5 abr 2011

Abril, mes de flores y utopías


Por Ángel E. Lejarriaga


Estamos en abril, un mes de flores y de luz. La poesía acaricia las calles remisas a escuchar las voces de las megafonías estridentes, de los que nos invitan a votar porque quieren ser nuestros guardianes, en esta jaula sin barrotes que es la sociedad de nuestro tiempo.
A pesar de ellos me siento libre para respirar, para decir «salud» al compañero o compañera con el que me cruzo y abrazarles con una sonrisa cálida. Ellos son miembros de mi comunidad y con ellos comparto mis horas, impotentes ante las guerras y miserias provocadas por aquellos cuyo único destino es ser más ricos.
Quizá he perdido la esperanza de que el mundo evolucione positivamente de una manera global, al menos yo no lo veré; la Historia es demasiado larga y la vida humana corta. A pesar de ello sueño y creo en que puedo hacer cambios en mi vida: ser solidario con los que me rodean, compartir no solo mi tiempo con otros sino desde la práctica modificar mi universo cotidiano.
Mi realismo optimista no me impide ser consciente de que estamos más desarmados que nunca ante el capitalismo, no me engaño. Los escenarios se repiten década tras década y los explotadores (multinacionales, mundo financiero y organizaciones económicas internacionales) siguen bien pertrechados en sus trincheras, reduciendo nuestra calidad de vida conseguida con tanto esfuerzo y sacrificio.
Estamos desarmados ante ellos porque no tenemos ideas transformadoras, porque no creemos que podamos autogestionar nuestras vidas. Queremos negociar con el capitalismo, le concedemos un margen de confianza para que nos devuelva el bienestar perdido y no es posible, ese es el más grande de los errores. Buenaventura Durruti dijo en una ocasión: «Con el capitalismo no se habla, no se negocia, se le combate y se le destruye.» Evidentemente el planteamiento es revolucionario y radical pero ¿qué tenemos que perder?, poco. Sin embargo sí tenemos mucho que ganar: nuestra dignidad como individuos libres. Einstein decía que «lo más absurdo es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes.»
No podemos hacer una revolución sin transformar previamente las conciencias. Parece una obviedad y lo es, lo escribió Tolstoi, los perros guardianes del dinero —policía y ejército— se encargarían de convencernos de lo equivocados que estamos al insistir en esa actitud. Entonces veríamos la verdadera cara de la democracia burguesa: el fascismo.
Sí podemos revolucionar nuestras mentes y armarnos de ideología para a partir de ahí ir transmutando nuestra forma de vida y organización social, al margen de las estructuras del estado y sus mensajes envenenados de demagogia.
Es exigible, además, prescindir directamente de sus medios de comunicación, de sus discursos falaces, de sus consignas moralistas e irracionales. El auténtico mal del mundo es la existencia de un poder absoluto, tenga forma humana o divina, da igual, ambos limitan la libertad y provocan la injusticia.
La vida en el planeta Tierra puede ser diferente si rompemos con las cadenas de la explotación del hombre por el hombre. Los seres humanos de un modo cooperativo y autogestionario somos capaces de vivir en paz. Con creatividad y auto responsabilidad tenemos en nuestras manos la posibilidad de construir, desde las cenizas del antiguo régimen autoritario, ese nuevo mundo, que según dijo un compañero hace muchos años, todos llevamos en nuestros corazones.

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