24 nov 2022

La salud mental en España


Siempre que suenan “tambores de guerra” en cualquier sentido político, se presentan campañas mediáticas específicas de los partidos en liza por un escaño, sea el que fuere el foro. En los últimos tiempos nos bombardean hasta la saciedad sobre las necesidades de invertir en Salud Mental; algo, por otra parte, constatable. Y, curiosamente, se habla poco de las causas que hacen que empeore, valga la redundancia, nuestra salud mental.

Ahora mismo toca la sanidad, no lo decimos en sentido irónico, la Sanidad pública y universal es un derecho que lleva muchos años ninguneada. Aunque hoy los partidos políticos “progres” se rasguen las vestiduras por ello, y pidan que dimita la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso. Sin embargo, habría que preguntarse por lo que han hecho algunos de estos partidos, PSOE o IU entre otros, en las comunidades donde han gobernado durante muchos años como ha sido el caso de Andalucía. Además, hay que poner el acento en el hecho probado de que los convocantes de la última manifestación masiva en defensa de la Sanidad pública se negaron a introducir en el manifiesto de la misma la petición de derogación de las leyes que han permitido llegar a la situación en la que estamos hoy, nos referimos a la ley 15/97 y artículos 67 y 90 de la Ley General Sanitaria. Los firmantes de la convocatoria, o muchos de ellos, son los mismos sindicatos y grupos subvencionados de la denominada “izquierda del capital” que desde el año 2004 han consentido, cuando no potenciado, la privatización de la sanidad, por la que ahora protestan indignados. En Getafe, sin ir más lejos, su alcaldesa, Sara Hernández Barroso (PSOE), convoca manifestaciones y concentraciones en el pueblo, conjuntamente con CC.OO. y UGT, en defensa de la Sanidad pública. Es obvio que la clase política toma al censo electoral por desmemoriado y poco crítico; tal vez tenga razón, si no fuera así no se les votaría y se actuaría de otra manera. Si Isabel Díaz Ayuso hace lo que hace en la CAM es porque el Gobierno central mantiene las leyes que lo permiten.

Dejando a un lado estas consideraciones, veamos algunos datos sobre el estado mental del país, recientemente publicados por el CIS y divulgado por los medios de comunicación. Una de cada cuatro personas tiene o tendrá algún problema de salud mental a lo largo de la vida (25%). Dada la precariedad e incertidumbre en la que vivimos, esta cifra parece optimista. El 6.7% de la población está aquejada por “ansiedad” (estrés psicológico). El dato es idéntico para la depresión. Tanto en ansiedad como en depresión las mujeres acumulan el doble de casos que los hombres, el 9,2% contra el 4%. Grosso modo, cerca del 3% de la ciudadanía adulta sufre un trastorno psicológico que la incapacita, estamos hablando de más de un millón de personas. Pero sigamos, 7.3 millones de jóvenes entre 15 y 29 años (48.9%) afirman que han padecido algún problema psicológico grave. Mirando el rango entre 10 a 19 años, observamos que el 20.8% dice padecer algún tipo de trastorno psicológico. Este dato, según UNICEF, sitúa a España como “líder europeo con mayor prevalencia de problemas de salud mental entre niños, niñas y adolescentes”.

Un detalle a destacar es que la atención fundamental de las personas que sufren trastornos psicológicos la reciben de amistades (88%). A todo esto hay que añadir que no solo las instituciones prestan poca ayuda sino que además esta es de baja calidad o inadecuada.

Hay una cifra que es espectacular y que podría ser muy mediática si a la prensa le importara realmente el tema, entre el 11.5% y el 27% (según los estudios) de los problemas psicológicos declarados en nuestro país, están derivados de las condiciones laborales. Otro dato escalofriante, 8 de cada 10 personas con problemas de salud mental carece de empleo (83.1%)

Para terminar con las cifras, hay que decir que UNICEF manifiesta en su último informe que “el suicidio es la segunda causa de mortalidad de los jóvenes en Europa, únicamente superado por los accidentes de tráfico”.

En resumidas cuentas, vivimos en la sociedad del malestar. Sufrir psicológicamente no es estar enfermo, sino padecer un trastorno que puede llegar a ser incapacitante. Hay que cambiar la sociedad y no nuestro sistema nervioso para que sea más resistente al estrés.

Habría que hablar largo y tendido sobre el concepto de “mente” o “mental”, sobre otros conceptos como "enfermedad" o "trastorno" y sobre las formas de intervención clínica que se aplican, pero este artículo no es el marco adecuado. Mas sí tenemos que centrarnos en el malestar psíquico generalizado que es antesala de problemas graves como los trastornos ansioso-depresivos, que pueden conducir al suicidio.

Cuando hablamos de ese malestar psicológico que flota sobre nuestras cabezas, ¿de qué hablamos? No existe un algoritmo que lo encuadre en un protocolo diagnóstico concreto. Sin embargo, cuando conversamos con distintas personas sobre dichas sensaciones de malestar, las entendemos con facilidad. Desde luego, comprendemos este mal que nos aqueja colectivamente pero lo afrontamos de manera individual, he ahí el problema. Hay quien argumenta, para quitar hierro al tema, que el estrés es el “signo de los tiempos”. Por esta expresión entendemos que el periódico histórico en que vivimos nos conduce a estar “mal”, y en última instancia a enfermar. Por tanto, la clave del drama de salud que padecemos se encontraría en nuestra propia forma de vida.

Se ha afirmado, con razón, que podría ser la desesperanza, la falta de un horizonte de cambio, la responsable de este malestar. No cabe ninguna duda de que la desesperanza es la responsable última. Si la vida que llevamos es estresante y dañina en sí misma, y no poseemos un horizonte o visión transformadora a corto plazo, ni tan siquiera como posibilidad lejana, es difícil no deprimirse, hiperactivar nuestro sistema nervioso o desarrollar insomnio, por ejemplo. ¿Qué podemos esperar del mundo y sus circunstancias? ¿Más de lo mismo? No lo sabemos, pero hoy por hoy la perspectiva resulta descorazonadora.

Nuestras vidas se sustentan en valores caducos y en una productividad siempre insatisfactoria. Seguimos siendo esclavos a pesar de nuestra florida modernidad. Cada día supone una intensa lucha por la subsistencia material y emocional. Esperamos mucho de nosotras mismas, también de las personas que nos rodean. La doctrina neoliberal nos somete al yugo de una autoexigencia ilimitada, cuyos beneficios son inciertos cuando no desequilibrados. Esto que afirmamos afecta a una parte importante de la sociedad, como hemos visto en los datos estadísticos expuestos al principio.

Para salvar esta situación, el enfoque que se utiliza es individualista: “Hacen falta más recursos, más dinero, más medios”. Craso error estratégico, aunque tácticamente sea asumible. Este enfoque no hace más que perpetuar los problemas, aliviando, eso sí, puntualmente el malestar. Pero ignora los aspectos fundamentales del mal de fondo. Como se cita en un texto reciente de Javier Padilla y Marta Carmona, probablemente los esclavos siempre han tenido depresión. Entonces, en nuestro tiempo presente, la solución que les daríamos sería introducirles en un proceso psicoterapéutico y psicofarmacológico específico para esclavos, teniendo como objetivo prioritario aumentar la resistencia al estrés propio de su condición. También tendríamos que administrar tratamientos preventivos a los niños y niñas que ya nacen esclavos o van a serlo en años venideros. Según los autores citados, aplicando el sentido común, el menos común de los sentidos, lo más sensato sería trabajar para “abolir la esclavitud” en cualquiera de sus manifestaciones. Es obvio que aquí está la clave de la cuestión: “Mientras la esclavitud no sea abolida va a producir un malestar que va a tener forma de tristeza, de rabia, de inhibición, de desregulación emocional”.

No es necesario incidir demasiado en el hecho constatable de que los servicios de Salud Mental están infradotados; si se mejoraran sus ratios de intervención, dicha mejoría sería solo un paliativo momentáneo, el “soma” de Aldous Husley en su novela Un mundo feliz, algo con lo que ir arrastrándonos por la existencia.

Hace muchos años que las cifras que manejan las instituciones sanitarias hablan de un incremento masivo del consumo de antidepresivos y ansiolíticos en la población española; lo cierto es que precisamente los sanitarios o sus asociaciones profesionales no lo han denunciado con la frecuencia e intensidad que hubiera sido necesaria. Tampoco los usuarios y su entorno se han movilizado al respecto, como si no fuera con ellos el problema, o tuvieran asumido que la situación no va a mejorar. Nunca es tarde para rebelarse contra la problemática sanitaria, y específicamente la relacionada con la salud mental, más si cabe teniendo en cuenta que los suicidios están aumentando, también, año tras año, y de manera especial en la población más joven.

Vivir en el modelo social capitalista supone enfermar sin remisión. A pesar de este viejo conocimiento, “el Gobierno más progresista de la historia de nuestro país”, y la izquierda que se manifiesta estos días en la calle, siguen sin exponerlo abiertamente a la ciudadanía.

¿Por qué sufrimos psicológicamente? Porque nos sentimos solas, porque nos cuesta llegar a fin de mes, porque nos es muy difícil acceder a una vivienda digna (alquilada o comprada), por las continuas crisis de todo tipo que nos aplastan. Toda esta pesadumbre la digerimos a nivel individual, alejados de una protectora visión colectiva.

En los años sesenta el movimiento antipsiquiatría tenía un eslogan que resulta ejemplarizante y un modelo de conducta: (Debemos elegir entre) “La neurosis o las barricadas”. Pues claro que sí. Nuestro malestar posee una etiología que en la inmensa mayoría de los casos no es biológica, y la mejor terapia de intervención es organizarse y luchar en todas los frentes de agresión que sufrimos a diario. Aunque parezca manido repetirlo, unidas y organizadas somos más fuertes. Este es el auténtico camino terapéutico, sin desdeñar la ayuda que puedan aportar los profesionales de la salud, pero siempre enfocada esta ayuda políticamente. Nuestro problema es el “sistema” y por tanto “esclavos” y sanitarios, que también lo son, debemos marchar unidos contra el enemigo común.


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