20 mar 2011

Vamos con otra guerra


Por Ángel E. Lejarriaga


La historia de las guerras es la historia de las mentiras. Maquiavelo decía que la guerra era la continuación de la política por otros medios, es decir otra forma de relación entre los estados. La nueva guerra se llama Libia, geográficamente hablando, y el protagonista Gadafi.
Si damos un repaso a los últimos conflictos bélicos en los que participan las fuerzas vivas de occidente, casi siempre suelen ser contra un antiguo amigo que ha traicionado la confianza de los demás. Entre ellos la máxima es «dejar hacer, dejar pasar»; que los problemas de las naciones se resuelvan de casa para adentro, siempre y cuando no se le toquen los millones a los dueños de las finanzas del mundo, a los estrategas del beneficio y a los especuladores de los mercados (no creo que sea necesario que cite expresamente para este caso a las petroleras).
Tengo asumido que los poderosos aceptan esta condición prepotente y respetan a sus iguales; esto lo hacen mediante acuerdos escritos o verbales. Lo que ocurre es que de vez en cuando se enfadan entre ellos por incumplimiento de contrato y entonces surgen los conflictos, que naturalmente pagamos los ciudadanos.
Tengo asumido también que quizá juzguen a actores menores de esta farsa que vivimos, que denominamos orden mundial, como Slobodan Milosevic, Muamar el Gadafi o Sadam Husein, monstruos creados por los dirigentes del primer mundo para defender sus intereses económicos y estratégicos; pero  también tengo asumido que no hay tribunales en el planeta Tierra capaces de juzgar a los Rockefeller, Gates, Botín, Aznar, Blair, Zapatero, Craxi, Berlusconi, Busch, Obama, Putin o Franco, sin ir más lejos.
Lo que me toca la fibra sensible, por no decir otra expresión más vulgar, es que me quieran engañar. Me produce nauseas ver a Zapatero en la televisión, contando patrañas que nada tienen que ver con la verdad. Pensando que el ciudadano de la calle es estúpido y no sabe lo que está sucediendo con la nueva guerra. Sería de aplaudir que nos dijeran simplemente: «Vamos a atacar a Libia porque los intereses de Francia y algún otro aliado están en juego. Gadafi ya no es un cofrade seguro. El pueblo libio nos importa muy poco porque es pobre y árabe. Ahora bien, en su tierra hay petróleo y lo necesitamos para mantener en marcha el engranaje productivo». Como se ve el mensaje es sencillo, todos lo entenderíamos sin problemas. Pero que no nos cuenten, por favor, que la guerra se inicia porque la ONU así lo ha decidido para preservar los derechos del pueblo libio. La ONU es EE. UU. y sus países satélites. Y en ella o bien se aprueban propuestas que favorecen sus negocios o simplemente se ignoran. Podemos recordar sin esfuerzo las resoluciones sobre el estado de Israel y los derechos de Palestina, o sobre el mismo Sahara Occidental.
Zapatero es un actor mediocre en la escena internacional pero válido para asumir un papel protagonista, que encubre la mano negra de Sarckozy y Obama, en un momento en el que su carrera política ha llegado a su fin. No hace mucho abrazaba a Gadafi efusivamente y prometía grandes inversiones en Libia. Ahora Gadafi ya no es su amigo, tampoco lo es de Berlusconi, ni de Aznar, ni del presidente francés, ni del flamante presidente norteamericano, ni del rey de España. De todos ellos hay documentos gráficos que avalan una fraternidad si no personal sí interesada.
En fin, aquí estoy, leyendo la prensa dominical, entre boquiabierto y alucinado, observando el panorama mundial con escepticismo; viviendo una realidad que me es ajena, que no tiene nada que ver con lo que me interesa en mi vida diaria. Como si las noticias sobre bombardeos, explosiones y discursos bélicos enardecidos formaran parte de un sueño en el que no participo de forma activa pero al que desgraciadamente me he acostumbrado con el curso de los años.

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