21 jun 2023

Miserias de la modernidad

LOS MISTERIOS DE MADRID (1992)

Antonio Muñoz Molina





Esta novela se publicó en 1992 pero tiene unos antecedentes peculiares porque los lectores tuvieron conocimiento de ella o pudieron gozar de sus páginas a través de la serie de episodios que el diario El País publicó ese mismo año entre agosto y septiembre.

La obra narra las aventuras y desventuras que Lorencito Quesada, un personaje muy especial, casi épico cual Don Quijote pero sin Sancho, que se ve obligado a recorrer un Madrid poco acogedor, en pro de averiguar el paradero de la imagen del Santo Cristo de la Greña, sustraída alevosamente en la inefable Iglesia del Salvador en Mágina. En este pueblo situado en Andalucía, ha nacido Lorencito, un triste trabajador de los almacenes El Sistema Métrico, que simultanea esta actividad laboral con sus colaboraciones periodísticas en el periódico de la provincia Singladura. Lorencito es un hombre sencillo, poco experimentado en el oficio de vivir mundano, que con cuarenta años comparte vivienda con su anciana madre. El viaje iniciático que emprende a Madrid solo dura tres días; pero, ¡qué tres días! Muñoz Molina le somete a todo tipo de lances, por momentos a cual más disparatado, poniéndole en contacto con la vorágine humana y urbana de la capital del reino de España, que los socialistas, dirigidos por el gran Felipe González, han intentado modernizar sin acierto, de cara a la galería, pues se han olvidado de sus habitantes, sobre todos los más desfavorecidos.

Esta novela, de corta extensión, se podría encuadrar dentro del ciclo de “Magina”, esa ciudad que presentó por primera vez el autor en Beatus Ille (1986). La narración se inicia y acaba en Magina. Su lectura recuerda mucho a los memorables folletines de finales del siglo XIX, y a pesar de encuadrarse dentro de la “novela negra” tiene momentos esperpénticos y desde luego cargados de humor.

Lorencito ya ha visitado antes Madrid, hace veinte años. Lo que descubre a cada paso que da le deslumbra y al mismo tiempo le aterra; no sabe bien cómo interpretar los usos y costumbres en los que necesariamente debe sumergirse, tiene que utilizar simbología asociada tanto a libros que ha leído como a películas que ha visto, para poder lograr algún tipo de explicación a la transformación sociológica que observa. Es indudable que el personaje sabe poco de los tiempos que corren en Madrid pero tampoco conoce demasiado, en general, el transcurrir de su tiempo. Su existencia en Magina hasta ese momento ha circulado por una senda vivencial en la que el ritmo de los acontecimientos es manejable y asumible; algo que es difícil en la capital.

En cualquier caso, Muñoz Molina utiliza el esqueleto narrativo para transmitir su visión sobre lo que ha acontecido en el país en los años transcurridos desde la denominada Transición hasta los fastos del 92. Lo cierto es que el resultado que nos presenta es poco halagüeño, con mucha diversidad, casi extrema,  en todos los aspectos. La ciudad se ha lavado la cara con vistas a la sacrosanta Unión Europea y al turismo creciente, la industria por excelencia de nuestro país; sin embargo, aunque existe una preciosista y pulcra alfombra que se vende bien en el extranjero, debajo de ella se oculta otra realidad diferente: chabolismo, inmigración, pobreza extrema, precariedad laboral, graves problemas con las drogas. Se podría decir que la ciudad es una moneda con dos caras, dos realidades que no se tocan, o dos universos paralelos que ni se conocen ni se quieren conocer, opulencia y miseria; la sociedad del espectáculo en todo su esplendor. Cualquier cosa parece posible en ese Madrid esplendoroso; no obstante, Lorencito Quesada sólo vive el horror del que está perdido y no se identifica con los nuevos tiempos, porque no los conoce ni sabe cómo digerirlos. Lo que ve le es extraño; él es también un extraño en aquel lugar; Madrid tampoco se reconoce a sí mismo, es un escenario maniqueo propio de nuevos ricos y de la cultura del pelotazo. Aclararé que el contexto histórico está situado en 1992

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