Esta obra saltaba a la escena británica en el año 2009. El 13 de septiembre se ha representado en el inconmensurable Teatro del Barrio por la actriz Nuria Aparicio y los actores Carles Moreau y Rafael Rojas; la dirección ha corrido a cargo de Roberto Cerdá. Dennis Kelly es muy conocido en su país debido a la serie de televisión Utopía, escrita por él mismo.
La historia que nos cuenta Dennis Kelly es una historia moderna, un cuento trágico lleno de matices y contrastes, como lo es la sociedad líquida de nuestros días. La narración es muy de ahora, fácilmente nos podemos identificar con ella, con sus contradicciones y, por supuesto, con sus tensiones, que son muchas. Aunque Kelly no tiene nada que ver con esa forma de construir sus escenas, por momentos llegué a pensar que la obra estaba inspirada en el espíritu de Bertolt Brecht. ¿Por qué? Porque las tensiones que se representan conducen necesariamente a los protagonistas hacia síntesis dialécticas. Siempre se resuelven pero ¿cómo? He ahí la cuestión.
Si partimos del principio nos encontramos con una mesa dispuesta para la cena, más que burguesa con un toque aristocrático, velas inclusive. El matrimonio, Helen y Danny, pertenecen a la clase media y viven en un barrio de clase media venido a menos debido a la precariedad laboral, el paro, la inmigración y en general la pobreza. Pero, a pesar de ello, ellos intentan mantener una elegancia atemporal dentro de su pequeño mundo en el que se creen protegidos. Representan un papel que se creen o que necesitan creerse. Ella está embarazada de poco tiempo, y tienen un hijo. ¡Qué bonito! El sueño de mucha gente. No obstante, desde el primer momento el contacto entre los dos es frío y distante, convencional. Ella dirige, él consiente, no quiere problemas, huye del conflicto como de la peste. Todo parece trazado por un tiralíneas, un presente dibujado para ser felices. Primera contradicción, ¿ella quiere tener el niño que crece en sus entrañas?... La segunda contradicción, Lian, el hermano de Helen; la cerilla que enciende una llama difícil de apagar.
El problema de hablar de esta obra es que significa destriparla y no es justo que lo haga. Pero sí puedo anticipar los componentes que la definen y que generan la mezcla explosiva que detonará en su momento. La actitud que debe llevar el espectador ante Orphans tiene que ser abierta y muy activa porque en la obra nada es lo que parece.
El plato gastronómico a digerir en Orphans está compuesto de lucha de clases, de lumpen, de inmigración, de odio racial, de pobreza, de violencia, de anhelos de justicia, de hipocresía, del egoísmo más reaccionario y cruel, de delincuencia y de mentiras, sobre todo de mentiras, creíbles, claro está, pero mentiras.
Cuento esto y puede parecer que estoy inventando la rueda porque si miramos en nuestros bolsillos seremos conscientes de que nuestras vidas se han construido sobre falacias bien argumentadas, a veces ni tan siquiera eso, para asumir vidas frustradas y absurdas, sometidas a unas reglas del juego que impiden cualquier tipo de autorrealización personal. Al final es el odio lo que nos mantiene vivos, un odio difuso, huérfano de valores, centrado en el plato de comida y en una indiferencia ignorante monstruosa y brutal.
Pues todo esto es Orphans. Os toca verla y digerirla. Mejor si se va en grupo. Se puede debatir mucho sobre ella y dar un repaso a todas esas «verdades que nos oprimen».
La historia que nos cuenta Dennis Kelly es una historia moderna, un cuento trágico lleno de matices y contrastes, como lo es la sociedad líquida de nuestros días. La narración es muy de ahora, fácilmente nos podemos identificar con ella, con sus contradicciones y, por supuesto, con sus tensiones, que son muchas. Aunque Kelly no tiene nada que ver con esa forma de construir sus escenas, por momentos llegué a pensar que la obra estaba inspirada en el espíritu de Bertolt Brecht. ¿Por qué? Porque las tensiones que se representan conducen necesariamente a los protagonistas hacia síntesis dialécticas. Siempre se resuelven pero ¿cómo? He ahí la cuestión.
Si partimos del principio nos encontramos con una mesa dispuesta para la cena, más que burguesa con un toque aristocrático, velas inclusive. El matrimonio, Helen y Danny, pertenecen a la clase media y viven en un barrio de clase media venido a menos debido a la precariedad laboral, el paro, la inmigración y en general la pobreza. Pero, a pesar de ello, ellos intentan mantener una elegancia atemporal dentro de su pequeño mundo en el que se creen protegidos. Representan un papel que se creen o que necesitan creerse. Ella está embarazada de poco tiempo, y tienen un hijo. ¡Qué bonito! El sueño de mucha gente. No obstante, desde el primer momento el contacto entre los dos es frío y distante, convencional. Ella dirige, él consiente, no quiere problemas, huye del conflicto como de la peste. Todo parece trazado por un tiralíneas, un presente dibujado para ser felices. Primera contradicción, ¿ella quiere tener el niño que crece en sus entrañas?... La segunda contradicción, Lian, el hermano de Helen; la cerilla que enciende una llama difícil de apagar.
El problema de hablar de esta obra es que significa destriparla y no es justo que lo haga. Pero sí puedo anticipar los componentes que la definen y que generan la mezcla explosiva que detonará en su momento. La actitud que debe llevar el espectador ante Orphans tiene que ser abierta y muy activa porque en la obra nada es lo que parece.
El plato gastronómico a digerir en Orphans está compuesto de lucha de clases, de lumpen, de inmigración, de odio racial, de pobreza, de violencia, de anhelos de justicia, de hipocresía, del egoísmo más reaccionario y cruel, de delincuencia y de mentiras, sobre todo de mentiras, creíbles, claro está, pero mentiras.
Cuento esto y puede parecer que estoy inventando la rueda porque si miramos en nuestros bolsillos seremos conscientes de que nuestras vidas se han construido sobre falacias bien argumentadas, a veces ni tan siquiera eso, para asumir vidas frustradas y absurdas, sometidas a unas reglas del juego que impiden cualquier tipo de autorrealización personal. Al final es el odio lo que nos mantiene vivos, un odio difuso, huérfano de valores, centrado en el plato de comida y en una indiferencia ignorante monstruosa y brutal.
Pues todo esto es Orphans. Os toca verla y digerirla. Mejor si se va en grupo. Se puede debatir mucho sobre ella y dar un repaso a todas esas «verdades que nos oprimen».
La han quitado de cartel. ¡Qué lástima! Me hubiera gustado verla.
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