Por Ángel E. Lejarriaga
Esta obra la tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, los libros de más de 300 páginas me intimidan y este tiene 572. Pero por eso de no dejar asignaturas pendientes me puse a ello y lo gocé, no puedo decir otra cosa. Viaje al fin de la noche (Voyage au bout de la nuit), publicada en 1932, fue la primera novela del francés Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). En ella vuelca su vida, lo que ha sido su devenir cotidiano, de una manera cruda, más o menos altisonante en las formas, no tanto en la esencia. Lo que nos cuenta lo hace de una manera descarnada, grosera, sin tregua. No respeta los cánones literarios —se expresa en argot, en el lenguaje de la calle— ni le preocupa a quién pueda molestar con sus asertos. Su mirada escrutadora es la fuente de la narración, describe lo que ve en su más espléndida desnudez, sin máscaras, viene a decir algo así como: «Es lo que somos, lo tomas o lo dejas». Su manera de ponernos en contacto con la realidad ha influido a autores posteriores como Bukowski, Henry Miller, Burroughs, Vonnegut o Baricco.
Aunque sus orígenes fueron modestos, una pequeña herencia permitió a la familia mandar a estudiar a Céline a un colegio privado del que salió en 1905 con el Certificat d’etudes. No siguió estudiando y comenzó a trabajar de aprendiz en varios empleos. Durante los años 1908 y 1910 viajó por Alemania e Inglaterra, financiado por sus padres, para que aprendiera idiomas. A su vuelta, con apenas dieciocho años, entró como voluntario en el ejército francés y participó en la Primera Guerra Mundial, donde resultó herido; de dichas heridas le quedaron secuelas de por vida (un brazo dañado, zumbidos en los oídos y fuertes dolores de cabeza). Aunque fue reconocido con la Medaille Militaire por su bravura en el combate, Céline expresó muy bien en la novela lo que sentía al respecto: «Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón». En 1916, tras pasar un temporada en Londres en la nómina del consulado francés, se fue a África a probar fortuna en la industria maderera; allí contrajo malaria —casi lo mata— y tras recuperarse volvió a París donde estudió medicina. Los años veinte se los pasó trabajando para la Sociedad de Naciones en temas de higiene, y viajó por numerosos países de Europa, América y África. Sus avatares sentimentales fueron prolíficos pero destacan tres mujeres que, sobre todo la última, aparecen en su novela: Suzanne Nebout, Edith Follet y Elizabelh Craig. Hacia 1927 abrió un consultorio en Clichy que, como casi todo lo que emprendía Céline, no funcionó. En 1931 cambió su suerte, al menos literariamente hablando, el manuscrito de Viaje al fin de la noche fue publicado y muy bien aceptado por los lectores francés hambriento de sorpresas. Con posterioridad, el gran público admiró y quedó escandalizado por tres escritos suyos caracterizados por un mensaje antimilitarista y también por su contenido antisemita, aspecto este último que le granjeó no pocos problemas: Bagatelles pour un massacre (1937), L'École des cadavres (1938) y Les Beaux draps (1941). Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de acabarse, en 1944, Céline abandonó Francia, pasando por Alemania, y concluyendo su periplo en Dinamarca, donde fue arrestado un año después, acusado por el gobierno francés de colaboracionismo durante la ocupación nazi. Pasó un año en la cárcel. En Francia fue condenado en ausencia a un año de cárcel y declarado «desgracia nacional». En 1951 regresó tras ser amnistiado. Los diez años siguientes de su vida fueron tranquilos y ricos en experiencias, como lo habían sido los anteriores. William S. Burroughs y Allen Ginsberg, popes de la generación Beat, mantuvieron una estrecha correspondencia con él e incluso llegaron a visitarle. Trabajó como médico con la población de su entorno en situación precaria hasta el final de su vida.
La polémica sobre su antisemitismo ha durado hasta nuestros días. En el año 2011 un homenaje que iba a realizar el Gobierno de Francia en su honor fue cancelado debido a la presión de diversos grupos sociales.
Viaje al fin de la noche no nos va a sorprender a estas alturas, con todo lo ya conocido, pero si la situamos en el contexto histórico en el que se desenvuelve, cuando menos nos conmueve. El personaje central, Ferdinand Bardamu, el mismo Céline, se presenta voluntario al ejército francés para combatir en la Primera Guerra Mundial, en un acto irreflexivo de pura estupidez. Lo que se encuentra en la guerra va más allá de la simple «locura», de la indignidad o de la barbarie, le sumerge en los más oscuros rincones del sadismo humano. Bardamu decide escapar como sea —una constante en su vida—; una forma de hacerlo rápida y eficaz es caer prisionero pero no lo consigue; la siguiente, hacerse el loco. Suma y sigue. Su viaje hacia ninguna parte le lleva de ahí a África, a las colonias francesas, donde vivirá «El corazón de las tinieblas» (Joseph Conrad) en todo su esplendor. «Las colonias francesas son el paraíso de los pederastas». Una enfermedad reconduce su inusitado viaje hacia los EEUU en unas condiciones semejantes a la esclavitud. Se encuentra con una antigua novia a la que explota. Viaja por el país, buscándose la vida, literalmente, y vuelve a Francia; estudia medicina y ejerce de médico. No cuento más para no irle descubriendo en sus frenéticos y desmedidos avatares, de los que siempre está escapando.
Las conclusiones que saca Céline del oficio de vivir son tremendas. Hay que estar en permanente fuga, sin apegarse a nada. Permanecer alerta, desconfiado: «De los hombre, y de ellos solo, es de quien hay que tener miedo siempre». El enemigo siempre está presente y toma muchas formas: el gobierno, el amor, la amistad, la explotación o el colonialismo. Su primera tragedia fue la guerra y le marcó indefectiblemente. «Cuando se carece de imaginación, morir es cosa de nada; cuando se tiene, morir es cosa seria». Su odio visceral hacia la injusticia y la guerra iba más allá de la posibilidad de morir, cuestionaba un modelo que se convertía en carnicería para los estúpidos que consentían en participar en ella: «Pero ¡no se puede rechazar la guerra, Ferdinand! Los únicos que rechazan la guerra son los locos y los cobardes cuando su patria está en peligro…» «Entonces, ¡que vivan los locos y los cobardes! O, mejor, ¡qué sobrevivan! […]». Se podría decir que Céline está malherido, golpeado; a pesar de ello, constantemente, trata de reconstruirse, Bardamu lo hace, atraviesa continentes, se enamora, estudia, enferma de repugnancia ante lo que ve un poco más a cada paso. El mundo es un lugar oscuro, como sus tripas colapsadas por el asco. No acepta la brutalidad de la vida humana, pero no se compadece de sí mismo, nosotros tampoco debemos compadecernos de él, porque tenemos delante a un depredador dispuesto a sobrevivir al precio que sea. Su lectura no es reconfortante, nos deja desasosegados, supone una lección nauseabunda de la experiencia humana.
A Céline se le considera el segundo autor francés más traducido y vendido después de Albert Camus. Jean Paul Sartre defendió enconadamente Viaje al fin de la noche ante sus detractores y colocó a Céline en el altar de las letras francesas: «el más grande escritor francés del siglo XX».
«Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón.»
Aunque sus orígenes fueron modestos, una pequeña herencia permitió a la familia mandar a estudiar a Céline a un colegio privado del que salió en 1905 con el Certificat d’etudes. No siguió estudiando y comenzó a trabajar de aprendiz en varios empleos. Durante los años 1908 y 1910 viajó por Alemania e Inglaterra, financiado por sus padres, para que aprendiera idiomas. A su vuelta, con apenas dieciocho años, entró como voluntario en el ejército francés y participó en la Primera Guerra Mundial, donde resultó herido; de dichas heridas le quedaron secuelas de por vida (un brazo dañado, zumbidos en los oídos y fuertes dolores de cabeza). Aunque fue reconocido con la Medaille Militaire por su bravura en el combate, Céline expresó muy bien en la novela lo que sentía al respecto: «Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón». En 1916, tras pasar un temporada en Londres en la nómina del consulado francés, se fue a África a probar fortuna en la industria maderera; allí contrajo malaria —casi lo mata— y tras recuperarse volvió a París donde estudió medicina. Los años veinte se los pasó trabajando para la Sociedad de Naciones en temas de higiene, y viajó por numerosos países de Europa, América y África. Sus avatares sentimentales fueron prolíficos pero destacan tres mujeres que, sobre todo la última, aparecen en su novela: Suzanne Nebout, Edith Follet y Elizabelh Craig. Hacia 1927 abrió un consultorio en Clichy que, como casi todo lo que emprendía Céline, no funcionó. En 1931 cambió su suerte, al menos literariamente hablando, el manuscrito de Viaje al fin de la noche fue publicado y muy bien aceptado por los lectores francés hambriento de sorpresas. Con posterioridad, el gran público admiró y quedó escandalizado por tres escritos suyos caracterizados por un mensaje antimilitarista y también por su contenido antisemita, aspecto este último que le granjeó no pocos problemas: Bagatelles pour un massacre (1937), L'École des cadavres (1938) y Les Beaux draps (1941). Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de acabarse, en 1944, Céline abandonó Francia, pasando por Alemania, y concluyendo su periplo en Dinamarca, donde fue arrestado un año después, acusado por el gobierno francés de colaboracionismo durante la ocupación nazi. Pasó un año en la cárcel. En Francia fue condenado en ausencia a un año de cárcel y declarado «desgracia nacional». En 1951 regresó tras ser amnistiado. Los diez años siguientes de su vida fueron tranquilos y ricos en experiencias, como lo habían sido los anteriores. William S. Burroughs y Allen Ginsberg, popes de la generación Beat, mantuvieron una estrecha correspondencia con él e incluso llegaron a visitarle. Trabajó como médico con la población de su entorno en situación precaria hasta el final de su vida.
La polémica sobre su antisemitismo ha durado hasta nuestros días. En el año 2011 un homenaje que iba a realizar el Gobierno de Francia en su honor fue cancelado debido a la presión de diversos grupos sociales.
Viaje al fin de la noche no nos va a sorprender a estas alturas, con todo lo ya conocido, pero si la situamos en el contexto histórico en el que se desenvuelve, cuando menos nos conmueve. El personaje central, Ferdinand Bardamu, el mismo Céline, se presenta voluntario al ejército francés para combatir en la Primera Guerra Mundial, en un acto irreflexivo de pura estupidez. Lo que se encuentra en la guerra va más allá de la simple «locura», de la indignidad o de la barbarie, le sumerge en los más oscuros rincones del sadismo humano. Bardamu decide escapar como sea —una constante en su vida—; una forma de hacerlo rápida y eficaz es caer prisionero pero no lo consigue; la siguiente, hacerse el loco. Suma y sigue. Su viaje hacia ninguna parte le lleva de ahí a África, a las colonias francesas, donde vivirá «El corazón de las tinieblas» (Joseph Conrad) en todo su esplendor. «Las colonias francesas son el paraíso de los pederastas». Una enfermedad reconduce su inusitado viaje hacia los EEUU en unas condiciones semejantes a la esclavitud. Se encuentra con una antigua novia a la que explota. Viaja por el país, buscándose la vida, literalmente, y vuelve a Francia; estudia medicina y ejerce de médico. No cuento más para no irle descubriendo en sus frenéticos y desmedidos avatares, de los que siempre está escapando.
Las conclusiones que saca Céline del oficio de vivir son tremendas. Hay que estar en permanente fuga, sin apegarse a nada. Permanecer alerta, desconfiado: «De los hombre, y de ellos solo, es de quien hay que tener miedo siempre». El enemigo siempre está presente y toma muchas formas: el gobierno, el amor, la amistad, la explotación o el colonialismo. Su primera tragedia fue la guerra y le marcó indefectiblemente. «Cuando se carece de imaginación, morir es cosa de nada; cuando se tiene, morir es cosa seria». Su odio visceral hacia la injusticia y la guerra iba más allá de la posibilidad de morir, cuestionaba un modelo que se convertía en carnicería para los estúpidos que consentían en participar en ella: «Pero ¡no se puede rechazar la guerra, Ferdinand! Los únicos que rechazan la guerra son los locos y los cobardes cuando su patria está en peligro…» «Entonces, ¡que vivan los locos y los cobardes! O, mejor, ¡qué sobrevivan! […]». Se podría decir que Céline está malherido, golpeado; a pesar de ello, constantemente, trata de reconstruirse, Bardamu lo hace, atraviesa continentes, se enamora, estudia, enferma de repugnancia ante lo que ve un poco más a cada paso. El mundo es un lugar oscuro, como sus tripas colapsadas por el asco. No acepta la brutalidad de la vida humana, pero no se compadece de sí mismo, nosotros tampoco debemos compadecernos de él, porque tenemos delante a un depredador dispuesto a sobrevivir al precio que sea. Su lectura no es reconfortante, nos deja desasosegados, supone una lección nauseabunda de la experiencia humana.
A Céline se le considera el segundo autor francés más traducido y vendido después de Albert Camus. Jean Paul Sartre defendió enconadamente Viaje al fin de la noche ante sus detractores y colocó a Céline en el altar de las letras francesas: «el más grande escritor francés del siglo XX».
«Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón.»
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