22 ago 2017

La mujer rota


Por Ángel E. Lejarriaga



Reseñar la figura de Simone de Beauvoir (1908-1986) es una tarea ímproba debido a la relevancia del personaje, aunque, según mi opinión, siempre tuvo la desgracia de tener una sombra que pululaba a su alrededor llamada Jean Paul Sartre, que le restó valor intelectual a la consideración universal que se merecía y se merece.

De origen burgués y formación católica estricta, estudió entre la élite francesa, destacando desde el primer momento por sus capacidades intelectuales. Según se ha dicho siempre acababa la primera de la clase. Toda esa inteligencia precoz se tradujo en una rebeldía intransigente contra los hábitos y costumbres de su familia; pronto se declaró atea y contraria a cualquier tipo de religión.

Un vaivén de la fortuna hizo que tras la Primera Guerra Mundial la economía familiar fuera a la ruina, lo que conllevó cambios drásticos en su forma de vida, pasando a ocupar a un modesto apartamento situado en un quinto piso sin ascensor.


A partir de ahí, Simone de Beauvoir tuvo su primer contacto con la condición de la mujer en la sociedad capitalista. Por un lado, las relaciones de sus padres se deterioraron de manera progresiva tras la ruina, llenas de reproches y frustración. Por otro, el padre no se contuvo a la hora de decirle a la joven Simone que hubiera preferido tener un hijo. Cuando ella conseguía algún tipo de logro o reconocimiento su inefable padre afirmaba «Tienes un cerebro de hombre».

Pero Simone de Beauvoir estaba por encima de estas agresiones, con quince años tenía claro que deseaba ser escritora. En 1925 acabo el bachillerato e inició estudios superiores en el Instituto Católico de París, un centro elitista donde acudían las niñas ricas. A partir de este instante, su crecimiento intelectual se disparó hacia un firmamento que no parecía tener límite. Mientras completaba sus estudios de matemáticas seguía también estudios literarios en el Instituto Sainte-Marie de Neuilly. En su primer curso universitario consiguió certificados de matemáticas, literatura y latín. En 1926 inició sus estudios de filosofía y consiguió el certificado un año después. En 1928 se licenció en letras, con la especialidad de filosofía. En 1929 presentó su tesina sobre Leibniz que pondría punto y final a su periodo universitario como estudiante, pero no como profesora.

La relación con Sartre se inició por esa época. Ella fue destinada como profesora titular a Marsella y él a Le Havre en 1931. La separación no les gustaba. Para poder estar juntos, Sartre le propuso que se casaran y ella se negó.
«Tengo que decir que no pensé en aceptar aquella propuesta ni un segundo. El matrimonio multiplica por dos las obligaciones familiares y todas las faenas sociales. Al modificar nuestras relaciones con los demás, habría alterado fatalmente las que existían entre nosotros dos. El afán de preservar mi propia independencia no pesó mucho en mi decisión; me habría parecido artificial buscar en la ausencia una libertad que, con toda sinceridad, solamente podía encontrar en mi cabeza y en mi corazón.» (La fuerza de las cosas)
Un año después fue destinada a Ruan lo que la aproximó a Sartre. La relación con Sartre era abierta y eso le permitía actuar con libertar a la hora de establecer relaciones sentimentales fuera de la pareja, con otras personas.

A punto de estallar la Segunda Guerra Mundial la pareja se instaló en París. Simone de Beauvoir daba clases en un liceo. Fue despedida del mismo como consecuencia de la relación que mantuvo con una alumna.

Sus primeros pinitos en la literatura los hizo de manera temprana con Primaldad de lo espiritual (1937), obra que fue rechazada sistemáticamente por las editoriales a las que la envió. En 1979 fue publicada esta novela con otro título, Cuando predomina lo espiritual. Antes se editó la novela La invitada (1943); tuvo bastante éxito pero fue denunciada por «incitación a la perversión» lo que supuso su expulsión del sistema educativo nacional. Después de la guerra fue reintegrada de nuevo al mismo.

Fundó la revista Les Temps Modernes, con el objetivo de difundir el existencialismo a través de la literatura contemporánea.

Su obra es muy extensa y variada, y no la vamos a analizar aquí pero quiero destacar que ella siempre dejó claras en sus ensayos y en sus novelas, sus posturas personales ante el mundo y la existencia: lucha de clases, socialismo, ateísmo y existencialismo.

Su vida sentimental fue intensa y sus contactos con personalidades transcendentales de su tiempo prolífica, como Fidel Castro o Che Guevara.

Cuando en 1949 se publicó El segundo sexo, tuvo un éxito mundial indescriptible, se vendieron millones de ejemplares del libro. Eso sí, sus detractores crecieron como setas, entre ellos el Vaticano. Esta obra fue fundamental para el movimiento de liberación de la mujer pues dejaba ver claramente como la sociedad denominada moderna situaba a la mujer en una posición de inferioridad que no solo la discriminaba sino que además la impedía desarrollarse como persona, condenándola al ostracismo y a un sufrimiento silencioso, nunca reconocido.
«No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino.»
«Sólo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, se ve aparecer una Rosa Luxemburg, una madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia.»
En 1954 recibió el Premio Goncourt por su novela Los Mandarines.


Todavía le quedaba mucho por escribir antes de su muerte, entre otras cosas su autobiografía, iniciada en 1958. En 1964 se editó un relato duro sobre los últimos días de su madre, Una muerte muy dulce. En 1981 se publicó La ceremonia del adiós. Un año antes había muerto Sartre y estaba libre para sacar a la luz su punto de vista sobre los diez últimos años de vida de éste.
«Su muerte nos separa. Mi muerte no nos reunirá. Así es; ya es demasiado bello que nuestras vidas hayan podido juntarse durante tanto tiempo.»
Murió el 14 de abril de 1986. Sus restos están enterrados junto a los de Jean Paul Sartre en el cementerio de Montparnasse, en París.

La mujer rota (1968), es una recopilación de tres narraciones: La edad de la discreción, Monólogo y La mujer rota. Son tres historias diferentes pero con los mismos puntos cardinales. Los protagonizan mujeres a las que la vida social las coloca al borde del abismo, dominadas por los auto reproches, la culpabilidad, el amor y el desamor, la angustia, el embrutecimiento de la vida doméstica y el horror del paso del tiempo, sobre todo cuando se tiene la sensación de llevar una existencia frustrada. Las tres mujeres son víctimas del sistema patriarcal pero no siempre se reconocen como tales y cuando lo hacen se quedan sorprendidas del hecho en sí mismo. Las tres están enamoradas del amor, viven para él y, tardíamente, descubren las consecuencias del mismo desde el rol que la sociedad a dispuesto para ellas.

La edad de la discreción narra el momento en que el absurdo de la existencia toma forma ante los ojos de la protagonista, con un matrimonio que no le aporta nada, con la sensación de que la vida se le ha escapado sin vivirla auténticamente, que ya no tiene capacidad de sorpresa ni interés para ella. Su sentimiento de incapacidad por trascender a esa situación la desespera y martiriza.

Monólogo describe a una mujer que perdió a su hija de 17 años, asesinada. Transcurridos unos cuantos años, reflexiona sobre su vida y se siente dominada por un gran sentimiento de odio y de fracaso. Su fracaso como madre, aunque ella no sea responsable de la muerte de su hija, se funde con el autoanálisis de su vida, que considera carente de sentido y también fracasada.

En La mujer rota nos encontramos con el dolor de una mujer que ha sido abandonada por su marido para irse con una compañera más joven. Todo esto después de vivir una vida con él anodina y sin alicientes. ¿Qué le queda entonces a ella, sin amor, sin marido?...
«El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal.»

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