13 ago 2020

La gaviota

Antón Chéjov (1860-1904). El libro que comento hoy es una obra de teatro de un ruso genial con buena y con mala suerte. Tuvo buena suerte porque sobrevivió a una familia que no le auguraba mucho porvenir, tanto por el tipo de educación que le dio como por su precaria situación social. Además, nació con talento, con mucho talento, no solo para las ciencias sino también para la literatura, en la que pasó a la historia de la misma. La mala suerte salió a su encuentro cuando la tuberculosis le mató con cuarenta y cuatro años.

Antón Chéjov nació en Tagarog, un puerto importante del mar de Azov. Sus orígenes, si nos remontamos a su abuelo, fueron más que paupérrimos, fue un siervo que compró su libertad y la de sus cuatro hijos. Uno de los liberados fue su padre, Pável Chéjov, un cristiano ortodoxo bebedor empedernido y extremadamente violento. Su familia estaba compuesta por seis miembros más su padre y su madre. El padre los educó, como era de esperar, con mano de hierro. Desde muy joven Antón tuvo que compatibilizar el trabajo en el negocio familiar con el estudio. Su madre equilibraba la balanza emocional con su bondad y cariño, que repartía a espuertas entre sus hijos; además, era una gran narradora y amenizaba muchas veladas con historias oídas aquí y allá durante los viajes que había realizado con su marido.

El padre era comerciante de telas y en 1875 el negocio empezó a ir de mal en peor, hasta el punto que tuvo que huir a Moscú para librarse de ser encarcelado. El joven Antón, a pesar de todo, cursó el bachiller y entró en la Universidad de Moscú, en la facultad de medicina. Mientras estudiaba escribía relatos humorísticos y “caricaturas de la vida de Rusia” para ganar algo de dinero con el que sufragar los cursos universitarios. Con sus relatos no pretendía más que mantenerse económicamente, no había pretensiones psicológicas o de conseguir un cierto estilo literario; sin embargo, lo cierto es que esa práctica continua y temprana le llevó a convertirse en un maestro del “cuento”. Al principio, cuando publicaba alguno lo hacía bajo diferentes pseudónimos. Eso ha hecho que algunas de estas narraciones cortas se hayan perdido, simplemente porque no han sido autentificadas como suyas.

En el año 1884 concluyó la carrera de medicina y tras un periodo de prácticas comenzó a ejercer de médico por diferentes puntos de la geografía rusa. A pesar de esta actividad profesional, que adoraba, nunca dejaba de escribir, y publicaba en diferentes semanarios. 1885 fue un año importante para él porque la revista Peter búrgskaya Gazeta solicitó sus colaboraciones de manera asidua; de este modo comenzó a desarrollar textos más complejos que los que había escrito y publicado hasta ese momento. A finales de ese año el periódico de San Petersburgo Nóvoye Vremia aceptó sus escritos lo que empezó a proporcionar fama en los ambientes literarios. Un año después, se publicó Cuentos de Melpómene, un libro de relatos. En 1987 se estrenó su obra de teatro Ivánov, que tuvo una buena acogida del público y la crítica. También ese mismo año recibió el Premio Pushkin por Al anochecer, otra colección de relatos. En 1888, se editó La estepa, una recopilación más de cuentos. Por esos años se acentuaron los síntomas de tuberculosis, que le habían contagiado hacia 1880 pacientes a los que había tratado, enfermedad que finalmente lo mataría. Se retiró una temporada a Ucrania y regresó precisamente para el reestreno en Moscú de La gaviota en el Teatro Alexandrinski, esta vez dirigida por el mismísimo Stanislavski, y puesta en escena por la compañía del Teatro de Arte de Moscú. En años sucesivos Chéjov escribió otras tres obras para esta compañía: Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904). Las tres obras tuvieron éxitos clamorosos. Se casó en 1901 con una actriz del Teatro de Arte de Moscú, Olga Knipper. Pero antes de llegar a esa fecha, hay que citar que en los años anteriores Chéjov se mantuvo bastante activo, realizó un viaje iniciático a la isla de Sajalín, a visitar sus prisiones. Quería saber si los tenebrosos rumores que circulaban por Moscú sobre lo que sucedía allí eran ciertos. Las autoridades le autorizaron el viaje pero también limitaron el ángulo de observación de su mirada inquisitiva. El viaje lo inició con abundante información que había recogido previamente, según diferentes fuentes, sobre lo que padecían los condenados que eran recluidos en esas prisiones. El recorrido fue largo y duro, carente de toda comodidad, más para un individuo gravemente enfermo como él. Si su salud era mala cuando partió, a su regreso había empeorado considerablemente. La experiencia la denominó como un “viaje a los infiernos”, y las respuestas que obtuvo de la misma aterradora.


Volviendo al teatro ―aunque sus relatos se seguían publicando de manera ininterrumpida―, los personajes que presenta Chéjov en sus obras están atrapados en un sentimentalismo que les paraliza, patético, que desde nuestra óptica actual puede rozar lo ridículo. Pero es lo que la burguesía incipiente y la corrupta aristocracia rusa de la época zarista representaban en esos momentos históricos. Nada que ver con las vidas sombrías e invisibles del campesinado, mayoritario en Rusia. Es obvio que la imagen que transmite Chéjov es una crítica severa a las clases adineradas, pretendidamente cultas y educadas, de gustos refinados, en contraposición al “primitivismo” y miseria en el que viven los siervos.

Piotr Kropotkin dijo sobre Chéjov:
“Nadie mejor que Chéjov ha representado el fracaso de la naturaleza humana en la civilización actual, y más especialmente el fracaso del hombre culto ante lo concreto de la vida cotidiana.”
Tras la vivencia de Sajalín viajó por Europa con Suvorin, su editor. En 1892 se instaló con sus padres en Mélijovo, cerca de Moscú, en una propiedad que había comprado. En 1895 publicó el libro La isla de Sajalín y tuvo un encuentro con Lev Tolstoy. En 1896 inauguró la primera de las tres escuelas que levantaría en la zona de Mélijovo. Ese año se estrenó La gaviota en el Teatro Imperial Alexandrinski en San Petersburgo y resultó un fiasco. En 1897 publicó Los campesinos, sobre la vida rural. El año siguiente lo dedicó, entre otras actividades, a dar de comer a tres mil niños de la región de Samara, que había sufrido una hambruna. Cada vez más enfermo, vendió su casa y se retiró a Yalta, para ver si el clima le ayudaba a mejorar; allí fue frecuentado por Máximo Gorki. Con el fin de siglo, en 1899 vendió sus derechos sobre sus Obras completas por setenta y cinco mil rublos, una cantidad nada desdeñable; y también recaudó fondos para construir un hospital para enfermos de tuberculosis. Todavía le quedaron fuerzas para visitar a Tolstoy por última vez y viajar con Gorki por el Cáucaso; incluso, como ya he dicho más arriba, se casó. En 1902 escribió El obispo en el que se representa a sí mismo. En 1904, en junio, viajó con su esposa Olga a Alemania, a un balneario, donde murió en julio. Fue enterrado en Moscú.

La cantidad de cuentos escritos por Chéjov es ingente por lo que citaré algunas colecciones: Travesura (1882); Cuentos de Melpómene (1884), bajo el seudónimo Chejonté; Relatos abigarrados (1886); En el crepúsculo (1887); Cuentos (1888); Niños (1889); Gente sombría (1890) y Relatos y cuentos (1894).

En lo que respecta al teatro, he aquí la mayoría de sus obras: Platónov (1878); En el camino real (1884); Sobre el daño que hace el tabaco (1886); El canto del cisne (1887); Ivánov (1887); El oso (1888); Petición de mano (1888-1889); Un trágico a pesar suyo (1889); La boda (1889); El demonio del bosque (1889); Tatiana Répina (1889); La noche antes del juicio (1890); El aniversario (1891); La gaviota (1896) ; Tío Vania (1897) ; Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904).

La gaviota, texto teatral en cuatro actos, es una de sus cuatro obras maestras. Se desarrolla alrededor de las tribulaciones sentimentales y artísticas de cuatro de sus personajes: Nina (que sueña con ser una actriz famosa), un escritor de renombre, Trigorin; la actriz Irina Arkadina y su hijo Konstantin Tréplev. Por la escena confluyen un buen número de personajes secundarios que cumplen perfectamente su papel para dar cuerpo al conjunto. Pero, ¿cómo construye su obra teatral Chéjov? El autor es médico y de alguna manera va a actuar como tal a la hora de escribir. Su forma de expresarse es casi la de un observador neutral, concienzudo, que mira y disecciona la realidad, con “curiosidad y rigor”, y luego escribe sobre ello. Lo que ve en el mundo sensible es el resultado de tensiones internas que sus personajes describirán: angustia, esperanza y desesperanza, locura, alegría y tristeza extrema. Lo que Chéjov representa en escena tiene que ver con la sociedad de su tiempo. Quiere abrir el cerebro del ser humano, conocer sus sentimientos más íntimos y comunicárselos al espectador. No busca introducir en sus obras individuos perversos, retorcidos, inescrutables, no hay oscuridad en los monólogos que pone en boca de los actores, son personas corrientes con pasiones corrientes, con dudas corrientes; quizá, eso sí, con una sensibilidad a flor de piel.


El periodo histórico en que está escrita La gaviota es de transición, un mundo está a punto de derrumbarse y de algún modo sus personajes lo intuyen, lo formulan, con desaliento y también con esperanza. Rusia es decadente, ellos y ellas, representantes de la clase alta, también lo son; tienen que decidir si cambian al ritmo de los tiempos o dejan que les arrastre el torbellino que se avecina. Todos están insatisfechos, Nina, Trigorin; Irina Arkadina, Tréplev y los demás, terratenientes, empleados, el médico, el maestro, etcétera. Son personas conscientes de que su existencia es anodina, carente de sentido. ¿Qué hacer entonces? Desperdician un tiempo de sus vidas que es irrecuperable. Tienen, necesariamente, que tomar decisiones, hacer cambios, pero sus vidas están encadenadas, un romanticismo enfermizo les lleva a entretejer pasionalmente unas vidas con otras, lo que genera unas dependencias emocionales difíciles de resolver. Pueden hacer algo pero no lo hacen; ven venir la ola y algunos corren a refugiarse, a situarse por encima de ella, otros simplemente la esperan con resignación culpable. “Sólo una decisión importa: abandonarse o continuar”.

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