

BIBLIOGRAFÍA:
  • Si esto es un hombre
  • La tregua
  • Momentos de indulto
  • La tabla periódica
  • La torcedura del mono
  • Si ahora no, ¿cuándo?
  • Los hundidos y los salvados.
  • La trilogía de Auschwitz: Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados

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