20 mar 2019

Las tres bodas de Manolita


Por Ángel E. Lejarriaga



Esta es la tercera novela de Almudena Grandes (1960), que forma parte de la serie Episodios de una Guerra interminable. La primera entrega fue Inés y la alegría (2010), la segunda El lector de Julio Verne (2012) y la que comento hoy aparecida en el año 2014. Las dos novelas primeras hablan de la guerrilla antifascista desde dos puntos de vista diferentes:
“el cuartel general de la guerrilla y una casa cuartel de la Guardia Civil […] En ‘Las tres bodas de Manolita’, la narración da un giro y la resistencia armada se convierte en resistencia civil. […] Aquí la hazaña consiste en llegar vivo al día siguiente.”
Quizá podríamos aventurarnos a establecer una hipótesis sobre qué homenajea Almudena Grandes en el texto, o qué quiere señalarnos. Yo me quedo con las heroicas mujeres que hacían fila ante la cárcel de Porlier, a la espera de contactar con sus seres queridos aunque fuera en la distancia y a voces, siempre pacientes, duras, con la determinación firme de no olvidar ni perdonar. Esta cárcel funcionó durante la Guerra Civil y la posguerra. Estaba situada en la calle del General Díaz Porlier número 54 y ocupaba lo que había sido el colegio Calasancio. Fue incautado por el gobierno republicano al iniciarse la Guerra Civil para cumplir funciones de protección de menores, es decir, de albergue para niños abandonados; en agosto de 1936 se convirtió en prisión. En un principio los presos que contuvo pertenecían al bando sublevado, al terminar la guerra les tocó el turno a republicanos, anarquistas, socialistas y comunistas. En 1944 fue devuelto el edificio por el gobierno franquista a los Padres Escolapios.
“Esta novela tiene un escenario principal que es la cola que se formaba a la puerta de la Cárcel de Porlier, donde se reunían una serie de mujeres que tejieron una solidaridad con un horizonte común: derribar el franquismo. […] Su concepto solidario era muy distinto del de ahora. En nuestros días hay gente que ayuda todo lo que puede pero no tiene nada en común con otras personas que hacen lo mismo, son experiencias individuales. […] Manolita comenzó su transformación en ese territorio, en esa cola. Allí conoció a muchas personas y descubrió que la realidad que la envolvía era mucho más grave de lo que a simple vista parecía.”

Por otro lado, la novela narra con solvencia la gestación de la resistencia civil y su peor lacra, las infiltraciones. Y en concreto, juega con un personaje siniestro de nuestra historia reciente: el comisario Roberto Conesa, un ex miembro de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) que dedicó su vida profesional a infiltrarse en las organizaciones disidentes y a diezmarlas; en el texto lo conoceremos como Roberto El orejas. Durante la Segunda Guerra Mundial colaboró activamente con la Gestapo, la policía secreta alemana. Entre 1946 y 1947 estuvo infiltrado en el PCE. Recordemos también que fue el jefe de la Brigada Político Social, encargada de perseguir a sindicalistas, antifascistas y en general a cualquiera que discrepara con el régimen del general Franco.

Por sus manos pasaron figuras de renombre como Marcelino Camacho y el ahora reconvertido a fascistoide Fernando Sánchez Dragó. Hay que destacar que el comisario Roberto Conesa desempeñó labores en la lucha antiterrorista durante los primeros años de la democracia; se le llegó a acusar de ser el instigador de alguno de los atentados que persiguió relacionado con los GRAPO. En su currículo consta que trabajó para un dictador de pro como Trujillo en Santo Domingo. Se cotizaba porque había tenido mucho tiempo ―cuarenta años de dictadura en España― para sofisticar las técnicas de tortura y el asesinato en la sombra de opositores políticos. Su mano derecha fue otro torturador condecorado, Antonio González Pacheco, más conocido por Billy el niño. En 1977 recibió la Medalla de Oro al Mérito Policial gracias a un franquista, en esos momentos demócrata, Rodolfo Martín Villa.

Me ha llamado mucho la atención la figura de Antonio de Hoyos y Vinent, un personaje real, olvidado, que murió en la cárcel de Porlier. Llegó al mundo en 1884 y murió en 1940. Nació marqués y murió marqués pero anarquista; sorprendente pero cierto. Era hijo del marqués de Hoyos y de la marquesa de Vinent. Su educación fue de excelencia que se diría hoy: estudió en Viena, en Madrid y en Oxford. Desde joven fue considerado por la familia como una oveja negra. Su homosexualidad, que no ocultaba, le llevó a ser rechazado por los suyos; su madre ni le saludaba cuando le veía. Aunque en general fue tolerado quizá debido a su origen social. Participó en la tertulia de Emilia Pardo Bazán. Era sordo de nacimiento lo que convertía las conversaciones con él en toda una experiencia. Siempre llevaba puesto un monóculo y vestía a lo dandy; su presencia era, simplemente, impresionante. Escribió para los diarios ABC y El Día y dirigió la revista Gran Mundo Sport. Sus escritos, que estaban compuestos por aires decadentistas, anarquistas y eróticos, se publicaban en ediciones baratas. Desde 1934 militó en la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Tras la guerra fue detenido y encarcelado en la cárcel de Porlier, donde murió abandonado por familia y amigos. Pudo haber abandonado el país, seguramente ser grande de España lo hubiera facilitado, pero no lo hizo. La obra conocida de este insigne libertario consta de cuarenta novelas, numerosos relatos y ensayos, y siete obras de teatro.

La novela destaca el trabajo esclavo en instituciones eclesiásticas de los hijos e hijas de esa parte de la nación que perdió la guerra y el de los presos condenados a trabajos forzados en el nauseabundo Valle de los Caídos, en Cuelgamuros.


“Los curas tenían la ventaja de que la iglesia y el estado eran una misma cosa. Un cura, por el solo hecho de serlo, representaba al poder. En este caso, el capellán de la Cárcel de Porlier montó un gran negocio, sin que se enterase ni el mismo director de la cárcel, ni el Ministerio de Justicia, ni nadie. Pertenecieron al aparato del estado durante cuarenta años.”
Este infame monumento fue ideado por Francisco Franco con la intención de dejar un testimonio vivo para la posteridad de aquellos héroes que combatieron a su lado y dieron la vida en su gloriosa cruzada. Su construcción se llevó a cabo con la mano de obra gratuita de los presos que llenaban las cárceles del Régimen. Se empezó a levantar en 1940 y se concluyó la obra en 1958.

La novela termina con la Transición famosa, con esa gran traición que se le hizo a la memoria y a nuestra historia; un período nefasto en el que la justicia, los partidos políticos y el mismo pueblo español se olvidó de la cárcel de Porlier, condecoró al comisario Conesa, enterró sin epitafio a Antonio de Hoyos y respetó, cuando no veneró, la existencia de ese insulto arquitectónico a las víctimas del levantamiento militar de 1936 que es el Valle de los Caídos.
“La historia de este país es muy miserable.”
Las tres bodas de Manolita te posee desde la primera página. Está en sintonía con las anteriores pero es diferente, con distintos puntos de vista y un idéntico motivo: la Guerra Civil. En este caso más bien la posguerra, aunque los recuerdos transporten a los personajes al periodo anterior a julio de 1936 y la consecuente contienda contra los sublevados. La situación histórica está muy elaborada, a fin de cuentas, la autora es licenciada en Geografía e Historia y domina la historiografía y su metodología.

Prácticamente está situada en Madrid, en la capital de la antigua II República, que se ha convertido en capital de la dictadura. En Madrid vive Manuela Perales García, nacida en 1922, que en 1939 tiene 17 años. Sus orígenes son pobres; esa pobreza sumada a la guerra y a la derrota, y sus consecuencias sobre su familia, la van a colocar en una situación difícil que sobrellevará como puede, acompañada de casi dos centenares de otros personajes que pueblan la obra. Manuela, desde ahora Manolita, tiene que enfrentarse al hecho de que no tiene para comer, que su padre ha sido fusilado, que su madrastra está en la cárcel, que su hermano mayor, Antonio, miembro de las JSU y amigo de El orejas, ha desaparecido, y que debe cuidar a una hermana y a tres hermanastros pequeños. No lo va a tener fácil Manolita. Desde sus diecisiete años y su mirada inocente, nos va a describir lo que le sale al paso: miseria, represión, cárceles, trabajo esclavo, la Iglesia Católica en todo su esplendor de corrupción e hipocresía, el amor, los recuerdos dolorosos y la desesperanza ante un futuro mejor que parece imposible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario