24 ago 2016

La identidad


Por Ángel E. Lejarriaga



Intensa indagación de Milan Kundera (1929) en algo tan difícil como es el amor; un amor nada sencillo, cargado de pasión, de miedo, de incertidumbre, de obsesiones, de misterio, de poesía y de tragedia. Un amor que nada tiene que ver ni con lo idílico ni con lo racional, aunque los personajes realicen un intento vano de compresión sin subterfugios emocionales: misión imposible desde todo punto de vista.

Como el propio título indica, a través del amor se busca hacer visible la identidad de los individuos que lo comparten. Lo trágico es que ese amor, esa identidad que se puede ver y tocar, depende de la existencia de la otra parte. Chantal y Jean-Marc quieren analizarlo todo, comprenderlo todo, anticiparse a la catástrofe que supone el desamor, la desilusión, el descubrimiento del otro sin los vapores de la construcción simbólica.

Todo este laberinto se inicia no en esta fase decadente del amor, sino durante una fase estable del mismo, sostenida por el deseo del otro y un extrañamiento constante cuando no está. Porque el hecho fehaciente es que los dos se quieren, más bien se idolatran, son felices, se autocompletan. Entonces, ¿por qué se dirigen de cabeza hacia la ruptura? 

Estas claves proporcionan la originalidad al texto. ¿Se trata de una obsesión por lo que puede suceder en un futuro más o menos largo, por lo que seguramente va a suceder, por lo que sucederá sin remedio? ¿Se puede hacer feliz a la persona que se ama?

Chantal se gusta, siempre se ha gustado desde que tuvo una cierta conciencia de sí misma; sin embargo, un día, un pensamiento al principio sutil y luego recurrente la hace detenerse en su deambular plácido y lúdico por la existencia, se da cuenta que los hombres no la miran cuando camina por la calle, por la playa o por donde sea. Se pregunta por lo que está pasando. Esas miradas directas o furtivas alimentaban su ego. Así se lo cuenta a su pareja. Acaba de descubrir que tiene pánico a envejecer y sobre todo a no resultar atrayente. Esa idea se encadena a otras, amenazantes, que al ser compartidas contaminan a Jean-Marc y le hacen entrar en una espiral de revisión y huida de su relación.

En este contexto emocional y discursivo, de pronto, Chantal recibe una nota en la que un admirador, que la observa, le manifiesta la atracción que siente por ella. Naturalmente, el contacto anónimo reconforta pero, también, siembra de dudas la motivación del hecho en sí mismo: ¿quién es?, ¿qué pretende de ella?, ¿qué es lo que le ha llamado la atención de ella?, ¿qué hacer con este nuevo elemento de su realidad? 

Su pensamiento empieza a funcionar muy deprisa, y cocina un plato compuesto de onirismo, fantasía y hechos interpretados que pueden significar diferentes cosas, hasta llegar a situar a Chantal en una posición en la que cualquier detalle, por nimio que este sea, puede ser falso o verdadero, sin que exista una forma de saber cuál es qué. ¿Y si tiene que elegir? ¿Podrá el amor trascender su personal condición y convertirse en amistad? ¿Será capaz de hacerlo, de dejar a Jean-Marc? A fin de cuentas, tal vez, el amor que comparte con él está en declive, ¿o no? La incertidumbre se instala en su vida como una sombra implacable.

La identidad (1996) es un libro para leer con mucha atención, quizá, más de una vez, sobre todo si te ves envuelto en los vericuetos del amor y su excentricidad. Es difícil hablar de su contenido, y comunicar lo que te hace sentir porque el lector proyecta su propia experiencia sobre él, y eso lo convierte en un hecho insólito: cada lector reescribe el libro a la luz de sus más íntimos sentimientos.

Si antes se lee La insoportable levedad del ser (1984), mejor; así se podrá degustar La identidad en todo su esplendor porque en la novela más famosa de kundera se toca el tema de un modo más extenso.

«¿Nostalgia? ¿Cómo podía sentir nostalgia si lo tenía delante? ¿Cómo se puede sufrir por la ausencia de alguien que está presente.»
«[…] un día, se daría cuenta de que Chantal no es la Chantal con la que ha vivido, sino aquella mujer de la playa por quien la había tomado; un día, la certeza que representaba Chantal para él se revelaría ilusoria y ella pasaría a serle tan indiferente como todas las demás.»
«[…] el amor como exaltación de dos individuos, el amor como fidelidad, como apasionado apego a una única persona, no, eso no existe. […]»
«Se dice que, incluso si existe, el amor no debería existir, y está idea no la amarga; por el contrario, siente una felicidad que se extiende por todo el cuerpo.»

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