12 jul 2016

Verás el cielo abierto

Por ángel E. Lejarriaga



Manuel Vicent, nacido en Castellón en 1936, es un hombre básicamente Mediterráneo en el sentido más étnico y folclórico de la palabra. En sus inicios en el mundo académico se decantó por el Derecho y la Filosofía (Universidad de Valencia) pero, concluido ese periplo, se determinó hacia otro tipo de estudios entonces más prosaicos como eran los derivados del periodismo (Madrid). Inmerso en el mundo de la pluma sagaz y la crónica colaboró en la revista humorística Hermano Lobo, Triunfo y en el desaparecido diario Madrid. Durante años ha sido un columnista habitual en el diario El País. Si bien el periodismo le ha atraído desde siempre, como la miel a las moscas, como otros muchos escritores ha tocado varios palos literarios: novela, teatro, relato corto, viajes, gastronomía, entrevistas y crónica periodística. Dos de sus novelas más famosas han saltado al cine de la mano de José Luis García Sánchez y Bigas Luna, Tranvía a la Malvarrosa y Son de Mar. Ha sido galardonado con el Premio Alfaguara de Novela en dos ocasiones (1966 y 1999) y el Premio Nadal (1986), entre otros.

Verás el cielo abierto (2005) es una mirada al pasado, ni más ni menos, algo que la edad te exige en su momento, quizá porque el presente te resulta infructuoso y poco esperanzador. En su expresión existe una cierta añoranza por ese tiempo perdido. No se trata de una novela sino de un relato autobiográfico que en ciertos momentos te hace olvidar que lo es para introducirte en una época y en historias que bien podrían ser pura fabulación. Vicent habla de lo que ha vivido, eso sí, pigmentado de colores, olores y sabores puramente mediterráneos. Si cerramos los ojos al leerlo veremos cuadros de Sorolla alegres, ideales, límpidos. Escribe, mientras recuerda, frente al mar que ama, que ha sido su vida y su fuente de inspiración. No digo nada nuevo, sus mejores novelas siguen el mismo patrón, en el que la vitalidad y una cierta sensualidad natural impulsan a vivir en el exterior de uno mismo.

Evidentemente, en ese mirar atrás hay melancolía, es imposible que no la haya. Cuando nos retrotraemos al pasado, constatamos fehacientemente lo que no va a volver, lo que se ha extinguido. ¿Qué podría aparecer entre esos recuerdos? Pues un poco de lo que todos llevamos guardado en la guantera de la memoria: la casa de los abuelos, la vacaciones felices junto al mar, la ciudad de Valencia, las tormentosas relaciones con un padre ultra católico y autoritario, la oscura vida en el colegio, la aparición del amor, sueños y más sueños, infantiles pero fundamentales para construir ese futuro deseado que al niño parece que nunca le va a llegar. El problema está cuando observas y compruebas que ya no tienes nada que ver con esa criatura alborozada y abierta al mundo, cuando te das cuenta que se te ha pasado la vida sin ser consciente de ello.

En esta historia hay un fantasma que entonces estaba muy vivo, Don Pío Baroja, que pulula sin ser visto por la casa de los Ranch, sin que nunca llegue a materializarse.


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