11 nov 2015

A la caza del último hombre salvaje

Por Ángel E. Lejarriaga


Un libro de nuestro tiempo, aunque ya cuente con 16 años en su haber, vio la luz en 1999. Llegó a mis manos en una tienda de libros de segunda mano. La editorial que lo había publicado, por su calidad en la selección de textos, aseguraba entretenimiento; quizá esto último me impulsó a adentrarme en sus páginas. A la autora no la conocía, ni me sonaba siquiera. Por mucho que lea no dejo de ser un ignorante perpetuo. La historia me resultó familiar desde el primer momento aunque nunca me enganchó, me recordaba a la novela Mujercitas de Louisa May Alcott, publicada en 1868, aunque menos cursi. También a Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Almodóvar, película muy galardonada en 1988. Al final ni una cosa ni otra. Los artículos que he leído sobre esta novela coinciden en las similitudes. No sé si Ángela Vallvey se inspiró en ambos títulos citados o fue el azar el que ha provocado las coincidencias.  Louis Pauwels y Jacques Bergier en su popular libro El retorno de los brujos afirmaban que no existen las casualidades.

La novela describe las aventuras y desventuras de cinco hermanas variopintas, la madre, una abuela muy especial y la tía millonaria, a la que parasita el resto aunque no la puedan ni ver. Cada personaje tiene sus peculiaridades, Brandy el sexo, Carmina es carnicera y deprimida, la pequeña Bely ni pincha ni corta en la narración, simplemente está; Gador es la mujer común, convencional, que se reproduce sin cuento porque es así de responsable, pagando las consecuencias dentro de una relación tan insulsa como su posición ante la vida. La que cuenta la historia es Candela, la que resulta más interesante, que trabaja en una funeraria. La madre aparece poco; la tía solo lo hace para ser criticada y la abuela por el estilo. El peso de la novela lo lleva el personaje de Candela y su atracción por el hijo de uno de los cadáveres que ha pasado por la funeraria.

Ángela Vallvey trata de contarnos todo ese cóctel de relaciones encontradas, patéticas, de un modo humorístico, a veces sucio y provocador, entre otras cosas para divertir al lector y que no se aburra, riéndose de los escenarios que la vida cotidiana les va presentando, al estilo de Almodóvar en Mujeres al borde de un ataque de nervios. A mí me parece que ni de lejos lo consigue. Quizá yo no tenga sentido del humor pero sus chistes y sarcasmos no me han hecho gracia e incluso me han resultado chocantes. Supongo que es cuestión de gustos, estoy seguro. Si tuviera que definirla esta novela no sabría bien cómo hacerlo, no sé si es una comedia, una tragedia, una tragicomedia o un esperpento sin más.

Ángela Vallvey (1964) tiene un buen currículum vitae literario, ganó el Premio Nadal en el año 2002 y fue finalista del Premio Planeta en el 2008. La crítica la ha tratado bastante bien por lo que he visto reflejado en la prensa de entonces. Tiene cerca de veinte títulos a su nombre, y por lo que se dice se leen bien, sin sobresaltos. A mí, este, A la caza del último hombre salvaje, no me ha dejado huella, qué le voy a hacer.

Como no tengo más que decir al respecto, salvo invitar a quien lo desee a sumergirse en su lectura, cito unas palabras de Care Santos publicadas en El País el 24 de octubre de 1999 sobre esta novela: «[…] Como a aquéllas, a estas “mujercitas” apenas les suceden cosas interesantes. Sus vidas transcurren, marcadas por el abandono del padre, entre divorcios, maridos demasiado promiscuos, partos, cremas de belleza y la búsqueda del hombre ideal, aquél que las retire para siempre. La protagonista y narradora será la única a quien la suerte señalará con un par de hechos inauditos […]. Todo ello pasado por la mirada de una narradora inteligente, cáustica y con grandes dosis de un humor absurdo que a veces se vuelve negro. Con estas materias primas en tales manos, no sorprende que el resultado sea tan inteligente como divertido». ¡Admirable!


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