12 may 2020

Industrias y andanzas de Alfanhuí


Por Ángel E. Lejarriaga



Rafael Sánchez Ferlosio (1927- 2019). Esta novela apareció cuatro años antes que El Jarama (1955). Fue esta última la que más fama le dio al autor; sin embargo, Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951) tuvo y tiene a día de hoy una gran relevancia dentro de la literatura española, entre otras cosas porque rescata una “picaresca” ya olvidada. Los inicios de la novela nos recuerdan mucho al Lazarillo de Tormes.

Desde luego, en su tiempo, la posguerra, Industrias y andanzas de Alfanhuí fue una absoluta sorpresa, que se sumergía en un hipotético “realismo mágico”. Un realismo mágico, por cierto, que introduciría Gabriel García Márquez dieciséis años después, lo cual nos indica que entre ambos autores deben existir algunas diferencias en lo que se refiere al concepto en sí mismo. Se podría decir, que en el realismo mágico latinoamericano lo fantástico se integra con naturalidad en el mundo material gobernado por las leyes de la Física, es un elemento más en la existencia humana. Con Sánchez Ferlosio no sucede lo mismo, lo mágico, lo fantástico, lo desconocido, que toma forma a partir de la imaginación, se vislumbra como amenazante, peligroso y de hecho, la obra es un viaje de lo fantástico a lo real, descartando lo segundo a lo primero. Tal es el caso del protagonista, que en su penetración en un dimensión gobernada por lo “imposible”, al hacerlo visible e intentar mostrarlo entre los que le rodean, es considerado como un apestado, alguien extraño y reprobable. Tal contraste genera una tensión insoportable entre ambas posibilidades del entendimiento humano, una incompatibilidad que es acusada de “brujería”, con lo que eso supone en un país ignorante y extremista como este.

Volviendo al personaje y a la picaresca, al igual que sucede con el Lazarillo, Alfanhuí crece durante su viaje iniciático, recorre un mundo en el que el contacto con diversos maestros le proporciona una sabiduría a la que no hubiera podido acceder de haber permanecido al lado de sus padres. El niño que es evoluciona, aprende, se convierte en adulto; habría que dilucidar si ese proceso inevitable nos hace más sabios o más astutos y adaptables, que no es lo mismo. ¿Quiénes son sus maestros? Entre ellos un gallo que es el que provoca el impulso de partida. Los otros aparecerán después durante el viaje. No va a haber durante demasiado tiempo una convivencia entre lo fantástico y lo real, al final, de manera inapelable, la realidad y la costumbre se impondrá.

La historia tiene la estructura universal del género, un joven avispado se marcha de su casa, Alcalá de Henares, a vivir la vida, a recorrer los caminos, sin un destino concreto aunque su viaje es mayúsculo en el sentido que cubre una distancia significativa entre Guadalajara y Palencia.

Que nadie busque en esta novela referentes lineales, el relato se desenvuelve por un universo surrealista que se entremezcla con la propia historia del joven. Hay quien ha dicho que se trata de una “anatomía social de la España rural y provincia de mediados del siglo XX”.

La novela se divide en tres partes. Cada una tiene su propio título. En la primera Alfanhuí es un niño que vive en un mundo de fantasía. En la segunda parte se produce esa tensión de la que he hablado antes entre lo mágico y lo denominado real. Y en la tercera la realidad se impone. Un detalle a destacar en la obra es el color, trascendental a la hora de pintar los escenarios. Por ejemplo, el blanco para representar la muerte. O los múltiples colores que componen el arco iris, que podría simbolizar la profundización en una cierta sabiduría. Es posible, la novela se presta a una gran diversidad de interpretaciones, desde el momento en el que cualquier objeto, incluso los más insignificantes, puede cobrar vida y transmitirnos una enseñanza.

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