29 dic 2017

Las noches de las mil y una noches

Por Ángel E. Lejarriaga



Entrar en contacto con la literatura de Naguib Mahfuz (1911-2006) de alguna manera es abrir las puertas a oriente y sobre todo a Egipto. Nacido en El Cairo fue el más pequeño de una familia numerosa compuesta por ocho miembros. Su padre tenía un puesto de funcionario lo que proporcionó a la familia si no riqueza sí seguridad. Desde pequeño Naguib mostró un interés especial por la literatura por lo que pronto comenzó a hacer sus pinitos con artículos en las revistas de su época. Aprendió el inglés con fluidez y se dedicó a traducir diversos textos que eran de su interés al árabe. Su capacidad de trabajo era inmensa por lo que alternó la carrera de Filosofía con una prolífica producción literaria que tras finalizar sus estudios se expandió hasta alcanzar la nada desdeñable cifra de ochenta relatos. Como tenía que asegurarse un medio de vida, hecho que en principio la literatura no le proporcionaba, trabajó en el Ministerio de Asuntos Religiosos entre 1939 y 1954. Más tarde, llegó a ser director del departamento técnico del Instituto de artes; también presidió el Instituto Nacional de cine. Militó en el partido nacionalista Wafd que exigía la salida de los británicos de Egipto.

Mahfuz siempre tuvo una cosa clara a la hora de escribir, situar a El Cairo «como si fuera un mundo». Algo parecido ocurre en la obra Justine (1957) de Lawrence Durrel, en la que llegas a la conclusión de que Justine es El Cairo, una ciudad en la que todo parece al alcance de la mano.

A Naguib Mahfuz se le ha considerado en esencia como un novelista, que revolucionó la literatura contemporánea árabe, aunque también escribió numerosos relatos; se cuentan catorce recopilaciones, según mis datos; tal vez haya incluso más. Su currículum novelístico consta de treinta y tres obras; varias de ellas tienen película.

Su trabajo de funcionario, recién concluidos los estudios universitarios, como le sucedió a Kafka, le facilitó la posibilidad de escribir de manera compulsiva. De ese período destacan obras como La maldición de Ra (1939), Caprichos del destino (1939), Radophis la cortesana (1943) y La batalla de Tebas (1944).

En un primer momento creativo a Naguib Mahfuz le interesó mucho la historia de Egipto y sus protagonistas —son un buen ejemplo las obras antes citadas— pero más adelante se produjo en él un cambio radical, y sus escritos empezaron a caracterizarse por los temas sociales. Se sumerge así en la narración realista de lo que le rodea. De ese período son importantes Jan al-Jalilí (1946) y El callejón de los milagros (1947), obras en las que describe, con una exigente minuciosidad, a las gentes que pueblan su mundo, tanto pobres o mendigos, como burgueses e intelectuales. Entre 1948 y 1949 aparecen dos novelas que suponen un gran paso adelante en su forma de narrar: El espejismo (1948) y Principio y fin (1949), textos eminentemente psicológicos. 
«No hay héroes en la mayoría de mis historias. Miro a nuestra sociedad con un ojo crítico y no encuentro nada extraordinario en la gente que veo.»
Su salto a la popularidad le llegó a partir de su «Trilogía de El Cairo» compuesta por las novelas Entre dos palacios (1956), Palacio del deseo (1957) y La Azucarera (1957). Por esta trilogía consiguió el Premio Nacional de las Letras Egipcias en 1957. Esta magna obra cuenta el recorrido existencial de una familia burguesa en el periodo que transcurre entre las dos guerras mundiales. En 1959 se publicó su novela de tintes metafísicos Hijos de nuestro barrio, que no pasó inadvertida, sobre todo a las autoridades egipcias, hasta el punto de ser prohibida por cuestiones religiosas.

En los años sesenta la escritura de Mahfuz se compromete aún más con temas sociales y sobre todo políticos; así surgen El ladrón y los perros (1961), y Miramar (1967), también publica una colección de cuentos: Historias de nuestro barrio (1975). En 1988 se le concedió el Premio Nobel de Literatura, pasando a formar parte de la Historia Universal de la misma como «cronista del Egipto moderno».

Su compromiso consigo mismo y sus ideales le llevó a granjearse muchos detractores e incluso enemigos. En 1994 sufrió un atentado por parte de unos islamistas al considerar sus obras como «una blasfemia contra la religión musulmana». Los autores del atentado fueron ahorcados en 1995. Desde esa agresión su salud quedó resentida, ya no volvió a ser el mismo, y prácticamente no escribió más que relatos cortos que se recogieron en Sueños de Convalecencia. La condena y ejecución de los dos islamistas no hizo más que empeorar su situación hasta el punto de ser condenado a muerte por grupos extremistas, por lo que se mantuvo aislado en su domicilio, salvo salidas concretas a alguna que otra actividad literaria. Su muerte acaeció en el año 2006 tras un accidente doméstico; contaba noventa y cuatro años.

Las noches de las mil y una noches se publicó en 1982. En ella el autor toma como partida el final de Las mil y una noches y le da continuidad.
«Después de la oración del alba, mientras nubes de oscuridad se enfrentaban a una ráfaga de enérgica luz, se convocó al visir Dandán a presentarse ante el sultán Shahriyar. Su aplomo se disipó y en su pecho palpitó su corazón de padre. Mientras se vestía balbuceó: “Ahora se cumplirá el destino, tu destino, Sherezade”.»
La historia que pone el punto y seguido al fin de la primera obra comienza «tras mil y una noches de cuentos y misterios», en ese momento la sufrida Sherezade logra romper la maldición que sometía al sultán. Shahriyar supera sus ansias sangrientas y toma como esposa a Sherezade. Su reino entra en una época de tranquilidad y prosperidad. ¡Qué bonito!, dan ganas de soltar unas lágrimas, como con los dibujos animados que ponen en Navidad; pues mejor no molestarse porque la historia se va a torcer de manera inmisericorde, ya que unos genios con ganas de incordiar, que representan al bien y al mal, van a modificar los primorosos auspicios que el principio de la historia auguraba. ¿Y qué nos vamos a encontrar? Pues qué va a ser, lo más corriente del mundo: ambición, lujuria, asesinatos, latrocinio, corrupción, abusos de poder… ¿Alguien da más? Claro que sí, Mhafuz. Su capacidad imaginativa, con un tono en ocasiones, para mí, humorístico, no parece tener límites. Usando la magia como herramienta narrativa, hace que lo imposible se vuelva posible, sin tiempo, sin fechas, esboza los problemas candentes de la sociedad medieval en la que se enmarca la narración, que bien podrían ser los nuestros.

Sin ánimo de destripar la novela diré, para animar a su lectura, que los decapitados pueden tomar vida, los zapateros levitar y una mujer que sueña que hace el amor, al despertar descubrir en la realidad las consecuencias de su voluptuosidad onírica.

No me acordaba bien de Las mil y una noches, por lo que al leer esta novela he disfrutado en especial porque he recuperado a Aladino y a su lámpara maravillosa, a las alfombras voladoras y a los genios, y a las bellas jóvenes cubiertas de velos vaporosos, insinuantes y sensuales; y a los hermosos jóvenes, de brazos fuertes y tez bronceada. Digamos que todos los elementos de la magia de ese oriente mítico, que parece que hemos olvidado, nos la devuelve Mhafuz pero con moraleja, la derivada de los males de las sociedades modernas, de su tiempo y por supuesto de nuestro tiempo.

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