6 jul 2016

Réquiem por los vivos y por los muertos


Por Ángel E. Lejarriaga



El título refleja muy bien la idiosincrasia de nuestra tierra, esta España que unos pretenden conocer y defender, y otros miramos con estupor, acorralados, sin saber a ciencia cierta de qué estamos hablando, si lo hacemos de una «unidad de destino en lo universal» o de un extenso territorio plurinacional caracterizado por la ignorancia, la superstición, la crueldad y la barbarie. Pues de todo esto va este pequeño librito publicado en México en 1953, cuya lectura recomiendo encarecidamente. En un primer momento el autor lo tituló Mosén Millán; en 1960 le pondría el título definitivo, Réquiem por un campesino español. No quiero destripar la obra así que solo diré que la historia va de un cura y un campesino; está situada durante la Guerra Civil Española, y se enmarca en una misa de réquiem. Pienso que todavía seguimos viviendo en un réquiem que parece no tener fin.

Su autor fue Ramón J. Sender (1901-1982), una de esas personas atípicas que desde su juventud luchó por la justicia social y la emancipación de la clase trabajadora. Aunque hoy en día suenen extrañas estas palabras a mucha gente, en otros tiempos estaban cargadas de esperanza y de sueños colectivos. Ramón J. Sender, a pesar de haber nacido en el seno de una familia acomodada, a los dieciséis años decidió vivir la vida por su cuenta y se fue a Madrid, pasando no pocas penalidades hasta que consiguió trabajo en lo que más le gustaba: el periodismo. Colaboró en un primer momento, bajo pseudónimo, con El Imparcial, El País, España Nueva y La Tribuna. Los ingresos no le fluían, sus colaboraciones no las cobraba, algo parecido a lo que les sucede a muchos periodistas hoy en día, así que se ganaba la vida como «mancebo de botica», oficio que ya había desempeñado con anterioridad cuando vivía con sus padres. Intentó estudiar Filosofía y Letras en Madrid pero el plan no fue a buen puerto, su indisciplina y espíritu crítico le llevó a asumir su autoformación, leyendo de manera voraz y solo lo que le apetecía. En esa época, sin cumplir los veinte años, ya participaba activamente en grupos anarquistas de la ciudad.

En 1922, con 21 años, fue llamado a filas y destinado a la Guerra de Marruecos. Dos años después regresó ileso de la misma y pasó a formar parte de la redacción del diario El Sol. En ese puesto permaneció hasta 1930. El periodo fue fructífero, publicó su novela Imán, sobre la guerra en África, que tuvo bastante éxito de ventas. También colaboró con los periódicos libertarios Solidaridad Obrera (CNT) y La Libertad. He olvidado decir que su militancia anarquista le llevó a la cárcel durante un breve periodo de tiempo en 1927. En 1934 fue uno de los periodistas que describió la matanza realizada en Casas Viejas por fuerzas de la Guardia de Asalto (republicana) y la Guardia Civil. Fruto de esas crónicas fue el libro Viaje a la aldea del crimen, aparecido en 1934.

Su agitada vida fue en aumento al estallar la Guerra Civil Española. En aquel tiempo vivía con su compañera y los hijos de ambos en San Rafael (Segovia). Para mayor seguridad, les mandó a Zamora con la familia de ella, su afán era salvarles de lo que intuía se avecinaba; él cruzó las líneas enemigas y se incorporó a una columna republicana que defendía la Sierra de Guadarrama. Su intento de protección fue en vano. Tres meses después, cuando los golpistas fueron a buscarle a Zamora y no le encontraron, en represalia, fusilaron a su compañera. Al año siguiente, a través de la Cruz Roja Internacional, consiguió recuperar a sus hijos en Francia, dejándoles bajo el cuidado de personas españolas exiliadas. Conseguido esto, se reincorporó a la lucha, volvió a Barcelona, con la voluntad de incorporarse en las columnas anarquistas que combatían en el frente de Aragón. Por diversas circunstancias, cambió el fusil por la palabra, el gobierno republicano le mandó a Estados Unidos a defender la causa de la República Española, a través de conferencias por todo el país. De vuelta, dirigió en París la revista La Voz de Madrid. Ya no regresaría a España. Vivió cerca de la capital de Francia hasta la caída de Barcelona. Tras pasar un breve periodo en un campo de concentración, logró llegar a Nueva York, donde dejó a sus hijos en buenas manos, y se marchó a México a dirigir Ediciones Quetzal. A partir de ese punto comenzó otra vida que tendría su fin en los EEUU en 1982.

Su talento para la escritura se convirtió en el sentido de su existencia de tal modo que fue un autor prolífico que tocó todos los palos: ensayo, poesía, teatro, novela o cine. He logrado contabilizar 96 libros publicados. Supongo que se me habrán escapado algunos.

Ramón J. Sender ha sido y es un autor poco reconocido literariamente en España, a pesar de la magnitud de su obra. De hecho, es posible que si no fuera por Réquiem por un campesino español, su obra más popular, se le conocería más bien poco en la actualidad. Ello a pesar de haber saltado al cine varias de sus novelas: El diantre (1972), La llave, Crónica del Alba (1982), El regreso de Edelmiro, Réquiem por un campesino español (1985), El rey y la reina (1985) o Las gallinas de Cervantes (1987). El porqué de este silencio lo ignoro. Tal vez tenga algo que ver el carácter ideológico del autor o no haber sabido venderse de manera adecuada, que de eso hay mucho en estas tierras; que se lo digan si no a Juan Marsé, sin ir más lejos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario