25 sept 2018

Por una falda de plátanos

Por Ángel E. Lejarriaga



Cuando se editó este texto de Almudena Grandes, debajo del título se colocó un subtítulo bastante significativo «Un viaje literario». Por supuesto que lo es, pero además tiene variados componentes que lo convierten en un trabajo ilustrativo de lo que es la creación literaria en sí misma y de las fuentes que bebe, entre ellas la memoria. La narración, reflexión, nace a principios de los años setenta, Almudena Grandes es una niña de unos doce años que se ve obligada a cambiar de barrio, pasa de la Glorieta de Bilbao al Parque de las Avenidas. El principal inconveniente de este cambio imprevisto era que estaba alejado del centro de Madrid. En esas fechas todavía gozaba compartiendo cocina con su madre y hojeando la revista de cotilleos Hola que faltaba en pocos hogares españoles de la época. Almudena dice que le gustaba mirar las fotografías de las famosas que poblaban sus páginas semana tras semana. En una de aquellas sesiones de vagabundeo de celebridades le llamó la atención una «anciana repintada» y glamurosa de la que se decía que tenía diecisiete hijos adoptivos: Josephine Baker. Lo curioso de aquella fotografía es que se presentaba junto a otra en la que aparecía una belleza de ébano vestida simplemente con una especie de taparrabos de plátanos. ¿Era la misma mujer? Se preguntó. Su madre le respondió afirmativamente. Con ese atuendo salía a escena y bailaba, le dijo, y añadió que su abuela la había visto actuar, es decir su madre. Almudena se quedó paralizada. No podía ser. Su abuela la había visto bailar en Madrid en compañía de su marido, su abuelo, militar de carrera, ambos católicos, apostólicos y romanos. ¡Imposible!, pensó. Los abuelos que ella había conocido no podían haber participado en semejante espectáculo, ¿o es que realmente sabía muy poco de ellos? Algo no cuadraba. La más moderna de las tres generaciones de mujeres de su familia tenía que ser ella, por encima de su madre, y, sin embargo, su abuela acudía a ese tipo representaciones provocadoras y alejadas de las posibilidades de esparcimiento de su tiempo. A Almudena le faltaba información, desde luego, había cosas que no sabía, que nadie le había contado sobre el pasado de su familia: «me habían robado su vida, su historia». Es cierto, le habían robado todo ese tiempo a su generación que es la mía. En ese momento, Almudena Grandes decidió que iba a recuperar la memoria perdida. En este punto comienza la segunda parte del viaje literario: «Desde entonces […], la memoria ha sido uno de los aspectos claves de mi vida. Y, por supuesto, de mi literatura».

Para Almudena Grandes escribir significa hacer memoria, en ella se encuentra «el origen de toda ficción […] Escribir es mirar el mundo, y publicar, comunicar a los lectores el resultado de esa mirada». Desde el principio de la literatura los ojos del escritor han escudriñado la realidad y han tratado de reproducirla pero, evidentemente, han hecho mucho más. El escritor no solo reproduce aquello que ve, llega más lejos; la memoria contiene elementos que beben de diversas fuentes o fenómenos psicológicos que van más allá de la simple impresión sensorial. De este modo, diez narradores podrían describir un acontecimiento de manera diferente. Esto nos lleva a la idea, imperiosamente, de que la memoria en absoluto es objetiva, ni nos acerca a la verdad, porque la verdad es plástica y universal; para aproximarnos a ella tendríamos que acumular el pasado, el presente y los futuros posibles en una única fórmula, y a pesar de ello, esta siempre estaría mutando, incompleta. Almudena Grandes dice que «La memoria es una creación […] Los seres humanos creamos nuestra propia memoria, y al mismo tiempo, nos recreamos en ella». Afirma que la memoria se construye con datos que proceden de nuestra percepción, centrándose en los que «nos gustan», ninguneando «Los que no nos sientan bien» o «Los recuerdos dañinos». «Así, vamos definiendo nuestro personaje, los rasgos en los que nos reconocemos e imponemos a los demás, pero también, y sobre todo, a nosotros mismos». Pero claro, esto es solo una parte de la memoria; además existe la fabulación, entendida esta como el resultado de un proceso imaginario que el individuo describe como si fuera real. ¿Cuánto hay de fabulación en nuestra memoria? La escritora dice que «son los más interesantes». Tal vez sean recuerdos «que no hemos vivido, pero hemos deseado vivir». Pueden haber ocurrido pero no a nosotros. Eso no es óbice para que los incorporemos a nuestra memoria, citando la fuente o asumiéndolos como parte intrínseca de nuestra experiencia. ¿Estamos robando recuerdos? Pues eso parece. En cuanto dichos recuerdos los contamos y los repetimos y los volvemos a repetir, se convierten en parte indisoluble de nuestro ser. La autora mantiene que esta es la esencia, o algo parecido, de la escritura: «Un escritor es alguien que, aparte de crear su propia memoria personal, como todos los demás, amplifica y desarrolla conscientemente este proceso para inventar de manera sistemática historias de ficción, que, si a algo se parecen, es a los recuerdos. En este punto se reúnen la creación literaria y lo que podríamos denominar creación vital del propio personaje». En este contexto la literatura está servida; la creación nace de la memoria y la memoria de nuestra experiencia personal y universal. No vivimos solos porque no lo estamos, el mundo es una gran biblioteca rebosante de sucesos que nos bañan con tintes excitantes o reprobables, cada uno de ellos con sus características definitorias. Aquellas personas que escriben toman esto o aquello de ese fluir de información que parece no tener límite, a lo que sumamos nuestras fantasías, nuestras frustraciones, nuestros anhelos truncados, nuestros miedos. Nuestro cerebro toma esa información, de una manera azarosa o no, la digiere, la regurgita una y otra vez, para al final vomitarla en el hecho creativo, sea este literario, musical o plástico, por citar algunos.

Enlazando la primera parte con la segunda llegamos a una tercera que Almudena Grandes quiere resaltar: nos han robado la memoria. Los años treinta para ella fueron unos años convulsos pero de progreso: «Nunca ha existido nadie más moderno que un moderno español de la generación de la República», sin embargo el Régimen franquista nos ha hecho retroceder a mediados del siglo XIX: «De ser los más modernos, a ser los más antiguos, y siempre a contracorriente, en dirección contraria […] En España, la inmensa mayoría de los demócratas se alzaron en armas contra el fascismo, en el resto de Europa, casi nadie. En España ganaron los fascistas, en el resto del mundo, perdieron». Paradojas de la Historia. Y cuando tuvimos la oportunidad de hacer algo diferente, de retomar la ocasión asesinada por el general Franco, en 1976, los hijos del fascismo y sus colaboradores (partidos políticos democráticos) se inventaron la Transición española. Punto y final. Nos contaron un cuento que mucha gente se creyó y que todavía se cree, un cuento que era «el mejor de los cuentos posibles». Los hijos y nietos de los fascistas se frotaron las manos, el espectáculo continuaba y con él sus pingues beneficio económicos. Los dirigentes de los partidos políticos consiguieron los sillones que les aseguraban un porvenir generoso y cuando los abandonaban eran premiados por los otros, por los fascistas ahora demócratas, con algún que otro cargo en un consejo de administración. En esas estamos varias décadas después, a vueltas con la memoria que muchas personas quiere recuperar, y con otras muchas que ponen continuos obstáculos para que esta nunca se recupere. «Nos dijeron que cerráramos los ojos, que saltáramos hacia delante, y cuando los abrimos, todo había cambiado. España había sido una dictadura pero era una democracia», eso sí, una «democracia sin memoria».

En fin, la moraleja de esta historia que nos cuenta Almudena Grandes es que sin memoria no hay creación, ni futuro, ni aprendizaje de los errores que hemos cometido y, lo que es peor, corremos el riesgo de volver a experimentar lo mismo que ya vivieron nuestros abuelos: una nueva dictadura, en este caso consensuada parlamentariamente por representantes electos de una democracia con pies de barro.
«Este país, como todos ustedes saben, tuvo una vez una oportunidad. La tuvo y se la robaron. Entonces no se exiliaron sólo los poetas, no crean, se exiliaron también los científicos, los físicos, los químicos, los biólogos, los médicos, los matemáticos… ¿Y qué? Ha pasado mucho tiempo, me dirán y tendrán razón, pero todos llevamos aún el polvo de la dictadura en los zapatos, ustedes también, aunque no lo sepan. Más tiempo hace falta para que florezcan los desiertos y, por desgracia para todos, la ciencia no se recupera tan deprisa como la literatura. Por eso prefiero que sepan esto ahora, para que luego no me digan que nos les advertí lo difícil que es ser físico en España.»
 (El corazón helado (2007), Almudena Grandes) 





1 comentario:

  1. Necesito saber la fecha de edición de este texto. No la encuentro por ningún lado. Estoy haciendo un trabajo y preciso esos datos. Gracias

    ResponderEliminar