30 mar 2016

El hombre que se convirtió en mujer


Por Ángel E. Lejarriaga


Para dar unas pinceladas breves sobre la vida de José Luis Sampedro (1917-2013), diré que en 1936 fue incorporado a filas por la República y participó en la Guerra Civil Española en un batallón anarquista. Desgraciadamente para él, al finalizar la guerra el nuevo Régimen le volvió a llamar para que cumpliera el servicio militar obligatorio. Después, consiguió una plaza de funcionario de aduanas, lo que a corto plazo le aseguraba la manutención; desde esa buena posición se puso a estudiar Ciencias Económicas. Años más tarde, tras pasar por el Banco Exterior de España y dar clases en la universidad, consiguió la cátedra de Estructura Económica en la Universidad Complutense de Madrid. En 1965, dado el enrarecido ambiente que había en la universidad, decidió poner tierra de por medio y se marchó a Inglaterra a dar clases en las universidades de Salford y Liverpool. A su vuelta, ocupó diversos puestos como economista que compaginó con la actividad literaria.

Algunas de sus obras más famosas han sido (cito las que más me han gustado): Octubre, octubre (1981), La sonrisa etrusca (1985), La vieja sirena (1990) y La senda del drago (2006). Yo recomendaría especialmente La vieja sirena. Con esta novela descubrí a José Luis Sampedro. Es de esas obras que incluyes en la lista de las que te gustaría releer más adelante.

Para José Luis Sampedro cada una de sus obras ha sido un ejercicio de indagación y descubrimiento de aspectos de la existencia que le intrigaban y que, desde luego, le preocupaban. Emprender la tarea de escribir El amante lesbiano le supuso todo un reto. En esa tarea estaban implicados diversos esfuerzos, todos ellos de por sí ímprobos: indagar en lo más íntimo de la personalidad humana, entender la feminidad sin ser mujer y hacer partícipes a los dos roles (masculino, femenino) en un marco común, el propio cuerpo. No está mal para empezar. 

En El amante lesbiano el narrador, Mario, describe su proceso de transformación de simplemente hombre a mujer hombre y todo ello envuelto en un amor evocado que se hace presente, Farida, que arde en su conciencia de manera perenne, tanto que decide quemarse en él como fin último de su vida. Mario se somete en grado absoluto a Farida. En su descripción, Sampedro no se guarda nada para sí mismo: las escenas son claras y contundentes, llenas de simbología fetichista, con un alto contenido erótico. En suma, se trata de una fantasía sensual que poco tiene que ver con la educación que al respecto recibimos. Sampedro nos pone delante una sexualidad que se muestra más compleja que la mera simplificación heterosexual. Expresa una dualidad posible y tal vez insoslayable si la educación no la castrara; somos hombre y mujer al mismo tiempo. Dentro de nosotros somos femeninos y masculinos, aunque nos inclinemos hacia un lado en un momento dado. 
«Hay un creciente conflicto entre los instintos naturales y los condicionamientos culturales impuestos […] Tendría que haber maestros de vida, colegios especiales […] No para enseñar a ser como todos, sino cada uno diferente.»
No estoy hablando de transexualidad sino de algo que va más allá de la biología, que está incrustado en nuestra psique y que si no lo ocultáramos quizá fuéramos mejores.
«En verdad somos un alma única tú y yo. Nos mostramos y nos ocultamos tú en mí, yo en ti. Esa meta persiguen nuestros cuerpos al enlazarse pues tú y yo no existimos ni yo ni tú.»
Toda esta narración, por momentos muy sugerente, se presenta en un contexto próximo a lo onírico, exótico, que se construye y se deconstruye al mismo tiempo que el amor y el deseo crecen entre un mar de ideas ricas y estimulantes.
«¿Acaso no descubriste hace tiempo que dios es un invento de los hombres?»
Después de todo lo dicho, la narración nos puede gustar o no, pero eso es otra historia.