6 abr 2022

Historia de otro tiempo


Un buen compañero me contó en una ocasión, hace muchos años, que cuando hizo el servicio militar —no se atrevió entonces a hacer objeción de conciencia, tampoco a irse de España; corrían malos tiempos en el país—, le correspondió de destino un rincón apartado de la península Ibérica en el que existían antiguas baterías costeras y polvorines, de dudosa utilidad y peor seguridad. Por aquellas fechas existía, en general, mucha agitación: contestación social, redacción de una nueva Constitución y, entre otras cuestiones, los mandos militares se planteaban si apoyaban la transición democrática o seguían determinando, directamente, el proceso histórico en marcha. Al final optaron por la primera opción, aunque el resultado final, como podemos comprobar al día de hoy, fue el mismo. En cualquier caso, mi compañero, instalado en su destino temporal en el ejército, contactó con otros soldados de su unidad, de posiciones políticas semejantes a las suyas, y se cuestionaron la posibilidad muy real de una intentona golpista; hecho que sucedió más tarde, por suerte para él y sus compañeros, ya habían sido licenciados.

¿Qué podían hacer ellos ante un acontecimiento de semejantes dimensiones?, se preguntaron con angustia. En una guarnición de unos treinta hombres ese grupo consciente, políticamente hablando, constituía una tercera parte. Tenían muy presente lo acontecido en los cuarteles durante los golpes de Estado de Chile en 1973, Argentina en 1976 y en la misma España en 1936. Cualquier tipo de insubordinación a las órdenes de los mando fue castigada con una ejecución inmediata. Estaban convencidos que podían verse obligados a enfrentarse a algo parecido. Desde sus vagos conocimientos sobre el mundo interior de la jerarquía militar, intuían que la reacción de oficiales y suboficiales sería unánime a favor de la asonada, unos por pura convicción ideológica, otros por supervivencia. Pero, ¿y ellos? ¿Serían capaces de obedecer las órdenes que les dieran sus mandos, y matar a compañeros o a personas que se opusieran al golpe en la calle?

El planteamiento les resultó aterrador y angustioso, como decía más arriba, tanto si obedecían como si no. Si seguían las instrucciones impuestas se convertirían en asesinos, en verdugos legales del viejo nuevo orden, y si no lo hacían en asesinados anónimos, en víctimas.

¿Podían confiar en sí mismos, en su madurez política, en sus propias convicciones, en cómo reaccionarían ante el miedo?

Uno de los presentes en la conversación apuntó con un tono deprimido, a modo de conclusión, que hicieran lo que hicieran, si se producía una rebelión militar, estaban perdidos. El resto de los confabulados asintió con fatalismo. En ese caso, propuso mi compañero, ¿por qué no acabar con los rebeldes y hacer volar los polvorines?

Los oyentes se quedaron atónitos ante la propuesta que, de manera indudable, tenía su lógica, apocalíptica pero honorable dado el contexto.

El silencio se adueño de ellos y pusieron punto y final a la conversación, de hecho, no volvieron a hablar del tema.

Esta historia sirve como reflexión sobre nuestra posible conducta llegados a un punto en el que la posibilidad de quitar la vida a otra persona es grande.

¿Cómo reaccionaremos?

¿Cosificaremos a la víctima para resolver la disonancia cognitiva?

¿Nos dominará una cierta voluptuosidad ante el reconocimiento del gran poder sobre otros que supone la posibilidad de matar con impunidad?

¿Permitiremos salir al exterior, simplemente, al monstruo abominable que tal vez llevemos dentro?

¿Cabe la posibilidad de que nos peguemos un tiro en la cabeza antes que participar en el asesinato de víctimas inocentes?

Ninguna guerra ha sido neutralizada por los soldados enviados al frente. Solo un golpe de Estado ha fracasado a lo largo de la historia, ocurrió en España el 18 de julio de 1936, y no lo detuvieron los soldados sino el pueblo en armas. Es imprescindible plantear públicamente la existencia en sí misma de los ejércitos ―aunque estemos en un momento de exaltación militarista―, aceptando el hecho histórico de que hombres y mujeres armados, que obedecen ordenes de un modo ciego, entrenados para matar, son un peligro permanente.

La Historia posee un largo recorrido, es indudable, está escrita por los poderosos, también es indudable, pero en la proximidad de nuestros iguales podemos escribir, también, nuestra historia, sumarla a la otra, contrastarla, para valorar bajo qué perspectiva deseamos narrar el pasado y el presente. Así, seremos capaces de esbozar un proyecto de futuro, nada fácil de lograr, pero posible en la medida que es imaginado y se convierte en horizonte. Soñar es crear en el aire, mas en sí mismo es el impulso fundamental que inspira nuestros pasos hacia esa utopía necesaria que está por construir, a pesar de los males internos y externos a nuestra condición y a la propia sociedad en que hemos nacido y nos hemos desarrollado. El futuro comienza hoy.

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