23 sept 2010

La anarquía: Un sueño de la vida cotidiana

Por Ángel E. Lejarriaga


E
stos días leía un artículo sobre los anarquistas en España y reconozco que me conmoví. Cada ser humano tiene sus puntos débiles y por tanto las emociones se le manifiestan de manera diferente. A mí me erizó el bello la historia de este movimiento considerado utópico.
Quiero resaltar dos aspectos importantes, sin extenderme, sobre el anarquismo. El primero está referido a la gran riqueza que su pensamiento conlleva en sí mismo pues transforma a cada individuo no solo en un ser libre sino también en un creador. ¿Qué quiero decir con esto? Sencillo. Los anarquistas convierten su día a día en un acto imaginativo, en una búsqueda continua de alternativas a la opresión física y psicológica de la vida cotidiana impuesta por un modelo de sociedad alienante. El anarquismo es una filosofía de la existencia que busca respuestas en la experiencia. Una filosofía que no da nada por supuesto, en la que todo es cuestionado y analizado desde una racionalidad práctica y con un enfoque fundamentado en el respeto al otro. Puedo decir también que es una forma de evolucionar solidaria basada en el «apoyo mutuo» en contraposición al «darwinismo social» definido por la «ley del más fuerte».
El segundo aspecto que quiero mencionar es el de la utopía. A lo largo de su historia al movimiento libertario se le ha calificado de utópico. La Real Academia de la Lengua describe utopía como: «Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación». De acuerdo, tal vez el la Anarquía sea irrealizable o imposible como realidad social generalizada, al menos hoy por hoy. Ahora bien, las soluciones que ofrece para la organización social están inspiradas en el sentido común, es decir, se plantean formas de vida asumibles por cualquier ser humano y sobre todo igualitarias y justas.
Me pregunto qué es más utópico, esperar que el sistema capitalista nos dé un salario digno de por vida —al menos hasta que nos jubilemos— o que los ciudadanos posean los medios de producción y los autogestionen. Qué es más utópico, ceder el poder a los políticos profesionales y esperar que estos sean honrados y defiendan nuestros intereses o dirigir la sociedad mediante la democracia directa, sin intermediarios. Qué es más utópico, pagar a un ejército profesional y a miles de policías para que nos protejan de amenazas visibles e invisibles o basar las relaciones humanas en la cooperación y la solidaridad, suprimiendo la propiedad privada. Es utópico en esencia ceder nuestra libertad. Es utópico confiar en que la banca financie nuestra vida consumista sin pagar un alto precio. Es utópico y absurdo pensar que los poderes fácticos (iglesia, estado y ejército) van a renunciar a sus privilegios y a disolverse en el entramado democrático burgués.
Por estas razones, entre otras, muchos hombres y mujeres deciden que el sol de la Anarquía ilumine su camino. Puestos a elegir se decantan por un sueño de igualdad, solidaridad y reparto equitativo de la riqueza; por el deseo de una sociedad sin clases y sin ejército, en la que el futuro se construya con el esfuerzo colectivo de todos los ciudadanos. Saben que es una ilusión pero lo que tienen no les gusta: no quieren una sociedad implacable con los más débiles, cuyo ideario por excelencia es la explotación del hombre por el hombre; rechazan un modelo económico que destroza el medio ambiente y niega derechos fundamentales al cincuenta por ciento de la población por ser del sexo femenino. Desprecian un mundo militarizado que basa el orden en la amenaza y en la restricción de libertades. Odian un discurso ideológico que se elabora con mentiras y promesas cuyos beneficiarios siempre son los mismos: los poderosos.
Tal vez «llevamos un nuevo mundo en nuestros corazones» (Buenaventura Durruti), si es así, ¿por qué no imbuirnos de él y dejar a un lado, en la media de posible, la pesadilla de lo normal, de lo políticamente correcto y crear ese mundo día a día con cada uno de nuestros actos?

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