11 dic 2016

El lector de Julio Verne


Por Ángel E. Lejarriaga



Esta es la segunda entrega de los «Episodios de una guerra interminable», obra magna emprendida por Almudena Grandes (1960) con el objeto de que no olvidemos ese pasado que aquellos que hicieron La Transición pretenden ocultar a toda costa. El primero de estos episodios fue Inés y la alegría (2010), el segundo El lector de Julio Verne (2012) y el último hasta ahora Las tres bodas de Manolita (2014).

La obra es contada por un niño de nueve años que al final de la narración cumplirá los once, todo un adulto para la época. Nino describe lo que oye, lo que ve, lo que siente, en un entorno difícil, para los menores y para los mayores. Es hijo de un guardia civil destinado en un pueblecito de Jaén de la Sierra Sur, Fuensanta de Martos; una zona en la que la guerrilla antifascista es muy beligerante. Con él está un personaje de novela de «aventuras», propiamente dicho, Pepe «El portugués», que aparece de la noche a la mañana en el pueblo, se instala en una casa alejada del mismo y vive al margen de lo que sucede a su alrededor. Nino y él se hacen grandes amigos, a pesar de la diferencia de edad. «El portugués» atrae al niño como la miel a las moscas. Su imaginación le entiende capaz de las más elevadas conquistas, es su ídolo, y quizá lo que desea ser de mayor. Su padre no entra dentro de esa posibilidad simbólica a imitar, más bien al contrario.

Cuántas difíciles preguntas elabora Nino en sus primeros años de existencia. Su universo inmediato está repleto de misterios. Como es bajo de estatura, el padre piensa que no va a dar la talla para entrar en el benemérito cuerpo —en la Guardia Civil— por lo que hay que buscarle una alternativa laboral próspera. Esta pasa por aprender a escribir a máquina, primero en el propio cuartel, y después en un cortijo distante del pueblo en el que conviven varias mujeres huérfanas y viudas debido a la guerra. Doña Elena, la mayor de todas ellas, se encargará de la enseñanza del chico. Poco a poco Nino desenreda el ovillo de su tiempo presente, y será consciente que en la sierra no solo está el guerrillero «Cencerro» y su partida, es decir, no es un fenómeno aislado, sino que en ella se desarrolla una guerra sorda en la que no se hacen prisioneros, y su padre combate en el bando en el que él no quiere estar. Lo que va descubriendo, y dotando de significado, le escalofría, le aterra, y le hace madurar con rapidez. Porque hay que hacerlo deprisa para poder seguir respirando en ese ambiente asfixiante. Hay que ser muy fuerte para soportar los gritos de los torturados en los calabozos de la casa cuartel, al otro lado de la pared en la que duerme. Y también para comprender que los gritos provienen de personas del pueblo o de alguno de esos que se nombran en las calles entre susurros, que están escondidos en la sierra, que asaltan cortijos y ejecutan a falangistas, chivatos o a guardias civiles. Tiene que ser valeroso para superar el trago de asumirlos como héroes, apartando a un lado la etiqueta de villanos que pregona la prensa sobre ellos. Si los guerrilleros son los héroes de la historia, ¿entonces qué es su padre? El escenario que se le presenta a Nino tiene su miga, es un niño y, por tanto, la figura del padre debería ser incuestionable, un ejemplo a seguir. Sin embargo, él no puede hacerlo, le quiere pero no logra separar el papel de padre del papel de verdugo, por mucho que el progenitor se escude en la supervivencia de su esposa y sus tres hijos (dos niñas y un niño). Quizá no comparta las órdenes de los mandos, mas las ejecuta sin rechistar. ¿En qué le convierte eso?

Entre 1947 y 1949, Nino va a componer el puzle, y la proyección de su vida ya no va a ser la misma. Conocer la verdad oculta le ha liberado de sus miedos, le ha hecho tomar partido, aunque le cueste la tortura, la prisión y la muerte, como al mismo «Cencerro» y a tantas otras personas que pueblan y poblarán su vida.
«Es cierto que los niños no tienen que tomar decisiones graves sobre sí mismos antes de los once o los doce años, pero eso no impide que sean seres perplejos: tienen que aprender todo de un mundo que no cuenta con ellos.» (Almudena Grandes)
La novela expresa dos afanes insoslayables, uno de supervivencia y otro de conocimiento histórico, un rompecabezas que a lo largo de la narración toma forma de una manera sorprendente. Este rompecabezas está hecho de memoria, de añoranza y sobre todo de esperanza. Desde luego, a la edad de Nino, y casi a cualquier otra, no se puede estar continuamente afrontando retos al límite de la cordura sin un segundo de respiro. El niño tiene su punto de fuga a través de las novelas de aventuras, especialmente las de Julio Verne.

La estructura de la obra es impecable y el texto adictivo. Contiene recuerdos que solo los mayores pueden sentir como familiares; tengamos presente que estamos en los años cuarenta. La labor descriptiva de Almudena Grandes, como siempre muy documentada, nos ahorra muchos esfuerzos a los que no vivimos aquel período negro, a la hora de ponernos en situación sobre cómo se vivía en el mundo rural, y sobre qué sucedía en él. Acababa de terminar la guerra civil, y un devastador genocidio, contra todo lo que recordara al antiguo régimen republicano estaba en marcha. Gracias a textos como este conocemos la implacable represión rural, y, sobre todo, entramos en contacto con los resistentes que se echaron al monte para mantener alta la bandera de la libertad y la justicia social; y, por supuesto, con aquellas personas que les ayudaron. Expresado así, parece que Almudena Grandes, simplemente, pasa factura al bando ganador de la guerra civil pero no es cierto. La novela tiene rigor histórico, pero además es un homenaje a Julio Verne y a las novelas de aventuras, a la amistad, a la pasión por los libros, a la lectura, al conocimiento en sí mismo y a la dignidad, que se puede mantener incluso en los contextos más difíciles: unas personas lo hacen y otras no; el miedo y el deseo de supervivencia a cualquier precio es lo que tiene.

El lector de Julio Verne deja claro que la Guerra Civil Española no acabó en 1939, como citan los libros de historia al uso, sino que se mantuvo durante muchos años mientras hubo guerrilleros que combatieron al régimen fascista de Franco. Hoy en día sigue viva la contienda de aquellos años porque todavía las cunetas y los cementerios permanecen repletos de cadáveres sin identificar, sin el derecho a ser damnificados, y a poseer una tumba honorable en la que descansar en paz; y porque los herederos de aquellos traidores que se levantaron contra un gobierno legítimo, se mantienen en el poder de una manera omnímoda, ante la indiferencia majadera de un pueblo ignorante y sumiso como es el nuestro. Sin embargo, por suerte, todavía hay «Cencerros» emboscados que no cejan en su empeño por recordar lo que sucedió entonces, ni dejan de reivindicar unos derechos fundamentales que hoy en día nos son ninguneados, lamentablemente, con las urnas en la mano. Ya no hacen falta fusiles de traidores para doblegar voluntades, ahora se utiliza la apatía, la indiferencia y la desmemoria para asesinar la decencia.

Estamos a finales del año 2016 y al leer esta novela te quedas algo estupefacto, si eres medianamente sensible con el tema. Hemos cambiado mucho desde 1939 hasta hoy, pero para peor. Vivimos en un país compuesto por señoritos horteras y siervos lameculos que se matan por poseer un teléfono de última generación, a ser posible de la marca Apple. El espíritu crítico general de este pueblo con el que compartimos nacionalidad no va más allá de un plan renove, sea de coche, de móvil o de pantalón de mierda fabricado en el tercer mundo por esclavos a los que ya estamos emulando.
«El que no sabe es necio, y entre los necios no hay diferencias.» (Almudena Grandes)
Es una suerte para los héroes, hombres y mujeres, de finales del siglo XIX y del siglo XX, que se sacrificaron por un mundo mejor, estar muertos, así se libran de tener que tragarse la indignidad que vivimos a diario, en esta era llamada de modernidad y de progreso.
«Hemos perdido la conciencia de que la vida es lucha.» (Almudena Grandes)
«España siempre ha sido un país de gente pobre, pero igual que se heredaba la pobreza, se heredaba la dignidad. La pobreza no era vergonzosa.» (Almudena Grandes)

1 comentario:

  1. Sublime, estas últimas palabras de la autora te dejan... en fin, toda una crítica a la conciencia social actual. Me encanta.

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