20 jul 2011

Vergüenza



Por Ángel E. Lejarriaga


H
oy miércoles 20 de julio del año 2011 algunas personas nos hemos estrellado contra un muro hecho de violencia, insolidaridad y vergüenza, en cuya construcción han participado diversos cómplices. Sé desde hace bastante tiempo que no hay justicia para los verdugos pero esta mañana la gente que había en la calle, tratando de impedir el desahucio de una mujer en paro y sus dos hijos, también lo ha aprendido de un modo cruel al observar la implacabilidad de los poderes públicos: jueces, funcionarios judiciales y policías, unidos contra tres personas indefensas ante la ley de los mercados financieros y la maldición de la pobreza.
Sobre las ocho de la mañana si cruzabas la calle de Alcalá a la altura del metro de Pueblo Nuevo lo primero que te llamaba la atención era la presencia de una decena de policías antidisturbios, distribuidos estratégicamente alrededor de la boca del metro. A los viandantes les miraban con ojos inquisitivos, supongo que buscando criminales peligrosos; a unos les dejaban pasar y a otros les paraban para que se identificaran. Más adelante, superado este primer obstáculo, introduciéndote por la primera calle a la izquierda, enseguida te dabas cuenta que todas las vías estaban cortadas por policías de todo tipo: nacionales, municipales y muchos antidisturbios. El paso era libre hasta cierto punto, cercano unos cincuenta metros al número 140 de la calle Virgen del Lluch, lugar en el que a las 9,30 de la mañana estaba previsto un desahucio. A partir de ahí una fuerza policial desproporcionada, con respecto al número de personas presentes, impedía el acceso. La gente gritaba, se desgañitaba, algunos hasta lloraban de rabia e impotencia; pero todo era inútil, solo contábamos con unas razones llamadas ilusión, justicia y equidad, frente a un aparato represivo basado en la poderosa convicción que proporciona el dinero. Al final el desahucio se produjo, sin contemplaciones, sin que los protagonistas dudaran: «La ley es la ley», aunque sea injusta. Lo que me ha gustado del espectáculo es que el Estado se ha quitando la careta por fin, ha dejado de ocultar su verdadero rostro, el derivado del autoritarismo y la defensa de los privilegiados detentadores de la riqueza. El Estado todopoderoso es la herramienta de gestión de los recursos económicos del mundo financiero y no tiene inconveniente en demostrarlo cara a cara, sin prejuicios. Si tiene que bordear la ley y demostrar claramente que la democracia es una ilusión con la que alimentar la impotencia de las clases populares, lo hace. Es innecesario que trate de disimularlo la clase política con gestos hipócritas y frases ampulosas, sus palabras no tienen credibilidad, ni sus leyes, ni sus promesas; falsedades interesadas de las que algún día tendrá que rendir cuentas ante la ciudadanía.

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1 comentario:

  1. Vivimos en una dictadura a la que llamamos democracia...

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