6 jul 2022

La segunda transición


Por Ángel E. Lejarriaga




Hoy el sol se ha ocultado cautivo,
nubes negras sembraban el cielo
de formas podridas,
mis pulmones han dejado de inhalar aire
y he sentido que el olvido me hablaba
con frases susurrantes.

El aliento de la catástrofe nueva,
que llaman emergente,
me ha rociado con un mal presentimiento,
he sabido entonces
que por mucho tiempo no habrá más luz,
ni más risas,
ni más conquistas audaces,
porque la esperanza se desangra
en las filas de la precariedad y la carestía,
en los párpados sumisos,
en las gargantas estranguladas
por argollas voluntarias.

Sin risas,
sin ilusiones,
sin un horizonte utópico
hacia el que dirigir la mirada,
sin el grito colectivo
con el que regenerar esta sociedad bárbara,
cómo podemos seguir en pie.

La limosna y la indignidad se enseñorean
en nuestros oídos acostumbrados a no oír;
la violencia de los centuriones
contiene los temblores airados,
el espanto nos sobrecoge
en tanto esperamos
el milagro de los panes y los peces
a través de votos ciegos,
sin criterio propio.

Esta mañana no he querido levantarme de la cama
porque no había una llama 
que iluminara el presente
y no tenía a dónde ir,
en ese instante he recordado los deseos perdidos
del joven que fui
y he maldecido no tener una tormenta en mis manos
con la que anegar la historia de esta era.

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