26 dic 2023

Poemas de pasión y muerte


POEMA DEL CANTE JONDO (1921)

Federico García Lorca



Por Ángel E. Lejarriaga



Siempre debemos tener tiempo para glosar la inmensa figura de Federico García Lorca (1898-1936), vilmente asesinado por esos verdugos de poetas que se perpetúan a través de las décadas, sin que nada parezca ser capaz de borrarlos de la historia. 

Federico nació en Fuente Vaqueros, Granada, y desde niño mostró un talento para las artes y las letras excepcional: leía compulsivamente, tocaba el piano, escribía prosa, poesía y teatro. Quizá sea uno de los poetas más conocidos del mundo y sobre todo de la literatura española. Literariamente se le incluye en la denominada Generación del 27, unido a escritores como Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y Vicente Aleixandre.

Si damos un rápido repaso por algunos aspectos de su biografía, lo primero que llama la atención es su gran interés en la adolescencia por la música, de hecho estudió piano. Durante su estancia en la Universidad de Granada en tanto cursaba los estudios de Filosofía y Letras y de Derecho comenzó a frecuentar las tertulias de El Rinconcillo y del café Alameda, en las que resultaba atraído por todo tipo de lecturas que trascendían en los intensos debates que en dichas tertulias se desarrollaban. Su primer libro escrito en prosa se publicó en 1918, “Impresiones y paisajes”, fruto de un viaje por España. Un año después se marchó a estudiar a Madrid, a la Residencia de Estudiantes, decisión en la que influyó Fernando de los Ríos, su amigo personal y amigo de la familia. Su participación en esta institución supuso para el joven Federico una transformación intelectual incalculable pues se relacionó con figuras que serían representativas de la cultura española como Buñuel, Dalí o Rafael Alberti.



A partir de ese momento Lorca dio un salto cualitativo en su creatividad; entre 1919 y 1921 escribió sin cesar poesía, compuso música y escribió obras de teatro, algunas de ellas representadas. El año 1921 tras su regreso a Granada, conoció a Manuel de Falla y se sumergió en el “cante jondo”; después escribió una de sus obras emblemáticas “Poema del cante jondo” que no se publicaría hasta 1931. Su actividad cultural en esta ciudad, lo mismo que lo había sido en Madrid, fue intensa. En 1923 Lorca y Falla trabajaron juntos en un opera lírica “Lola, la comediante”, que nunca llevarían a buen puerto. Una visita a Salvador Dalí en Cadaqués, que hizo profundizar su amistad, provocó cambios en la sensibilidad artística de ambos creadores. El fruto de esta amistad se vio reflejado en la Revista de Occidente a través de su “Oda a Salvador Dalí”. Impulsado por el pintor, Lorca llegó a exponer en Barcelona algunas obras plásticas de su factura.

Se ha dicho que la etapa de madurez poética de Lorca se sitúa entre 1924 y 1927. Esta afirmación parece atrevida dado que estaba por crear “Poeta en Nueva York”, y hay que resaltar el trágico suceso de su muerte prematura. No sabemos ni lo que tenía en la cabeza ni lo que hubiera sido capaz de hacer de haber vivido más.

Los años 1928 y 1929 fueron duros para Federico, a pesar de que empezó a tener reconocimiento público, emocionalmente estaba afectado por el distanciamiento con Dalí y Buñuel, y por su ruptura sentimental con el escultor Emilio Aladrén. Estos hechos no impidieron que continuara escribiendo sin parar, aunque los frutos se vieran más tarde.



En 1929, a propuesta de Fernando de los Ríos, iniciaron un viaje a Nueva York, para Federico iniciático, que transformó radicalmente su poesía. Lorca definió este viaje como "una de las experiencias más útiles de mi vida". Eso sí, la idealización que pudiera tener de los EEUU se modificó in situ; le impresionó lo que vio y disfrutó de la libertad que allí se gozaba, pero no le gustó el tipo de sociedad, definió a la ciudad como un espacio “de alambre y muerte”; menos le entusiasmo el racismo que sufrían los afroamericanos y el capitalismo salvaje que que pudo constatar: “[Sobre los EEUU] Es una civilización sin raíces. [Los ingleses] han levantado casas y casas, pero no han ahondado en la tierra”. “Poeta en Nueva York” se publicó cuatro años después de que lo asesinaran los militares rebeldes. Esta obra es intensa y descriptiva de un mundo lejano de la visión progresista de Lorca; percibe a los EEUU como un país en el que predomina la discriminación por motivos raciales y de clase, y sobre el que flota una angustia perenne. De Nueva York viajó a La Habana donde se encontró más cómodo, a pesar de la pobreza; quizá el clima y la música le levantaron el ánimo. Allí comenzó a trabajar en sus proyectos teatrales más avanzados: “Así que pasen cinco años” y “El público”.

1931 provocó en Federico García Lorca otro cambio radical: su compromiso con su tiempo, con la historia. La proclamación de la II República le entusiasmó por lo que suponía de avance para un país atrasado y analfabeto, dominado por poderes oscuros (fácticos) que finalmente provocarían la Guerra Civil. Pero, curiosamente, estas fuerzas, si bien era conscientes de ellas, no le detuvieron en su compromiso, sin dudarlo en ningún momento se posicionó del lado de los desposeídos, de los que sufrían la injusticia social; así, decidió aportar su granito de arena al proceso de cambio que vivía el país; junto a Eduardo Ugarte y otros compañeros y compañeras de universidad, montaron “La Barraca”, un grupo de teatro ambulante que representaba obras del Siglo de Oro por los lugares más recónditos de España. El proyecto estuvo financiado por Fernando de los Ríos, flamante Ministro de Educación socialista de la recién nacida república. El golpe de estado de los militares truncó el proyecto en 1936.

En 1933 se produjo un hecho relevante que pudo haber cambiado la vida de Lorca de manera decisiva: Su viaje a Argentina. El motivo de este viaje fue el estreno en Buenos Aires de “Bodas de sangre” por la compañía teatral de Lola Membrives, que estaba teniendo un éxito clamoroso. Lorca fue invitado a ir y aceptó. En esta ciudad permaneció seis meses y no solo obtuvo por primera vez resultados económicos significativos, sino que dirigió “Bodas de sangre” más otras obras como “Mariana Pineda” o “La zapatera prodigiosa”. Durante su estancia en Buenos Aires conoció a lo más granado de la intelectualidad sudamericana, entre otros al poeta Pablo Neruda. Probablemente debió quedarse en Argentina pero incapaz de imaginar lo que iba a suceder, en 1934 regresó a España. A su vuelta escribió mucho teatro y también poesía: “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, “Doña Rosita la soltera”, “Yerma”, corrigió “Poeta en Nueva York” y “Diván del Tamarit”. También dio recitales de poesía y conferencias, viajó por Valencia y Barcelona, y siguió con su andadura con “La Barraca”. A todo esto, la situación política en el país era cada día peor, el acoso y derribo a la II República estaba en todo su apogeo, impulsado por los sectores más reaccionarios. En este contexto, Federico García Lorca estaba señalado, tanto por su compromiso político no partidista como por su homosexualidad. No le faltaron amigos que le ofrecieron facilitar su salida al extranjero pero él ignoró las propuestas y buscó refugio en la casa de verano de su familia: La Huerta de San Vicente. El 14 de julio de 1936 se encontraba allí. El día 20 estallaba en Granada la sublevación de los militares. El alcalde de la ciudad, Manuel Fernández Montesinos, su cuñado, era detenido y un mes más tarde fusilado. Lorca no acababa de comprender la magnitud del drama que se estaba produciendo a su alrededor; no obstante, buscó asilo en la casa de la familia del poeta Luis Rosales que tenía dos hermanos falangistas muy significados en la ciudad. El día 16 de agosto fue detenido por la Guardia Civil. José Valdés Guzmán, gobernador civil de Granada, preguntó a Queipo de Llano lo que hacer con él, la respuesta fue contundente: “Dale mucho café”. En la madrugada del 18 de agosto fue fusilado en el camino que transcurre entre Viznar y Alfacar. Con él fueron asesinados tres personas más: un maestro, Dióscoro Galindo, y dos banderilleros militantes anarquistas, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas.



Mucho se ha escrito sobre Federico García Lorca desde entonces en todo el mundo; pero, por supuesto, su crimen ha quedado impune, como el de decenas de miles de personas que fueron ejecutadas por los golpistas, cuyos cuerpos todavía hoy día no han sido recuperados, ni condenados, aunque sea “moralmente”, a sus asesinos, cuyos sucesores siguen manejando la nación a su antojo.

Sobre la muerte de Lorca poco se puede añadir que no haya escrito el hispanista Ian Gibson; sin embargo, existe un poema que escribió Antonio Machado en 1937 que merece la pena traer a colación como muestra del dolor que produjo su pérdida.

“El Crimen fue en Granada”

1. El crimen


Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
… Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

2. El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
“Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!”

3.

Se le vio caminar…
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

El “Poema del cante jondo” lo escribió Lorca en 1921 aunque se publicaría diez años más tarde. La elaboración éste corrió conjuntamente con la puesta en marcha del Concurso de Cante Jondo de 1922, fruto de la relación con Manuel de Falla. En sus versos, el poeta busca la esencia trágica del pueblo andaluz: “somos un pueblo triste, un pueblo estático”, dijo Federico. Falla estaba interesado entonces en lo que denominó como “flamenquismo”, del que opinaba era una degeneración del “cante jondo”. Su idea era concebir medios artísticos que permitieran la pervivencia de dicho cante. Después de intensos debates, Miguel Cerón propuso un “concurso” al que acudirían las principales voces del género. Federico se sumó a la idea de inmediato. Su propuesta era escribir el poemario y que éste se publicara al mismo tiempo que se celebraba el concurso. El certamen musical se celebró pero la publicación de “Poema del cante jondo” tuvo que esperar. No obstante, hubo una primera lectura del mismo en febrero de 1922 en el Centro Artístico de Granada. Lorca defendió entonces la conexión entre el cante jondo y el universo gitano.


El libro se compone de cinco partes, la primera a la que se denomina “poema-prólogo” o "preludio": “Baladilla de los tres ríos”, nos sitúa geográficamente en un espacio simbólico entre los ríos Guadalquivir, Darro y Genil. Las otras cuatro partes son: “Poema de la siguiriya gitana”, “Poema de la soleá”, “Poema de la saeta” y el “Gráfico de la petenera”. El cante que se trasluce en estos poemas tiene forma de mujer. Por ejemplo, la siguiriya es una mujer morena, la soleá es una mujer que luce ropas negras, la saeta está dedicada a la virgen y la petenera a una bailarina gitana. El mismo Lorca comentó que estos poemas estaban caracterizados por la tragedia, el dolor y, funestamente, por la muerte. Ni que decir tiene que el flamenco está presente en los versos; por ejemplo, en “Viñetas flamencas”, “Retrato de Silverio Franconetti” y “Juan Breva” (dos cantaores). El conjunto concluye con dos “diálogos”: “Escena del teniente coronel de la guardia civil” y “Diálogo del Amargo”; y dos “canciones”: “Canción del gitano apaleado” y “Canción de la madre del Amargo”.

En la edición consultada de la Editorial Losada de 1970 se incluye “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, publicado originalmente en 1935. Este largo poema está compuesto por cuatro elegías dedicadas a la desaparición del torero y amigo de Federico, Ignacio Sánchez Mejías, muerto en 1934 a consecuencia de las heridas recibidas por la cogida de un toro en el coso de Manzanares. Tiene cuatro partes: “La cogida y la muerte”, “La sangre derramada”, “Cuerpo presente” y “Alma ausente”.

“La cogida y la muerte”

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

OBRA

Libros de poesía

Canciones (1921)
Poema del cante jondo (1921)
Oda a Salvador Dalí (1926)
Romancero gitano (1928)
Poeta en Nueva York (1930)
Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935)
Seis poemas gallegos (1935)
Sonetos del amor oscuro (1936)
Diván del Tamarit (1940)

Obras teatrales

El maleficio de la mariposa (1920)
Mariana Pineda (1927)
La zapatera prodigiosa (1930)
Retablillo de Don Cristóbal (1930)
El público (1930)
Así que pasen cinco años (1931)
Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (1933)
Bodas de sangre (1933)
Yerma (1934)
Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935)
La casa de Bernarda Alba (1936)
Comedia sin título (inacabada) (1936) ​

Prosa

Impresiones y paisajes (1918)


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