John Steinbeck (1902-1968). The Grapes of Wrath (1939), traducida en España como Las uvas de la ira, recibió el Premio Pulitzer en 1940. Aunque la novela se publicó en 1939, Steinbeck llevaba tres años escribiendo para The San Francisco Sun, relatando de manera magnífica lo que estaba suponiendo la crisis económica de 1929 para muchos norteamericanos. Todos estos artículos han sido recopilados y publicados en España en un solo volumen bajo el título Los vagabundos de la cosecha (2007). Esta fue la base experiencial que llevó al autor a construir la novela. No se inventó nada, no tuvo que imaginar nada, se limitó a sumergirse en la pobreza que poblaba las carreteras y vivió en los campamentos de refugiados, para contar más tarde su descarnada vivencia.
A Steinbeck se le ha calificado como escritor social; dicho de otra manera, escritor que estaba comprometido con los males sociales de su tiempo. La mayor parte de su obra se caracteriza precisamente por ese eje central narrativo.
La novela fue muy denostada, la acusaron de comunista ―incluso fue quemada públicamente―, pero lo cierto es que lo único que el autor hizo fue poner de relieve lo que había debajo de la alfombra del liberalismo norteamericano: miseria y podredumbre. Llegando más lejos, diré que en la obra no se expone un plan para combatir al capitalismo, nadie se queja de haber perdido las tierras ni de la implacable acción de los bancos; de manera simple y mansa los afectados recogen sus cosas y se someten a lo que les pueda caer encima en cuanto a humillación y explotación se refiere. Solo alguien se rebela, pero de antemano está considerado una persona antisocial. En síntesis, los protagonistas solo pretenden ganarse el pan, vivir y dejar vivir.
La obra, obviamente, se sitúa contextualmente en los años treinta, en los EEUU. Las consecuencias de la crisis de 1929 están en todo su apogeo. Por primera vez los blancos propietarios de tierras son afectados por un desastre económico de una envergadura no conocida hasta entonces. Literalmente, estos tuvieron que abandonar sus tierras, desahuciados por los bancos, porque no podían pagar los créditos después de sufrir el Dust Bowl, convirtiéndose en refugiados dentro de su propio país. Su intención era viajar a California donde se necesitaba mano de obra. Tal es el caso de la familia Joad que parte de Oklahoma en un viaje terrible en el que se tiene que enfrentar no solo al hambre sino a la crueldad de sus compatriotas. Steinbeck intentó exponer con crudeza la realidad de los EEUU, un país construido sobre la injusticia y la explotación más abyecta. La historia es realista y sobre todo vigente hoy día.
He citado en el párrafo anterior el fenómeno conocido como Dust Bowl. Tal fenómeno no es otra cosa que un cataclismo ecológico. Tal efecto fue provocado por condiciones de sequía extrema, que estuvo potenciada por años de prácticas agrícolas que favorecieron la erosión del suelo por parte del viento. La tierra seca generó gigantescas nubes de polvo y arena que llegaron a tapar el sol.
Como decía antes, la familia Joad, tras perderlo todo, recoge lo poco que les ha quedado e intenta asentarse en otro sitio. Hasta ahí todo normal hasta cierto punto, ejercen un derecho natural a buscar una vida mejor; pero descubren que no existe ningún paraíso en su país. Según se van adentrando en nuevos territorios se enfrentan al rechazo de sus habitantes, no encuentran vivienda y los trabajos que les ofrecen se pagan con salarios de miseria.
Todo este desgarramiento es una especie de guerra en la que el frente de batalla, entre el capital y el trabajo, se ha roto, los servidores del beneficio empujan sin piedad, desposeen, extrañan y obligan a los derrotados a un exilio interior, económico y político; su pérdida va más allá de lo material; también han dejado atrás su identidad, ya no poseen raíces, ni pasado; no lo saben, o no lo quieren saber, pero tampoco tienen patria, en realidad, ningún desheredado de la tierra la tiene, aunque sostengan esa idea como una ilusión que los esclaviza más que ayudarlos. A pesar de todo esto, mantienen la esperanza, pasando por encima de la inanición, de la muerte que les acecha, del desprecio de los que poseen algo más que ellos y del abandono del Estado. Un primitivo instinto de supervivencia les impele a seguir adelante, si es necesario hasta los confines de la tierra. Por ello resisten con resignación todas las penurias a que les somete una sociedad implacable. No sabemos qué pueden aprender de este viaje, tal vez sin destino: ¿qué existe la solidaridad?, ¿qué unidos son más fuertes?, ¿qué los que son como ellos se han convertido en sus propios enemigos? Trágica y amarga lección si es que alguien llega a asimilarla.
El final de la novela sorprende y nos sitúa de nuevo ante otra serie de preguntas que cada lector tendrá que responder: ¿hay esperanza para la injusticia?, ¿algún día podremos vivir en una tierra en la que por el solo hecho de nacer tengamos satisfechas las necesidades básicas?, ¿el Estado está al servicio del pueblo o del poder económico?, ¿se puede erradicar la maldad humana como si fuera un germen pernicioso?
Para concluir este artículo solo me queda decir que en 1940 hubo película del mismo nombre, dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda (Tom Joad), Jane Darwell (Ma Joad) y John Carradine (Casy), entre otros.
A Steinbeck se le ha calificado como escritor social; dicho de otra manera, escritor que estaba comprometido con los males sociales de su tiempo. La mayor parte de su obra se caracteriza precisamente por ese eje central narrativo.
La novela fue muy denostada, la acusaron de comunista ―incluso fue quemada públicamente―, pero lo cierto es que lo único que el autor hizo fue poner de relieve lo que había debajo de la alfombra del liberalismo norteamericano: miseria y podredumbre. Llegando más lejos, diré que en la obra no se expone un plan para combatir al capitalismo, nadie se queja de haber perdido las tierras ni de la implacable acción de los bancos; de manera simple y mansa los afectados recogen sus cosas y se someten a lo que les pueda caer encima en cuanto a humillación y explotación se refiere. Solo alguien se rebela, pero de antemano está considerado una persona antisocial. En síntesis, los protagonistas solo pretenden ganarse el pan, vivir y dejar vivir.
La obra, obviamente, se sitúa contextualmente en los años treinta, en los EEUU. Las consecuencias de la crisis de 1929 están en todo su apogeo. Por primera vez los blancos propietarios de tierras son afectados por un desastre económico de una envergadura no conocida hasta entonces. Literalmente, estos tuvieron que abandonar sus tierras, desahuciados por los bancos, porque no podían pagar los créditos después de sufrir el Dust Bowl, convirtiéndose en refugiados dentro de su propio país. Su intención era viajar a California donde se necesitaba mano de obra. Tal es el caso de la familia Joad que parte de Oklahoma en un viaje terrible en el que se tiene que enfrentar no solo al hambre sino a la crueldad de sus compatriotas. Steinbeck intentó exponer con crudeza la realidad de los EEUU, un país construido sobre la injusticia y la explotación más abyecta. La historia es realista y sobre todo vigente hoy día.
He citado en el párrafo anterior el fenómeno conocido como Dust Bowl. Tal fenómeno no es otra cosa que un cataclismo ecológico. Tal efecto fue provocado por condiciones de sequía extrema, que estuvo potenciada por años de prácticas agrícolas que favorecieron la erosión del suelo por parte del viento. La tierra seca generó gigantescas nubes de polvo y arena que llegaron a tapar el sol.
Como decía antes, la familia Joad, tras perderlo todo, recoge lo poco que les ha quedado e intenta asentarse en otro sitio. Hasta ahí todo normal hasta cierto punto, ejercen un derecho natural a buscar una vida mejor; pero descubren que no existe ningún paraíso en su país. Según se van adentrando en nuevos territorios se enfrentan al rechazo de sus habitantes, no encuentran vivienda y los trabajos que les ofrecen se pagan con salarios de miseria.
Todo este desgarramiento es una especie de guerra en la que el frente de batalla, entre el capital y el trabajo, se ha roto, los servidores del beneficio empujan sin piedad, desposeen, extrañan y obligan a los derrotados a un exilio interior, económico y político; su pérdida va más allá de lo material; también han dejado atrás su identidad, ya no poseen raíces, ni pasado; no lo saben, o no lo quieren saber, pero tampoco tienen patria, en realidad, ningún desheredado de la tierra la tiene, aunque sostengan esa idea como una ilusión que los esclaviza más que ayudarlos. A pesar de todo esto, mantienen la esperanza, pasando por encima de la inanición, de la muerte que les acecha, del desprecio de los que poseen algo más que ellos y del abandono del Estado. Un primitivo instinto de supervivencia les impele a seguir adelante, si es necesario hasta los confines de la tierra. Por ello resisten con resignación todas las penurias a que les somete una sociedad implacable. No sabemos qué pueden aprender de este viaje, tal vez sin destino: ¿qué existe la solidaridad?, ¿qué unidos son más fuertes?, ¿qué los que son como ellos se han convertido en sus propios enemigos? Trágica y amarga lección si es que alguien llega a asimilarla.
“Suponte que tú ofreces un empleo y sólo hay un tío que quiera trabajar. Tienes que pagarle lo que pida. Pero […] supón que haya cien hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos. […] Imagínate que con cinco centavos, al menos, se pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo”.Todo esto ocurrió en los años treinta en el país más poderoso y rico del mundo. Lamentablemente, hoy sigue sucediendo lo mismo con los refugiados económicos o derivados de una guerra, que acuden a las fronteras europeas en busca de una vida digna, vida que los intereses de las multinacionales del Norte opulento o de sus gobiernos les han arrebatado. Pero también ocurre desde 2008 en nuestro país debido a la reforma laboral y a la precariedad salarial que ha afectado a gran parte de la población.
El final de la novela sorprende y nos sitúa de nuevo ante otra serie de preguntas que cada lector tendrá que responder: ¿hay esperanza para la injusticia?, ¿algún día podremos vivir en una tierra en la que por el solo hecho de nacer tengamos satisfechas las necesidades básicas?, ¿el Estado está al servicio del pueblo o del poder económico?, ¿se puede erradicar la maldad humana como si fuera un germen pernicioso?
Para concluir este artículo solo me queda decir que en 1940 hubo película del mismo nombre, dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda (Tom Joad), Jane Darwell (Ma Joad) y John Carradine (Casy), entre otros.
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