13 jun 2019

Mujer en guerra


Por Ángel E. Lejarriaga



Maruja Torres, nombre de “guerra”, nunca mejor dicho, de María Dolores Torres Manzanera (1943), natural de Barcelona; es una escritora excepcional que sin ir de diva ha encontrado un hueco, primero en el periodismo, el de verdad, y luego en la narrativa. Quizá ambas formas de contar sean lo mismo, pero ella lo del periodismo siempre se lo ha tomado muy en serio. Solo la debilidad física que la atrapó en un momento crítico de su vida logró apartarla del mismo, no del todo, pero sí de ese periodismo que se hace sumergiéndose en un conflicto a tumba abierta, cueste lo que cueste.

Sus orígenes sociales han sido humildes, aunque ella siempre haya sido grande. Nació en el barrio barcelonés del Raval. Sus padres eran emigrantes de Murcia. La formación que pudo adquirir fue más bien escasa; taquimecanografía y algo de contabilidad, lo suficiente para buscar trabajo de manera perentoria. Su primer empleo, con catorce años, fue en los almacenes Capitolio. Allí no permaneció mucho, iniciando un rosario de empleos insustanciales alejados de su ambicioso mundo interior. En 1964, cuando contaba veintiún años y carecía de certificado de estudios primarios, entró a trabajar como administrativa en la redacción del periódico La Prensa, y todo gracias a una carta que escribió a ese diario, y que llegó a las manos de la escritora Carmen Kurtz que en ese momento “tenía el consultorio más avanzado de la presa española a la altura de cualquier consultorio sociológico, que no tenía nada que ver ni con consejos del corazón ni con recetas de cocina”. (Maruja Torres). Carmen Kurtz intuyó de inmediato el talento que poseía y le dio la oportunidad de desarrollarlo. A partir de ahí, no sin altibajos y bastante sufrimiento, comenzó a hacer lo que le gustaba de verdad, ser periodista, con un instinto que ya quisieran la mayoría de los supervivientes de los medios de comunicación actuales, jóvenes o veteranos, si es que de estos últimos queda alguno empleado.

Primero entró a trabajar en la revista Garbo, La Prensa se le quedaba pequeño. A continuación entró en la revista Fotogramas, su primer impulso hacia arriba; y colaboró también en prensa satírica como El Papus o Por Favor; además, metió cabeza en La Calle; hasta que en 1979 logró dar otro salto cualitativo al formar parte de dos medios periodísticos importantes: Tele eXprés y Mundo Diario. En ellos estuvo hasta 1981. Ese año se produjo un cambio radical en su vida profesional, abandonó su querida Barcelona, donde se había forjado su curriculum vitae periodístico “rosa”, más cercana a Truman Capote que a la profesional atrevida, que ponía en riesgo su vida para conseguir los mejores reportajes, que sería después.

Entre 1982 y 1984, instalada en Madrid, colaboró con El País y con TVE, realizando entrevistas que la hicieron destacar en el sector audiovisual. Las relaciones con El País no fueron muy fluidas y cuando se le presentó la oportunidad pasó a formar parte de la plantilla de Diario 16 con una columna diaria de renombre. En este diario elaboró bastantes reportajes de investigación, introduciéndose en ambientes calientes que cuestionaban su propia seguridad; le gustaba conocer los hechos desde dentro. De ese modo, no tuvo ningún inconveniente en convertirse en gitana o codearse con legionarios. Su experiencia en Diario 16 mejoró su caché lo que le permitió regresar al diario El País en 1986 por la puerta grande.

Si bien el oficio de periodista lo había aprendido y desarrollado con solvencia, la narrativa la llamaba, es decir, deseaba escribir algo más extenso. En un primer momento, se preguntó si le sería posible ejecutar esa inmersión, más allá de una entrevista, una columna o una crónica. La respuesta fue obvia, lo hizo. El mismo año que regresó a El País publicó ¡Oh es él! Viaje fantástico hacia Julio Iglesias, libro al que seguiría en 1991 Ceguera de amor. Su talento como escritora ya se había convertido en un hecho y entre 1993 y 1999 publicó seis libros más: Amor América: un viaje sentimental por América Latina (1993), Como una gota (1995), Un calor tan cercano (1998) y Mujer en guerra. Más másteres da la vida (1999). A partir del año 2000, el reconocimiento de Maruja Torres creció exponencialmente. Se inició ese mismo año con la concesión del Premio Planeta a su novela Mientras vivimos. En 2004 se publicó Hombres de lluvia y en 2007 La amante en guerra. En el año 2009 recibió el Premio Nadal por su novela Esperadme en el cielo. A estas obras hay que añadir: Fácil de matar (2011), Sin entrañas (2012), Diez veces siete (2014) y Manuela Carmena en el diván de Maruja Torres (2015).

La vida de Maruja Torres ha sido intensa a todos los niveles, tanto en el amor, como en la pasión que ha puesto en su profesión de periodista. Cubrió la invasión de Panamá en 1989 y presenció la muerte durante la misma de un compañero a manos de la soldadesca norteamericana, el fotógrafo Juantxu Rodríguez. Pero estuvo en otros muchos lugares, en Nicaragua, en Argentina, en Chile, en Haití, en Guatemala… Su amor por Beirut es incuestionable; allí vivió de cerca el enfrentamiento bélico que sostuvieron las fuerzas militares israelíes y los milicianos de Hezbolá. De hecho, residió una larga temporada en esa ciudad.

En el año 2013 se marchó del periódico El País. Lo hizo con mucha dignidad, sabedora de que la nueva dirección, más centrada en los datos económicos que en hacer periodismo, había decidido prescindir de ella. Maruja Torres se anticipó a esa decisión.

Como he mencionado unas líneas más arriba, antes de lanzarse a sus interminables viajes en busca del reportaje “perfecto”, Maruja Torres vivió con divertimento y mucho humor el mundo de la farándula rosa, nacional e internacional. También se codeó con ilustres personajes de la vida literaria de nuestro país como Manuel Vázquez Montalbán o Terenci Moix; con este último compartió, desde la adolescencia, amistad, sueños y cine, sobre todo mucho cine.

Mujer en guerra cuenta todo esto que he ido desgranando desde la primera línea, es decir, su vida, sus altibajos, tanto económicos como profesionales y, por supuesto, emocionales. Su transformación en una mujer nueva, bastante alejada de la que la sociedad machista de su tiempo vendía como ideal. Colocó su existencia en manos de su gran amor: el periodismo. Con él entró en contacto con personajes universales como Marcello Mastroianni o John Le Carré, Sara Montiel o Joan Manuel Serrat.

Estas memorias contenidas en Mujer en guerra se convierten en entrañables desde el instante en que Maruja Torres se desviste ante el lector, siempre dentro de los límites que establece su pudor. Pero sobre todo, nos manifiesta que sabe de lo que habla, que conoce bien lo que es ser periodista y lo que no lo es; aparte, desde luego, de su talento todo terreno: es capaz de escribir sobre cualquier tema sin desmelenarse. Hace mucho hincapié en lo que se ha convertido el periodismo: en un objeto de consumo más al servicio del dinero.
“Un periodismo que raramente cuestiona los tópicos, que pocas veces se interroga acerca de la fiabilidad de las fuentes (…) y que acepta como un hecho del que no hay regreso la necesidad de halagar y estimular al lector, convertido hoy en cliente para aumentar el consumo del producto.”
El texto rezuma sinceridad y un saber estar poco propio de su época y de la nuestra, en la que todo se vende y se compra. Su pasión por Beirut es equiparable a su amor por la profesión. Por sus páginas pululan muchísimos personajes que directa o indirectamente se han relacionado con ella. Sería imposible que faltaran los dos popes de los medios de comunicación y de la manipulación mediática: Pedro J. Ramírez y Juan Luis Cebrián.
“siempre hay que ofrecer la verdad al público”.
El título del libro, Mujer en guerra, a priori, parece significar que lo escribe una mujer que se ha visto envuelta en conflictos bélicos por razón de su profesión como corresponsal de un periódico. Sin embargo, nos equivocamos de palmo a palmo si pensamos eso. Es cierto que ese es un componente importante en su vida, mas se trata de una faceta entre otras. Maruja Torres siempre ha estado en guerra con todas aquellas naciones, instituciones o personas que atentaran contra la libertad individual, los derechos humanos, la justicia social o la libertad de expresión. Su honestidad ha sido su bandera y su máquina de escribir su arma más poderosa.
“El hombre de mi vida soy yo misma. Lo que venga por el camino sea bienvenido, pero nunca se convertirá en lo más importante. Generalmente, las mujeres solas sabemos que hemos empezado a vivir cuando nos sorprendemos durmiendo en forma de aspa, ocupando la totalidad de una cama de matrimonio.”

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