26 abr 2019

La araña negra

Por Ángel E. Lejarriaga



Mucho me temo que el ilustre valenciano don Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) si no está olvidado —suceso imposible porque consta en la historia de la literatura española— sí que es poco leído. Hasta cierto punto es comprensible en un país que no lee demasiado, salvo el wasap; por exclusión se prescinde de los clásicos contemporáneos para dar prioridad a autores vivos.

En cualquier caso, Vicente Blasco Ibáñez es más que un escritor al uso, es un personaje digno de ser reseñado y revisado, sobre todo en estos tiempos decadentes y desmemoriados en los que no se valoran demasiado los esfuerzos de nuestros antepasados por lograr un país moderno y progresista; Blasco Ibáñez fue uno de ellos.

Hijo de los aragoneses Gaspar Blasco y doña Ramona Ibáñezcomenzó con buen pie su entrada al mundo pues según cita en sus memorias, de los vagos recuerdos que conservaba de su infancia uno de ellos era una insurrección de la que fue testigo en su propia calle cuando contaba seis años de edad. Dicha insurrección denominada la “Rebelión cantonal”, se produjo durante la Primera República Española a caballo entre los años 1873 y 1874, entre julio y enero. Los responsables de la misma fueron republicanos federalistas “intransigentes” que pretendían proclamar de manera taxativa una República Federal sin pasar por las Cortes, que en ese momento tenían en marcha una Constitución Federal, auspiciada por el Presidente de la República Francisco Pi y Margall. La algarada no acabó bien, hubo varios cambios de presidente de la república y al final fue sofocada de manera sangrienta. Una semana después se produjo el golpe de estado del general Manuel Pavía que puso punto y final al régimen republicano. Las hostilidades se iniciaron el 12 de julio en Cartagena. Unos días antes en Alcoy se había producido otro levantamiento de carácter anarquista promovido por la Asociación Internacional de Trabajadores, que se había extendido por Valencia, Andalucía y Murcia. Tal revuelta se denominó “La revolución del petróleo” porque acabó incendiado el Ayuntamiento de la localidad de Alcoy y algunas casas colindantes (1). Digamos que don Vicente, entonces niño, tomó una nota memorística que iba a influir y mucho en sus escritos posteriores. Esta influencia no es una ficción aunque lo pueda parecer, sus primeras lecturas fueron La historia de los girondinos (1847) de Alphonse Marie Louis Prat de Lamartine (1790-1869) y Los miserables (1862) de Víctor Hugo (1802-1885). Según los biógrafos de Blasco Ibáñez, a temprana edad tenía muy claro que iba a ser “escritor revolucionario” (2). De esas lecturas pasó en cuanto tuvo edad a participar en tertulias literarias que, evidentemente, formaron parte de su instrucción personal y futuras tendencias políticas.



Con dieciséis años fundó un semanario de corta vida, El Miguelete, a su nombre, pues no tenía edad para ello, por lo que tuvo que contar con la colaboración de un amigo de profesión zapatero que compartía sus inquietudes políticas y literarias. Después fundaría El Turia. Los años posteriores los dedicó a la formación académica, estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Valencia aunque nunca llegó a ejercerla. En esa época se mostró bastante activo como republicano y anticlerical. Asistía regularmente a las reuniones del Partido Republicano Federal y destacaba como orador. Las preocupaciones de Blasco Ibáñez no estaban centradas en el internacionalismo (marxista o antiautoritario) que imperaba entonces sino en la precariedad mental y material de la gente humilde de Valencia. Su obsesión perseguía despertar conciencias, educar y denunciar el abandono del pueblo, defendiendo intervenciones políticas que condujeran a la mejora en su calidad de vida. En 1887 dirige el periódico republicano federal La Revolución. En 1888 acaba la carrera de derecho.

Sus primeros problemas con las autoridades comienzan en 1890 debido al llamamiento al boicot que hace desde el periódico La Bandera Federal (fundado y dirigido por él) a la visita a Valencia del marqués de Cerralbo, líder carlista. Acusado de injurias tiene que esconderse primero y después huir a París donde residirá durante un año aproximadamente. Su labor como periodista está en marcha y colabora con los medios que aceptan sus crónicas. A su vuelta a España, debido a una amnistía, se presenta a las elecciones de 1891. Desde esa fecha hasta 1905 se dedicó por entero a la política (3). Fue elegido diputado a Cortes en siete ocasiones, entre los años 1898 y 1907, representando al partido Unión Republicana. En 1894 fundó el periódico El Pueblo en el que escribió de manera incesante tanto artículos de opinión como noticias de su tierra y folletines relacionados con la vida del pueblo llano, con los que pretendía hacer pedagogía.


Sus inquietudes políticas no se quedaron ahí sino que alrededor de su figura se formó un movimiento sociopolítico en Valencia que suponía una ruptura en la forma de hacer política del momento. La organización del mismo partía de los casinos republicanos distribuidos por la ciudad, donde se realizaban reuniones, todos ellos empujados por las consignas del diario El Pueblo. Dichos casinos desarrollaban una actividad intensa centrada en la extensión de la cultura y el debate político.


A este movimiento se le denominó “blasquismo” en honor a su dinamizador, y defendía el reformismo económico, el anticlericalismo y, por supuesto, el republicanismo. Su línea ideológica era bastante semejante a la desarrollada durante la Revolución Francesa por los “sans-culottes”; estos defendían que “la soberanía popular no se delega, sino que se ejerce” (4). El movimiento se mantuvo vigoroso hasta 1933.


Este activismo tuvo sus costes en Vicente Blasco Ibáñez y fue detenido y encarcelado en numerosas ocasiones. Si en 1890 tuvo que exiliarse en París durante un año, hasta que fue amnistiado, tras la publicación en 1892 de una novela dirigida contra la Compañía de Jesús, La araña negra, fue encarcelado brevemente. En 1896 tuvo que huir a Italia por hacer proclamas contra la guerra de Cuba, regresó a los pocos meses y fue encarcelado otra vez durante todo el invierno de 1896 a 1897 en la cárcel de San Gregorio. Vuelve a entrar en prisión en 1898 por llamar a la movilización contra una fábrica de gas local.


Todas estas, en principio, desventuras él las supo sortear a su modo, aprovechó el tiempo de exilio y encarcelamiento para escribir compulsivamente. De su estancia en Italia surge En el país del arte (1896), una auténtica guía para viajar por este país. En la cárcel de San Gregorio nace El despertar de Budha (1897). Pero escribe muchas más como Arroz y tartana (1894), La barraca (1895), Entre naranjos (1900), Cañas y barro (1902), La catedral (1903), La bodega (1905) o La horda (1906), entre otras. Su forma de escribir es “naturalista”, es decir, intenta describir la realidad con objetividad, en todos sus aspectos. Precisamente, su posicionamiento político intenta trascender esa situación para hacer progresar a la sociedad desde su condición presente oscura y miserable.

En 1914 funda la editorial Prometeo en compañía de su amigo Francisco Semper. Esta editorial se dedica a publicar a escritores contemporáneos y clásicos, y lo hace a un precio económico para que las clases populares puedan adquirirlos (5).

Tras una escisión en el movimiento “blasquista” por disensiones internas, en 1908 renuncia a su escaño en las Cortes y se retira de la vida política, actividad que retomará durante la dictadura de Primo de Rivera.

Instalado en Madrid frecuenta la vida nocturna que impera en la capital del reino, y conoce a Carmen de Burgos. En esa época viaja a Oriente. En 1908 publica una novela que le daría fama internacional: Sangre y arena. Esta obra entra en contradicción directa con lo que había opinado siempre sobre la tauromaquia, a la que había criticado de manera reiterada en El Pueblo. En ella narra la vida del torero Manuel García Cuesta “El Espartero”, y lo hace a la usanza “española”: “charanga y pandereta”.

Un año después viaja a Argentina y a Chile, y da una serie de conferencias que le generan beneficios económicos significativos.

Es en el continente sudamericano donde concibe una idea que se convertirá en un proyecto en el que invertirá gran parte de sus recursos. Compra tierras en la Patagonia y lleva trabajadores valencianos a cultivarlas, con la promesa de que podrían comprarlas al cabo de diez años con los beneficios que obtuvieran de la explotación de las mismas. Las dos colonias fundadas recibieron el nombre de “Nueva Valencia” y “Cervantes”. El proyecto acabó de mala manera y Vicente Blasco Ibáñez regresó a España en 1913 prácticamente arruinado; no obstante, su temperamento le impidió arredrarse y miró al futuro con el entusiasmo que le era propio.
«Los trabajos de irrigación de aquellas tierras salvajes se alargaron y pasó el tiempo sin que se recogiera cosecha alguna. Hacer frente a los pagos más elementales se convirtió en un problema angustioso y la situación se hizo insostenible cuando el Banco de Corrientes quebró. Blasco procedió a la liquidación consumiendo en ellos todos sus ahorros. Vendió la casa de su padre y dio orden de que se hiciera lo mismo con el chalé de la Malvarrosa, que tanto estimaba; pero su mujer, de la que vivía prácticamente separado, se negó.» (Roig, 2000)
A partir de ese momento necesita urgentemente dinero y se dedica a hacer lo que mejor sabe, escribir, y lo hace de manera apremiante. En París se publica casi todo lo que sale de su pluma. Además, en Valencia inicia una edición en fascículos sobre la Historia de la guerra europea, que se había iniciado en el año 1914; él se había manifestado abiertamente a favor de los ejércitos aliados.

 Dos años después se publicaría la novela que le haría rico: Los cuatro jinetes del Apocalipsis, a la que seguirían en 1918 Mare Nostrum y en 1919 Los enemigos de la mujer. Estas tres novelas formarían la denominada trilogía de “La Gran Guerra”. Los cuatro jinetes del Apocalipsis ha sido incluida en la lista de las cien mejores novelas en español del siglo XX (6). En 1921 saltó al cine, teniendo como protagonista a Rodolfo Valentino. En esos años la fama de Vicente Blasco Ibáñez ya es universal. En los EEUU se le nombra doctor honoris causa por la Universidad de Washington. Ese mismo año vuelve a España y es recibido en Valencia por el pueblo de una manera calurosa, que no le ha olvidado. Se instala temporalmente en la Costa Azul y sigue escribiendo sin cesar. Fruto de ese entusiasmo es La vuelta al mundo de un novelista, publicada en tres volúmenes en los años 1924 y 1925. Esta obra es el resultado de un largo viaje que realizó alrededor del mundo durante seis meses en 1923, poco después de instalarse en la Costa Azul. En esos días, en concreto el 13 de septiembre de 1923, el general Primo de rivera da un golpe de estado con el beneplácito del rey Alfonso XIII. A partir de ese momento Vicente Blasco Ibáñez vuelve a la militancia política; para ello elige anunciarlo públicamente en el homenaje anual que se le hace a Émile Zola en su tumba parisina; su discurso se pública en los principales diarios europeos. En 1924 se edita en París Una nación secuestrada (El terror militarista en España) que será el principio de otros textos con los que denunciará el régimen dictatorial de Primo de Rivera (7). Para llegar a más público crea y promociona la revista España con honra en la que los exiliados de la dictadura pueden expresarse con entera libertad; además, renuncia a su candidatura en la Real Academia de la Lengua Española. Si bien ya tenía bastantes enemigos entre la rancia clase política que apoyaba a la dictadura, con su posicionamiento radical contra la misma, se inicia una campaña de desprestigio que culmina con la destrucción de la placa con su nombre de la calle que había en Valencia, en su honor. No hay que asustarse por ello, esto es España.

No llegó mucho más lejos nuestro querido escritor y viajero impenitente, pues el 28 de enero de 1928 una neumonía lo mató a la edad de sesenta y un años en Fontana Rosa.

La obra literaria de Blasco Ibáñez es ingente, he contabilizado setenta libros y pienso que me quedo corto. Algunas de sus obras ocupan varios volúmenes. En ellas toca la novela, la narración corta, el ensayo socio político, los libros de viajes, la Primera Guerra Mundial y otros sucesos históricos, el género de aventuras y las traducciones.

La araña negra (1892), como ya ha contado al principio, le resultó cara al autor, aparte de ser prohibida su publicación, fue perseguido por atacar a la Compañía de Jesús. Los “tentáculos” de esta secta se extendían a “todos los ámbitos de la sociedad” y sus ansias de poder eran ilimitadas. Desde luego, es un auténtico folletín de dos tomos que más tarde repudiaría por considerarla poco objetiva. El estilo tiene un tinte romántico propio de la juventud del autor ―contaba veinticinco años―, que con el tiempo se irá convirtiendo en realismo. En ella hay contextualización histórica, aparece Fernando VII y sus consejeros jesuitas; hay costumbrismo, se describe bien la vida cortesana de Madrid y lo que ocultaba debajo de la alfombra: miseria, corrupción y podredumbre; desde este último punto de vista, está cargada de una intensa denuncia social; también hay partes que rebosan sensualidad y, por supuesto, mucha aventura. Hay que entender este texto desde el profundo anticlericalismo que caracterizaba a Blasco Ibáñez. En realidad, tanto en aquella época como en esta, cualquier persona con espíritu crítico que se considere progresista tiene que manifestarse anticlerical si quiere mostrar un atisbo de coherencia con esa visión de cambio que presuntamente defiende el progreso. La Iglesia y sus sectas han sido y son un poder fáctico que gobierna en la sombra del Estado, y deben, necesariamente, ser denunciadas. Además, Blasco Ibáñez era un gran estudioso de los mecanismos que utilizaba la Iglesia para lucrarse. Este es el contexto en el que se desenvuelve la novela. Nos sitúa en los inicios del siglo XIX y nos cuenta una historia siniestra gestada alrededor de la familia Baselga que estaba relacionada con la Compañía de Jesús. Dicha secta, teje alrededor de la fortuna familiar de los Baselga una auténtica tela de araña con el fin de apropiarse de la misma. La narración se inicia en la juventud del Conde de Baselga y concluye con su nieta.
“El resultado es una vasta y articulada novela popular, apasionante, tumultuosa, escandalosa, veleidosa, moralizante y didáctica, que ha sabido atraer a multitud de lectores no sólo españoles y no sólo proletarios y semiaculturados. De la extraordinaria resonancia que La araña negra tuvo en las clases populares valencianas dejó testimonio Just Gimeno, al evocar las veladas invernales de lectura familiar en los hogares republicanos, con la mujer y los hijos reunidos alrededor del lector, entre interrupciones que se aprovechaban para apostillar el relato con vivos comentarios. El propio Pío Baroja, vecino de Valencia en 1892, recordaba la novedad publicitaria de este folletín cuyo título se estampaba en las piedras de las calles, mediante un sello grande de hierro entintado en azul.” (Cecilio Alonso)
 

NOTAS:

1. Cerdá, Manuel (1988). “Las clases trabajadoras. La I Internacional”. En Manuel Cerdá (dir.). Historia del pueblo valenciano. Valencia, pp. 715-724.

2. Reig, Ramiro (2000). “Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928). Promotor de rebeldías”. En Burdiel, Isabel; Pérez Ledesma, Manuel. Liberales, agitadores y conspiradores. Biografías heterodoxas del siglo XIX. Madrid: Espasa Calpe.

3. Fernández, Pura (2002). “Las Cortes de Cádiz en la historiografía del republicanismo finisecular: Vicente Blasco Ibáñez y Enrique Rodríguez Solís”. Cuadernos de Ilustración y Romanticismo. Cádiz: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz.

4. Magenti, Silvia (1987). “El problema religioso en la primera década del siglo XX : ‘Clericalismo’ y ‘Anticlericalismo’ en la ciudad de València". Saitabi (Valencia: Universitat de València).

5. Folguera, Pilar et al. (coords.) “El legado de una editorial emblemática: Prometeo (Valencia, 1914)”. “Pensar con la historia desde el siglo XXI”. Madrid, UAM, pp. 1621-1635, 2015.




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