29 jul 2011

Esto es el fin


Por Ángel E. Lejarriaga


Cuando mi sobrina me preguntó mi opinión sobre Apocalypse now me quedé bloqueado, no supe qué responderle. Me era difícil hablar de esta película porque una multitud de imágenes se apelotonaban en mi mente, ansiosas de ser comentadas a la vez. Todas se reivindicaban valiosas y exigían un protagonismo que ciertamente tenían. Además, quizá influenciado por la situación actual que sufre el mundo, en mi conciencia se producía una asociación constante e intrusiva entre el guión del film y acontecimientos diversos que vivimos a diario. Lo que describí —ajustado a su edad infantil— y lo que mis neuronas elucubraron disintió bastante aunque ambos discursos poseían elementos comunes: guerra, dolor, injusticia y locura.
Es un hecho que la sombra de Joseph Conrad y su obra El corazón de las tinieblas flota por el celuloide como una bestia maléfica. En esta ocasión no es Conrad el narrador pero sí se encuentra presente con su agónica inmersión en el horror del colonialismo europeo; porque de eso trata Apocalypse now, de horror, de indagación, de destino, del sentido confuso y terrible de la existencia. Joseph Conrad nos introdujo con su novela en las profundidades de África, un continente devastado por la rapacidad de las metrópolis occidentales; y Coppola en un Vietnam desangrado —manifestación fehaciente del imperialismo geoestratégico—, santuario de la muerte, el genocidio y la más pura expresión de la enajenación mental en la que todo ser humano puede sumergirse si es sometido a una presión límite, sin posibilidad de escape.
La estructura del guión es la típica de los viajes literarios —semejante a la vida misma—. Existe un punto de partida, luego se produce una especie de experiencia iniciática en la que no queda muy claro lo que están aprendiendo los protagonistas, si es que hay algo que aprender. Y por último llega el desenlace —cuando dolorosamente se alcanza—, en este caso un pozo negro de auto inmolación a un dios infinitamente cruel llamado irracionalidad. El punto de partida del viaje narrado en Apocalypse now establece un objetivo a lograr que carece de premio. El viaje se realiza a través de un universo absurdo, casi onírico. El final simplemente no existe porque con la ejecución del coronel Kurtz se retorna al principio. ¿Dónde hay otro monstruo víctima que matar? ¿Y el asesino? ¿Qué hay que hacer con él? ¿Cuándo le tocará el turno de ser eliminado también?
Desde el primer fotograma podemos pensar que el capitán Willard es un demente o en última instancia un fanático sin criterio. No sé cuál es la diferencia entre un individuo enajenado y otro adoctrinado hasta la alienación. En cualquier caso los que le dan las órdenes le conocen, poseen su historial y le usan para ejecutar a Kurtz, otro «loco». ¿Los generales están cuerdos? Crean aberraciones porque las necesitan para sus negocios sucios y se deshacen de ellas cuando han dejado de serles útiles o se han vuelto peligrosas. Algo parecido ocurre en la sociedad civil. El Estado deja que estiremos la cadena que llevamos enganchada al collar que abraza nuestro cuello mientras le somos necesarios. Nos permite ciertas libertades mientras no cuestionemos su poder. Pero justo en el momento en que la tensión es insostenible y queremos llegar más lejos, la cadena se recoge con fuerza y el espacio en el que podemos desenvolvernos se limita o perecemos en el intento.
El Vietnam que refleja Coppola es un infierno real, descarnado y por momentos fantástico, en el que el napal hace de coreografía a Wagner y su Cabalgata de las valquirias. Allí todo es posible. Los opuestos se manifiestan en su más amplio esplendor y el concepto de razón se esfuma como humo en el aire. Entre llamas y explosiones recurrentes se sobrevive, se llora y se ríe y todo ello para nada. Porque, ¿cómo se podrá olvidar esa experiencia más adelante? ¿Cómo se logrará vivir sin el hedor de la sangre? Imposible. A los protagonistas la gasolina y el fósforo, les quemará las entrañas para siempre. El coronel Kurtz al ser asesinado es el que goza de mayor fortuna, como todos los cadáveres que se exponen sin pudor. Los muertos son los verdaderos triunfadores de la película porque al dejar de sentir logran la auténtica libertad.
Si hubiera que definir este largometraje con un eslogan sintético podría utilizar la canción de The Doors, The End. A través de un río de muerte alcanzamos el juicio final sin dios ni ley que nos ampare, la cauterización definitiva, el fuego depurador que quema simultáneamente el amor y el odio, la injusticia, las desigualdades, el dolor y el recuerdo de lo que pudo ser y no fue: «This is the end my friend» (Es el fin amigo).


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2 comentarios:

  1. No hay que perder la esperanza. Hay etapas de la Historia muy confusas, dominadas por la barbarie, pero esas etapas luego suelen ser antesala de otras luminosas y ricas.

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  2. Una gran película que desborda angustia. La he vuelto a ver después de tu artículo y me ha producido la misma impresión desagradable que la primera vez que la vi. Es una película descarnada, sin esperanza. El título lo expresa muy bien. Es el fin..., porque de empezar algo probablemente volveremos a caer en lo mismo. ¿Esta es la naturaleza humana?

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