Hace poco cayó en mis manos Carta al General Franco, de Fernando Arrabal, publicada en Francia en el año 1972. El público español tuvo que esperar hasta 1978 para poder leerla, año en que fue editada en nuestro país. La carta fue enviada por correo al general Franco, y no se tiene constancia de que este llegara a leerla, pero, independientemente de ello, tuvo bastante repercusión mediática a nivel Internacional. En dicha carta, Fernando Arrabal reprochaba a Franco muchas cosas, entre otras, la muerte de su padre cuando aún no había cumplido los 40 años; este, militar profesional, se negó a levantarse contra el gobierno legítimo republicano durante el golpe de estado del 18 de julio de 1936, fue encarcelado, y tras un período en que la pena de muerte pendió sobre su cabeza, fue ingresado en un manicomio del que un buen día desapareció sin dejar rastro. Arrabal comparó la historia de su padre con la de Nadja, «la musa de los surrealistas» que, curiosamente, desapareció al mismo tiempo que él durante el invierno de 1940-41. Ambos compartían igual edad (38 años) y estaban ingresados en manicomios.
El testimonio de Arrabal se suma a los de decenas de miles de familiares de víctimas del genocidio llevado a cabo por los militares traidores a la II República, apoyados por la Iglesia, el poder económico de la época y por los abuelos de muchas de las personas que hoy ocupan las instituciones españolas. La carta no tendría mayor relevancia, dentro de la suma de referencias a la crueldad que aplicaron los vencedores de la guerra civil, si no fuera por su vigencia al día de hoy.
Vivimos en un país ahogado por una práctica política corrupta, que atenta contra las libertades básicas, que desprecia la cultura y todo lo que significa progreso e igualdad. «A veces pienso que el antiguo régimen, más aún, que la tuberculosis, apolilló mis pulmones y mis evocaciones para asfixiarme.»
El mal de nuestra nación no comienza con el gobierno de la derecha, en absoluto, en realidad se inició con la unificación de España a manos de los Reyes Católicos. «Su régimen es un eslabón más dentro de una cadena de intolerancias que comenzaron en España hace siglos. […] La noche más negra de la Historia se iniciaba cuando los quemaderos de la Inquisición se encendieron; sus intolerancias siniestras aún no se han extinguido. […] Aún en la España de hoy se sigue pudriendo en las mazmorras por delitos de opinión». ¿Acaso no es cierto que en los tres últimos años, se han ido limitando las libertades ciudadanas hasta el extremo de castigar la más mínima protesta, incluso pasiva, encarcelando a huelguistas y manifestantes, subiendo las multas por ejercer el derecho de manifestación o de expresión hasta límites disuasorios intolerables? ¿Es falso que se practique la tortura —según denuncia Amnistía Internacional—, las vejaciones y la violencia contra cualquier persona detenida, que no comulgue con el pobre discurso medieval de los que gobiernan? Un discurso que ingenuamente creíamos superado.
«En España, desde hace siglos se ha querido esconder montañas de excrementos con un diminuto abanico de encaje». Qué es si no la famosa «marca España», una alfombra funesta tejida con los colores rojo y gualda —los colores de uno de los imperios más nefastos que ha sufrido la humanidad—, a los que se han añadido los emblemas idiosincráticos de nuestra «raza»: el toro, la peineta, el crucifijo, los sueldos de esclavitud y la imagen de un pueblo feo sometido a su propia cobardía.
«En España sobran los justicieros armados hasta los dientes, los inquisidores, los jefes implacables llenos de autoridad y, sobre todo, los hombres que tienen razón y quieren imponerla a los demás, si es necesario, por el fuego y por la sangre». Y lo que es peor, haciéndonos creer que es lo mejor para nosotros, para la mayoría de la población. Roban el erario público, que es de todos; privatizan la sanidad para crear negocios paralelos que regentan familiares o intereses económicos que se muestran muy agradecidos con aquellos que les favorecen; convierten la enseñanza en un coto privado para el clero más reaccionario; abandonan a la caridad a los dependientes, a los enfermos crónicos, a los parados, a las víctimas del saqueo bancario, a los desahuciados, y todo ello, hinchando el pecho, «cara al sol», orgullosos de su victoria permanente contra la justicia social y la razón.
«España no era sino una cárcel compuesta de pequeñas cárceles que se precipitaban hacia el infierno. […] Qué tiempos tan trágicos… y a veces tan tragicómicos. […] Este sistema que usted impone, acarrea un dolor suplementario: crea la hipocresía y la mentira, crea hipócritas y mentirosos por la fuerza de las bayonetas. […] La ausencia de crítica, el dogmatismo ambiente, originaba en nuestra juventud una situación irreal y de pesadilla. […] ¡Hombres humillados para siempre!» ¿No vivimos hoy en una prisión hecha de pensamiento único y miseria? ¿No sufrimos el drama de los desahucios como parte de la vida cotidiana, y el de los suicidios inducidos por la desesperanza, y el abandono de los más desfavorecidos por parte de las instituciones; y la desnutrición de muchos niños, los nuestros o los del vecino? Y todavía hay quien dice que se exageran los datos o «¡Que se jodan los parados!». Duele mucho esta España de señoritos muy ricos y de un pueblo pobre e ignorante, arrinconado como la mugre en un lugar donde no penetre la luz, donde no se vea ni moleste. Quizá tendríamos alguna oportunidad de modificar el rumbo de los acontecimientos si fuéramos gentes ilustradas, con intelectuales, filósofos, poetas, escritores, dramaturgos, científicos y medios de comunicación críticos, que incendiaran las conciencias con reflexiones y cuestionamientos sobre las diferencias entre las leyes y la justicia, entre quién debe servir a quién: los gobernantes a los ciudadanos o los ciudadanos a los gobernantes. A lo mejor, después del hipotético debate llegábamos a la conclusión de que no necesitamos un gobierno ni gobernantes, ni políticos, ni líderes carismáticos, ni dioses omnipotentes, ni doctrinas castrantes. Pero esto no va a ocurrir porque a los medios de comunicación hace tiempo que los compraron las empresas del IBEX 35, verdadero gobierno del país. Tampoco hay que esperar nada de la mayoría de los intelectuales, filósofos y demás personas educadas, porque su único interés es vigilar atentos el curso de las ventas de sus libros, el número de exclusivas que dan y el de las tertulias televisivas en las que participan. «¿Qué ocurre con los que no se someten? Ingresan en el anónimo pelotón de los que se oponen al régimen».
Quizá Franco no solo tuvo la inteligencia de exterminar a cualquier tipo de oposición a los valores que representaba, sino que llegó más lejos, se perpetuó en sus herederos, en sus formas, en una manera de hacer política económica y social, de vivir. Eso no habría sido necesariamente un problema si los hijos de los vencidos no hubiéramos asumido a perpetuidad el papel de víctimas, cumpliendo una condena que parece no tener fin.
«¡Pobre España! Bodega con olor de orines […] Su España apesta.»
El testimonio de Arrabal se suma a los de decenas de miles de familiares de víctimas del genocidio llevado a cabo por los militares traidores a la II República, apoyados por la Iglesia, el poder económico de la época y por los abuelos de muchas de las personas que hoy ocupan las instituciones españolas. La carta no tendría mayor relevancia, dentro de la suma de referencias a la crueldad que aplicaron los vencedores de la guerra civil, si no fuera por su vigencia al día de hoy.
Vivimos en un país ahogado por una práctica política corrupta, que atenta contra las libertades básicas, que desprecia la cultura y todo lo que significa progreso e igualdad. «A veces pienso que el antiguo régimen, más aún, que la tuberculosis, apolilló mis pulmones y mis evocaciones para asfixiarme.»
El mal de nuestra nación no comienza con el gobierno de la derecha, en absoluto, en realidad se inició con la unificación de España a manos de los Reyes Católicos. «Su régimen es un eslabón más dentro de una cadena de intolerancias que comenzaron en España hace siglos. […] La noche más negra de la Historia se iniciaba cuando los quemaderos de la Inquisición se encendieron; sus intolerancias siniestras aún no se han extinguido. […] Aún en la España de hoy se sigue pudriendo en las mazmorras por delitos de opinión». ¿Acaso no es cierto que en los tres últimos años, se han ido limitando las libertades ciudadanas hasta el extremo de castigar la más mínima protesta, incluso pasiva, encarcelando a huelguistas y manifestantes, subiendo las multas por ejercer el derecho de manifestación o de expresión hasta límites disuasorios intolerables? ¿Es falso que se practique la tortura —según denuncia Amnistía Internacional—, las vejaciones y la violencia contra cualquier persona detenida, que no comulgue con el pobre discurso medieval de los que gobiernan? Un discurso que ingenuamente creíamos superado.
«En España, desde hace siglos se ha querido esconder montañas de excrementos con un diminuto abanico de encaje». Qué es si no la famosa «marca España», una alfombra funesta tejida con los colores rojo y gualda —los colores de uno de los imperios más nefastos que ha sufrido la humanidad—, a los que se han añadido los emblemas idiosincráticos de nuestra «raza»: el toro, la peineta, el crucifijo, los sueldos de esclavitud y la imagen de un pueblo feo sometido a su propia cobardía.
«En España sobran los justicieros armados hasta los dientes, los inquisidores, los jefes implacables llenos de autoridad y, sobre todo, los hombres que tienen razón y quieren imponerla a los demás, si es necesario, por el fuego y por la sangre». Y lo que es peor, haciéndonos creer que es lo mejor para nosotros, para la mayoría de la población. Roban el erario público, que es de todos; privatizan la sanidad para crear negocios paralelos que regentan familiares o intereses económicos que se muestran muy agradecidos con aquellos que les favorecen; convierten la enseñanza en un coto privado para el clero más reaccionario; abandonan a la caridad a los dependientes, a los enfermos crónicos, a los parados, a las víctimas del saqueo bancario, a los desahuciados, y todo ello, hinchando el pecho, «cara al sol», orgullosos de su victoria permanente contra la justicia social y la razón.
«España no era sino una cárcel compuesta de pequeñas cárceles que se precipitaban hacia el infierno. […] Qué tiempos tan trágicos… y a veces tan tragicómicos. […] Este sistema que usted impone, acarrea un dolor suplementario: crea la hipocresía y la mentira, crea hipócritas y mentirosos por la fuerza de las bayonetas. […] La ausencia de crítica, el dogmatismo ambiente, originaba en nuestra juventud una situación irreal y de pesadilla. […] ¡Hombres humillados para siempre!» ¿No vivimos hoy en una prisión hecha de pensamiento único y miseria? ¿No sufrimos el drama de los desahucios como parte de la vida cotidiana, y el de los suicidios inducidos por la desesperanza, y el abandono de los más desfavorecidos por parte de las instituciones; y la desnutrición de muchos niños, los nuestros o los del vecino? Y todavía hay quien dice que se exageran los datos o «¡Que se jodan los parados!». Duele mucho esta España de señoritos muy ricos y de un pueblo pobre e ignorante, arrinconado como la mugre en un lugar donde no penetre la luz, donde no se vea ni moleste. Quizá tendríamos alguna oportunidad de modificar el rumbo de los acontecimientos si fuéramos gentes ilustradas, con intelectuales, filósofos, poetas, escritores, dramaturgos, científicos y medios de comunicación críticos, que incendiaran las conciencias con reflexiones y cuestionamientos sobre las diferencias entre las leyes y la justicia, entre quién debe servir a quién: los gobernantes a los ciudadanos o los ciudadanos a los gobernantes. A lo mejor, después del hipotético debate llegábamos a la conclusión de que no necesitamos un gobierno ni gobernantes, ni políticos, ni líderes carismáticos, ni dioses omnipotentes, ni doctrinas castrantes. Pero esto no va a ocurrir porque a los medios de comunicación hace tiempo que los compraron las empresas del IBEX 35, verdadero gobierno del país. Tampoco hay que esperar nada de la mayoría de los intelectuales, filósofos y demás personas educadas, porque su único interés es vigilar atentos el curso de las ventas de sus libros, el número de exclusivas que dan y el de las tertulias televisivas en las que participan. «¿Qué ocurre con los que no se someten? Ingresan en el anónimo pelotón de los que se oponen al régimen».
Quizá Franco no solo tuvo la inteligencia de exterminar a cualquier tipo de oposición a los valores que representaba, sino que llegó más lejos, se perpetuó en sus herederos, en sus formas, en una manera de hacer política económica y social, de vivir. Eso no habría sido necesariamente un problema si los hijos de los vencidos no hubiéramos asumido a perpetuidad el papel de víctimas, cumpliendo una condena que parece no tener fin.
«¡Pobre España! Bodega con olor de orines […] Su España apesta.»
Aunque su cuerpo murió su aparato de privilegios y corruptelas sigue vivito y coleando.
ResponderEliminarNosotrxas somos en gran parte responsables de que esto haya pasado. Lo hemos permitido con nuestra indiferencia.
ResponderEliminarEn los años 70 empezó la catástrofe de nuestro pueblo. En esos momentos soñábamos con un mundo nuevo, más justo. Pensábamos en romper con todo lo anterior. Luego con los socialistas llegó el gran engaño. No sé si realmente nos lo creímos, su proyecto, a simplemente nos dejamos llevar. En cualquier caso a esto hemos llegado.
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