Por Ángel E. Lejarriaga
Desgraciadamente, en escasas ocasiones el genio va cogido de la mano de la felicidad, o si se quiere, de un bienestar emocional suficiente, para deambular por la existencia sin piedras en los bolsillos. Tal es el caso de Alejandra Pizarnik (1936-1972), nacida en abril —el mes de las flores—, en Argentina, en el seno de una familia de emigrantes ucranianos, judíos.
“Porque yo no pedí nacer en forma de signo de interrogación porque yo, mujer crisálida, no tuve la fuerza de nacer cadáver.”En general si pensamos en alguien desdichado en la edad adulta, hipotetizamos que su infancia poseyó carencias materiales, afectivas o ambas, o incluso que estuvo sometido a los traumas tan presentes en la generalidad de nuestras vidas. Pues en el caso de Alejandra, acertamos en cierta medida, con los matices que le fueron propios. En lo que sabemos de ella, sus primeros años estuvieron determinados primero por su condición de familia emigrada, segundo por su perenne comparación por parte de su madre con la hermana mayor, Myriam, a la que esta idolatraba; y tercero, por ciertos problemas físicos: en la adolescencia el peso, siempre por encima de lo que a ella le hubiera gustado, y el acné; a los que se sumaron dificultades con la expresión oral, era algo tartamuda, el asma.
“¿Quién posee un silencio, un tiempo, una música? ¿Quién no baila su propio ritmo? ¿Quién no tiene un sexo para alegrarse, una palabra en que sentarse, una manía para tener vergüenza? ¿Quién no tiene vergüenza de ser? ¿Quién no está enojado con la muerte? Yo.”Así, podríamos calificar su infancia como inestable, emocionalmente hablando, llena de contrastes y claroscuros.
Su entrada en el mundo adulto estuvo definida por la angustia afectiva —un sentimiento permanente de no ser querida—, una autoimagen negativa y una salud deficiente. Además, sobre la familia, durante los años del nazismo, siempre hubo una sombra amenazante que los llenó de desesperanza y miedo, y que, por supuesto, también marcó la infancia de Alejandra.
Cuando alcanzó la adolescencia quiso romper con ese pasado que consideraba tormentoso para crear una nueva Alejandra, díscola, rebelde, a veces tierna, otras distante y brusca, impredecible, siempre interesante, y con un hambre insaciable de sentirse querida y reconocida. El descubrimiento de manera temprana de la literatura alimenta el personaje que desea ser. Su inmersión en Sartre, Proust, Henri Michaux, Alphonse Allais, André Gide, Philippe Claudel, Soren Kierkegaard, William Faulkner, James Joyce, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Rilke, Antonin Artaud y otros, la hacen dar un salto cualitativo intelectual que no llena su vacío interior. Su insatisfacción se mantiene, pero a través de estas lecturas confesas, construye una subjetividad con la que pretende identificarse, que es obvio, se convierte en poesía, manifestando abiertamente en ella su atracción hacia la muerte, sus sentimientos de abandono y de infancia perdida, de no haber sido amada suficientemente, también su perenne comprensión de no pertenecer a ningún lugar, de ser una extraña en su tierra.
Algunas de las obras literarias que la influyeron especialmente fueron Los caminos de la libertad (1945-1949), El existencialismo es un humanismo (1945) y El ser y la nada (1943), todas de Jean-Paul Sartre.
Entre los años1960 y 1964 vivió un periodo muy intenso en París, donde no solo se relacionó con intelectuales de su tiempo, sino donde estudió historia de las religiones y literatura francesa —en la universidad de La Sorbona—, y trabajó. Tradujo a Marguerite Duras, Ives Bonnefoy, Henri Michaux y a Antonin Artaud, entre otras; hizo crítica literaria, escribió en la revista Cuadernos; también colaboró con Les Lettres Nouvelles y en otras revistas de Latinoamérica y Europa. Publicó poemas en varios periódicos. Durante este periodo inició su amistad con Rosa Chacel y Octavio Paz, agregado cultural de la embajada de México en Francia, que llegó a prologar su libro Árbol de Diana (1962). Al mismo tiempo conoció a Julio Cortázar, que trabajaba en la UNESCO.
No obstante, a pesar de este glamur que flota a su alrededor, Alejandra no se siente bien consigo misma, la ansiedad y la depresión la hacen viajar por una montaña rusa interminable. Las anfetaminas y los barbitúricos la ayudan a seguir adelante un poco más; estos fármacos se convierten en una adicción pero gracias a ellos consigue mantenerse viva hasta que las fuerzas le fallan, definitivamente. Su terapeuta León Ostrov, la ayuda a enfrentarse a sus fantasmas, a su baja autoestima, a su insatisfacción corporal, y a dirigir su poesía hacia una fusión literaria con el inconsciente, sumergiéndola en una visión surrealista de la existencia. A Ostrov le dedicó el poema “El despertar”.
Hay quien ha calificado su poesía de “hermética, intensa, lúdica, visionaria”; cada lector puede proyectar en ella un significado especial asociado a su propia experiencia, con el que se identifica. En su obra hay muchas preguntas, sobre todo sobre sí misma, sobre su continuo dolor que en ocasiones no sabe cómo definir, ni como compensar, salvo con un posible reconocimiento, que finalmente le devolviera la “fe en sí misma”. Pero para ella nada es consistente, la duda la corroe; con la escritura intenta salvarse pero ni en ella encuentra el confort que anhela.
PUBLICACIONES ANTERIORES A SU DESAPARICIÓN
· La tierra más ajena, (1955)
· Un signo en tu sombra, (1955)
· La última inocencia, (1956)
· Las aventuras perdidas, (1958)
· Árbol de Diana, (1962)
· Los trabajos y las noches, (1965)
· Extracción de la piedra de locura, (1968)
· Nombres y figuras, (1969)
· Poseídos entre lilas, 1969 (obra de teatro)
· El infierno musical, (1971)
· La condesa sangrienta, (1971)
· Los pequeños cantos, (1971)
· Genio Poético, (1972)
OBRA PÓSTUMA
· El deseo de la palabra, 1975 (selección de poemas y textos críticos)
· Una noche en el desierto, 1978
· Entrevistas, 1978
· Zona prohibida, 1982 (dibujos y poemas)
· Poemas, 1982
· Textos de Sombra y últimos poemas, 1982
· Correspondencia Pizarnik, 1998
· Obras completas, 2000
· Poesía completa, 2000
· Prosa completa, 2002
· Diarios, 2003
“Soy judía. De eso se trata. Hace mucho que se trata solamente de eso. No soy argentina. Soy judía. Este descubrimiento me obliga a impedir movimientos esenciales de mi naturaleza: buscar verdugos.”
Cuando alcanzó la adolescencia quiso romper con ese pasado que consideraba tormentoso para crear una nueva Alejandra, díscola, rebelde, a veces tierna, otras distante y brusca, impredecible, siempre interesante, y con un hambre insaciable de sentirse querida y reconocida. El descubrimiento de manera temprana de la literatura alimenta el personaje que desea ser. Su inmersión en Sartre, Proust, Henri Michaux, Alphonse Allais, André Gide, Philippe Claudel, Soren Kierkegaard, William Faulkner, James Joyce, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Rilke, Antonin Artaud y otros, la hacen dar un salto cualitativo intelectual que no llena su vacío interior. Su insatisfacción se mantiene, pero a través de estas lecturas confesas, construye una subjetividad con la que pretende identificarse, que es obvio, se convierte en poesía, manifestando abiertamente en ella su atracción hacia la muerte, sus sentimientos de abandono y de infancia perdida, de no haber sido amada suficientemente, también su perenne comprensión de no pertenecer a ningún lugar, de ser una extraña en su tierra.
“Dolor de ser. Dolor de amar y de no ser amada. Dolor de la noche acariciándome los cabellos. Dolor del mar. Dolor de que la vida pase sin detenerse en mi puerta. Dolor de hablar y que mis palabras queden adheridas al viento quien las dispersará por parajes inmemoriales. Dolor de ser y de no tener vocación para ser. Dolor de sobrellevar tanto amor y no poder dejarlo en parte alguna porque nadie quiere recibirlo. Dolor en el cielo y en la tierra. Duele ser, duele vivir.”Desea conocerlo todo, aprender todo, crear, destacar entre la vulgaridad y banalidad de la vida cotidiana. Este fluir literario tuvo ventajas e inconvenientes en su vida; entre las desventajas se encuentra su ruptura con el modelo de mujer adolescente que se esperaba de ella, el propio de la sociedad argentina de su tiempo; convirtiéndose así en la rara del colegio y más tarde de la universidad. Se matricula en la facultad de Filosofía y la deja; se matricula en Periodismo y lo deja también; conecta con la pintura en la academia del artista Juan Batlle Planas, por poco tiempo, abandona la experiencia, es incapaz de someterse a cualquier disciplina formal. Algo sí tiene claro, desea por encima de todo escribir. Su caos interior la comunica con sus autores “malditos” favoritos, transformándose ella misma, o asumiendo el rol de escritora maldita, a su vez, siempre en construcción.
“Estudiar. Libros. Muchas hojas y dos tapas. ¡Y por ellos he de estrujar mi vida! Sí. Por ellos. Los amo y los deseo más que cualquier otra cosa. Pero… ¿y vivir? ¡Vivir! ¡Qué sabes tú de vivir!”
Algunas de las obras literarias que la influyeron especialmente fueron Los caminos de la libertad (1945-1949), El existencialismo es un humanismo (1945) y El ser y la nada (1943), todas de Jean-Paul Sartre.
Entre los años1960 y 1964 vivió un periodo muy intenso en París, donde no solo se relacionó con intelectuales de su tiempo, sino donde estudió historia de las religiones y literatura francesa —en la universidad de La Sorbona—, y trabajó. Tradujo a Marguerite Duras, Ives Bonnefoy, Henri Michaux y a Antonin Artaud, entre otras; hizo crítica literaria, escribió en la revista Cuadernos; también colaboró con Les Lettres Nouvelles y en otras revistas de Latinoamérica y Europa. Publicó poemas en varios periódicos. Durante este periodo inició su amistad con Rosa Chacel y Octavio Paz, agregado cultural de la embajada de México en Francia, que llegó a prologar su libro Árbol de Diana (1962). Al mismo tiempo conoció a Julio Cortázar, que trabajaba en la UNESCO.
“Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh, Julio) de la locura y de la muerte. Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio —qué fracasó, hélas. […] Julio, fui tan abajo. Pero no hay fondo. Julio, creo que no soporto más las perras palabras.”Según sus diarios, París fue para ella una tierra de promisión en el sentido en que se encontró segura, con amistades y espacios con los que se identificaba y en los que se expresaba con libertad, cuando en su país siempre había estado constreñida a formulismos atávicos propios de su época y costumbres. No solo contactó y convivió con la élite intelectual de París sino que gozó de la belleza que imperaba en la “capital del mundo”: el Louvre, las galerías de arte, la bohemia, las noches de tertulias interminables. Allí nunca se sintió sola, incluso llegó a definir la soledad como una experiencia vivificante.
“Alejandra es muy peligrosa. Es capaz de ser feliz dentro de un segundo solo con que venga el mozo y le encienda sonriente el cigarrillo. ¡Alejandra! ¡Alejandra! ¿Piedad por tu espíritu! ¡Alejandra! ¿Qué será de ti, sola en esta muerte espasmódica?”Cuando regresa Buenos Aires en 1964 lo hace como poeta reconocida en Europa, y con una proyección creativa que va a desarrollar en los años sucesivos.
No obstante, a pesar de este glamur que flota a su alrededor, Alejandra no se siente bien consigo misma, la ansiedad y la depresión la hacen viajar por una montaña rusa interminable. Las anfetaminas y los barbitúricos la ayudan a seguir adelante un poco más; estos fármacos se convierten en una adicción pero gracias a ellos consigue mantenerse viva hasta que las fuerzas le fallan, definitivamente. Su terapeuta León Ostrov, la ayuda a enfrentarse a sus fantasmas, a su baja autoestima, a su insatisfacción corporal, y a dirigir su poesía hacia una fusión literaria con el inconsciente, sumergiéndola en una visión surrealista de la existencia. A Ostrov le dedicó el poema “El despertar”.
El despertar (A León Ostrov)Un hecho a destacar que marcó su vida fue la muerte de su padre acaecida en 1967, esto la acercó aún más al abismo, percibió su magnetismo aún más si cabe.
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos.
Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada
Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada
Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue
¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde
Señor
Arroja los féretros de mi sangre
Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
“Comprender la familia, el sentido de tener una madre y un padre. No puedo mirar los ojos de mis padres. Culpa y vergüenza pero sobre todo asombro. Ahora que los reencuentro después de años de ausencia los descubro más infantiles e indefensos que nunca. ¿Por qué estoy aquí? Me alimentan, me sonríen, me compran objetos, ropas, en nombre de un leve y viejo incidente biológico.”
“La muerte de mi padre hizo mi muerte más real”.Su vida ya entonces corría cuesta abajo, hacia lo más profundo de su ser, la depresión la corroía por dentro como un ácido siniestro. En varias ocasiones intentó suicidarse. Sus últimos meses los pasó ingresada en una clínica psiquiátrica de Buenos Aíres, pero no fue suficiente. El 25 de septiembre de 1972 la dejaron salir durante el fin de semana para visitar su casa y allí se acabó todo, una dosis masiva de un somnífero, a sus treinta y seis años, hizo que su corazón dejara de latir para siempre. Tan joven y, sin embargo, dominada por un dolor tan viejo.
“Hablo de morir. Si no puedo suicidarme, si no me animo a complacerme, a entrar en donde quiero… La solución, esta vez, es clara, definitiva. No quiero vivir. No espero nada. Quiero no existir. Es simple.”Aunque empezó a publicar en los años cincuenta —La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958)—, no encontró suficiente reconocimiento hasta el año 1962 con su libro Árbol de Diana, al que sucedieron Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). La obra póstuma editada tras su muerte es también muy importante, entre la que se encuentra el conjunto de sus textos en prosa, su correspondencia y sus diarios.
Hay quien ha calificado su poesía de “hermética, intensa, lúdica, visionaria”; cada lector puede proyectar en ella un significado especial asociado a su propia experiencia, con el que se identifica. En su obra hay muchas preguntas, sobre todo sobre sí misma, sobre su continuo dolor que en ocasiones no sabe cómo definir, ni como compensar, salvo con un posible reconocimiento, que finalmente le devolviera la “fe en sí misma”. Pero para ella nada es consistente, la duda la corroe; con la escritura intenta salvarse pero ni en ella encuentra el confort que anhela.
“Es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad. Decir libertad o verdad y referir estas palabras al mundo en que vivimos o no vivimos es decir una mentira. No lo es cuando se las atribuye a la poesía: lugar donde todo es posible.”Quiere transmitir su forma de sentir a través de la poesía, abrirse ante el lector para que la diseccione y la entienda en toda su inmensidad.
“Nunca he buscado al lector, ni antes, ni durante, ni después del poema. Es por esto, creo, que he tenido encuentros imprevistos con verdaderos lectores inesperados, los que me dieron la alegría, la emoción, de saberme comprendida en profundidad.”Ella lo intenta hasta la saciedad pero su vida personal no eclosiona como hubiera querido y la falta de amor la mata. No tuvo amor en la infancia y tampoco lo encontró en la edad adulta; extranjera en su tierra, extraña en su propia sociedad, en su propio cuerpo. Aunque intentó reinventarse a través de sus onirismos poéticos, no consiguió trascender a los borrascosos recuerdos, a los peligros emocionales que la acosaron y conformaron su mirada doliente. Necesitaba amor a borbotones, beberlo con bocanadas ansiosas, sumergirse en él como si este fuera suficiente para colmar su deseo insaciable de ser querida. Deseo de amor, deseo de muerte, locura, cordura, oscuridad, luz, cuál podía ser el matiz que la decantara a beber en una u otra fuente. Al final, la realidad se difumina en múltiples imágenes, deformes, inalcanzables, que no es capaz de apresar a pesar de su avidez pasional.
“El amor pudo haberme salvado. Y no me amó nadie y está bien, digo que está terminado y punto final.”Alejandra Pizarnik amó con todas sus fuerzas pero no encontró el refugio esperado en ese sentimiento que ella deseaba que fuera pleno. Amó a hombres y a mujeres, a pesar de que en su tiempo ello significaba una transgresión intolerable, sobre todo en la sociedad argentina. Tal vez, como dijo ella, el amor pudo haberla salvado.
“Por mis frases deduzco que tiendo a elegir el estudio y la creación. Pero también hay algo que se rebela ¡y con causa! Es mi sexo. Acepto encantada las horas del día llenas de libros y de belleza, pero ¡las noches! ¡Las frías noches de invierno! Noches en que oprimo desesperada la almohada suspirando por transformarla en un rostro humano. ¡Y mi cuerpo que ningún brazo oprime! ¡Y mis labios besando el vacío!”
PUBLICACIONES ANTERIORES A SU DESAPARICIÓN
· La tierra más ajena, (1955)
· Un signo en tu sombra, (1955)
· La última inocencia, (1956)
· Las aventuras perdidas, (1958)
· Árbol de Diana, (1962)
· Los trabajos y las noches, (1965)
· Extracción de la piedra de locura, (1968)
· Nombres y figuras, (1969)
· Poseídos entre lilas, 1969 (obra de teatro)
· El infierno musical, (1971)
· La condesa sangrienta, (1971)
· Los pequeños cantos, (1971)
· Genio Poético, (1972)
OBRA PÓSTUMA
· El deseo de la palabra, 1975 (selección de poemas y textos críticos)
· Una noche en el desierto, 1978
· Entrevistas, 1978
· Zona prohibida, 1982 (dibujos y poemas)
· Poemas, 1982
· Textos de Sombra y últimos poemas, 1982
· Correspondencia Pizarnik, 1998
· Obras completas, 2000
· Poesía completa, 2000
· Prosa completa, 2002
· Diarios, 2003
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