13 oct 2016

La casa de Bernarda Alba

Por Ángel E. Lejarriaga



Federico García Lorca nunca llegó a ver representada esta obra. La terminó en 1936, el fatídico año de su asesinato. Fue su última tragedia rural. Margarita Xirgu puso mucho empeño en que el público pudiera gozar de esta creación del poeta, sin embargo tuvo que esperar hasta el 8 de marzo de 1945, fecha en la que fue representada por ella misma y su compañía en el teatro Avenida de Buenos Aires. Como en Bodas de Sangre, el autor se inspiró en un suceso real.

«Hay, no muy distante de Granada, una aldehuela en la que mis padres eran dueños de una propiedad pequeña, Valderrubio. En la casa vecina y colindante a la nuestra vivía. “doña Bernarda” una viuda de muchos años que ejercía una inexorable y tiránica vigilancia sobre sus hijas solteras. Prisionera privada de todo albedrío jamás hablé con ellas, pero las veía pasar como sombras, siempre silenciosas y siempre vestidas de negro. Ahora bien —prosigue—, había en el confín del patio un pozo medianero, sin agua, y a él descendía para espiar a esa familia extraña cuyas actitudes enigmáticas me intrigaban. Y pude observarla. Era un infierno mudo y frío en ese sol africano, sepultura de gente viva bajo la férula inflexible de cancerbero oscuro. Y así nació la casa de Bernarda Alba, en que las secuestradas son andaluzas, pero como tú dices, tienen quizás un colorido de tierras ocres más de acuerdo con las mujeres de Castilla.» (Conversación de Lorca con Morla Lynch en 1936.)
La obra, en su construcción formal, tiene mucho que contar, que va más allá del propio argumento. Al verla nos recuerda a las tragedias griegas. Personajes dominados por emociones que no son capaces de contener, y una sensación agobiante de que es imposible escapar a ese cúmulo de circunstancias opresoras que constituyen la realidad, como si existieran unas fuerzas superiores que estuvieran dirigiendo a las marionetas humanas. Si alguien se revela contra esa voluntad meta superior, que no se ve pero se siente, lo hace, desencadenando un inevitable castigo que directa o indirectamente golpeará a todos los personajes.

El texto se compone de tres actos, y cuenta una historia muy propia de nuestra sociedad vieja y moderna, repulsivamente reaccionaria, supersticiosa y podrida hasta los tuétanos. Nos habla de una viuda de segundas a los sesenta años, Bernarda Alba, que decide realizar un luto de ocho años, ni más ni menos, que cumplirá ella y toda su familia.
«En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle.» (Bernarda, a sus hijas.)
El grupo humano de los Alba lo componen cinco hijas: Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela. También conviven con ellas la madre de Bernarda y una vieja criada, Poncia. No hay hombres que aparezcan físicamente en escena pero se les nombra. En ese contexto de duelo asfixiante en el que están prohibidas las fiestas y cualquier muestra de sensualidad o alborozo, Angustias, la única hija del primer marido, hereda una buena fortuna, y consigue un pretendiente, Pepe el Romano, más interesado por el dinero que por ella misma. A partir de ahí todo parece prometer albricias y algo de oxígeno al sepulcro en el que viven; mas, Adela, la hermana menor, tiene algo que decir al respecto, se enamora de Pepe y se muestra dispuesta a todo para estar con él, a pesar de su hermana y de su madre. Así, se desarrolla un drama dentro del otro, ese que es el contenedor martirizante de sus vidas, el duelo y la autoridad omnipotente de Bernarda.
«Ya no aguanto el horror de estos techos, después de haber probado el sabor de su boca.»
(Adela, a Martirio.)
Las constantes que Federico García Lorca quiere exponer como propias de la sociedad de su tiempo, que casi con certeza podríamos considerar también del nuestro, son: el respeto a las apariencias, un odio enfermizo generalizado, una envidia que corroe las entrañas, el sacrosanto dinero y el poder inabordable.

Las apariencias, que deben ser guardadas a toda costa, constriñendo sus vidas en un espacio cerrado en el que la evasión resulta inalcanzable.
«Aquí no pasa nada. (...) Y si pasa algún día, estate segura que no traspasará las paredes.» (Bernarda.)
«[…] no quiero llantos.» (Bernarda, a todas.)
El odio, a la vida, a la autoridad incuestionable, a la posible fuga comprada de Angustias, a la sensualidad impulsiva y liberadora de Adela, a la alegría negada.
«Nacer mujer es el peor castigo.» (Amelia.)
«¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!» (Adela.)
La envidia entre las hermanas, en línea con el odio; anhelan lo que no tienen y lo desean desesperadamente.
«La envidia la come.» (Angustias.)
«[…] hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todas.» (Poncia a la Criada.)
El dinero, que siempre está presente, si bien los Alba viven bien; pero la herencia de Angustias marca la diferencia porque la permite tener al hombre más guapo del pueblo.
«Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno.» (Angustias.)
El poder, establecido de arriba abajo, empezando por Bernarda, que ejerce una dictadura cruel sobre el resto; luego está Angustias (la mayor y la rica), que se impone sobre el resto de las hermanas; la sigue la madre de Bernarda; hasta llegar al último escalón, las criadas (en un momento dado, Poncia llega a situarse por encima de las hermanas de Angustias debido a su posición privilegiada al lado de Bernarda).
«Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría.» (Poncia a la Criada.)
«Obrar y callar a todo es la obligación de los que viven a sueldo.» (Bernarda a Poncia.)
En el ambiente general de la obra flota una nube hecha de dolor y falta de amor que provoca una lluvia corrosiva que consume a los personajes.

El lenguaje que utiliza Lorca es impresionante, transforma el lenguaje diario, el cotidiano, en poesía, lo que eleva a los personajes a un plano de sensibilidad superior. Lorca saca lo mejor de unas vidas, las nuestras, que nacen maldecidas por una cultura añeja, pobre de espíritu y cruel. Esa miseria cultural endémica él la convierte en arte y la sitúa en un plano esperpéntico y a la vez didáctico. En sus cuadros nos está diciendo: «¡Venid y mirad! Esto es lo que somos y hacemos. Tenemos que sobreponernos a tanta barbarie y liberarnos, pese a quien pese.»


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