29 jun 2017

Un lector llamado Federico García Lorca

Por Ángel E. Lejarriaga



No voy a glosar ahora la figura del poeta granadino Luis García Montero (1958), pero sí alabar su obra Un lector llamado Federico García Lorca (2016). La idea que subyace en el doctoral texto es que «Todos nosotros somos, en esencia, aquello que leemos».

García Montero era un adolescente cuando descubrió un libro en la biblioteca de su padre, «un recinto sagrado», que contenía las obras completas de Federico García Lorca. A partir de ahí, y el contacto con dicho libro, comenzó a visitar, más bien a merodear, la casa de la familia de Federico en la Huerta de San Vicente, que estaba cerrada pero no deshabitada, pues en ella entabló amistad con sus guardeses María y Evaristo, que admirados por la persistencia de Luis accedieron a dejarle penetrar en el santuario Lorquiano. A partir de ese innegable paso adelante en la acechanza de la vida y obra del poeta granadino, conoció su habitación y sus libros. Todo estaba intacto, como si el tiempo se hubiera suspendido. En una de esas visitas encontró un libro que estaba subrayado y anotado por Federico. Tal vez en ese momento se gestó un reto, consciente o inconsciente, que ha tardado décadas en fraguarse.

Este libro persigue o reconstruye el saber y estar de Federico García Lorca a través de sus lecturas, y de paso, revisa lo que vivió a partir de ellas y lo que escribieron sus contemporáneos sobre él.

La tesis de Luis García Montero es que Lorca era fruto de sus lecturas. Yo añadiría a ese aserto que sus lecturas no hubieran sido suficientes sin su genio y su personalidad, caracterizada esta por la sensibilidad, la creatividad y la solidaridad con los desposeídos, a los que era muy cercano, a pesar de proceder de una familia acomodada e ilustrada.

Lorca es un símbolo, lo fue antes que lo asesinaran y lo es hoy en día. Él se adelantó a su tiempo con un talento que no parecía tener límites. Sus obras son veneradas y estudiadas en todo el mundo; y su poesía sobrecoge a aquellas personas que se aproximan a ella desde la inmersión en la fantasía, la sutileza y la tragedia que refleja muy bien España y su abandono endémico.

Enfatizo su genialidad innata y, tal vez, García Montero no estará de acuerdo del todo conmigo porque piensa y escribe que Lorca tenía oficio, no todo le había caído a través de la herencia genética. Es cierto, no puedo negarlo. En sus primeros textos juveniles ya se observan reflejados sus extensos conocimientos literarios, tanto clásicos como contemporáneos. En síntesis, por muy talentoso que naciera Federico, él se trabajó a sí mismo su intelecto, con una determinación casi obsesiva por la lectura, la cual no forjó un carácter pero sí le dotó de herramientas para comprender mejor la sociedad de su tiempo tanto en la península Ibérica como en el mundo.

Luis García Montero hace un recorrido de lecturas de juventud y madurez de Lorca, con ambición de niño grande que quiere comprender a su hermano poeta, y persigue sus pasos por su Granada adorada, por sus libros, por sus escritos; se regocija en su inmersión en ese viaje que ha durado muchos años: «la poesía no fue nunca un ámbito de autosuficiencia para alcanzar la plenitud, sino un modo de asumir y bregar de manera ética con las contradicciones de la vida», nos señala con lucidez.

Algunos ensayos sobre Federico García Lorca tachan al poeta de inculto y de no estar a la altura de su generación, entre otras cosas porque sus estudios académicos fueron bastante indisciplinados y en vez de someterse a la rutina de la facultad, prefirió la escuela de la calle, del pueblo y de los libros, factores con los que se hermanaba en una simbiosis única. Muy al contrario de lo que se ha dicho de Lorca, los datos en manos del otro García, Luis García Montero, indican que la formación literaria del poeta era sólida y muy por encima de la media de los personajes doctos que lo criticaron con maledicencia y prejuicios significativamente homófobos.

Las ansias culturales de Lorca no surgieron por generación espontánea, estaban arraigadas en sus padres, representantes de una clase, que si bien no era popular, si consideraba que era necesaria una regeneración en el país, una modernización profunda, y esee progreso solo podía llegar a través de la educación y la cultura.

Pepe Ribas, el día que se presentó la revista Ajoblanco en Madrid, en junio de este año, dijo algo parecido. Solo se conseguirá que la sociedad avance a través de la Cultura y la educación. Esta esperanza realista la soñó Lorca y tomó forma material con La Barraca, llevando el teatro a lugares recónditos de nuestros territorios.
La alocución de Fuente Vaqueros (1931):
«¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras.»
La presentación de este libro en la librería La libre, de Leganés, en Madrid, me inspiró este poema que quiero compartir.

Poetas

A Luis García Montero

Nuestros pasos sudan prisa
cuando el poeta espera
en una mesa tan pequeña
que no acoge su cuerpo de fauno.

La tarde está abierta,
con los ojos destemplados
de un sol de febrero,
apretamos los dientes
y abandonamos nuestras calaveras
sobre asientos heridos por el tiempo,
incómodos pero suficientes.
Suspiramos satisfechos,
con apetito de las palabras sabias
del hombre sencillo,
cuya sonrisa abriga las almas quemadas
por tanta necedad.

Su mirada alegre nos redime
de nuestro devenir incierto
colmado de cloacas sucias,
calles desoladas
y astros sin luz.

Él habla atrayente
en tanto soñamos con Granada
y con el Darro
y ponemos alas a la imaginación
para embriagarnos de literatura
y de la vida de ese otro poeta amado,
patrón de poetas,
perdido en una de las cunetas de la Historia.

Cierro los ojos
y el corazón me late descompuesto
ante la imagen firme de la Torre de la Vela,
señora de la Alhambra,
iluminada por las pupilas de fuego de Federico,
que armado con pluma y papel,
escribe un poema universal.

Al despertar
me encuentro con el poeta vivo
que no es Federico,
que se llama Luis,
dulce y amargo,
que con su hambre de sentimientos
me invita a cambiar el mundo
con el embeleso de sus versos.

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