17 oct 2022

Navegando por Terramar


UN MAGO DE TERRAMAR. HISTORIAS DE TERRAMAR (I)

Ursula K. Le Guin


Por Ángel E. Lejarriaga



Cuarta novela de Ursula K. Le Guin, que ha sido objeto de múltiples análisis por parte de propios y extraños del género de fantasía y de ciencia ficción. La primera edición la realizó la editorial Parnassus en 1968. Esta obra, curiosamente, está considerada como infantil y, desde luego, aunque tal vez ese fuera el público al que la autora quiso dirigirse, el resultado final fue complejo, y exige una atenta mirada.

Ya el origen de la narración supone en sí mismo una historia paralela dentro de la biografía de Le Guin. En 1964 publicó dos narraciones cortas en la revista Fantastic, que se podrían considerar como elementales en el futuro nacimiento del universo de Terramar: El poder de los nombres y La palabra que desliga; estos dos cuentos se publicarían diez años después, en 1975, en una recopilación: Las doce moradas del viento.

Dicho esto, añadiré que en 1967 el editor de Parnassus, Herman Schein, le sugirió a Le Guin que escribiera un libro para adolescentes. Ella, en un principio, se quedó perpleja ante la propuesta porque carecía de experiencia en el tema, pero aceptó lo que suponía un reto en su trayectoria narrativa. Así, hurgó entre el material que ya tenía escrito, y rápidamente hizo un borrador de lo que acabaría siendo Un mago de Terramar. La idea fundamental que estuvo presente desde el principio fue presentar magos diferentes a los ya conocidos en el género fantástico, como ancianos y barbudos del tipo de Gandalf, y además, exponer el axioma de que para llegar a un nivel de control elevado sobre cualquier tipo de materia es necesario invertir tiempo y esfuerzo, y asumir las vicisitudes que se van a presentar durante el recorrido.
“Llegar a hombre requiere paciencia. Llegar a dominar los poderes requiere nueve veces paciencia.”
Si bien Le Guin ya tenía definidas algunas de las ideas en los relatos más arriba citados, fueron sus conocimientos previos sobre mitología nórdica y sobre leyendas de los pueblos norteamericanos antes de la “conquista”, más su interés por el nacimiento y muerte de culturas ancestrales, la inspiración definitiva para construir, con una gran riqueza plástica, las diversas culturas de Terramar.


A la persona que no se ha introducido todavía en el territorio imaginado por Le Guin en esta saga, la pregunta que probablemente le surgirá es ¿qué es Terramar? Pues se trata de un archipiélago que las leyendas dicen que un dios llamado Segoy levantó desde el fondo del océano. Este mundo está habitado por humanos, magos y dragones. En este conjunto de islas conviven varias culturas, todas preindustriales. Los personajes principales pertenecen al pueblo hárdico, que ocupa la mayoría de las islas, cuya piel es oscura. Otras islas están ocupadas por los kargos, de piel clara. Los primeros ven a los segundos como bárbaros y los segundos a los primeros como brujos. Hacia el Oeste están los dragones.


La narración nos sitúa en este contexto antropogeográfico, y tiene como protagonista a un niño, Gavilán (Ged), que está dotado de un poder mágico innato, y que defiende a su aldea de un ataque de los kargos, en parte de manera intuitiva y en parte gracias a las enseñanzas de su abuela, que es bruja. El mago Ogión conocedor de su hazaña lo acoge como aprendiz. A partir de aquí se inicia un proceso lento de aprendizaje que llevará al joven mago a recorrer Terramar y a enfrentarse a diversas aventuras, como se espera de cualquier tipo de viaje iniciático que se precie.

Las obras anteriores de Le Guin estuvieron enmarcadas dentro del territorio de la ciencia ficción, con esta se adentra en el género fantástico. Si bien la idea original de la autora fue escribir esta novela de manera aislada, casi como un experimento, lo cierto es que la continuó con cuatro entregas más: Las tumbas de Atuan (1971), La costa más lejana (1972), Tehanu (1990), Cuentos de Terramar (2001) y En el otro viento (2001).

Un mago de Terramar está considerada como una novela de aprendizaje, y trata de comunicar al público joven que la vida es un continuo camino de aprender, de errores y de aciertos, ambos nos van volviendo más sabios en el proceso; por mucha prisa que tengamos “hay un tiempo para cada cosa bajo el sol” (Eclesiastés).
“Para oír hay que callar.”
También expone que nuestras conductas tienen un precio que inexorablemente debemos pagar. Luchamos durante toda nuestra vida contra el miedo, o los miedos; al final, cuando nos libramos de ellos y los aceptamos como parte de nuestra existencia, logramos la paz.

En 1973 Le Guin escribió un ensayo sobre esta novela en la que refirió que cuando pensó en el público hacia el que iba dirigida, decidió que la misma se centrara en el proceso de maduración:
«la maduración [...] es un proceso que me tomó muchos años; lo terminé, si es que lo podré hacer alguna vez, cerca de los treintaiún años, y tengo sentimientos profundos al respecto. Lo mismo les pasa a muchos adolescentes. Es su principal ocupación, de hecho».

Cuando Le Guin habla de madurez está abarcando procesos psicológicos y morales. Ged primero tiene que conocer el alcance de su poder y para luego responsabilizarse de las consecuencias de su uso.

“—¿Cuándo comenzará mi aprendizaje, señor?
—Ya ha comenzado.
—¡Pero si aún no he aprendido nada!
—Porque no has descubierto lo que estoy enseñándote.”
El universo de Terramar posee un equilibrio que hay que mantener a toda costa, cualquier acción puede alterarlo. En este aspecto se ha considerado que Le Guin está influenciada por el Tao, es decir, es mejor no actuar a menos que sea necesario. El mal, en este contexto sería una ruptura con el equilibrio de la vida. Pero el bien y el mal son independientes, tenemos que elegir de qué lado inclinar nuestra balanza personal. Lo mismo sucede con la muerte cuya sombra siempre nos espera y es absurdo negarla.

Un tema interesante y original en la novela es el del nombre verdadero. Cada objeto tiene un nombre verdadero. Conocerle es adquirir poder sobre él. Bajo este conocimiento los magos tienen control sobre el equilibrio. La significación que la autora pretende proporcionarle al nombre verdadero en la narración está directamente relacionada con la capacidad que posee el lenguaje humano para construir la realidad, para darle forma.

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