6 abr 2017

Marcos Ana y otras

Por Ángel E. Lejarriaga



Aunque el título del artículo se refiere al poeta Marcos Ana (Fernando Macarro Castillo), me solidarizo con la obra de teatro «A voz ahogada» y lo generalizo a todas las personas que padecieron las prisiones franquistas por defender la libertad. La obra que cito se ha representado días atrás en el nunca suficientemente ponderado Teatro del Barrio, de Lavapiés (Madrid). Cuenta historias, anécdotas y sucesos que personas encarceladas vivieron desde la precariedad y la represión, con «dignidad, fortaleza, solidaridad, ganas de vivir y hasta de creatividad, porque tenían unos objetivos muy claros en su vida». Siento envidia por el arrojo y entrega de estos hombres y mujeres, sobre todo si les comparo con la sumisión y embelesamiento institucional post franquista que vivimos hoy en día.

«A voz ahogada» se basa en personas con nombres y apellidos, existieron en realidad. Aunque se diga que es ficción, los hechos que la han inspirado acontecieron y están documentados por los testimonios de los supervivientes. El contexto en que se desenvuelve el relato es el mundo subterráneo de las mazmorras de la dictadura, en las que se pretendía enterrar todo atisbo de resistencia e inteligencia. Para asesinar poetas no hacía falta ni conocimiento ni inteligencia solo maldad y voluntad de poder, en estos dos factores determinantes el régimen del «general» estaba muy bien dotado.

En ese ambiente de catacumba, oscuro y terrible, una serie de individuos capitaneados por Marcos Ana deciden convertir lo insólito en un acontecimiento de lucha y de proyección histórica cuya consigna sería: podemos hacer mucho más de lo que hacemos. Los protagonistas se atrevieron a realizar una función teatral clandestina, en la propia cárcel, sobre la figura, pasión y muerte del poeta Miguel Hernández. Una noche vertiginosa del año 1960 en el penal de Burgos la obra fue representada. Hubo ensayos, vestuario adecuado y, sobre todo, público (los propios presos). El aparato represivo franquista no se enteró pero el suceso trascendió más allá de los muros de la presión.

La información para elaborar el texto dramático de «A voz ahogada» está basada en los testimonios de miembros de la Associació catalana d’ex-presos politics del franquisme (ACEP). El autor de la obra, Iván Campillo, nos cuenta así el trabajo realizado:
«En las prisiones, los presos políticos tenían dos retos: por un lado, continuar la lucha contra el franquismo desde dentro, y por otro, la lucha por sobrevivir. Para luchar contra el régimen, se partía de la formación. En las prisiones se estudiaba, tanto los presos políticos como los presos comunes, los cuales convivían, todo ellos salieron con formación. Había personas muy instruidas como por ejemplo, químicos, físicos, médicos, hasta un miembro de la RAE cómo Ángel Poyatos, los cuales impartían docencia.
El Penal de Burgos era conocido por la policía como la Universidad de Moscú. Una de las actividades que realizaban era la edición de un boletín semanal; ellos mismos se fabricaban la tinta, y se reunían para leerlo. Se organizó una Comisión Jurídica donde los presos abogados enseñaban derecho penal a sus compañeros para que estos fueran mejor preparados a los juicios, y los códigos penales eran escondidos dentro de libros de Julio Verne. Se trataba de todo en un ambiente cultural y formativo que se llevaba a cabo clandestinamente. Consiguieron que en la prisión no se enteraran de actividades tan “peligrosas” como leer, y todo esto, gracias a la complicidad y la fuerza del grupo, que funcionaba como una comuna, donde cada cual tenía un papel asignado, y donde todos los roles eran necesarios y complementarios como en un puzle.»
El reparto de la obra ha estado compuesto por: Iván Campillo, Mireia Clemente, Ramón Godino, Jordi Martí y Raúl Tortosa.

Uno de los protagonistas de este relato imprescindible es Marcos Ana (seudónimo compuesto por los nombres de sus padres), nacido Fernando Macarro Castillo el 20 de enero de 1920 en Alconeda, Salamanca, y fallecido en Madrid el 24 de noviembre de 2016. Su familia estaba compuesta por jornaleros de origen muy pobre. Era el más pequeño de cuatro hermanos. Durante su infancia vivió con sus padres en Ventosa del Río Almar, Salamanca. Sus hermanos emigraron en cuanto pudieron a Alcalá de Henares, después les seguirían ellos, algo más tarde, cuando su padre consiguió trabajo en esa misma ciudad. En ese contexto de carencia de recursos materiales, su formación fue la propia de la época para los hijos de las familias obreras, es decir, escasa.

 Antes de cumplir los catorce años, comenzó a trabajar como dependiente en una tienda. Dos años después, con dieciséis cumplidos, pasó a formar parte de las Juventudes Socialistas que en vísperas del golpe de estado fascista de 1936 se convirtieron en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Nada más iniciarse la Guerra Civil Española se alistó para combatir en el batallón «Libertad» de las JSU, que estuvo situado en el frente de Peguerinos, en la sierra madrileña. Cuando se creó el Ejército Republicano y las milicias fueron militarizadas se descubrió que Fernando Macarro Castillo era menor de edad, y en consecuencia fue retirado del frente por lo que volvió a Alcalá de Henares, incorporándose a las filas del Partido Comunista de España. Su padre murió en esta ciudad durante un bombardeo de la Legión Condor (voluntarios nazis enviados por Hitler para apoyar la causa del general Franco), él mismo encontró su cadáver destrozado sobre la acera. 

En 1938, superada la mayoría de edad, se incorporó a la 44 Brigada Mixta (acuartelada en El Pardo) como comisario político. Después pasaría a formar parte de la 8ª División del Ejército del Centro como instructor de juventud. En este último destino vería el fin de la guerra. Fernando Macarro escapó hacia Alicante y ante la imposibilidad de salir de España, se entregó a una unidad italiana, la División Littorio, que en aquellos momentos estaba cercando el puerto. A partir de ese momento se inició un periplo de su vida muy largo y sombrío. 

Nada más ser hecho prisionero fue internado en el campo de concentración de los Almendros; de este paso al tristemente conocido campo de concentración de Albatera. Se escapó y se marchó a Madrid pero enseguida fue detenido, por causa de una delación. En 1941 fue condenado a muerte. Se le acusaba de ser el responsable de tres asesinatos. Su primera cárcel fue la de Porlier, en Madrid. Marcos Ana escribiría años después sobre estos primeros momentos de cautiverio:
«En mi caso personal quedé impresionado y perplejo por las acusaciones del fiscal. Me hacían responsable de hechos sucedidos en Alcalá de Henares por los que ya habían sido juzgados muchos compañeros y algunos de ellos fusilados. Era la práctica habitual en aquella época confusa, especialmente en los pueblos: imputar a los dirigentes más conocidos la responsabilidad de todo lo ocurrido en el lugar.»
Dos años después fue juzgado de nuevo y se le volvió a condenar a muerte. Parece ser que con la primera condena no bastaba. Tuvo dos condenas a muerte.

Su mente inquieta aprovechó los resquicios que le proporcionaba el sistema penitenciario, y si no los había se los inventaba, para crear en la cárcel de Porlier un periódico, Juventud, corría el año 1943. Esta loable iniciativa le costó cara, fue severamente torturado en la Dirección General de Seguridad, sede actual de la Comunidad de Madrid. La pena de muerte le fue conmutada por una pena de treinta años de reclusión. De Porlier fue trasladado al penal de Ocaña en 1944. A continuación pasaría por la cárcel de Alcalá de Henares para terminar su recorrido penitenciario en el penal de Burgos en 1946 donde permanecería hasta el año 1961. No fue ejecutado por ser menor de edad en el momento en el que cometió los supuestos delitos por los que fue juzgado.

Si bien no había ido apenas al colegio, en la cárcel encontró todo lo que podía necesitar para adquirir una formación ilustrada de alto nivel. Durante su condena convivió con el periodista Eduardo de Guzmán, director del periódico anarquista Castilla Libre; con el director del periódico del PCE, Mundo Obrero, Manuel Navarro Ballesteros; con el director de la Asociación de la Prensa de Madrid, Javier Bueno; con el escritor Antonio Buero Vallejo (al que conoció en la cárcel de Porlier, que le presentó a Miguel Hernández), y un largo etcétera; personajes todos ellos que enriquecerían su vida enclaustrada.

La vida en prisión no fue fácil ni para él ni para nadie en aquellos tiempos, las palizas, las humillaciones y la incomunicación, eran el pan de cada día. Pero, a pesar de ello, su voluntad se mantuvo firme y se dedicó a leer todo lo que caía en sus manos que aunque parezca mentira era mucho. Primero leyó a los clásicos españoles, luego, cuando las medidas penitenciarias se relajaron, ya en los años cincuenta, a autores como Rafael Alberti, Miguel Hernández o Federico García Lorca. Naturalmente, estos libros entraban en la prisión de manera clandestina y eran camuflados en el interior de otros libros autorizados.


En esa época comenzó a escribir poesía. También es el momento en que nace su pseudónimo, Marcos Ana. Sus poemas salían de la prisión y eran difundidos fuera de España por figuras de la literatura como Rafael Alberti. Su poesía tenía un objetivo expresivo y militante, es decir, enardecer a los resistentes, animándoles a mantenerse firmes en su lucha antifascista.

En 1961 el gobierno franquista promulgó un decreto por el que se ordenaba poner en libertad a aquellos presos que llevaran más de veinte años encarcelados. El 17 de noviembre él fue el único preso liberado. Entró en la cárcel con 19 años y salió con 42. Había cumplido condena durante 24 años de manera continuada. Su salida de prisión había estado precedida de una campaña internacional que contó con el apoyo de Rafael Alberti y Pablo Neruda, esto hizo que la puesta en libertad de Marcos Ana tuviera una gran repercusión mediática fuera del país. Para contrarrestarla, el Ministerio de Información y Turismo, cuyo máximo responsable era Manuel Fraga Iribarne, el gran «demócrata» de La Transición, iniciara una campaña de contrainformación contra él, publicando un folleto Marcos Ana, asesino. Dicho folleto estuvo presente en todos los países que visitó Marcos Ana para denunciar la represión franquista, difundido por las embajadas de España. En el momento de su liberación, tenía un libro publicado en Brasil por unos amigos, Poemas desde la cárcel.

Marcos Ana se instaló en París con la misión de hacer propaganda contra el régimen franquista y apoyar a los presos políticos que todavía permanecían en las cárceles españolas a través de El Centro de Información y Solidaridad con España. Esta asociación tuvo como presidente al mismísimo Pablo Picasso al que acompañaron personalidades de la escena cultural francesa como Jean Paul Sartre, Yves Montan y Michel Piccoli, entre otros. Desde París su tarea se extendió por todo el mundo, dando conferencias por aquellos países donde le querían escuchar y conocer su causa, la causa antifascista.

Lo que le costó más al salir de la cárcel fue precisamente asumir que estaba libre, como un pájaro que ha nacido en cautiverio y al que le es difícil volar al ser liberado. Algo parecido le sucedió a él: «mis ojos sufrían con la luz del sol y me mareaba en los espacios abiertos.»

Hasta la muerte del dictador, Marcos Ana estuvo asociado a la línea del PCE más antisoviética y socialdemócrata. En 1976 volvió a España y realizó las tareas que le encomendó el PCE; siempre fue un hombre fiel al «partido», aunque reconoció en sus memorias: «Hay libertad, pero si no va ligada con la justicia es un fracaso. La Transición dejó pendientes muchas cosas.» Murió a los noventa y seis años de edad.

Después de su muerte este «hombre bueno» fue homenajeado por la gente que le quería más por muchas otras personas que le reconocían como superviviente de un ápoca que todavía no ha terminado; pero, además, se le lloró porque era una buena persona, especie poco común en nuestra tierra. En uno de los variados artículos que leí referido a su figura se narraba la siguiente anécdota digna de ser repetida:

(Cuando salió de la cárcel nunca había tenido relaciones sexuales con una mujer.)
«Con sus mejores intenciones, un amigo le llevó una noche a un cabaré, llamó a una chica, le metió quinientas pesetas en el bolsillo y le dio las instrucciones: “Para que pases la noche con mi amigo”. “Se llamaba Isabel y era morena, de ojos grandes, hermosísima…”, recordaba Marcos Ana. Fue incapaz de tocarla. Al final, decidió contarle su historia. Marcos e Isabel pasaron la noche juntos, hablando. Cuando, al volver a casa, descubrió que le había vuelto a meter las quinientas pesetas en el bolsillo, Marcos deshizo corriendo el camino hasta ella. Pero antes de llegar a su pensión, decidió que si aquel día pagaba arruinaría para siempre el recuerdo de la noche anterior. Entró en una floristería y pidió quinientas pesetas en flores. En la tarjeta escribió: “Para Isabel, mi primer amor”.» (Natalia Junquera / El País)
Al día de hoy todavía no se ha recopilado toda su obra poética si bien existen numerosas ediciones, tanto en España como fuera de ella. En Venezuela existe una recopilación. Su libro de memorias Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida ha sido el que le ha dado mayor notoriedad fuera del ámbito de influencia del PCE-IU.

Obras:
  • Poemas desde la cárcel. Brasil. 1960.
  • Marcos Ana, en colaboración con Luis Alberto Quesada y Jesús López Pacheco (1961). España a tres voces. Buenos Aires: Ediciones Horizonte.
  • Las soledades del muro. Akal. 1977.
  • Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida. Barcelona: Umbriel. 2007
  • Poemas de la prisión y la vida. Barcelona: Umbriel testimonios. 2011
  • Vale la pena luchar. Espasa libros. 2013


Decidme cómo es un árbol

Decidme cómo es un árbol,
contadme el canto de un río
cuando se cubre de pájaros,
habladme del mar,
habladme del olor ancho del campo,
de las estrellas, del aire,
recítame un horizonte sin cerradura
y sin llave como la choza de un pobre,
decidme como es el beso de una mujer,
dadme el nombre del amor
no lo recuerdo.
Aún las noches se perfuman de enamorados
que tiemblan de pasión bajo la luna
o ¿sólo queda esta fosa?,
la luz de una cerradura
y la canción de mi rosa.
22 años, ya olvidé
la dimensión de las cosas
su olor, su aroma.
Escribo a tientas el mar,
el campo, el bosque, digo bosque
y he perdido la geometría del árbol.
Hablo por hablar asuntos
que los años me olvidaron,
no puedo seguir,
escucho los pasos del funcionario.


Mi corazón es patio

La tierra no es redonda:
es un patio cuadrado
donde los hombres giran
bajo un cielo de estaño.

Soñé que el mundo era
un redondo espectáculo
envuelto por el cielo,
con ciudades y campos
en paz, con trigo y besos,
con ríos, montes y anchos
mares donde navegan
corazones y barcos.
Pero el mundo es un patio.
Un patio donde giran
los hombres sin espacio.

A veces, cuando subo
a mi ventana, palpo
con mis ojos la vida
de luz que voy soñando.
Y entonces digo: “El mundo
es algo más que el patio
y estas losas terribles
donde me voy gastando”.
Y oigo colinas, libres
voces entre los álamos,
la charla azul del río
que ciñe mi cadalso.
“Es la vida”, me dicen
los aromas, el canto
rojo de los jilgueros,
la música en el vaso
blanco y azul del día,
la risa de un muchacho.

Pero es soñar despierto.
Mi reja es un costado
de un sueño que da al campo.

Amanezco, y ya todo
—fuera del sueño— es
patio:
un patio donde giran
los hombres sin espacio.

¡Hace ya tantos siglos
que nací emparedado,
que me olvidé del mundo,
de cómo canta el árbol,
de la pasión que enciende
el amor en los labios,
de si hay puertas sin llaves
y otras manos sin clavos!

Yo ya creo que todo
—fuera del sueño— es patio.
Un patio bajo un cielo
de fosa, desgarrado,
que acuchillan y acotan
muros y pararrayos.
Ya ni el sueño me lleva
hacia mis libres años.
Ya todo, todo, todo
—hasta el sueño— es patio.

Un patio donde gira
mi corazón, clavado;
mi corazón desnudo;
mi corazón clamando;
mi corazón que tiene
la forma gris de un patio.

Un patio donde giran
los hombres sin descanso.


Mi casa y mi corazón (sueño de libertad)

Si salgo un día a la vida
mi casa no tendrá llaves:
siempre abierta, como el mar,
el sol y el aire.

Que entren la noche y el día,
y la lluvia azul, la tarde,
el rojo pan de la aurora;
la luna, mi dulce amante.

Que la amistad no detenga
sus pasos en mis umbrales,
ni la golondrina el vuelo,
ni el amor sus labios. Nadie.

Mi casa y mi corazón
nunca cerrados: que pasen
los pájaros, los amigos,
el sol y el aire.





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