22 sept 2023

El cuento anarquista (1880-1911)

EL CUENTO ANARQUISTA 1880-1911 (2003)
Lily Litvak

FAL (Madrid)


Por Ángel E. Lejarriaga


Podemos hablar de este libro desde diferentes enfoques, por un lado el cultural y por otro el ideológico, ambos puntos de vista conforman el todo que es la obra, que incluye la imponente personalidad de la escritora, la mexicana afincada en EEUU Lily Litvak (1938). La autora es un personaje de nuestro tiempo, mejor dicho, de una dimensión atemporal en la que el pensamiento libre y crítico es su único lenguaje. Es de origen hebrero, nacida en México, amante de la cultura francesa, imparte clases en los EEUU donde vive regularmente, y es una enamorada de España. A la hora de dirigir su mirada escrutadora como la intelectual que es, lo mismo le da estudiar la cultura árabe, que la china, que la sexualidad, el erotismo o el mismo anarquismo, como cita José Antonio González Alcantud en una entrevista que le realizó, publicada en 2009 en la revista de la Universidad de Granada Imago Crítica, 1, páginas 139-146. Algunas de las obras de Litvak más conocidas —citadas por González Alcantud en su artículo— son: Erotismo fin de siglo (1979), El modernismo (1975), Transformación industrial y literatura en España: 1895-1905 (1980) y Musa libertaria: arte, literatura y vida cultural del anarquismo español (1880-1913) publicado en el año 2001. Según cuenta la propia autora, siempre se ha sentido fascinada por lo exótico; quizá en esa fascinación se encuentren la variedad de temas que toca en su trabajo como investigadora:
«[…] a mí me encanta lo exótico desde su nivel más obvio: joyas, objetos de forma extraña, costumbres incomprensibles, paisajes nunca antes vistos… Todo lo cual me gusta y no puedo ni quiero comprender totalmente. Lo encuentro fascinante justamente porque no tengo que explicármelo más que a medias y lo puedo admirar y aceptar estéticamente.»
Su infinita curiosidad se ha visto acrecentada por su perenne sensación de extrañeza ante la idea de no pertenencia a un lugar o nación, de manera significativa su patria es el mundo:

«[…] en realidad yo siempre me siento extranjera en todas partes; es más, no sólo me siento sino que soy extranjera, no pertenezco totalmente a ningún país. Eso me viene en gran parte por ser judía, emigrante, hija de emigrantes, nací y crecí en México, un país que desconfía mucho de los extranjeros y muy centrado en la búsqueda, infructuosa o no, de su propia identidad, que no era la mía, y donde yo misma era siempre considerada algo exótica. Y no es sólo en México donde me siento así, sino en todos los países donde he viajado y vivido. Pero no creas que a mí me molesta esta falta de identificación total, por el contrario, siempre me ha gustado ser así, no pertenecer completamente a ningún lugar.»

Lily Litvak ha contado cómo entró en contacto con el anarquismo, historia que encaja bien con lo dicho hasta ahora. En un momento dado de su vida conoció en México a un anarquista, don Hermoso Plaja, que «financiaba de su bolsillo una imprenta», algo bastante habitual en el universo libertario. Se trataba de un refugiado español procedente de un pueblecito de la provincia de Gerona, en Cataluña. Hermoso, a pesar de no poseer bienes ni un salario decente, siempre que podía compraba libros y publicaciones anarquistas, llegando a poseer una extraordinaria colección. Con sus escasos recursos pecuniarios había fundado una editorial que había publicado numerosos clásicos del anarquismo, entre ellos El proletariado militante de Anselmo Lorenzo. Gracias a la tendencia tan particular de Litvak a dejarse atraer por las rarezas, quedó absolutamente magnetizada por Hermoso, por su amor a la cultura, algo generalizado en el anarquismo. Aquel encuentro la marcó decisivamente:
«Un par de años después empecé a trabajar en lo que sería mi libro Musa libertaria, sobre la cultura del anarquismo español. Estuve varios veranos trabajando en los archivos de Ámsterdam, y por fin salió ese libro en el que puse mucho trabajo, entusiasmo y cariño.»
Pero aquí no acabó su relación con Hermoso ni con el anarquismo:
«[…] perdí la dirección de don Hermoso y a pesar de buscarlo durante un tiempo no lo pude encontrar en México. Pero estando en la fase final de mi libro llegué a la Biblioteca Arús de Barcelona, y la bibliotecaria mencionó que acababan de recibir una donación muy importante de don Hermoso Plaja.»
Su querido inspirador había regresado a su pueblo natal en Gerona, a Palafrugell.
«Ese verano lo pasé en Barcelona y cada domingo tomaba el autobús para ir a Palafrugell.»
Gracias a Hermoso Plaja conoció a sus compañeros de luchas, antiguos combatientes de la guerra civil española. Esta intensa relación, en directo, con el anarquismo de los años treinta, la llevaría años después a realizar un viaje por toda España, contactando con viejos anarquistas, grabó todas las entrevistas que mantuvo con ellos y se empapó de sus vidas llenas de sacrificios y de un idealismo revolucionario que le pareció no tener límites. De estas entrevistas Litvak llegó a la conclusión:
«[Los anarquistas] Creo que son la única esperanza de la humanidad, la única utopía que funciona­ría. Te confieso que desde que empecé a trabajar con periódicos y revistas de la época de fin de siglo [XIX], comparaba las publicaciones anarquistas con las socialistas y éstas, las socialistas, me parecían enormemente aburridas, faltas de imaginación y grandeza, muy dogmáticas. Y eso que te hablo del socialismo de entonces, del socialismo de Pablo Iglesias, que era intachable. De los socialistas de ahora tengo todavía peor opinión; aburridos, dogmáticos, oportunistas. No comprendo cómo pueden tener tanta fe en el Estado y tan poca fe en el hombre.»
El libro de Litvak se compone de dos partes diferenciadas, la primera está derivada del exhaustivo análisis que realiza del cuento anarquista del periodo estudiado (1880-1911) y la segunda, de los propios cuentos seleccionados, entre los que destaca especialmente el último: La nueva utopía, de Ricardo Mella.

Pedro García Guirao comenta sobre este libro en su artículo La literatura anarquista, que si bien los cuentos o narraciones cortas seleccionados por Litvak poseen un carácter no profesional, lo cierto es que la recopilación contiene firmas de renombre, entre otras la de José Martínez Ruiz «Azorín» y la de Francisco Pi y Margall. Según el análisis de García Guirao, Litvak ha elegido con intención a estos autores para que hagamos el siguiente experimento: invita al lector a que tape los nombres firmantes, lea los textos y saque conclusiones personales sobre la calidad de los mismos, libre del prejuicio de la «firma». Sigue diciendo García Guirao que Litvak cuestiona los cánones literarios al uso:
«[…] hay una intención evidente de poner en tela de juicio el canon literario seguido por la cultura oficial y también de señalar las arbitrariedades que hacen subir a los cielos literarios a unos autores y hundir en el fango del olvido a otros igual de buenos. […] El anarquismo mantuvo siempre una relación de amor odio con el intelectual.»
Litvak nos describe en el «Estudio preliminar» que abre el libro, que bajo el título de Dinamita cerebral se publicó en Mahón a principios del siglo XX, en la biblioteca libertaria «El Porvenir del Obrero», una colección de cuentos de carácter anarquista, de autores españoles y extranjeros de renombre, entre los que se encontraban Azorín, Octavio Picón, Zola, Mirbeau y Tolstoi. Esta colección fue reeditada en 1974 en Buenos Aires. La autora la recuperó y «reelaboró», como ella misma ha dicho. Su trabajo ha consistido en hacer una nueva selección de cuentos, y sustituido los autores extranjeros de la edición original por otros autores españoles. Apunta Litvak que no todos los cuentos son anarquistas aunque fueron publicados por dicha prensa, por ejemplo los de Pi y Margall, Jacinto Octavio Picón y Dicenta. Especifica que los cuentos que ha añadido proceden de autores «no profesionales»: «Los autores más representativos son obreros y campesinos […], así los nombres son desconocidos».

Los autores seleccionados centran sus textos en aspectos ideológicos, dejando en un segundo plano el «núcleo narrativo»; dice Litvak que la clave que define los cuentos con los que ella ha entrado en contacto durante su investigación reside en «la importancia que los libertarios otorgaban a la educación y a la cultura». Pero no solo ellos, las nuevas generaciones de intelectuales que surgieron con el cambio de siglo eran conscientes de la trascendencia de la cultura en el desarrollo de la sociedad por lo que se sentían atraídos por el discurso anarquista. De hecho, la presencia de estos intelectuales en la prensa ácrata fue notable.

La literatura libertaria estaba comprometida con su tiempo, deseaba transmitir a través de ella un mensaje de reafirmación y esperanza «presentando al proletariado como heredero del pasado cultural de la humanidad». A pesar de las reticencias hacia los intelectuales profesionales, el ámbito anarquista les llegó a considerar como «proletariado intelectual» lo que facilitó una aproximación entre ambos mundos. Pero este maridaje no fue del todo fluido pues la militancia obrera les criticaba su tibieza y falta de compromiso, consideraba que manifestaban una tendencia a «la separación entre la teoría y la acción».
«[… ] el intelectual no es un proletario militante, sino un hombre de reflexión, que consecuentemente descarta la acción, para ellos, por el contrario, lo más importante y estimulante».
Los cuentos que aparecen en este libro fueron editados en periódicos anarquistas de la época. El afán proselitista libertario multiplicaba su esfuerzo de creación con todo tipo de publicaciones que difundieran «La Idea» en los espacios geográficos de la Península Ibérica, ya se tratara de «pueblos, ciudades, aldeas». En cualquiera de estas publicaciones había una sección literaria. El éxito de estas ediciones, en comparación con las que realizaban los socialistas, residía en «su apertura a las masas».

La autora califica esta efervescencia cultural como auténtica «literatura proletaria», si la clase obrera era quien enarbolaba la bandera del cambio social, y anunciaba la llegada del nuevo mundo, era también «la encargada de llevar a cabo esa evolución artística y cultural».

Para el anarquismo, el «modernismo» literario imperante en el cambio de siglo era pura decadencia: «Aquellos poetas modernos, encerrados en su torre de marfil, no se han atrevido a descender en medio del pueblo para conocer sus aspiraciones e ideales». Dice Litvak que la literatura de entonces debía expresar lo que acontecía en la sociedad, el sufrimiento de los desfavorecidos, su moral, la esperanza de transformación; su decadencia residía en que se obviaba el contenido para centrarse en las formas. Federico Urales se unió a esta crítica en alguno de sus escritos y atacó el «arte por el arte», consideraba que la «”verdadera literatura” tiene que poseer una base humana».
«La praxis literaria se manifiesta esencialmente como impulso social que revela el pluralismo de las diferentes corrientes del pensamiento libertario […] el escritor libertario típico no es un profesional sino un hombre común, obrero o campesino, que escribe en algún momento de inspiración, movido por algún ideal, por algún impulso de redención social. […] Se tiende a considerar a cada individuo como un creador en potencia, y al escritor que hace de su arte un oficio, un símbolo de la sociedad clasista. De esta manera, el anarquismo afirma el derecho inalienable de todo hombre no sólo a la apreciación de la literatura sino también a la creación.»
Como ya se ha dicho, la literatura anarquista tenía como objetivo el didactismo, educar, concienciar, transmitir unos códigos morales revolucionarios que pretendían no solo cuestionar el sistema vigente sino subvertirlo, todo ello expresado de una manera sentimental y optimista. Sus temas característicos eran: la naturaleza, la burguesía, el clero, el ejército, la miseria, la delincuencia, la condición de la mujer, el campesinado, la explotación industrial, la militancia revolucionaria, la acción directa, el terrorismo, la moral anarquista, la ciencia, la revolución social y, por supuesto, la utopía anárquica.

Este libro se compone de veintitrés narraciones cortas cuyos autores son, por orden de aparición: Anónimo, Azorín, N. Farnesio, Zoais, Palmiro de Lidia, Francisco Pi y Arsuaga, Jacinto Octavio Picón, Francisco Pi y Margall, Alejandro Hepp, José Prat, Un zapatero, J. M. A., Joaquín Dicenta, Julio Camba, Federico Urales, J. Ch., Anselmo Lorenzo, M. Burgués y Ricardo Mella.

Una idea básica referida a la «naturaleza» es la consideración de que de ella emana «el principio de igualdad entre los hombres»; pero su concepción es más amplia, existe una «idealización ideológica y estética» que expresa «la simbiosis de hombre y naturaleza». En algunos textos se cita con deleite visionario el futuro «Jardín de acracia» así como las propiedades salutíferas de la naturaleza en sí misma.
«La naturaleza rompe a veces la regularidad de sus leyes, o más bien produce la perturbación por la intervención de un agente extraño a su funcionamiento, y así el individuo, por la intervención de un agente cualquiera, quebranta el equilibrio de su propio organismo y lo perturba. Descubrir este agente para destruirlo y restablecer el equilibrio, es la única misión que la sociedad puede y debe atribuirse. (Ricardo Mella, Nueva utopía, 1890).»
Los temas estrella por excelencia en las narraciones libertarias van a ser los denominados con acierto los «enemigos del pueblo»: la burguesía, el ejército y la iglesia. La actitud anarquista ante la religión es clara: si existe Dios el ser humano no puede ser libre. En lo que respecta al antimilitarismo las posturas que se manifiestan en los cuentos son las características de «La Idea»: la guerra es un crimen de clase que sólo beneficia a los poderosos; en sí, un atentado contra la vida natural.
«Las iglesias están vacías, nadie asiste al sacrificio de la misa, ni se prosterna humilde delante del confesionario, el descreimiento lo invade todo. Y es natural que así sea, no podía esperarse otra cosa en este siglo de darwinismo, positivismo, materialismo, ateísmo, socialismo, anarquismo y demás ismos habidos y por haber. (Palmiro de Lidia, El acabose, 1893).»
«[Habla Cristo] ―Hijo mío, sois unos imbéciles. Hace diecinueve siglos que predije la paz, y la paz no se ha hecho. Predije el amor, y continúa la guerra entre vosotros; abominé de los bienes terrenos, y os afanáis por amontonar riquezas. Dije que todos sois hermanos, y os tratáis como enemigos. Hay entre vosotros tiranos y hay gentes que se dejan esclavizar. Los primeros son malvados, los segundos idiotas. (Azorín, El Cristo nuevo, 1902).»
«[A los soldados] ¡Somos vuestros hermanos, vuestros parientes, vuestros padres y vuestros amigos!, ¿pretenderéis hacer fuego?, ¿descargar vuestra arma contra nuestros pechos que son los vuestros, puesto que sois sangre de nuestra sangre y hueso de nuestros huesos? Si fuego debéis hacer, es contra vuestros jefes que os someten a una esclavitud insoportable y os hacen criminales por fuerza. (J. CH., El triunfo, 1895).»
«―Una fatalidad ha deshecho todos los vínculos artificiales y convencionales de la sociedad; la desgracia ha roto nuestras cadenas; entre vosotros, que limitabais nuestra libertad y nos usurpabais el fruto de nuestro trabajo, y nosotros, que éramos considerados como inferiores, ya no hay diferencia alguna, porque, subiendo nosotros al nivel natural y bajando vosotros del pedestal de vuestra soberbia, todos somos iguales. (Anselmo Lorenzo, Amoría, 1902).»
La delincuencia y los denominados «bajos fondos» se presentan como una consecuencia de las desigualdades sociales y la perversidad de la burguesía siempre dispuesta a corromper. La única fuente de supresión de estos males no es el castigo, la cárcel o la misma pena de muerte, sino la reeducación y, por añadidura, la revolución social.
«¿A qué colaborar en el sufrimiento del débil cuando es el fuerte el que le hace sufrir?… No hay nada más filosófico que la frase egoísta de no escuchar a nadie más que a uno mismo. No, no; que la sociedad castigue; pero no quiero ser yo el brazo de su venganza. (Alejandro Hepp, Caso de conciencia, 1904).»
«Si desaparecieran las causas del crimen, ¿no desaparecía el crimen? ¿Habría rapiñas sin propiedad? ¿Habría celos sin el monopolio de la mujer? ¿Habría rencillas por el poder sin el poder? (Azorín, El Cristo nuevo, 1902).»
La mujer es un elemento central en muchos de los cuentos analizados. El pensamiento anarquista siempre ha defendido la «necesaria emancipación de la mujer», condenando la familia y el matrimonio como la «más asquerosa de las propiedades individuales y la más denigrante de las esclavitudes», se señala con precisión que «se considera a la mujer como objeto sexual, y la inferior educación que se le imparte»; incluso se llega a afirmar con rotundidad que la maternidad es un «grave obstáculo opuesto a la emancipación de la mujer».
«¡Pobre, pobre mujer, condenada en esta sociedad burguesa a ser inevitablemente la víctima en todas partes; en el hogar, supeditada al hombre por el medio económico; en la instrucción, condenada al fanatismo abyecto de hipócrita religión que le imponen; en las costumbres, a ser blanco del desprecio el día que cualquiera , abusando de tu debilidad, te seduzca y abandone luego, y caída, a ser una perdida matriculada que cualquier borracho puede comprar […]. (José Prat, A caza de carne, 1893).»
La prostitución está presente en varios de estos relatos: «[la prostitución] representa la válvula de escape de una sociedad corrupta que así reglamenta al amor, y, además, porque las prostitutas son, por lo general, “hijas del pueblo”, obreras explotadas en forma especialmente humillante».

En algunos de los cuentos ―en un país fundamentalmente agrícola a finales del siglo XIX y principios del siglo XX― se habla de la vida del campesinado, responsable de la alimentación de la nación y al mismo tiempo sometido a una injusta y deleznable situación, condenado al hambre y la miseria.

En lo que se refiere a la industria, por una parte se la presenta como la nueva esclavitud de las masas, pero por otra supone una esperanza de liberación de la condena del trabajo asalariado; se la dota de un aura de progreso que anuncia la nueva sociedad por venir. En aquellos tiempos el mundo libertario creía fervientemente en las posibilidades que ofrecía el desarrollo científico aplicado a la mejora de condiciones de vida de la clase explotada. El credo libertario enunciaba la revolución social ácrata como el fin de los males de la humanidad, «no tiene como meta la liquidación de la sociedad, sino la construcción de otra edificada sobre valores diferentes: libertad y armonía, igualdad, abundancia y paz».
«Aquel hombre era una víctima de la mina, un contribuyente del mercurio que platea los criaderos de Almadén. La miseria, las urgencias del mendrugo diario le empujaron hacia el pozo y le metieron en la jaula y le desembarcaron en la galería, enfrentándole con la veta de azogue y poniéndole una piqueta o un barreno en las manos. (Joaquín Dicenta, El modorro, s.d.).»
«La industria en todo su apogeo, la maquinaria con toda su grandiosidad combinatoria utilizan para transformarlo en trabajo, ya el vapor, ya el salto de agua, o ya bien el poderoso motor eléctrico que va venciendo al carbón y desterrándolo de las fábricas, inmensos edificios cobijan máquinas gigantescas que funcionan sin cesar, y aquí y allá el obrero apenas tiene otro trabajo que el de dirigir y observar la marcha ordenada de los diversos mecanismos sometidos a su dominio. (Ricardo Mella, Nueva Utopía, 1890).»
Los personajes son trasparentes en su expresividad, en su dramatismo, desean que su mensaje les defina. En ocasiones la trama se olvida y el cuento se transforma en un monólogo sobre el estado del mundo, utilizando juicios moralizantes.
«Las ideas expresadas en los cuentos son avasalladoras en su pureza y falta de matices. Se convierten en modelos visuales y táctiles para que todos los vean.»
En síntesis, el trabajo de Lily Litvak nos permite ver cómo el concepto literario del anarquismo militante difiere del concepto amanerado burgués del momento, y se centra fundamentalmente en la exposición de los males del mundo, sin florituras ni barroquismos estilísticos, con un compromiso explícito con la revolución anárquica y su ideario, fuentes de la que beberá el nuevo mundo que va a surgir de esa semilla. Para recordárnoslo nos quedan las palabras de Ricardo Mella en Nueva Utopía:
«¿Qué puede inquietar a los moradores de la “Nueva Utopía”? La revolución es su origen, la Justicia su fin. Pueblo regenerado, emancipado por tan potente esfuerzo, no se dejará arrebatar su preciosa conquista.»

El cuento anarquista (1880-1911), publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo (FAL), en Madrid, 2003. Lo podéis adquirir en la librería de la fundación: CONSEGUIR EL LIBRO

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