27 feb 2017

Bullet Park


Por Ángel E. Lejarriaga



Tenemos entre manos la obra de un escritor norteamericano bastante singular, John Cheever, nacido en 1912 y fallecido en 1982.Si bien pertenecía a una familia acomodada que le facilitó el acceso a una educación esmerada, él no estaba muy por la labor, su actitud era transgresora dentro de los cánones tolerables (no delictivos) de la época. Hasta tal punto que le expulsaron de la Academia Thayer por el simple hecho de fumar, suceso que entonces tenía su relevancia. Con dicha expulsión puso punto y final a su etapa académica, pero en contra de lo que se pudiera esperar, ese evento no significó un suicidio intelectual sino todo lo contrario, sentó las bases para sus inicios en la escritura. Malcolm Cowley compró para el periódico New Republic su primer relato, inspirado en los acontecimientos anteriormente citados: Expelled. Su talento innato para la escritura se manifestó desde entonces con intensidad y prodigalidad; sus narraciones nacían y se publicaban con la misma celeridad. Hasta el punto que The New Yorker se interesó por él. Este hecho marcó la diferencia con respecto a las publicaciones anteriores. Hasta el final de sus días mantuvo una magnífica relación con esta revista.

En el año 1939 vio la luz su primera colección de relatos, The Way Some People Live. Con este libro y los que llegarían después, Cheever se dedicó a levantar la alfombra de la clase media norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, exponiendo sus vergüenzas sin ningún tipo de pudor. En EEUU se le conoce como al mejor escritor de cuentos que ha existido en el país. Algunos críticos le llegaron a comparar con Chejov.

Tuvieron que pasar dieciocho años, desde la aparición de su primer cuento en prensa, para que Crónica de los Wapshot, entrara en imprenta. Esta fue su primera novela, con la que consiguió el National Book Award. Esta novela tuvo su continuación con El escándalo de los Wapshot, aparecida en 1964. Ambas obras son la historia de una familia que necesariamente se ve obligada a cambiar de vida y a sumergirse en la existencia moderna propia de una gran ciudad. Se ha llegado a decir que en cierta medida Cheveer estaba contando la historia de sus padres.

Cheever no fue muy prolífico en lo que respecta a novelas, pero, a pesar de ello, con las pocas que escribió, dio un repaso sombrío —cargado de alcohol, drogas y bajeza moral— al mundo que conocía bien, porque era el suyo. Bullet Park apareció en 1969, la seguiría Falconer en 1977. Tehe Stories of John Cheever se publicó en 1978 pero no se trató de una novela sino de una colección de relatos; con este libro recibió el Premio Politzer. Su última novela fue Oh, esto parece el paraíso (1982). Su correspondencia y sus diarios se editaron respectivamente en 1988 y 1991: The Letters of John Cheever y Los diarios de John Cheever. 

Bullet Park es una población muy mona, llena de casitas pulcras, que encierran hombres, mujeres y niños de ambos sexos, también muy pulcros, con coches pulcros y el césped impecablemente cortado. Todo es tan ideal que da un poco de envidia.

La novela se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera posee la familiaridad de lo que conocemos y que nos puede ocurrir en cualquier momento. Tenemos nuestra bella casa, estamos unidos a una persona encantadora con la que convivimos felizmente, hemos tenido un vástago —hijo o hija— que destaca por su inteligencia y belleza. Todo va bien hasta que un día la criatura, en la adolescencia, entra en una depresión que parece intratable. Este acontecimiento va a provocar en los protagonistas diversas reacciones que cuestionan el orden idílico que aparece descrito en un primer momento. Las dos partes del libro inciden en lo mismo, la crítica descarnada a la clase media norteamericana, expuesta desde el punto de vista de dos individuos diferente: Eliot Nailles «clavos» y Paul Hammer «martillo».
«Harry Ptularch, que vive aquí enfrente, puede parecer un poco raro si no se conoce su historia. Su mujer se fugó con Howie Jones. Trajo un camión de mudanzas a la casa una maña y se lo llevó todo, excepto una silla, una cama individual y la jaula del loro. Cuando él volvió del trbajo, se encontró la casa vacía, y desde entonces vive con una silla, una cama y un loro.»
Eliot Nailles parece feliz pero su vida se sostiene en el vacío con unos hilos muy frágiles, una vida en la que necesita pastillas para sobrevivir en el día a día, arrastrándose en pos de un sentido existencial que no encuentra; es un hombre dominado por el cumplimiento más estricto de la convención, siempre extremadamente preocupado por el qué dirán.
«Maldita sea su hipocresía, malditos sus tópicos, malditas sus tarjetas de crédito, maldita su manera de descartar lo salvaje del espíritu humano, maldita su pulcritud, maldita su lascivia y malditos ellos […]»
En lo que respecta a su compañera, esta se mantiene en la relación más por azar que por un firme interés o por propia voluntad. El hijo deprimido va a agudizar las contradicciones con las que viven.
«Ella era —pensó Nailles—, con su gracia y su belleza, una de esas mujeres que parecen complacerse en el extraordinario y visionario estado del santo matrimonio. (Cualquier crítico externo) […] habría visto en ella a una mujer aburrida, vengativa y bebedora clandestina de jerez, que sueña todas las noches con darse al libertinaje en un harén de hombres.»
La vida de Paul Hammer es otra historia. De hecho está escrita de un modo muy diferente. Da la impresión de que el autor la creó en estado alucinado pues la forma de narrar no tiene nada que ver con el texto de la primera parte. Yo diría que tiene un toque surrealista. Paul Hammer es un alcohólico desarraigado que se compra una casa en Bullet Park; desea iniciar una nueva vida, liberándose de los hábitos que le han arrastrado a la desidia y al abandono. Hammer y Nailles están irremisiblemente condenados a cruzarse.

Leer esta novela es airear los armarios de las irreprochables casas de la sociedad biempensante, políticamente correcta, que domina nuestro tiempo. Las apariencias son solo eso, una escenificación que no dice nada sobre lo que se oculta debajo de la careta, o detrás de las bambalinas. Si hurgamos más allá de lo mostrado penetramos en otros universos muy alejados de la descripción ideal de la hipócrita moral dominante.


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