Me introduje en esta obra de Shakespeare por simple casualidad. A principios del verano, una tarde calurosa y anodina, vagabundeaba por Internet en busca de obras de teatro que se estuvieran poniendo en escena en esos momentos en Madrid, cuando descubrí que en el teatro La Abadía se representaba La violación de Lucrecia, nada menos que por la actriz Nuria Espert. No conocía la obra y me llamó también la atención su autor. Una cosa llevó a la otra y me hice con el texto que no leí de inmediato. Quizá pasaron un par de semanas y cayó en mis manos un viejo libro de Darío Fo y Franca Rame de título Ocho monólogos. Este libro contenía textos cortos protagonizados por mujeres: La mujer sola, La madre pasota, El despertar, Todas tenemos la misma historia, Monólogo de la puta en el manicomio, La violación, Yo, Ulrike, grito... y Una madre. Si bien todos los monólogos me resultaron impresionantes, hubo uno que me hizo detenerme y recuperar La violación de Lucrecia, me refiero al monólogo La violación.
Esta segunda obra poética de William Shakespeare la escribió en 1594. Está dedicada a Henry Wriothesley, conde de Southampton. La obra fue reeditada en vida del autor hasta en seis ocasiones. Se compone de 1855 versos. Las fuentes que utilizó el autor provienen de Tito Livio y su Historia de la fundación de Roma, de la Eneida de Virgilio (libros I y II) y de Las Metamorfosis de Ovidio (Libro XIII).
La historia se desarrolla, según se explica en el texto original, en el siglo VI antes de nuestra era, durante el reinando del último monarca romano, Lucio Tarquino. El suceso que fundamenta el extenso poema parte de una conversación en la que el hijo del rey, Sexto Tarquino, y el general Colatino, defienden mutuamente la fidelidad de sus respectivas esposas. Convencidos de ello y para hacer una demostración al otro, deciden ir a visitarlas por sorpresa. Lo que encuentran es que mientras una, la esposa de Colatino, Lucrecia, está hilando, la de Sexto Tarquino está siéndole infiel. La reacción de este es violar a Lucrecia.
El argumento lo repite Shakespeare, sin compartir el mismo final, en Cimbelino, una tragicomedia romántica escrita en la etapa final de su vida. En este caso se basa en las Crónicas de Holinshed, en las que se cuentan los acontecimientos vividos durante el reinado de Cunobelinus, un rey celta británico. Los hechos ocurren en el siglo XI de nuestra era, en Britania, en el palacio de Cimbelino. Su hija Imogena ha contraído matrimonio con un caballero sin fortuna de nombre Leonato Póstumo. Cimbelino, furioso, encarcela a la hija y destierra al marido. Póstumo se marcha a Roma a casa de Filario y se ve envuelto en una apuesta sobre la castidad y la fidelidad de su esposa; la apuesta consiste en la seducción de Imogena por parte de Lachimo. No voy a descubrir el final de la historia pero en esta obra Imogena no es violada por Lachimo.
Sin entrar a valorar estilísticamente La violación de Lucrecia, se puede decir que la reflexión de Shakespeare es actual en el sentido que denuncia el abuso proveniente de un representante del «poder», y las consecuencias políticas que tal acción tiene cuando el pueblo reacciona ante dicha arbitrariedad y exige responsabilidades. Es hermoso pensar que los desposeídos pueden hacer justicia ante los atropellos del poder, si bien la historia demuestra que generalmente en escasas ocasiones esto sucede. Ahora bien, siempre ha habido soñadores a los que les gusta jugar con esa idea, entre ellos, Tito Livio, Shakespeare y el mismo Lope de Vega en su obra Fuente Ovejuna. Como es bien conocido, en este última obra, cuando el Comendador Fernán Gómez aplica el «derecho de pernada» sobre la bella Laurencia, es ejecutado. La posterior investigación ordenada por el rey no determina quién fue el responsable o responsables, el pueblo entero se declara culpable:
Después de todo lo dicho, mi reflexión no va tanto dirigida a abrir un debate sobre la justicia sino sobre la agresión en si misma que sufre una representante de la especie humana, en concreto del cincuenta por ciento: una mujer —me da igual quién la cometa, sea rico o sea pobre—; y no hablo de una agresión cualquiera sino de violación.
La violación no es una búsqueda del placer en un sentido lúbrico, aunque pueda parecerlo, es un acto violento, un crimen de «hombres», y si hay goce en su ejecución este se genera a través del sometimiento de la víctima a viva fuerza, de la expresión de dolor de la víctima, de su humillación, de su vejación. El violador no practica sexo, hiere con su sexo.
Franca Rame, la compañera de Darío Fo, fue secuestrada, torturada y violada el 8 de marzo de 1973 por un grupo de la extrema derecha italiana compuesto, entre otros, por carabinieri. En esa época, Franca Rame y Darío Fo estaban molestando a mucha gente de las altas instancias de Italia, representando La muerte accidental de un anarquista, en la que se denunciaba el terrorismo de Estado que se aplicaba de manera implacable aquellos años. Los agresores no atacaron a Darío Fo, la atacaron a ella, (supongo que pretendían matar dos pájaros de un tiro) querían destruirla como mujer y como persona política que denunciaba de manera constante la arbitrariedad e impunidad del Estado; para hacerlo primero la robaron su libertad individual, luego la torturaron, y entre esas torturas incluyeron la violaron. Franca Rame, un tiempo después, no demasiado, una vez liberada, volvió a la escena teatral con el monólogo ya citado, La violación.
Al comienzo de las representaciones de los Ocho monólogos, Franca Rame hacía un pequeño discurso a modo de prólogo en el que decía que el machista violento, el violador, se construía en la estructura familiar autoritaria y represiva; partía de una injusticia educacional heredada de padres a hijos, desarrollada en una sociedad donde la tortura y la violación son acontecimientos cotidianos que se asumen como un mal menor.
Con su discurso, Franca Rame buscaba hacer reaccionar a las mujeres presentes y abrir un debate que llegará más allá de los límites de la sala. Quería hacerlas ver su servidumbre sexual.
¿Qué siente una mujer cuando la violan? Evidentemente, eso hay que preguntárselo a las propias víctimas y de ello hay muchos testimonios, nunca suficientes para evidenciar una lacra universal utilizada como herramienta de sometimiento por el sexo masculino contra el femenino.
No pretendo responder a esta pregunta con datos sino con la voz imaginaria de Franca Rame, cuando representaba La violación, y la de Lucrecia, el personaje de Shakespeare. Quinientos años separan a ambas voces, pero su dolor es común y se reproduce a diario como un virus letal.
Nos representamos la vida con un aura poética, de posibilidades felices que nos aguardan si cumplimos las normas sociales, si obedecemos a nuestros padres, a nuestros profesores y personas educadoras, a los jefes y jefas que ejercen su autoridad sobre nuestra vulnerable figura en el mundo laboral, y en el caso de las mujeres si asumen la voluntad machista de sus consortes. ¿Ese sometimiento voluntario justifica los resultados que obtenemos?
Esta segunda obra poética de William Shakespeare la escribió en 1594. Está dedicada a Henry Wriothesley, conde de Southampton. La obra fue reeditada en vida del autor hasta en seis ocasiones. Se compone de 1855 versos. Las fuentes que utilizó el autor provienen de Tito Livio y su Historia de la fundación de Roma, de la Eneida de Virgilio (libros I y II) y de Las Metamorfosis de Ovidio (Libro XIII).
La historia se desarrolla, según se explica en el texto original, en el siglo VI antes de nuestra era, durante el reinando del último monarca romano, Lucio Tarquino. El suceso que fundamenta el extenso poema parte de una conversación en la que el hijo del rey, Sexto Tarquino, y el general Colatino, defienden mutuamente la fidelidad de sus respectivas esposas. Convencidos de ello y para hacer una demostración al otro, deciden ir a visitarlas por sorpresa. Lo que encuentran es que mientras una, la esposa de Colatino, Lucrecia, está hilando, la de Sexto Tarquino está siéndole infiel. La reacción de este es violar a Lucrecia.
El argumento lo repite Shakespeare, sin compartir el mismo final, en Cimbelino, una tragicomedia romántica escrita en la etapa final de su vida. En este caso se basa en las Crónicas de Holinshed, en las que se cuentan los acontecimientos vividos durante el reinado de Cunobelinus, un rey celta británico. Los hechos ocurren en el siglo XI de nuestra era, en Britania, en el palacio de Cimbelino. Su hija Imogena ha contraído matrimonio con un caballero sin fortuna de nombre Leonato Póstumo. Cimbelino, furioso, encarcela a la hija y destierra al marido. Póstumo se marcha a Roma a casa de Filario y se ve envuelto en una apuesta sobre la castidad y la fidelidad de su esposa; la apuesta consiste en la seducción de Imogena por parte de Lachimo. No voy a descubrir el final de la historia pero en esta obra Imogena no es violada por Lachimo.
Sin entrar a valorar estilísticamente La violación de Lucrecia, se puede decir que la reflexión de Shakespeare es actual en el sentido que denuncia el abuso proveniente de un representante del «poder», y las consecuencias políticas que tal acción tiene cuando el pueblo reacciona ante dicha arbitrariedad y exige responsabilidades. Es hermoso pensar que los desposeídos pueden hacer justicia ante los atropellos del poder, si bien la historia demuestra que generalmente en escasas ocasiones esto sucede. Ahora bien, siempre ha habido soñadores a los que les gusta jugar con esa idea, entre ellos, Tito Livio, Shakespeare y el mismo Lope de Vega en su obra Fuente Ovejuna. Como es bien conocido, en este última obra, cuando el Comendador Fernán Gómez aplica el «derecho de pernada» sobre la bella Laurencia, es ejecutado. La posterior investigación ordenada por el rey no determina quién fue el responsable o responsables, el pueblo entero se declara culpable:
«—¿Quién mató al Comendador?El denominado «derecho de pernada» era un privilegio que se concedía a los señores feudales, según el cual podían tener relaciones sexuales con cualquier mujer que contrajera matrimonio con alguno de sus siervos la noche previa a la celebración del mismo. Este derecho estuvo vigente durante la Edad Media.
—Fuenteovejuna, Señor.
—¿Quién es Fuenteovejuna?
—Todo el pueblo, a una.»
Después de todo lo dicho, mi reflexión no va tanto dirigida a abrir un debate sobre la justicia sino sobre la agresión en si misma que sufre una representante de la especie humana, en concreto del cincuenta por ciento: una mujer —me da igual quién la cometa, sea rico o sea pobre—; y no hablo de una agresión cualquiera sino de violación.
La violación no es una búsqueda del placer en un sentido lúbrico, aunque pueda parecerlo, es un acto violento, un crimen de «hombres», y si hay goce en su ejecución este se genera a través del sometimiento de la víctima a viva fuerza, de la expresión de dolor de la víctima, de su humillación, de su vejación. El violador no practica sexo, hiere con su sexo.
Franca Rame, la compañera de Darío Fo, fue secuestrada, torturada y violada el 8 de marzo de 1973 por un grupo de la extrema derecha italiana compuesto, entre otros, por carabinieri. En esa época, Franca Rame y Darío Fo estaban molestando a mucha gente de las altas instancias de Italia, representando La muerte accidental de un anarquista, en la que se denunciaba el terrorismo de Estado que se aplicaba de manera implacable aquellos años. Los agresores no atacaron a Darío Fo, la atacaron a ella, (supongo que pretendían matar dos pájaros de un tiro) querían destruirla como mujer y como persona política que denunciaba de manera constante la arbitrariedad e impunidad del Estado; para hacerlo primero la robaron su libertad individual, luego la torturaron, y entre esas torturas incluyeron la violaron. Franca Rame, un tiempo después, no demasiado, una vez liberada, volvió a la escena teatral con el monólogo ya citado, La violación.
Al comienzo de las representaciones de los Ocho monólogos, Franca Rame hacía un pequeño discurso a modo de prólogo en el que decía que el machista violento, el violador, se construía en la estructura familiar autoritaria y represiva; partía de una injusticia educacional heredada de padres a hijos, desarrollada en una sociedad donde la tortura y la violación son acontecimientos cotidianos que se asumen como un mal menor.
Con su discurso, Franca Rame buscaba hacer reaccionar a las mujeres presentes y abrir un debate que llegará más allá de los límites de la sala. Quería hacerlas ver su servidumbre sexual.
«El protagonista es el hombre o mejor, su sexo. No está presente en carne y hueso pero está siempre aquí, entre nosotras, grande, enorme, amenazador […] Quizá hemos avanzado en algunas cosas pero no en “igualdad sexual”. […] Demasiados tabús. Los arrastramos desde que nacemos e incluso antes […] ¡Se creen las nuevas generaciones, nos creemos, que estamos emancipadas, autónomas, en vanguardia! No nos damos cuenta de que una vez más nos encontramos sometidas a la altura de la… ¡del sexo del macho! […] El hombre ha elevado su miembro a su imagen y semejanza. Él es el auténtico poder […] El mundo no gira alrededor del capital, ¡sino alrededor del gran falo! […] Pese a sus modestas proporciones.»Sirvan los siguientes datos como ejemplo de la dimensión de la tragedia que vive la humanidad y en concreto las mujeres. Durante la guerra de Bosnia las fuerzas serbias utilizaron como estrategia de terror las violaciones masivas con las mujeres musulmanas. El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia estimó que las víctimas fueron entre 20.000 y 44.000 mujeres. En el año 2009 se denunció al ejército de ocupación norteamericano instalado en Irak por haber usado la violación como «arma de guerra». En 2011, la violación era empleada sistemáticamente en Libia en las zonas rebeldes apoyadas por la OTAN. «En el año 2013 las infracciones penales registradas en España descendieron un 4,3% respecto al año anterior […] pero han aumentado los homicidios, los asesinatos y las violaciones. Es decir, aumentó la violencia en general y la violencia sexual en particular» (La marea, septiembre 2014). En el mismo artículo, Hablemos de sexo, Nuria Varela nos cuenta que las violaciones han crecido un 1.4%, y es el delito menos denunciado, por encima de la violencia de género de la que se estima solo se denuncian un 20% de las agresiones.
¿Qué siente una mujer cuando la violan? Evidentemente, eso hay que preguntárselo a las propias víctimas y de ello hay muchos testimonios, nunca suficientes para evidenciar una lacra universal utilizada como herramienta de sometimiento por el sexo masculino contra el femenino.
No pretendo responder a esta pregunta con datos sino con la voz imaginaria de Franca Rame, cuando representaba La violación, y la de Lucrecia, el personaje de Shakespeare. Quinientos años separan a ambas voces, pero su dolor es común y se reproduce a diario como un virus letal.
Nos representamos la vida con un aura poética, de posibilidades felices que nos aguardan si cumplimos las normas sociales, si obedecemos a nuestros padres, a nuestros profesores y personas educadoras, a los jefes y jefas que ejercen su autoridad sobre nuestra vulnerable figura en el mundo laboral, y en el caso de las mujeres si asumen la voluntad machista de sus consortes. ¿Ese sometimiento voluntario justifica los resultados que obtenemos?
LUCRECIA:El violador acecha, está ahí, delante, tiene forma de hombre, mira, se recrea en la obscenidad de su contemplación hiriente.
«¡Oh, clamorosa dicha, gozada por tan pocos
y que apenas se obtiene se esfuma y se termina
cual plateado rocío fundido en la mañana
con los primeros rayos del resplandor del sol! 25»
LUCRECIA:
«Y ella que no compite con miradas extrañas,
no puede hallar malicia en la osada mirada, 100
ni leer sus secretos, aun siendo transparentes,
escritos en el cristal de semejante libro
y al no usar tentaciones no temía el anzuelo,
ni presentía siquiera en su falsa mirada,
ya que solo veía unos ojos mirándola. 105»
FRANCA RAME (La violación):
«No me muevo, no grito, no tengo voz.»
LUCRECIA:
«[…] Piensa que estas visiones son sueños del cerebro 460
urioso al ver que el ojo se oculta de la luz,
castigando su sombra con visiones peores.»
FRANCA RAME:
«No entiendo nada de lo que me está pasando.
Siento la angustia del que está a punto de perder la razón.
La voz…, la palabra.»
LUCRECIA:
«Toma el lobo a su presa. La fiel cordera grita,
hasta que con su lana ahoga sus lamentos,
sepultando sus gritos entres sus dulces labios.»
FRANCA RAME:
«¿Cómo he subido a esta furgoneta? ¿He levantado yo las piernas una tras otra, empujada por ellos, o me han subido en volandas?
No lo sé.
El corazón, que me late con tanta fuerza contra las costillas, me impide razonar. Estoy obsesionada por estos golpes bestiales en el vientre, y por el dolor de la mano izquierda, que se está volviendo insoportable. ¿Por qué me la retuercen tanto? Yo no intento ningún movimiento.
Estoy como congelada.»
LUCRECIA:
«Con estos pensamientos a través de la noche,
es cautiva vendida que perdió en la ganancia, 730
arrastrando la herida que nunca sanará,
la cicatriz eterna que ya no admite cura,
que a su víctima deja vencida en el dolor.
Ella soporta el peso, que él dejó a sus espaldas
y la carga por siempre de un alma pecadora. 735»
FRANCA RAME:
«No me muevo, no grito, estoy sin voz…, no comprendo qué me ocurre.»
LUCRECIA:
«¡Oh, mano! ¿Por qué tiemblas? 1030
Hónrate con librarte de esta infame vergüenza,
pues si muero mi orgullo contigo vivirá,
mas si a esto sobrevivo, vivirás en mi infamia.
Puesto que no pudiste defender a tu dueña,
temiendo desgarrar al criminal rival, 1035
mátate y mátala, por así haber cedido.»
FRANCA RAME:
«No, no me despejo. No comprendo. Solo tengo miedo. Ahora uno se me acerca, otro se sienta en el lado izquierdo. El tercero se pone en cuclillas a mi derecha. Veo brillar la brasa de los cigarrillos. Respiran profundamente. Están muy cerca.»
LUCRECIA:
«Tiene el hombre de mármol el alma y la mujer 1240
de cera y se modulan, tal como el mármol quiere
débiles, oprimidas, reciben la impresión
por fuerza o por engaño, o por la habilidad.
No se las llame entonces, autoras de su mal,
que no hay malignidad, en la cera estampada 1245
con la cara y figura del propio Satanás.»
FRANCA RAME:
«Me pregunto qué debería hacer una persona en estos casos. Yo no consigo hacer nada, ni hablar, ni llorar. Me siento como proyectada hacia fuera, asomada a una ventana, obligada a mirar algo terrible. […] Es horrible sentir cómo gozan dentro de ti semejantes bestias.»
LUCRECIA:
«Después de hablar envaina en su pecho inocente
un puñal que a su vez desvainó a su alma.
Libera el tajo a esta de la honda zozobra 1725
reinante en la asquerosa prisión en que vivía.
Sus contritos suspiros a las nubes elevan
a su espíritu alado, que escapa por la herida
en el último instante de un sino concluido.»
FRANCA RAME:
«Me apoyo a una planta, me siento mal, creo que voy a desmayarme, no solo por el dolor físico en el cuerpo, sino por el asco, la humillación, por los mil escupitajos que he recibido en el cerebro, por el esperma que siento salir y resbalar.
Me dejo caer al suelo. Apoyo la cabeza en el árbol, y me doy cuenta de que hasta el pelo me hace daño. […] ¿Qué hago? Me miro las manos que me he pasado por la cara, están manchadas de sangre. Me incorporo, camino al azar. El cuello de la chaqueta levantado deja fuera solo mis ojos.
Camino, doy vueltas…
Sin darme cuenta me encuentro ante una comisaría.
Recostada en la pared de la casa de enfrente me la quedo mirando un buen rato.
Pienso en lo que me espera si entro.
Veo sus caras.
Me lo pienso una y otra vez.
Luego me decido.
Vuelvo a casa.
Los denunciaré mañana
No quiero ir de víctima porque la responsabilidad es nuestra, es decir, de las mujeres, pero quiero reafirmar que la condición de la mujer es miserable históricamente. Desde luego el macho violento y potencial violador psicológico y físico nos ha oprimido, pero al mismo nivel que el Estado, la escuela o el patrón. Las mujeres tenemos que luchar contra todos estos elementos de opresión, tanto individual como colectivamente. Quiero puntualizar que ninguna violación debería quedar sin respuesta...
ResponderEliminarConozco muchos casos de compañeras que están con un tío porque se sienten incapaces de estar solas, aunque la relación sean mezquina o absurda. Tenemos mucho que cambiar. Deberíamos sentarnos a hablar y poner en común lo que nos sucede para tener estas actitudes de sumisión.
ResponderEliminarPienso que la especie humana aunque haya evolucionado tecnológicamente sigue estando muy atrasada. anclada en conductas violentas y egocéntricas que solo implican destrucción para la naturalezas y para sí misma. La violación es una buena muestra de esto.
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