13 jun 2014

Aquí no paga nadie


Por Ángel E. Lejarriaga



Ese ser humano lúcido y corrosivo al que conocemos como Darío Fo, se estrenó en el oficio de vivir el 24 de marzo de 1926. Era hijo de familia trabajadora. Su padre era un ferroviario de ideología socialista que siempre andaba viajando de acá para allá en función de los nuevos destinos que le iban encomendando. De su padre —actor aficionado— y de su abuela materna —una gran narradora de historias—, el joven Dario extrajo el soplo vital que le inspiraría una carrera literaria llena de contrastes y finalmente exitosa. 
Aunque en un primer momento se planteó seriamente estudiar arquitectura, la II Guerra Mundial le salió al paso, marcándole otro camino. Su familia formaba parte de la resistencia antifascista y él, por ende, participó en la misma con una determinación clara en pro de la justicia y en contra de las desigualdades sociales; un horizonte que no ha abandonado nunca. Casi al final de la guerra tuvo que enfrentarse al hecho de ser incorporado al ejército formado por la República de Salo o escapar, optó por esta última opción.
Finalizada la guerra, Dario Fo reanudó sus estudios de arquitectura. Es durante ese período donde entró en contacto con el piccoli teatri (pequeño teatro) y comenzó su andadura como actor, interpretando monólogos que improvisaba. A principios de los años 50 participó como actor en diversos grupos de teatro y escribió sus primeras obras dramáticas, así como algunos guiones para el cine. Evidentemente, la arquitectura no era lo suyo y sí ese universo literario que bullía en su interior de manera imparable. Conocer a Franca Rame, su futura compañera, supuso un refuerzo en su vocación artística. Esta pertenecía a una familia muy imbricada en el universo del teatro.
Los enfrentamientos con el Estado italiano, debido a sus trabajos satíricos, comenzaron muy pronto. En 1953 su obra Il Dito nell’occhio (El dedo en el ojo) fue censurada por el gobierno y condenada por la Iglesia católica. Aún así —algo característico en Fo—, consiguió que la obra se representara en pequeños teatros. Su travesía por el desierto de la censura y la represión no había hecho más que empezar. Para poder sobrevivir con su esposa y su hijo Jacopo, tuvo que dedicarse a escribir guiones de cine, lo cual si no le hizo rico, le permitió aportar ingresos al núcleo familiar. Su teatro se siguió representando pero con muchas dificultades. Todas sus obras estaban cargadas de un fuerte contenido crítico hacia el Estado italiano, la Iglesia Católico, los partidos políticos, los sindicatos y demás protagonistas de la lucha de clases. Consecuencia directa de su trabajo fue la continua censura que padeció a través del tiempo. Los arcángeles no juegan a las máquinas de petaco (1959), Tenía dos pistolas con los ojos blancos y negros (1960), Quien roba un pie es afortunado en amores (1961), Isabel, tres carabelas y un charlatán (1962) y La culpa siempre es del diablo (1965), siguieron esta tónica de tensión que Darío Fo asumió como parte de su actividad creativa. De alguna manera, pensaba que su obra no estaba bien dirigida si no molestaba a alguien lo suficiente como para ser censurado.
Franca Rame y Dario Fo fundaron en 1959 la Compagnia Dario Fo-Franca Rame. En ella la labor de Fo se multiplicó: escribía, interpretaba, dirigía, diseñaba el vestuario, etcétera. El público aceptaba muy bien el trabajo de la pareja y sus estrenos eran relevantes dentro de la escena teatral italiana. 
Durante un tiempo la vida se les complicó a los dos, aún más, tras el estreno de su obra Isabella, tre caravella e un cacciaballe en 1962 (Isabel, tres carabelas y un charlatán); grupos fascistas les amenazaron de muerte; el Partido Comunista Italiano se encargó de su seguridad ya que, por supuesto, el Estado italiano no solo no les protegió sino que justificaba o entendía esa persecución.
Pero la leyenda de Darío Fo no iba a quedar ahí. Aún llegó más lejos. En 1967 estrenó La Signora è da buttare, sobre la guerra de Vietnam y el asesinato de John F. Kennedy. Un año después, Dario Fo y Franca Rame pusieron en marcha la Associazione Nuvoa Scena, dirigida a extender el teatro por todos los rincones de Italia. La experiencia fue buena pero en el interior de la asociación surgieron tensiones ideológicas que llevaron a la pareja a abandonarla y a crear otro grupo, el Collettivo Teatrale La Commune. Antes de esto, en 1969, estrenaron Misterio Buffo, que tuvo un gran éxito en Italia.
Inmersos en su nueva etapa en La Commune se dedicaron a producir numerosas obras de teatro centradas, como había sido hasta ese momento, en una crítica mordaz de su tiempo; lo hacían utilizando la improvisación como herramienta creativa. 
En 1970 vio la luz una de sus obras teatrales emblemáticas, Muerte accidental de un anarquista, en la que denunciaban el crimen de Estado cometido por la policía sobre el anarquista Giuseppe Pinelli. Este milanés nacido en 1928 en una familia trabajadora humilde, se inició en su juventud en el anarquismo, llegando a participar en la publicación de un periódico semanal, Il Libertario. A mediados de los años 50 comenzó a trabajar en los ferrocarriles. La militancia anarquista fue su pasión y también su muerte. En 1963 organizó la Gioventu Libertaria (Juventud Libertaria). Debido a un atentado con explosivos en la Plazza Fontana, en Milán, en el que murieron 16 personas, la policía realizó una serie de redadas en los ambientes anarquistas; en una de ellas fue detenido Pinelli. Durante un interrogatorio Giuseppe Pinelli cayó por una ventana del cuarto piso del cuartel de la policía. Giovanni Ventura, Delfo Zorzi y Franco Freda, neofascistas italianos pertenecientes a Centro Studi Ordine Nuovo (CSON) fueron condenados por el atentado.
En aquellos años Italia estaba inmersa en plena guerra sucia contra cualquier tipo de oposición al Estado y, por supuesto, contra las Brigadas Rojas. En ese contexto apareció Muerte accidental de un anarquista. La obra, de inmediato, fue condenada y de hecho se representó en lugares marginales. Fo utilizó un artificio para intentar salvar en cierta medida la condena de la obra, convirtió en protagonista a un un loco (como ya había hecho en 1511 Erasmo de Rotterdam en su Elogio a la locura). La policía y la extrema derecha amenazaron a La Commune y como colofón, el 8 de marzo de 1973 fue secuestrada Franca Rame por un grupo terrorista compuesto por elementos de la policía (en este caso Carabinieri) y de la extrema derecha. Franca Rame no solo sufrió la privación de libertad sino que además fue torturada y violada con saña. Una vez liberada, y tras recuperarse de las múltiples heridas recibas, volvió a los escenarios para continuar su labor dramática con mayor vigor antifascista. Sobre su experiencia escribió un monólogo, Lo stupro (La violación).
Después de Muerte accidental de un anarquista, Dario Fo estrenó otras obras como Fedayin (1971), Razono y canto (1972), El papa y la bruja (1973) o Aquí no paga nadie (1974), trabajo dramático que se comentará a continuación. Su obra ha crecido desde entonces de manera imparable hasta la actualidad. En 1997 fue galardonado con el premio Nobel de Literatura.
Darío Fo, a pesar de haber recibido el Nobel, no posee el merecido reconocimiento en los libros de texto de literatura. Se le ningunea por el hecho de no ser «políticamente correcto» y haberse situado siempre frente al terror legal del Estado totalitario moderno definido con el eufemismo de «democrático».
En las escuelas de teatro se le destaca, entre otros aspectos, por haber recuperado elementos de la commedia dell’arte italiana. La conocida como Comedia del arte, fue una manifestación del teatro popular que surgió en el siglo XVI en Italia y que se mantuvo en boga hasta el siglo XIX. Este tipo de expresión dramática fusionaba aspectos del teatro del Renacimiento italiano con «tradiciones carnavalescas, recursos mímicos y ciertas habilidades acrobáticas».
A pesar de que se le considera un autor de comedias, nunca nadie nos ha hecho sonreír tan cruelmente como él, con sus obras. Su forma de criticar y enfrentarse a la realidad despiadada del siglo XX es la que es, un juego de máscaras y sombras, en las que participan sin ambages, la tortura, la corrupción, el crimen político, la miseria y la injusticia social.
Aquí no paga nadie, aunque fue estrenada en 1974, tiene una vigencia absoluta que podemos reconocer en nuestra actualidad cotidiana. La trama se desarrolla a partir de una pequeña sublevación en un supermercado, con los productos de primera necesidad a un alto precio. Esta rebelión espontánea la desarrollan las mujeres de un barrio obrero, hartas de especuladores y miseria, en el momento en que deciden llevarse la compra sin pagar al grito de «¡Aquí no paga nadie!».
ANTONIA.—[…] fue muy bonito, porque estábamos todos juntos, mujeres y hombres, haciendo algo justo y muy valiente, contra los patronos.
La situación que viven los protagonistas es muy dura —a pesar del aparente divertimento—, les van a cortar la luz, el agua, el gas y a echar del piso por no pagar el alquiler. En principio cualquier observador sensible ve con buenos ojos el hecho de no pagar los alimentos en el supermercado, pero Antonia tiene un problema severo, su marido, sindicado y miembro del Partido Comunista, posee una moral tremendamente conservadora, que mistifica una «ética» del trabajo fuera de lugar en ese contexto de penalidad extrema. «Primero dame pan y luego moral», dijo Bertolt Brecht.
ANTONIA.—[…] (sobre su marido) me agota con sus historias: que si el nombre mancillado, que si «¡antes morir de hambre que ir contra le ley! Yo lo he pagado siempre todo…; pobre pero honrado…; quiero llevar la cabeza bien alta…», y venga a machacarme […]
En esa necesidad de ocultamiento, se produce la visita de la policía, que investiga la expropiación de comida. A Antonia y a su amiga Margarita se les ocurre la idea de esconderla debajo de la ropa, en sus vientres, haciéndose pasar por embarazadas.
En ese marco, Dario Fo expone algunas peculiaridades identitarias de la clase política, de la policía, de los sindicatos, de la Iglesia Católica e incluso del entonces poderoso Partido Comunista Italiano.
Luis y Juan, los maridos de ambas mujeres, tienen un diálogo sobre otra sublevación, esta producida en la fábrica de Luis, que ha explotado por la baja calidad de la comida. Luis cuenta que los trabajadores comieron en el comedor de la empresa y se fueron sin pagar. Acción que Juan crítica duramente:
JUAN.—[…] Eso es hacerle el jugo a los patronos para que luego puedan acusarnos de robar y llamarnos sinvergüenzas…
También se expresa muy bien la perversión del discurso político que hacen los medios de comunicación:
ANTONIA.—(Se dirige a su marido) […] Mientras, lee el periódico o mira la tele, que ya saldrá algún ministro hablando de la crisis, que tenemos que ayudarnos todos, ricos y pobres, apretarnos el cinturón y tener paciencia, comprensión y confianza en el gobierno y en la televisión. Y en tanto tú tienes confianza, yo vuelvo en seguida.
La acción de la obra se desenvuelve en un estado policial de amenaza represiva permanente. Fo presenta a dos policías que en realidad son el mismo y que poseen diferentes discursos: policía bueno y policía malo. Son distintos en su discurso pero al final ambos obedecen órdenes sin rechistar a cambio de un salario.
INSPECTOR.—Tómeselo como quiera. Yo no tengo que ver. He recibido órdenes y tengo que cumplirlas.
Discurso del policía bueno:
INSPECTOR.—Pues sí, así no se puede seguir. Usted no me creerá, pero para mí es un mal trago venir aquí a efectuar esta cabronada de registro (busca la comida robada). ¿Y para quién, además? Para unos cerdos especuladores que estafan, timan y roban… ¡Ellos sí que roban!
JUAN.—¿No le da vergüenza decir esas cosas? ¡Un policía, vamos, lo que hay que oír! Parece usted extremista.
INSPECTOR.—Qué va; lo que ocurre es que yo pienso mucho las cosas. Y además me cabreo, porque tenéis que dejar ya de vernos como a una panda de cretinos analfabetos que se mueven a toque de silbato «A las órdenes, a saltar, ladrar, morder», ¡como si fuéramos perros guardianes! Y ojo con hablar, con discutir… no hay que expresar ideas propias […]
Aquí Fo pone en boca del propio inspector lo que realmente piensa de la institución policial y sus servidores.
JUAN.—Bueno, en fin… yo creo, como el Partido, que también ustedes son hijos del pueblo, pero…
INSPECTOR.—De hijos del pueblo nada: perros guardianes es lo que somos; esbirros de los patronos, para hacer respetar sus leyes […]
De una manera muy ingeniosa Fo invierte los papeles: el policía es antisistema y el comunista pro sistema.
JUAN.—[…] Pero la policía es necesaria, ¿no cree? Tiene que hacer cumplir la ley, o sería el caos.
INSPECTOR.—¿De veras? ¿Y si la ley solo beneficia a los ricos? ¿Si es infame, si es una tapadera para el latrocinio a gran escala?
JUAN.—Pues entonces está el Parlamente, y los partidos. Los métodos de lucha democrática. Las leyes pueden reformarse, ¿sabe?
INSPECTOR.—Mire, las únicas reformas serias, la gente tendrá que hacérselas por su cuenta. Porque mientras sigamos delegando, confiando, aguantando, teniendo paciencia, sentido de la responsabilidad, autocontrol, autodisciplina, etc… ¡aquí no se mueve nada! […]
La sanidad no se libra de su crítica feroz.
ANTONIA.—[…] Llamamos a una ambulancia, y nos recorremos todos los hospitales de Milán en busca de una cama libre. ¿Es que no sabes que los del Seguro tenemos que reservar cama lo menos con un mes de antelación?
Tampoco el Vaticano sale bien librado.
JUAN.—Al margen del Papa, que molesta hasta en sueños, y que no le basta con asomarse los domingos al balcón de San Pedro y a la tele para decir: «Amaos… somos todos hijos de Dios, ricos y pobres…, ¡sobre todo los ricos! […]
LUIS.—Todo es una mierda. Mira, fábricas que cierran, despidos masivos, por no hablar del paro. Y luego los escándalos, como la quiebra de ese banco donde tenía sus millones el Papa.
La sociedad de consumo y el sexismo de la propaganda, son atacados de una manera descarnada.
JUAN.—[…] cuando sales de una película, para relajarte te encuentras con el desfile de las vallas publicitarias: culos para anunciar sujetadores, culos y tetas para bolígrafos, pasta de dientes y yogures… Y tu mujer camina a tu lado, la miras… y no tiene el cabello suave y vaporoso como brisa marina, no se perfuma con los limones salvajes del Caribe, sus tetas son normales, redondas, y no bailan… El trasero es solo un trasero, no un culo, como los del cine… ¡No palpita! Tiene los pies hinchados, las manos rojas, las uñas rotas, y yo la miro y me entran ganas de tirarla a la basura. Desde luego, es una mierda.
Y qué decir de los sindicatos.
LUIS.—(JUAN le ha preguntado si cree en los sindicatos) Claro que creo, pero cuando dirigimos nosotros las luchas, no cuando vienen ellos a decirnos lo que tenemos que hacer. Vienen a enterrar las luchas, a pactar para no comprometer el equilibrio gubernativo, y se dejan chantajear por los partidos con sus manejos, en nombre de la unidad a toda costa dentro de la dirección del sindicato.
Aún queda mucha más obra que desbrozar entre risas y lágrimas de frustración, pero para poner punto y final en algún sitio a este artículo, concluyo con esta frase llena de esperanza:
JUAN.—Llega un momento en que hasta los gilipollas recapacitan […]

OBRAS DE DARIO FO:

El dedo en el ojo, 1953
Los arcángeles no juegan a las máquinas de petaco, 1959
Tenía dos pistolas con los ojos blancos y negros, 1960
Quien roba un pie es afortunado en amores, 1961
Isabela, tres carabelas y un charlatán, 1963
Séptimo, roba un poco menos, 1964
La culpa siempre es del diablo, 1965
La Signora è da buttare, 1967
Misterio Bufo, 1969
Muerte accidental de un anarquista, 1970
Fedayin, 1971
Razono y canto, 1972
El papa y la bruja, 1973
Aquí no paga nadie, 1974
Trompetas y frambuesas, 1980
Escarnio del miedo, 1981
Johan Padan y el descubrimiento de las Américas
El país de los murciélagos, 2002
El país de los cuentacuentos, 2005, memorias
El mundo según Fo, 2008
El amor y la risa, 2009


2 comentarios:

  1. Puf! La historia se repite una y otra vez...

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    1. Sí, parece que está describiendo estos últimos años de la vida en España.

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