Esta obra está escrita por Alberto San Juan (1968) y se ha estrenado en el año 2017 en la Cooperativa de consumo cultural Teatro del Barrio. Como es conocido, San Juan estudió periodismo e hizo diversos cursos en la escuela de teatro de Cristina Rota. Su carrera siempre ha gozado de buena salud. A los 28 años protagonizó la serie de televisión «Más que amigos», que le catapultó a la fama. El mismo año, 1996, se estrenó en el cine con la película «Airbag» de Juan Manuel Bajo Ulloa. A partir de ahí todo han sido parabienes para él, aunque la última década de ajuste capitalista le ha pasado factura, como a la generalidad de los actores y actrices de los territorios del estado español. A pesar de su éxito cinematográfico, su debilidad siempre ha sido el teatro, la compañía Animalario y ahora el Teatro del Barrio así lo atestiguan. Su compromiso con la historia de su tiempo y con los movimientos sociales, hacen de él una figura significativa dentro de los círculos de izquierdas de Madrid. En el Teatro del Barrio se han estrenado tres de sus obras: Autorretrato de un joven capitalista español, El Rey y Masacre. Las tres están relacionadas entre sí en cuanto describen nuestra historia más reciente. Las dos últimas, al día de hoy, siguen en cartel.
Antes de comentar Masacre, quiero citar unas palabras de Alberto San Juan definitorias del Teatro del Barrio en su puesta de largo: «Este teatro nace del hambre de realidad. La realidad tiene siempre algo maravilloso: por terrible que sea, puede ser transformada. Si se conoce. Y esta es la vocación del proyecto: saber qué está pasando aquí, porque no nos gusta y queremos cambiarlo. Este teatro pretende ser una asamblea permanente donde mirar juntos el mundo para, juntos, imaginar otro donde la buena vida sea posible. […] Nuestros medios para hacer política son la cultura y la fiesta. […] Existe la posibilidad de encontrarnos en el vacío, y después de tanto tiempo, unos con otros, decidir juntos, al fin, cómo queremos vivir y hacer una fiesta para celebrar que ya hemos empezado». (El texto fue escrito para la inauguración del proyecto del Teatro del Barrio en diciembre 2013.)
Masacre está situada históricamente en el momento presente, año 2017. Lo que somos, tanto nosotras como el país y la clase política, no viene de ahora. Para abrir boca, diremos que existió una idea en el siglo XIX, auspiciada o inspirada por don Carlos Marx, según la cual el advenimiento del socialismo y más tarde del comunismo, era algo inevitable, se trataba de un proceso dialéctico que la lucha de clases provocaría. La realidad de la historia contemporánea, mirándola con perspectiva, nos ha dado una lección bastante alejada de esa concepción tan optimista, que llegó a denominarse científica. Lo que nos hemos encontrado en el siglo XX ha sido fascismo, nacismo, dictaduras criminales, terrorismo de Estado, socialismo de Estado, en sí aberraciones que no han hecho avanzar a nuestras sociedades sino todo lo contrario. Al final, como se dice en el texto introductorio de Masacre: «La llegada de un orden nuevo no tenía nada de inevitable, sino que había que pelearlo con uñas y dientes», algo que, por cierto, hemos olvidado.
No podemos negar que Europa progresó después de la Segunda Guerra Mundial, entre otras cosas, porque había que contrarrestar la atractiva imagen que ofrecía el Bloque del Este para la clase obrera; la mayoría de los partidos comunistas del mundo habían difundido hasta el paroxismo una imagen idílica que se alejaba bastante de la realidad. El Capital trató de demostrar que no era necesario ni hacer una revolución ni tener un Estado Socialista para alcanzar la «sociedad del bienestar». A España no le tocó parte en ese pastel, estaba inmersa en una dictadura, sangrienta y aislada, que se mantiene en el tiempo aunque hoy en día no se fusile de madrugada en las tapias de los cementerios. El franquismo construyó una economía para las grandes familias que habían apoyado el Golpe de Estado contra la II República, para que se enriquecieran y sobre todo para que se perpetuaran. Se utilizaron «fórmulas corporativistas» como cita San Juan en el texto de la obra: «queremos que España sea un país de propietarios y no de proletarios» (José Luis Arrese, ministro falangista de Franco). Para conseguir esto, el franquismo tuvo la habilidad de integrar a los sindicatos en el régimen, así la clase obrera estaría controlada.
Como España no tenía industria y la inteligencia estaba mal vista —toda aquella persona que tenía más de dos dedos de frente y no comulgaba con el franquismo se iba del país—, el régimen tuvo la brillante idea de convertir a la piel de toro en un inmenso parque temático: había llegado la hora del «turismo de masas»; evidentemente, en esas seguimos. La banca y las potentes empresas de infraestructuras se pusieron manos a la obra para potenciar la nueva industria. Para lograr esto, como ya se ha dicho, había que domesticar a los sindicatos, para eso se firmaron los Pactos de la Moncloa, el caballo de Troya de los franquistas en la Transición española. En ese momento la clase obrera no fue capaz de trascender de una manera decisiva a la traición de los dos grandes sindicatos corporativistas CCOO y UGT, y hacerse autónoma. De hecho, lo intentó; los primeros años setenta se caracterizaron por infinidad de conflictos laborales impulsados y dirigidos directamente por las asambleas de trabajadoras que funcionaban al margen de los sindicatos. Pero no fue suficiente. La domesticación definitiva de un pueblo agotado por cuarenta años de dictadura y precariedad, llegó de la mano del PCE y del PSOE; el primero claudicó ante la Corona en todos los postulados que definían su identidad, el segundo aplicó la ley del palo y la zanahoria, y de paso se encargó de poner en marcha los ajustes que no se habría atrevido a hacer un gobierno de la derecha franquista. De ese modo nació el postfranquismo sin demasiados costes para el Capital y el amplio sector fascistoide de la sociedad española.
Con la domesticación sindical y un bipartidismo bien instaurado, dos caras de la misma moneda, las grandes familias financieras se dedicaron a hacer lo que habían hecho siempre, amasar riqueza a costa de un pueblo sumiso y convencido de que si hacía bien los deberes no solo podría ser propietario sino también empresario, inversor en bolsa, vamos, rico. El cóctel servido lo componían: una parte de pensamiento mágico, otra de manipulación mediática, dos de sumisión, tres de ignorancia y unas gotas de estupidez congénita.
El futuro económico español estaba escrito, el Capital tenía las manos libres para actuar. Los pilares de la nueva era postfranquista eran la banca, las constructoras y «los antiguos monopolios franquistas ahora privatizados» (Isidro López).
Hecha esta introducción contextual, nos metemos de lleno en Masacre a través de un matrimonio, guapa ella y guapo él, inteligentes, dos personas modernas, felices, que se definen como una pareja de clase media, que vive en una zona residencial, en una comunidad cerrada, ajardinada, con piscina. Por supuesto, son propietarias, ¡casi nada!, y tienen dos hijos, niño y niña, la parejita; todo muy modélico. Su mundo es «muy normal», se relacionan con gente «normal». Las dos trabajan en banca, algo «muy normal». Las dos están satisfechas de ser servidoras del sistema financiero, al cual veneran. Ella está tan contenta de ser lo que es que no se reprime a la hora de manifestar abiertamente que «Mis padres tienen sus ahorros invertidos en Bolsa. Yo quiero que vaya bien la Bolsa». Algo normal, ¿no? Por supuesto. Lo que sucede es que todas las personas asalariadas somos prescindibles o sacrificables; aunque no se quiera ver, tarde o temprano nos toca, da igual que miremos a otro lado a ver si el verdugo no se fija en nosotras; así, la señora es mandada al paro y claro, eso no le puede suceder a ella que es tan chic y buena trabajadora; se avergüenza de esa situación y no se lo dice a nadie. Además, con un solo sueldo no cubren los gastos, y lo mismo se tienen que ir a vivir a Usera o a Vallecas, si no suben más los pisos y entonces ni eso. Pero es que pasan más cosas porque ella ya tiene una edad y empieza a ser mayor, laboralmente hablando. Parece que el paraíso neoliberal en la tierra tiene sus aristas y lo que no podía pasar, pasa. ¿Dónde está el hogar idílico? ¿Dónde está la familia perfecta? ¿Dónde está el sueño del adosado? En el cubo de basura de la historia.
Mientras hombre y mujer exponen su vida al público hay otros personajes que pululan por la escena, contando una historia subterránea de esa España aterradora que se esconde debajo de la alfombra, personajes a los que podríamos llamar los padres del Ibex 35 y por tanto nuestros verdaderos padres, como el Conde de Arteche, presidente del Banco de Bilbao, hoy BBVA, que nos cuenta sin sonrojarse que: «En España todo el poder económico fue de la aristocracia terrateniente hasta mediados del siglo XIX, que es cuando comienza el capitalismo español. Y, a partir de entonces, los aristócratas se hacen banqueros, y los banqueros se hacen aristócratas y terratenientes. Porque vamos casando los hijos de unos y otros. Y también por mérito. A mí Franco me hace conde en 1950, era una forma de agradecer». La periodista Carmen de Burgos tira de la lengua al conde. «[…] Y en 1919 se crea el Banco Central. Así se completan los siete mayores bancos españoles del siglo XX». Conde de Arteche: «Que hoy son tres: BBVA, Grupo Santander y Caixabanc». Carmen de Burgos sigue con su descripción sobre la génesis de las más importantes empresas del Estado: «En los años 20, durante la dictadura de Primo de Rivera, se crean Telefónica y CAMPSA, que hoy son Movistar y Repsol. También se crean las constructoras Huarte y Entrecanales, que hoy son OHL y Acciona. Es decir, los principales núcleos de poder económico en España en 2017 son empresas creadas cien años antes o más. Empresas vinculadas a familias que en algunos casos, hoy, un siglo después, siguen al frente del negocio».
Otro de los personajes que habla es Rosario Mansi, señora de Pablo Garnica, ministro durante la monarquía y presidente del Banesto en 1932. Su alocución es directa, si bien la II República intentó hacer cambios en la gestión del país, la realidad fue que «En el consejo de administración del Banco de España siguen siendo consejeros el Duque de Alba, el Marqués de San Nicolás, el Marqués de Amurrio, el Marqués de Aledo, el Vizconde de San Alberto. Todos ellos también consejeros en la banca privada». Dialoga con ella Indalecio Prieto que ante su acusación de bolchevismo responde a la buena señora: «El gobierno republicano no va contra los bancos». No falta Largo Caballero, que acusa a la banca y al parlamento de miopía política: «Si no queréis una revolución legal, haremos una revolución violenta. Dicen que esto es excitar la guerra civil pero ya estamos en plena guerra civil. ¿Qué es si no la lucha que se desarrolla todos los días entre patronos y obreros?» La Señora de Garnika lo tiene claro, la banca se puso de inmediato al lado del movimiento nacional. De hecho, «el primer Marqués de Arriluce, Fernando María de Ybarra, consejero del Banco de Vizcaya, empezó a recaudar fondos para financiar el golpe de Estado el mismo día que el Frente Popular ganó las elecciones del 36». Sería erróneo pensar que lo hacían por motivos ideológicos, más bien yo diría que sus motivos eran pecuniarios, se estaban asegurando el futuro, el de sus familias, si ganaban les esperaba un cuantioso botín de guerra. Así fue.
Pero quedan más fantasmas por desfilar por la obra como Emilio Botín, Francisco Franco, Escrivá de Balaguer, Gunila Von Bismarck, José Banús, Adolfo Suarez, Juan March, Felipe González, Esther Koplowitz, José María Aznar, Ana Botella, Victoria Prego… Todas ellos protagonistas, cada uno ocupando su espacio y su tiempo, en los últimos ochenta años de nuestra descabellada historia.
La puesta en escena de Masacre es genial, austera y pedagógica, conmueve, lo mismo te despierta una carcajada que te llena de ira, en cualquier caso, no te deja indiferente. Alberto San Juan y Marta Calvó bordan todos los personajes en un esfuerzo narrativo que dice mucho de su arte. Obra muy recomendable.
Antes de comentar Masacre, quiero citar unas palabras de Alberto San Juan definitorias del Teatro del Barrio en su puesta de largo: «Este teatro nace del hambre de realidad. La realidad tiene siempre algo maravilloso: por terrible que sea, puede ser transformada. Si se conoce. Y esta es la vocación del proyecto: saber qué está pasando aquí, porque no nos gusta y queremos cambiarlo. Este teatro pretende ser una asamblea permanente donde mirar juntos el mundo para, juntos, imaginar otro donde la buena vida sea posible. […] Nuestros medios para hacer política son la cultura y la fiesta. […] Existe la posibilidad de encontrarnos en el vacío, y después de tanto tiempo, unos con otros, decidir juntos, al fin, cómo queremos vivir y hacer una fiesta para celebrar que ya hemos empezado». (El texto fue escrito para la inauguración del proyecto del Teatro del Barrio en diciembre 2013.)
Masacre está situada históricamente en el momento presente, año 2017. Lo que somos, tanto nosotras como el país y la clase política, no viene de ahora. Para abrir boca, diremos que existió una idea en el siglo XIX, auspiciada o inspirada por don Carlos Marx, según la cual el advenimiento del socialismo y más tarde del comunismo, era algo inevitable, se trataba de un proceso dialéctico que la lucha de clases provocaría. La realidad de la historia contemporánea, mirándola con perspectiva, nos ha dado una lección bastante alejada de esa concepción tan optimista, que llegó a denominarse científica. Lo que nos hemos encontrado en el siglo XX ha sido fascismo, nacismo, dictaduras criminales, terrorismo de Estado, socialismo de Estado, en sí aberraciones que no han hecho avanzar a nuestras sociedades sino todo lo contrario. Al final, como se dice en el texto introductorio de Masacre: «La llegada de un orden nuevo no tenía nada de inevitable, sino que había que pelearlo con uñas y dientes», algo que, por cierto, hemos olvidado.
No podemos negar que Europa progresó después de la Segunda Guerra Mundial, entre otras cosas, porque había que contrarrestar la atractiva imagen que ofrecía el Bloque del Este para la clase obrera; la mayoría de los partidos comunistas del mundo habían difundido hasta el paroxismo una imagen idílica que se alejaba bastante de la realidad. El Capital trató de demostrar que no era necesario ni hacer una revolución ni tener un Estado Socialista para alcanzar la «sociedad del bienestar». A España no le tocó parte en ese pastel, estaba inmersa en una dictadura, sangrienta y aislada, que se mantiene en el tiempo aunque hoy en día no se fusile de madrugada en las tapias de los cementerios. El franquismo construyó una economía para las grandes familias que habían apoyado el Golpe de Estado contra la II República, para que se enriquecieran y sobre todo para que se perpetuaran. Se utilizaron «fórmulas corporativistas» como cita San Juan en el texto de la obra: «queremos que España sea un país de propietarios y no de proletarios» (José Luis Arrese, ministro falangista de Franco). Para conseguir esto, el franquismo tuvo la habilidad de integrar a los sindicatos en el régimen, así la clase obrera estaría controlada.
Como España no tenía industria y la inteligencia estaba mal vista —toda aquella persona que tenía más de dos dedos de frente y no comulgaba con el franquismo se iba del país—, el régimen tuvo la brillante idea de convertir a la piel de toro en un inmenso parque temático: había llegado la hora del «turismo de masas»; evidentemente, en esas seguimos. La banca y las potentes empresas de infraestructuras se pusieron manos a la obra para potenciar la nueva industria. Para lograr esto, como ya se ha dicho, había que domesticar a los sindicatos, para eso se firmaron los Pactos de la Moncloa, el caballo de Troya de los franquistas en la Transición española. En ese momento la clase obrera no fue capaz de trascender de una manera decisiva a la traición de los dos grandes sindicatos corporativistas CCOO y UGT, y hacerse autónoma. De hecho, lo intentó; los primeros años setenta se caracterizaron por infinidad de conflictos laborales impulsados y dirigidos directamente por las asambleas de trabajadoras que funcionaban al margen de los sindicatos. Pero no fue suficiente. La domesticación definitiva de un pueblo agotado por cuarenta años de dictadura y precariedad, llegó de la mano del PCE y del PSOE; el primero claudicó ante la Corona en todos los postulados que definían su identidad, el segundo aplicó la ley del palo y la zanahoria, y de paso se encargó de poner en marcha los ajustes que no se habría atrevido a hacer un gobierno de la derecha franquista. De ese modo nació el postfranquismo sin demasiados costes para el Capital y el amplio sector fascistoide de la sociedad española.
Con la domesticación sindical y un bipartidismo bien instaurado, dos caras de la misma moneda, las grandes familias financieras se dedicaron a hacer lo que habían hecho siempre, amasar riqueza a costa de un pueblo sumiso y convencido de que si hacía bien los deberes no solo podría ser propietario sino también empresario, inversor en bolsa, vamos, rico. El cóctel servido lo componían: una parte de pensamiento mágico, otra de manipulación mediática, dos de sumisión, tres de ignorancia y unas gotas de estupidez congénita.
El futuro económico español estaba escrito, el Capital tenía las manos libres para actuar. Los pilares de la nueva era postfranquista eran la banca, las constructoras y «los antiguos monopolios franquistas ahora privatizados» (Isidro López).
Hecha esta introducción contextual, nos metemos de lleno en Masacre a través de un matrimonio, guapa ella y guapo él, inteligentes, dos personas modernas, felices, que se definen como una pareja de clase media, que vive en una zona residencial, en una comunidad cerrada, ajardinada, con piscina. Por supuesto, son propietarias, ¡casi nada!, y tienen dos hijos, niño y niña, la parejita; todo muy modélico. Su mundo es «muy normal», se relacionan con gente «normal». Las dos trabajan en banca, algo «muy normal». Las dos están satisfechas de ser servidoras del sistema financiero, al cual veneran. Ella está tan contenta de ser lo que es que no se reprime a la hora de manifestar abiertamente que «Mis padres tienen sus ahorros invertidos en Bolsa. Yo quiero que vaya bien la Bolsa». Algo normal, ¿no? Por supuesto. Lo que sucede es que todas las personas asalariadas somos prescindibles o sacrificables; aunque no se quiera ver, tarde o temprano nos toca, da igual que miremos a otro lado a ver si el verdugo no se fija en nosotras; así, la señora es mandada al paro y claro, eso no le puede suceder a ella que es tan chic y buena trabajadora; se avergüenza de esa situación y no se lo dice a nadie. Además, con un solo sueldo no cubren los gastos, y lo mismo se tienen que ir a vivir a Usera o a Vallecas, si no suben más los pisos y entonces ni eso. Pero es que pasan más cosas porque ella ya tiene una edad y empieza a ser mayor, laboralmente hablando. Parece que el paraíso neoliberal en la tierra tiene sus aristas y lo que no podía pasar, pasa. ¿Dónde está el hogar idílico? ¿Dónde está la familia perfecta? ¿Dónde está el sueño del adosado? En el cubo de basura de la historia.
Mientras hombre y mujer exponen su vida al público hay otros personajes que pululan por la escena, contando una historia subterránea de esa España aterradora que se esconde debajo de la alfombra, personajes a los que podríamos llamar los padres del Ibex 35 y por tanto nuestros verdaderos padres, como el Conde de Arteche, presidente del Banco de Bilbao, hoy BBVA, que nos cuenta sin sonrojarse que: «En España todo el poder económico fue de la aristocracia terrateniente hasta mediados del siglo XIX, que es cuando comienza el capitalismo español. Y, a partir de entonces, los aristócratas se hacen banqueros, y los banqueros se hacen aristócratas y terratenientes. Porque vamos casando los hijos de unos y otros. Y también por mérito. A mí Franco me hace conde en 1950, era una forma de agradecer». La periodista Carmen de Burgos tira de la lengua al conde. «[…] Y en 1919 se crea el Banco Central. Así se completan los siete mayores bancos españoles del siglo XX». Conde de Arteche: «Que hoy son tres: BBVA, Grupo Santander y Caixabanc». Carmen de Burgos sigue con su descripción sobre la génesis de las más importantes empresas del Estado: «En los años 20, durante la dictadura de Primo de Rivera, se crean Telefónica y CAMPSA, que hoy son Movistar y Repsol. También se crean las constructoras Huarte y Entrecanales, que hoy son OHL y Acciona. Es decir, los principales núcleos de poder económico en España en 2017 son empresas creadas cien años antes o más. Empresas vinculadas a familias que en algunos casos, hoy, un siglo después, siguen al frente del negocio».
Otro de los personajes que habla es Rosario Mansi, señora de Pablo Garnica, ministro durante la monarquía y presidente del Banesto en 1932. Su alocución es directa, si bien la II República intentó hacer cambios en la gestión del país, la realidad fue que «En el consejo de administración del Banco de España siguen siendo consejeros el Duque de Alba, el Marqués de San Nicolás, el Marqués de Amurrio, el Marqués de Aledo, el Vizconde de San Alberto. Todos ellos también consejeros en la banca privada». Dialoga con ella Indalecio Prieto que ante su acusación de bolchevismo responde a la buena señora: «El gobierno republicano no va contra los bancos». No falta Largo Caballero, que acusa a la banca y al parlamento de miopía política: «Si no queréis una revolución legal, haremos una revolución violenta. Dicen que esto es excitar la guerra civil pero ya estamos en plena guerra civil. ¿Qué es si no la lucha que se desarrolla todos los días entre patronos y obreros?» La Señora de Garnika lo tiene claro, la banca se puso de inmediato al lado del movimiento nacional. De hecho, «el primer Marqués de Arriluce, Fernando María de Ybarra, consejero del Banco de Vizcaya, empezó a recaudar fondos para financiar el golpe de Estado el mismo día que el Frente Popular ganó las elecciones del 36». Sería erróneo pensar que lo hacían por motivos ideológicos, más bien yo diría que sus motivos eran pecuniarios, se estaban asegurando el futuro, el de sus familias, si ganaban les esperaba un cuantioso botín de guerra. Así fue.
Pero quedan más fantasmas por desfilar por la obra como Emilio Botín, Francisco Franco, Escrivá de Balaguer, Gunila Von Bismarck, José Banús, Adolfo Suarez, Juan March, Felipe González, Esther Koplowitz, José María Aznar, Ana Botella, Victoria Prego… Todas ellos protagonistas, cada uno ocupando su espacio y su tiempo, en los últimos ochenta años de nuestra descabellada historia.
La puesta en escena de Masacre es genial, austera y pedagógica, conmueve, lo mismo te despierta una carcajada que te llena de ira, en cualquier caso, no te deja indiferente. Alberto San Juan y Marta Calvó bordan todos los personajes en un esfuerzo narrativo que dice mucho de su arte. Obra muy recomendable.
Me hubiera encantado verla, parece potente
ResponderEliminarLo es. Estás a tiempo, va a estar durante todo el mes de junio, los miércoles a las 20 h
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