15 ene 2021

La forja de un rebelde



Arturo Barea Ogazón (1897-1957), nació en Badajoz. Su padre, militar, murió joven, a los treinta y cuatro años. A partir de ese momento la familia se trasladó a Madrid para llevar una vida de penurias en una buhardilla miserable del popular barrio de Lavapiés, entonces Avapiés. Su madre trabajó de lavandera en el río Manzanares para sacar adelante a la progenie. La buena mujer hizo lo que pudo, multiplicándose para poder sobrevivir ‒la novela lo describe a la perfección‒. Arturo estuvo viviendo hasta los trece años con unos tíos adinerados que no habían tenido hijos, que le pusieron a estudiar en las Escuelas Pías de San Fernando. Tras la muerte de su tío, Barea, por decisión propia, comenzó a trabajar, primero en un comercio y más tarde en un banco.

En 1920 tuvo que hacer el servicio militar y fue destinado a Marruecos, allí vivió en primera persona el denominado “desastre de Annual” de 1921. Este episodio de la historia negra reciente de España fue una imponente derrota militar durante la guerra del Rif. Los rifeños, a cuyo mando estaba el famoso y carismático líder Abd el-Krim, atacaron a las fuerzas españolas entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921 cerca de Annual, ciudad situada en las proximidades de Melilla. En esa batalla murieron nueve mil militares españoles y dos mil quinientos rifeños encuadrados en sus filas.

Después de volver de África, Arturo Barea se puso a trabajar, no podía ser de otro modo; su paso siguiente fue casarse con Aurelia Grimaldos, con la que tuvo cuatro hijos. Sus ideas contestatarias fueron tomando forma a lo largo de los años, y con el advenimiento de la II República se afilió a la UGT. Su compromiso con la República y el socialismo se acrecentó con el golpe de Estado de Franco de 1936. En la República acosada por el fascismo nacional e internacional desempeñó diversos puestos como propagandista. Quizá el más importante fue el trabajo que realizó para el Ministerio de Estado como responsable de la censura de la prensa extranjera. Barea y las personas que colaboraban con él en esa labor controlaban las comunicaciones con el exterior de los corresponsales extranjeros desde el edificio de la Telefónica situado en la Gran Vía de Madrid. Barea fue testigo directo del asedio de la capital y los continuos bombardeos a que fue sometida. Aparte de ese trabajo para el Gobierno, también realizó emisiones radiofónicas bajo el seudónimo de “La voz desconocida de Madrid”.

En plena guerra se divorció de Aurora Grimaldos, y se casó con la periodista austriaca Ilse Kulcsar. La pareja abandonó Madrid en dirección a Valencia, de allí viajaron a Barcelona; finalmente, pasaron a Francia como refugiados e intentaron vivir sin apenas recursos económicos en un París prebélico. Cuando su situación llegó a ser insostenible decidieron exiliarse en Inglaterra, país en el que Barea obtuvo la nacionalidad en 1948. En él trabajo de periodista para la BBC bajo el seudónimo de Juan de Castilla. Ilse se encargó de la traducción de su obra. Arturo Barea falleció en Faringdon, un pueblo del condado de Oxford. “Sus cenizas fueron esparcidas en el jardín de su casa, a las afueras de Faringdon, en la finca del aristócrata Lord Faringdon, defensor de la causa republicana que en 1936 había trabajado en un hospital de campaña en el frente de Aragón durante la guerra civil española”.

Antes de enumerar sus obras, hay que decir que aunque todas fueron escritas en castellano primero fueron publicadas en inglés, traducidas por Ilse Kulcsar, exceptuando su recopilación de relatos publicada en 1938 en Barcelona bajo el título Valor y miedo. Evidentemente, la obra que le dio fama internacional fue La forja de un rebelde, que le permitió vivir de la escritura hasta el momento de su muerte.

La trilogía de Arturo Barea, muy reconocida, junto con la producida por autores como Ramón J. Sender y Max Aub han sido agrupadas bajo la etiqueta “narrativa del exilio”. Acompañan a “la forja” Crónica del alba, de Sender, compuesta por nueve novelas cortas; y las seis novelas de Max Aub que constituyen El laberinto mágico.
  • Obras de Arturo Barea:
  • Valor y miedo, 1938 (cuentos de la Guerra Civil).
  • La forja de un rebelde, 1941-1944. I. La forja. II. La ruta. III. La llama. Primera edición en castellano, en Buenos Aires, Losada, 1951.
  • Lorca, el poeta y su pueblo, 1944.
  • Unamuno, 1955 (ensayo).
  • La raíz rota, 1952. Primera edición en castellano, Buenos Aires, Santiago Rueda, 1953.
Barea tardó casi cinco años en escribir La forja de un rebelde. Aunque la escribió en castellano fue primero traducida y publicada en inglés. Se compone de tres novelas. La primera La forja (The Forge); la segunda La ruta (The Track) y la tercera, La llama (The Clash). De esta trilogía existe una serie de televisión (TVE), con el mismo nombre, compuesta por seis capítulos y dirigida por Mario Camus.


La forja la terminó de escribir Barea en 1939, residiendo todavía en Francia. Esta primera parte es un largo y minucioso recorrido por la infancia y primera juventud del autor. En la narración los protagonistas indudables son la miseria, el propio Barea, por supuesto, y Madrid, en concreto el barrio de Lavapiés, hoy de moda, entonces un pozo de mugre y hambre. Unido a estos protagonistas se encuentra el río Manzanares y las Escuelas Pías de San Fernando. Las impresiones o recuerdos de Barea son crudos. Trata de contar los hechos como si lo hiciera un niño pero el que escribe no lo es, y aunque se esfuerce en distanciarse de las escenas, las emociones le asaltan porque su alrededor, empezando por su madre, lavandera, la vida que sobrellevan es muy dolorosa. Evidentemente, hay momentos buenos en la narración, cómo no, Barea era un niño y se juntaba con otros niños que se hacían hombres demasiado rápidos, en un ambiente hostil en el que era difícil simplemente sobrevivir, mucho más progresar. Aún así, Barea supera esas etapas vitales, madura como puede y se incorpora al mundo laboral, otra esclavitud más. Antes su familia pasaba hambre porque no les era suficiente lo que ganaba su madre, cuando trabaja, se da cuenta que algo mejora pero muy poco, no hay porvenir en el trabajo asalariado, la clase obrera no tiene futuro en ese régimen social. Barea lo vislumbra desde su corta edad pero desconoce todavía que existen otras formas de interpretar el mundo.

El segundo libro de la trilogía es La ruta, que acabó de escribir en 1943. Aquí Barea ha crecido y se embarca hacia el Marruecos español para cumplir el servicio militar. Allí le espera el espeluznante espectáculo de la Guerra del Rif, convertida en un auténtico negocio para el ejército y en el que participa el propio Rey Alfonso XIII. Los soldados son carne de cañón, material compuesto por analfabetos e ignorantes, pero que entienden que en la guerra de África, si salen vivos de ella y consiguen reengancharse, pueden obtener ganancias mayores que en los trabajos misérrimos que les esperan a su vuelta en la península. En Marruecos todo es posible, se trafica con cualquier cosa vendible. Por allí pululan personajes siniestros como Francisco Franco y Millán Astray, que ya apuntan maneras de lo que llegarán a significar para nuestro país unos años después, al mando de la sanguinaria Legión. Barea conoce todo esto y también el desastre de Annual ya citado. El autor lo pasa mal, enferma y la visión del mundo que desfila ante sus ojos le deprime.

En la tercera parte de la obra, La llama (1946), Barea ha vuelto de África, se recupera en parte de sus dolencias, y encuentra un buen trabajo en la oficina de patentes. Se casa porque hay que montar una familia y vive de una manera burguesa. Pero su sensibilidad social ya ha tomado forma, su talante contestatario le empuja hacia el lado republicano y socialista; se afilia a la UGT y participa en la organización de los comicios electorales de 1936 en un pueblo de las afueras de Madrid en el que vive con su esposa e hijos. Poco tiempo le dura esa tranquilidad; en su interior no hay paz, vive atormentado por las desigualdades sociales, por la falta de amor en la relación que mantiene con su esposa, por la convivencia con una amante que le asfixia; se siente profundamente insatisfecho con la vida que lleva. El golpe de Estado de julio de 1936 y la consiguiente guerra civil le van a liberar, desde un punto de vista egoísta, de la suma de lo anterior. Salvar la República se convierte en su motivo existencial primigenio, el único que le mantiene vivo y con ilusión, lo demás pasa a un segundo plano. El testimonio de lo que ve desde su trabajo como censor de la prensa extranjera en el edificio de la Telefónica, que es bombardeado a diario, queda registrado en estas páginas. Luego llegará Ilse, su divorcio, las tensiones internas entre los distintos bandos del Gobierno republicano y el exilio, primero en Francia y más tarde en Inglaterra.

 Esto es La forja de un rebelde. En realidad es mucho más porque su contenido es inmenso y podría dar pie a muchos y ricos análisis, asociados a otros ya escritos y publicados en innumerables obras sobre el tema del advenimiento de la Segunda República y la Guerra Civil. Algo que debe quedar claro en este artículo es que el desconocido en nuestro país Arturo Barea cometió tres delitos que la historia reciente no le ha perdonado: primero nacer pobre, segundo ser republicano y socialista, tercero combatir al fascismo con lo que tenía a mano, su talento y audacia. Estos tres factores han sido determinantes para que su obra haya sido pasto del olvido.

Su compañera Ilse Kulcsar, lingüista, periodista y militante comunista, llegó a España no solo a defender la República, sino a combatir el fascismo que se estaba adueñando de Europa ante la pasividad de las dos grandes potencias: Francia y Gran Bretaña. Ella aportó lo que mejor sabía hacer a la causa republicana, y hay que agradecerle la traducción de los escritos de Barea al inglés, si no, quizá, hubieran podido desaparecer. De hecho los manuscritos originales del autor se perdieron, y la primera edición en español se realiza en Argentina traducida del inglés.

En España no le conocíamos, y, desde luego, hoy apenas se le conoce, sin embargo cuando la novela se publicó en Inglaterra tuvo tan buena acogida que “Barea llegó a ser el quinto español más traducido en el mundo en los años cincuenta, al mismo tiempo que su obra era aclamada en los EEUU”. La forja de un rebelde se publicó, por fin, en España en 1977, pasando absolutamente inadvertida.

No quiero acabar este texto sin destacar la figura del segundo duque de Faringdon, Lord Gavin Henderson, un aristócrata sorprendente que en un momento dado de su vida se comprometió con los desheredados de la tierra. Entra las gestas que se le conocen diré que recogió en su mansión a un grupo de niños que habían sobrevivido al bombardeo de la ciudad de Gernika; también se cuenta que transformó su coche Rolls Royce en ambulancia y viajó con él a España, participando en el frente de Aragón, entre otras cosas, en el transporte de milicianos heridos. Con la guerra perdida regresó a Inglaterra y acogió a Barea e Ilse en una de sus casas, lugar en el que los dos vivieron hasta su muerte.

Muchas personas, de aquí y de fuera de nuestras fronteras, participaron en una guerra en la que se jugaba mucho la humanidad, y fue esta la que la perdió, no solo fue España la sacrificada, se sacrificó también la posibilidad de lograr un mundo más justo. El capitalismo no quería más revoluciones, con la bolchevique había tenido suficiente, y aunque el fascismo y el nazismo llamaban a sus puertas, prefirieron el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial a correr riesgos con cambios sociales que no controlaba. Los muertos no importaban, la cuenta de resultados y las posibilidades de negocio sí.

Las pertenencias de Barea no han regresado a España, Antonio Muñoz Molina tiene su máquina de escribir. Una sobrina de Ilse Kulcsar ha depositado su legado en la Biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford; no hay nada que reprochar al respecto, los ingleses les acogieron, les dieron la nacionalidad y les permitieron  vivir dignamente hasta el final de sus días.

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