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21 abr 2025

Recuerdos de un libertario andaluz



RECUERDOS DE UN LIBERTARIO ANDALUZ
Manuel Temblador

Edición de Antonio Ortega Castillo y Alfonso Oñate Méndez
Fundación Anselmo Lorenzo (FAL), 2019 (MADRID)

Ángel E. Lejarriaga

Nos encontramos ante un libro memorialístico que entronca con el enfoque sociológico que defiende Raúl Ruano Bullido en su libro Sociología y anarquismo, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo en 2009, según el cual la sociología y la historia hay que entenderlas no sólo por sus datos estrictos, sino que hay que construirlas «desde abajo», dando a conocer los puntos de vista de sus protagonistas más activos. Así, la historia del anarquismo y del anarcosindicalismo es la historia de las mujeres y hombres que los difundieron en su tiempo, los organizaron y lucharon con el más absoluto de los sacrificios, por la justicia social y la solidaridad universal, transmitiendo su ideario, además, a las generaciones futuras. El libro de Manuel Temblador está enmarcado en esta tesis.

La edición de este libro ha corrido a cargo de dos estudiosos comprometidos con la memoria histórica de su tierra: Antonio Ortega Castillo y Alfonso Oñate Méndez. En el prólogo destacan varios aspectos que magnifican la relevancia del libro de Temblador. En primer lugar, el texto saca a la luz la «memoria silenciada» de todo un pueblo, su resistencia y el trato sangriento a que fue sometido; algo que la tan aclamada Transición intentó tapar, y que ha provocado en el país una «amnesia interesada». Temblador nos habla de su querido pueblo Arcos de la Frontera, situado en la provincia de Cádiz. En segundo lugar, el autor también es «memoria del anarcosindicalismo», nos describe sus inicios en la región, sus logros y la feroz represión a que fue sometido, no sólo en Cádiz sino en toda la Península Ibérica. Arcos de la Frontera padeció cerca de un centenar de fusilados, una tercera parte libertarios. El libro ofrece una lista de las víctimas que el autor identificó. En tercer lugar, aparte de la experiencia personal de Temblador, esta edición quiere «reivindicar sobre todo lo que él y tantos ciudadanos de Arcos representaron, la historia de la “Fraternidad Obrera”, ejemplo de dignidad y motor de las luchas jornaleras en el municipio hasta el verano de 1936».

La historia de Manuel Temblador es una historia moral, quizá la mejor forma de propagar la «Idea» en un momento en el que el campo andaluz hervía de ansias de cambio, que consiguió con la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y que con el advenimiento de la II República en 1931 eclosionó, asumiendo las ideas libertarias como una alternativa firme para lograr dicho cambio. También es una historia de la CNT pues él formó parte de ella la durante casi toda su vida.

Su vida es la común entre la clase trabajadora de su época y de todos los tiempos. Nació en 1911 en Arcos de la Frontera, en una familia humilde que apenas podía alimentar a sus seis hijos —él era el segundo—; por supuesto, no fueron escolarizados. A los 14 años ya estaba trabajando en el campo. Sus primeras letras se las enseñó un compañero durante las horas de descanso de las labores agrícolas. Muy joven formó parte de una sociedad de resistencia llamada «Fraternidad Obrera» de la que fue nombrado secretario. En 1931 dicha sociedad se unió a la CNT. Andalucía estaba impregnada de las ideas de Fermín Salvochea y de otros libertarios de la zona. La llegada de la II República, cargada de promesas, les insufló cierta ilusión de que sus vidas mejorarían, mas dicha ilusión desapareció enseguida, la reforma agraria nunca llegó, los terratenientes paralizaron la producción en sus propiedades y los jornaleros quedaron en paro, sin un subsidio que pudiera paliar su hambre. En 1933 el campo andaluz explotó; en Cádiz se produjeron los sucesos de Casas Viejas que supusieron los asesinatos de 22 personas de la clase trabajadora. Los prolegómenos de la guerra civil estuvieron caracterizados por el hambre y una gran agitación social. En vísperas del alzamiento fascista, en mayo de 1936, los obreros de Arcos de la Frontera afiliados a la CNT declararon la huelga; hubo muchos detenidos, entre ellos Manuel Temblador.

Finalizada la huelga a comienzos de julio de 1936, los pueblos afectados por la misma padecieron hambre, la cosecha estaba sin recoger; se iniciaron los trabajos pero no hubo empleo para todos. Algunos jornaleros intentaron tomar las tierras y trabajarlas pero la represión no se hizo esperar, la única salida que se vio posible fue la colectivización libertaria del campo, pero ésta no lo iba a impulsar el gobierno republicano. Cuando se produjo el levantamiento rebelde Temblador tenía 25 años, estaba enfermo y no tenía fuerzas ni para escapar; así que permaneció escondido durante un mes mientras en su pueblo los falangistas provocaban un baño de sangre. Durante un tiempo tuvo confianza en que el gobierno controlara la situación pero pronto se desengañó. Gracias a dos compañeros, Antonio Valle Rodríguez y Antonio Gutiérrez Gómez, que habían escapado a Ronda y decidieron volver a Arcos a por sus familiares, consiguió huir.
 

Pero su huida no fue fácil, su estado de salud era deplorable; además tuvieron que recorrer a pie casi sin comida ni agua, unos 90 kilómetros. A lo que se sumaba la amenaza constante que pesaba sobre el grupo de ser descubierto por los fascistas que campaban a su antojo por la provincia. La debilidad y el cansancio no arredraron a los huidos. Cuenta Temblador: «No parecía sino que el verme libre y los aires puros de las montañas, me habían mejorado considerablemente». Mientras tanto, la progresión del ejército rebelde parecía imparable, ocupaba las principales ciudades de la provincia de Cádiz y Sevilla, desencadenando un baño de sangre por donde pasaba. Al llegar a Jimena el Comité Local de CNT les acogió calurosamente. Tres días después cogían el tren para Ronda.

Llegados a Ronda, fueron recibidos «admirablemente». Allí se encontraron con gentes de todo tipo que habían escapado del genocidio enemigo, tras intentar defender su tierra con las pocas armas que tenían a mano. En Arcos de la Frontera fueron asesinadas cerca de un centenar de personas según cifras del autor. «Aquellos hombres carecían de instrucción militar alguna, y apenas sabían cómo utilizar las armas de las que se habían apoderado». Se habían organizado en milicias, centurias y columnas «bajo el mando de combatientes más expertos». De inmediato, Temblador tuvo que ser ingresado en un hospital. Una semana después las tropas enemigas se aproximaban. En ese momento la población empezó a desplazarse hacia territorios más seguros. Él también huyó, pasó por diversas localidades, y acabo primero en el Hospital de Marbella y después en el Hospital Provincial de Málaga donde permaneció un mes para ser tratado de una «afección pulmonar aguda con principio de pleuresía».


«En la capital malagueña se organizaron refugios para ancianos, mujeres y niños, donde les daban comida y cama». Los jóvenes combatían en el frente de Estepona o Antequera para intentar detener el avance enemigo; pero sin armas era difícil luchar. El 8 de febrero de 1937 los fascistas ocuparon Málaga. Se ha escrito que Largo Caballero —presidente del Consejo de Ministros de la II República— negó mandar armas a los malagueños por su condición revolucionaria. Temblador ni lo afirma ni lo niega, comenta que en aquellos momentos la situación era muy confusa en todo el país.

En ese contexto se inició «la desbandá», miles de personas se pusieron en marcha por la única salida posible que tenían, la carretera de Málaga a Almería. El autor la recorrió y fue testigo de la matanza que en ella se produjo. En este recorrido coincidió con Anita Gutiérrez que había conocido durante el viaje a Ronda, y surgió el amor entre ellos, amor que duró hasta el fin de sus días. Una vez en Almería entró en contacto con gentes provenientes de las provincias de Cádiz, Sevilla y, por supuesto, de Málaga. Almería estaba desbordada y se improvisó un campamento en Viator donde concentraron a los milicianos que habían conseguido escapar del avance rebelde, para organizarlos.


De Viator salieron para el frente varios batallones confederales, entre ellos el 2º Batallón «Ascaso» del que formaría parte Temblador más adelante. Como la vida en Almería era difícil de manejar por las autoridades, se organizaron expediciones de refugiados hacia Valencia y Cataluña, principalmente, zonas cuya producción agrícola estaba colectivizada. Estas dos zonas prácticamente alimentaban al territorio que se encontraba bajo el orden republicano. Manuel Temblador partió en dirección a Barcelona para recuperar su dañada salud; una vez allí fue de inmediato hospitalizado y mejoró notablemente después de varios meses de tratamiento.


Lo que Temblador encuentra en Barcelona le resulta ilusionante y a la vez desalentador. Por un lado, observa el fervor popular y su gran apoyo a la a la causa de la revolución; pero por otro, ve claramente la labor de zapa que están haciendo contra la misma los representantes de la URSS: «una acción demoledora contra las organizaciones y partidos políticos que no se doblegaban a su directiva y mantenían firmes las conquistas revolucionarias». Las consignas de Moscú se habían impuesto «antes ganar la guerra, y después hacer la revolución». Su inmediata consecuencia fue la destrucción de las colectividades campesinas en Aragón; después llegó la creación del nuevo ejército republicano que supuso el desmantelamiento de las milicias. Estas tensiones entre anarcosindicalistas y pro soviéticos culminaron en las denominadas «jornadas de mayo» de 1937, un enfrentamiento armado que duró cinco días en las calles de Barcelona entre ambas fuerzas, con un saldo sangriento de quinientos muertos del lado libertario, entre ellos el anarquista italiano Camilo Berneri. El vencedor de ese enfrentamiento fue el «Partido Comunista». Manuel Temblador vivió estos sucesos en directo, aunque todavía se encontraba en el hospital, del que entraba y salía a voluntad. Temblador reflexiona sobre la militarización de las milicias, y considera que causó una gran desmoralización entre las fuerzas libertarias, según él, una de las causas de la pérdida de la guerra.



Durante esta estancia en Barcelona se entrevistó con Soledad Gustavo, a la que entregó un escrito para su consideración, que fue publicado unas semanas después. «Si perdemos la guerra […] no podré sobrevivir a la derrota; mis días serán contados», le dijo Soledad, y así ocurrió en febrero de 1939. En el texto, Temblador hace hincapié en el ambiente de miedo que se respiraba en Barcelona en el ámbito libertario debido a la amenaza constante de los «agentes comunistas» que a la menor oportunidad, en cuanto no se acataba una directiva suya, «los encerraban en sus checas, sometiéndolos a interrogatorios acompañados de torturas». En octubre de 1937 Temblador recibió la noticia de la muerte de su hermano José en el frente de Guadarrama; una muerte más a sumar a las que ya conocía de buenos compañeros y vecinos de su tierra. Hasta el final de la guerra estuvo incorporado a la 149 Brigada Mixta ―compuesta en gran parte por militantes anarquistas―, más conocida como «brigada de la pana» porque todos sus componentes vestían pantalones de pana. Cuando el frente catalán se derrumbó tuvo que cruzar a Francia. Para él la guerra civil había terminado.


Antes de describir los sinsabores de Temblador en el exilio francés, nos presenta en el capítulo VII una «relación de los fusilados por los fascistas en Arcos de la Frontera, también una lista de compañeros muertos en los frentes de batalla».

En febrero de 1939 Manuel llegó a Francia. Nada más atravesar los Pirineos Orientales, los gendarmes les condujeron a los campos de concentración que el gobierno había predispuesto para ellos, entonces comenzó una pesadilla que costaría la vida a muchas de sus acompañantes, esta vez no les mataron las balas fascistas sino el frío, el hambre y la enfermedad. Tal era la situación, que algunas de las personas cautivas eligieron arriesgarse a volver a España, otras se alistaron a la Legión Extranjera, las demás resistieron como lo habían hecho hasta ese momento, con solidaridad y muchas ganas de luchar. Las autoridades también les invitaron a trabajar en las colonias africanas. La mayoría, sobre todo al principio, tenían esperanzas en poder escapar a algún país latinoamericano, pero estas esperanzas desaparecieron con el paso de los meses. La situación en Europa era convulsa, y cuando Polonia fue invadida por los alemanes se vio que la guerra europea era inminente. Luego llegó la invasión de Bélgica y Holanda. ¿Resistiría Francia? No, no resistió. ¿Qué iba a ser de ellos, de los antifascistas recluidos en los campos de concentración? «Generalmente los refugiados españoles se comportaron en Francia como hombres [y mujeres] que sabían estar a la altura de todos los momentos».

En el campo de concentración de Saint Cyprien estuvo aproximadamente un mes. De allí lo trasladaron al campo de Le Barcarés. Un compañero, Félix de la Hoz, tuvo la idea de escribir a mano un periódico, Temblador fue uno de los colaboradores. La publicación se llamó «La eterna lenteja», era lo que comían, básicamente. El contenido era crítico con lo que acontecía en el campo. Salieron dos números. En Barcarés recayó en su enfermedad y fue atendido por el doctor Serrano, también internado en el campo, que recomendó fuera evacuado. De allí lo llevaron a uno de los hospitales de Perpiñán donde estuvo dos meses. Volvió a ser trasladado, esta vez a Saint Jodard donde comenzó a trabajar para un agricultor francés en Saint-Bonnet-des-Quarts. Poco tiempo después de asentarse como obrero agrícola, que era su profesión, gracias al alcalde del pueblo, su compañera sentimental Anita Gutiérrez pudo reunirse con él. En esta propiedad permanecieron durante cuatro años, hasta 1943.

Sus vidas estaban pendientes de un hilo. Los refugiados españoles que no estaban encerrados en los campos si no se habían unido al maquis eran movilizados por el ejército alemán para hacer fortificaciones en bases marítimas y aéreas en el nordeste de Francia. En el caso de Temblador y otros compañeros su destino fue el Fuerte de Chapolit situado cerca de Lyon. A él lo mandaron a trabajar a una casa de campo perteneciente a Madame Jonrad. Nada más llegar, él le contó su historia, y que estaba separado de su compañera. La mujer le aconsejó que se fuera con ella. Y así lo hizo. Durante ese tiempo recayó en su enfermedad. Había pocos lugares donde buscar atención médica. El ejército alemán era atacado por todas partes, por lo que las posibilidades de movimiento eran limitadas; su supervivencia se basó en los cuidados de su compañera. Además, la Gestapo rastreaba la zona y tuvieron que ocultarse. Espantados fueron testigos de los crímenes que a diario cometían los nazis. El 15 de agosto de 1944 los aliados desembarcaron en Normandía y comenzó el repliegue alemán.


Con la liberación de Francia, los exiliados antifascistas españoles soñaban con la caída del régimen de Franco. Muchos habían sido los muertos dentro y fuera del país en su lucha contra el fascismo. Con los muertos poco se podía hacer salvo alimentar su recuerdo, pero los vivos querían luchar y para eso necesitaban la ayuda de los aliados; sin embargo, esta ayuda nunca llegó. El exilio se organizó con el Gobierno Giral del que formaron parte dos cenetistas: Horacio Martínez Prieto y José Leiva. A partir de aquí Temblador cuenta cómo empezaron los problemas entre los exiliados libertarios que apoyaban esa colaboración y los que no, lo que produjo un cisma dentro del Movimiento Libertario Español (MLE). Temblador se manifestó en contra de la colaboración. A pesar de todo, el antifascismo cenetista trabajó incesantemente durante unos años. Proliferaron los medios periodísticos como España Libre, Hoy, Acción Libertaria, Ruta, Inquietud, Nueva Senda, Libertad, Exilio, Solidaridad Obrera, Impulso, CNT, Nervio, El Rebelde, Despertad, Espoir, Le Combat Syndicaliste, Cenit y Umbral. La mayor parte de esta prensa desapareció al prolongarse el exilio y acentuarse las bajas en el MLE. La labor cultural y divulgativa de la CNT fue ingente a través de la edición de folletos y libros. Hay que destacar el hecho de que toda esta labor no fue realizada por profesionales de las letras sino por hombres y mujeres de la clase trabajadora que alternaban de un modo desinteresado su vida laboral con la pluma.

La vida de Temblador siguió adelante y en 1946 se instaló con su familia cerca de Grenoble. Un año después sufrió una grave recaía en su enfermedad y tuvo que ser internado de nuevo en un hospital durante un año. Hacia 1948 se encontró restablecido. Por vicisitudes del destino, después de esa experiencia estuvo trabajando durante quince años de peluquero para Antoine Lapierre. Su actividad desde entonces en el MLE del exilio fue plena; participó en asambleas, plenos y congresos, sin parar de escribir para la prensa libertaria. En Grenoble tuvo contacto con destacados militantes anarquistas como Francisco Sabaté y Pedro Mateu. Los años fueron pasando y Manuel tomó testimonio de las tensiones internas del MLE que le condujo a la ruptura en agosto de 1965 en el Congreso de Montpellier. A pesar de ello, él mantuvo su militancia con denodado esfuerzo: «Trataba dentro de la CNT de mantener mi personalidad y criterio propio, sin atizar el fuego que venía destruyendo la familia libertaria del exilio, cuyos miembros se conducían en sí peor que enemigos. Sin embargo, para mí, tanto los de un lado como los del otro eran compañeros».

En El luchador escribió una serie de 17 artículos firmados con el pseudónimo de Manuel Jarillo. En estas memorias se encuentran transcritos cuatro de los mismos que Temblador consideró los más trascendentes: «La renovación de cargos», «Nuestro “trío” libertario», «El intolerante» y «¡Alto el fuego, compañeros!». Sus llamadas a la unidad sirvieron de poco «sus ecos no tuvieron repercusión alguna». En 1975, después de 45 años de militancia, nueve en España y 36 en el exilio, abandonó la CNT, si bien continuó defendiendo sus ideas y combatiendo por ellas hasta el final de sus días.

Esta es la historia que nos cuenta Manuel Temblador, un luchador entre otros muchos, que empleó gran parte de su existencia en poner su grano de área para el advenimiento de un mundo más justo y solidario. Su historia es nuestra historia.

«Treinta y seis años, día tras día, con el pensamiento puesto siempre en España, en el pueblo que me vio nacer, en mis compañeros de trabajo y de lucha que allí quedaron envueltos en el más espantoso terror de un gobierno fascista, que les impuso un régimen oscurantista, de falacia, de lobreguez desoladora cual noche tormentosa y sin fin…»


Recuerdos de un libertario andaluz, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo en 2019. Lo podéis encontrar en la librería de la FAL. Conseguir el libro

16 dic 2024

Conciencia de clase, psicología y anarquismo

Por Ángel E. Lejarriaga



Hemos partido de una definición de la «conciencia» como un conocimiento que un ser tiene de sí mismo y del medio en que se desarrolla; en sí, la relación entre el sujeto y el objeto. Se ha complementado esta definición con la afirmación de que la conciencia realiza un examen de los conceptos de bien y mal, lo que la situaría ―como hipótesis― en una posición moral. Esto nos permite introducir un importante concepto como es el de «conciencia social». A partir de esta introducción, se ha realizado una aproximación a la Psicología cognitiva a la que se ha definido como la disciplina que estudia los procesos mentales implicados en el conocimiento. Su pretensión es explicar cómo los seres humanos interpretan el mundo en el que se desenvuelven; defiende que la conducta se produce en función del procesamiento humano (pensamiento); es decir, los sistemas de creencias, los deseos y las motivaciones impulsarían la conducta; partiendo siempre de la premisa de que dicho sistema de creencias es aprendido. 

A continuación se ha definido el concepto de conciencia de clase como una capacidad para entender las relaciones de explotación y la posición que el individuo ocupa dentro de ellas. Esta toma de conciencia sería clave para la resolución o afrontamiento de los antagonismos de clase. Además, se ha afirmado que la conciencia de clase sería un paradigma fundamental para interpretar el mundo, modificar nuestra estructura de procesamiento psicológico y elicitar conductas transformadoras. 

Y hemos llegado a la conclusión de que necesitamos una filosofía que estructure la revuelta, el pensamiento crítico, el malestar social, que posea la capacidad de tocar todos los aspectos de la sociedad y ofrezca a su vez soluciones que partan de la libertad y el bien común. Esa filosofía, para nosotras, es el anarquismo. Kropotkin dijo que la clave de la evolución humana era el apoyo mutuo. Precisamente este es el principio básico que hay que incorporar a nuestro sistema de creencias. Podemos despertar nuestra conciencia de explotados; pero para que la sociedad progrese es necesario que se cumplan unas condiciones psicológicas mínimas, basadas en el impulso que inspira la libertad, el apoyo mutuo, una educación liberadora, la creatividad, la racionalidad, la ciencia y el amor.

4 nov 2024

Sociología y anarquismo


SOCIOLOGÍA Y ANARQUISMO 
Análisis de una cultura política de resistencia (2009)

Raúl Ruano Bellido


Por Ángel E. Lejarriaga


Raúl Ruano Bullido es profesor de secundaria con numerosas publicaciones tanto a nivel individual como compartiendo autoría; cito algunas: El poder y la hipocresía (2004), Le suspect de l’hôtel Falcon: intinéraire d’un révolutionnaire espagnol (2011), Contra la ignorancia, texto para una introducción a la pedagogía libertaria (2013).

Sociología y anarquismo (2009) fue editado por la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Un impresionante trabajo en el que Raúl Ruano enfoca la historia del anarquismo con una perspectiva más completa de lo que generalmente se suele hacer por los investigadores. Profundiza en todo lo que tiene que ver con «la experiencia vital de los individuos, con las formas concretas en que los protagonistas de la acción perciben y se apropian de lo social». Los capítulos más importantes del libro, en función de este criterio, serían los tres últimos, el 5, 6 y 7, pues se centran en las vidas y valores de anarquistas españoles que nacidos a principios del siglo XX vivieron la II República española y la Guerra Civil.

En el exhaustivo estudio realizado por el autor, se agrupan los rasgos más destacados del anarquismo: el anarquismo como moral, el ideal de fraternidad universal, el rechazo del poder, la violencia, la inquietud cultural y la crítica al modo de vida basado en la propiedad privada y el consumo. Destaca a su vez que en el interior del anarquismo «son posibles diferentes sensibilidades […] No obstante, es la clase obrera la que constituye el grueso del movimiento anarquista». En un primer momento Ruano aborda la historia de la clase obrera desde la perspectiva de tres investigadores sociales: E. P. Thompson (1924-1993), R. Hoggart (1918-2014) y J. Rancière (1940). Después describe la evolución del anarquismo en España desde el último tercio del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Y continúa con unas pinceladas sobre las vidas e ideas de los «clásicos del anarquismo».

«El anarquismo, sus valores y su cultura no sólo forman parte de la historia social española, continúan hoy siendo una realidad oculta. […] Sacar a la luz y definir los contornos de esa cultura de resistencia es el principal objetivo de esta investigación», puntualiza Ruano, y añade: «Para entender el anarquismo como movimiento social es necesario inscribirlo en el marco de las culturas populares y de las culturas obreras».

Inspirado por los autores antes citados (Thompson, Hoggart y Rancière), quiere tener una comprensión socio-cultural del movimiento obrero, vislumbrar «la historia desde abajo», conocer el punto de vista de algunos de los miembros más activos de la clase trabajadora, militantes del anarquismo o el anarcosindicalismo, sus modos de vida, sus trayectorias biográficas y vitales.

En el capítulo 2 se da un repaso detallado de la relación del anarquismo con el nacimiento y desarrollo del movimiento obrero español hasta 1939. Comienza con la tradición asociativa catalana, el insurreccionalismo andaluz y la llegada a nuestro país de las ideas de Bakunin entre 1868 y 1870. El anarquismo arraigó rápido en España porque ofrecía una alternativa de transformación global de la sociedad. La nula fe en las instituciones llevó a las clases populares a la conclusión ―proclamada por los internacionalistas― de que «La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores o no será». Es cierto que el republicanismo federal estaba arraigado en el país pero en un momento dado fue desbordado por la fuerza arrolladora del anarquismo. Hubo épocas de cierta estabilidad en la organización de la clase obrera, alterada por un período de atentados violentos individualistas que provocaron una gran represión y, por supuesto, la ilegalización de sus organizaciones. A pesar de la propaganda burguesa, la violencia individualista siempre fue minoritaria. Tras la desaparición en 1888 de la Federación de Trabajadores de la Región española (FTRE), el anarquismo quedó ciertamente estancado o con poca articulación de masas hasta el nacimiento de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1910.


«[La CNT] va a convertirse en la organización obrera más importante de las primeras décadas del siglo XX. […] La CNT desde el principio fue mucho más que un movimiento sindical, su lucha aspiraba a una transformación radical de la sociedad [comunismo libertario] y no se conformaba con las mejoras salariales y laborales para los trabajadores», afirma el autor.

La II República tuvo su cara buena y su cara menos buena para la clase trabajadora. Por un lado, miles de presos libertarios salieron a la calle, la CNT creció desmesuradamente y las esperanzas de progreso encandilaron a la sociedad. Pero por otro lado, esta «felicidad» duró poco, la República defendía intereses burgueses, las promesas de cambio radical de la economía se quedaron en el tintero y desencadenó una feroz represión con las organizaciones díscolas. El golpe de Estado de 1936 hizo el resto. Mientras tanto, el fascismo crecía en Europa, lo mismo que en España; la convivencia interclasista era prácticamente imposible, y tal vez la confrontación violenta entre clases inevitable. No obstante, a pesar de tantas variables en su contra, los anarquistas intentaron aplicar sus ideas allí donde eran mayoritarios, también renunciaron en un momento dado a las mismas y colaboraron con el gobierno republicano. A partir de este punto histórico comenzó otra historia sobre la que reflexionar.

Los capítulos 3 y 4 nos presentan a varios autores anarquistas relevantes ―tres rusos, un francés, un italiano y un español― cuyo pensamiento influyó decisivamente en la militancia revolucionaria de la península ibérica.

El primero es Mijail Bakunin (1814-1876), ruso. Para él la revolución significaba «poner patas arriba el actual orden vigente», y nos advertía que la «revolución o es global, abarcando todas las manifestaciones de la vida y a toda la humanidad, o no es revolución». Bakunin se manifestó abiertamente «contra todo lo que se pareciera, incluso remotamente, a un comunismo de Estado o a un socialismo de Estado». Para él «cualquier dictadura, incluso la del proletariado, estrangula la libertad y sólo se preocupa por la autoperpetuación».
 
El siguiente anarquista ruso es Piotr Kropotkin (1842-1921), un miembro de la nobleza convertido a la causa de los pobres. Desde su experiencia personal concluyó que «la política, la burocracia y el centralismo son herramientas ineficaces para el desarrollo armónico y libre de la sociedad». Kropotkin estaba esperanzado en que la revolución llegaría a través de «un cambio social evolutivo, pacífico y propiciado más por la maduración progresiva de la sociedad que por trastornos revolucionarios impulsados por minorías».

Lev Tolstoi (1828-1910), también ruso, desde joven estuvo enfrentado a la educación burguesa: «lo que enseñan me parece inútil y lo que me interesa no se enseña en las aulas». Intentó alcanzar la «perfección moral y encontró en el cristianismo primitivo unos valores universales, consistentes en la ausencia de dogmas y en la proclamación del amor como ley universal». Según Tolstoi, las causas principales por las que los hombres venden su libertad son: la falta de tierras, los excesivos impuestos y la creación ficticia de nuevas necesidades, propias de la vida urbana. Para Tolstoi «la violencia organizada es el gobierno». 

El Estado y el Ejército están «encadenados indefectiblemente a Patria» y Tolstoi defiende un internacionalismo fraternal. Apuesta por la resistencia pasiva, por negarse a obedecer. En síntesis, la revolución llegaría a través de la no colaboración y el autoperfeccionamiento moral.

El francés Élisée Reclus (1830-1905) participó en la Commune de Paris, de cuya experiencia concluyó que «la revolución compete sólo a las clases populares y trabajadoras, y que la política parlamentaria no es más que una farsa para engañar al pueblo». Reclus tuvo dos grandes pasiones: el anarquismo y la geografía. Sobre la sociedad dijo que la libertad no era la única finalidad del ser humano, sino que debía desarrollarse de manera paralela al amor y la fraternidad universal; y añadía que no sólo se debía luchar por mejoras materiales sino que era fundamental el desarrollo de un pensamiento libre: «resistencia material y moral». 

El anarquismo tenía para él dos dimensiones, una personal (revolución interior) y otra colectiva (revolución social). Para conseguir el mundo soñado «los seres humanos libres deben reunirse, asociarse entre sí y oponer su propio mundo, con la esperanza de que el ejemplo se extienda y afecte cada vez más a un mayor número de personas». También afirmó que los cambios pacíficos en la sociedad no eran posibles por lo que la guerra social era inevitable. Sobre el parlamentarismo escribió que era «una feria de los sufragios» y el Estado conducía al odio entre pueblos.

Otro gran luchador que cita Ruano es Errico Malatesta (1853-1932), italiano. Nacido en el seno de una familia burguesa; inició estudios de medicina pero pronto los abandonó, interesado por las ideas y el ambiente de la Internacional. Gran parte de su vida transcurrió en el exilio. Conoció a Kropotkin con el que estableció una gran amistad que se rompería durante la Primera Guerra Mundial cuando el primero tomó partido por los «aliados». Malatesta definió el anarquismo como una revolución moral contra la injusticia. 

Apostaba por una revolución social adecuadamente preparada para «destruir el poder político o gobierno y poner en común todas las riquezas existentes». Para él la anarquía era un método de conducta basado en la libre iniciativa y el pacto libre.

Queda hablar de nuestro muy querido compañero Anselmo Lorenzo (1841-1914). Perteneció a una familia de clase trabajadora. Fue uno de los «internacionalistas» españoles más importantes e influyentes; pensaba que la revolución social debía incluir la lucha económica, la política y la cultural. Para él, el objetivo del proletariado militante era «crear una sociedad de productores libres en la que el colectivismo y la organización solidaria del trabajo sustituyan a la política».

Creía firmemente en el poder transformador de la razón y la ciencia, pero no era ingenuo y sabía «que los cambios de mentalidad tienen que ir acompañados de un proceso revolucionario que trastoque las estructuras materiales en que se apoya el sistema burgués».

En el capítulo 5 Raúl Ruano se adentra en esas historias imprescindibles, la de los luchadores anónimos (hombres y mujeres) que «eran el motor funcional permanente de los sindicatos», en palabras de José Peirats. Lo que ha constatado el autor en su investigación es que las memorias contadas por personas de la clase trabajadora se fundamentan en «imágenes y en sentimientos» sobre aquello que vivieron. Por ejemplo, Antonio Vargas, nacido en 1917, perteneciente a una familia de pescadores, destaca el ambiente de pobreza en el que desenvolvió su infancia. Abel Paz, a su vez, se define a sí mismo como un «buscavidas» que realizó trabajos de todo tipo. Cito también el caso de Isidro que nos cuenta cómo llegó a identificarse con La Idea: «Mi conocimiento de las ideas viene a través de lo que he leído y de lo que vi en ciertos hombres. No todos eran trigo limpio, pero había una parte de gente muy desprendida y  sacrificada, eso es lo que me llevó a mí a estas ideas».

Carmen Mera comenta al respecto: «Yo me siento anarquista, herencia de mi padre y del padre de mi padre. Y de la madre de mi padre, que cuando murió fue el pueblo entero a llevarla al cementerio en hombros, de lo humana que era». La familia influye en el desarrollo de La Idea pero es la fábrica, el campo o el taller donde «madurarán» las ideas libertarias. Los folletos fluyen en estos lugares, hay reuniones, se escuchan charlas de los más formados, se discute lo oído mientras se confraterniza, señala Ruano, y se verifica que en España la mayoría de las cabezas visibles del anarquismo son hijos e hijas del pueblo, que se ganan la vida trabajando. Muchos de estos protagonistas, conocidos y no conocidos, sufrieron en sus carnes la represión del Estado.

Los entrevistados destacan de manera unánime que el anarquismo no es sólo una forma de pensamiento, sino que es también una forma de estar en el mundo, una alternativa al modo de vida burgués. Este estilo de existencia anárquico presenta a un individuo libre y solidario situado frente al sujeto alienado, reproductor del sistema capitalista. Hay que destacar que el sueño anarquista es la liberación de toda la humanidad. El anarquismo exige del individuo una «actitud personal coherente», esto implica un cambio de mentalidad. Es una «persecución eterna de la utopía».

Una parte importante de los anarquistas entrevistados se declaran higienistas y defienden la imbricación del ser humano con la naturaleza; es decir, el «naturismo» en general. Hay un matiz en el que coinciden: apoyan la libertad «absoluta» pero matizan que siempre tiene que ir acompañada de solidaridad, si no se impondría la ley del más fuerte.

Los anarquistas no entienden ni de patrias ni de fronteras. En ellos hay un rechazo visceral a cualquier relación de dominación. Y explica el autor: «Los libertarios no esperan el cambio total de sociedad para poner en práctica sus ideales, saben que la Anarquía es algo a construir poco a poco. Allí donde se encuentran hacen lo que está en sus manos para ayudar a organizarla, por pequeña que pueda parecer la tarea.»

El anarquismo es fundamentalmente cultura, a pesar de su historia negra: «La violencia ejercida por anarquistas era vista casi siempre como un ejercicio de autodefensa o como una salida desesperada a un sociedad opresiva», reflexiona Ruano. En el pasado el «hombre de acción» fue muy valorado en el mundo libertario por su entrega y sacrificio en pos de La Idea; e insiste en que el anarquismo es un gran defensor de la naturaleza, de vivir en armonía con ella, rechazando taxativamente la actitud depredadora que caracteriza al ser humano. En esa línea, la militancia libertaria desea el progreso pero sin que se haga a costa de la clase trabajadora: «los adelantos técnicos sólo podrían ser bienvenidos siempre que se usaran en beneficio de todos».

Otra característica importante en el anarquismo es el autodidactismo motivado, según José Luis García Rúa, en el espíritu de libertad que les imbuía y «la búsqueda de independencia respecto a las influencias estatales». Sentían verdadera pasión por la lectura y por la cultura en general a pesar de la ignorancia endémica de la que solían partir. De unas manos a otras circulaban los diarios militantes y las revistas culturales, también novelas y libros de contenido político, social e histórico.

El concepto de propiedad era central en su análisis del mundo, la consideraban como «uno de los males más perversos de nuestra sociedad». Pedro Barrio comentaba al respecto que la propiedad es una trampa para «caer en las fauces del conformismo y la cobardía».

Otra gran preocupación de los «viejos anarquistas» es la transmisión de «su experiencia y su saber […] sus vidas tienen sentido como prolongación de una memoria más vieja aún que ellos mismos», señala Ruano.

El punto de vista sobre todo lo expuesto hasta ahora por parte de los «jóvenes anarquistas» de hoy, también se sitúa en la memoria heredada aunque las prácticas actuales se definen en un contexto diferente. «La importancia que otorgan al pasado y a los recuerdos compartidos no se reduce al deseo de colmar un vacío personal e intelectual, sino que buscan su vinculación con las exigencias del presente». De hecho, algunos de los jóvenes entrevistados mostraban indignación ante el ocultamiento de una tradición «que les pertenece». Se consideran en conflicto permanente con «la memoria oficial». Lo que más admiran de los viejos militantes anarquistas es la tenacidad y valentía con que afrontaban las injusticias y, por supuesto, su capacidad creativa a todos los niveles de la vida. Para estos jóvenes la Anarquía es un camino a seguir, «un proceso abierto y sin fin», y tienen una idea muy clara: «el anarquismo no pretende un cambio de sistema político sino un cambio de vida en su conjunto». Consideran que hoy la situación mundial es poco propicia para la revolución social. Su interés se centra en los ateneos libertarios, la okupación, así como en una forma de vida lo más alejada posible de las reglas del capitalismo. Destacan el empobrecimiento de las relaciones interpersonales y de la vida comunitaria.

Para finalizar esta reseña, hay que decir que el libro es extraordinario, didáctico y de lectura asequible, recomendable para aquellas personas que quieran introducirse en el universo ácrata a partir de testimonios vivos.

Sociología y anarquismo. Análisis de una cultura política de resistencia. Fundación Anselmo Lorenzo (FAL), Madrid, 2009. Lo podéis adquirir en la librería de la fundación: CONSEGUIR EL LIBRO









2 feb 2024

Apuntes sobre el anarquismo español

 Por Ángel E. Lejarriaga

 

A la hora de analizar el movimiento anarquista español tenemos que considerar que a partir de un cierto momento histórico se le ha asimilado de una manera errónea con el anarcosindicalismo, sobre todo desde 1910, fecha en la que se fundó la Confederación nacional del Trabajo (CNT). En realidad, el anarcosindicalismo es la aplicación práctica en el terreno laboral de las ideas anarquistas.

Desde que la clase trabajadora empieza a organizarse, las reivindicaciones laborales quedan en manos de los sindicatos y las reivindicaciones políticas en las de los partidos. La CNT cambia esta división de roles. La CNT se ha definido y se define como una organización que no solo pretende mejorar la calidad de vida de los asalariados sino, también, transformar la sociedad. Es decir, la fuerza revolucionaria de las masas trabajadoras no necesita partidos que sustituyan su capacidad de decisión.

«La CNT no entra en la lucha por el poder político, sino que propone la reorganización de la sociedad desde abajo, desde la periferia, ofreciendo a todos la posibilidad de participar directamente en las funciones del autogobierno de cada uno de los sectores que componen la realidad social.»

Si bien todos los anarquistas no participaban ni participan en la CNT, antes de la Guerra Civil Española sí lo hacía la mayoría. Es el contexto histórico y la acción de sus militantes, lo que va a definir diferentes estrategias y tácticas. Se podría decir, que los anarquistas se han volcado en la CNT como medio de difundir sus ideas y mantener una línea de lucha eminentemente revolucionaria.

Por supuesto, las formaciones anarquistas siempre han sido más variadas, innovadoras y plurales que el propio anarcosindicalismo, más centrado éste en las reivindicaciones del mundo del trabajo.

Este libro da un repaso esquemático al anarquismo desde sus inicios en España hasta principios del siglo XXI. El contenido es una simple introducción a la materia, que puede ser ampliada por la abundante bibliografía que se presenta al final del texto.

Bajar libro

12 ene 2017

Lluvia de agosto

Por Ángel E. Lejarriaga



El libro ha venido como anillo al dedo para participar como un actor más en los diversos eventos que se han celebrado durante 2016, en el ochenta aniversario de la muerte de José Buenaventura Durruti Dumange, acaecida el 20 de noviembre de 1936.

La historia de Durruti trasciende lo meramente histórico, para convertirse en un mito con una importante carga épica y romántica, algo que a él hubiera desagradado bastante, de poder ser conocedor de ello. Lluvia de agosto es una novela que cuenta muchas historias sobre él y sobre el momento histórico en que vivió.

Parte de la investigación de una periodista francesa hija de exiliados republicanos, Libertad Casal, sobre la muerte de la carismática e indomable figura de Durruti. Por sus páginas se van a suceder episodios conocidos de los años más dorados y turbulentos del anarquismo ibérico. Las escenas se superponen a lo largo del repaso histórico, guardando una coherencia narrativa digna de reseñar.

Una parte de la novela que me ha resultado emocionante en especial, es cuando el cuerpo de Durruti, ya cadáver, yace en el Hotel Ritz de Madrid, aquel noviembre de 1936; todas sus posesiones se concentraban en una pobre maleta que contenía un par de pistolas, una muda de ropa interior, unos prismáticos, unas gafas de sol y poco más. Algo bastante increíble en alguien por cuyas manos habían pasado millones de pesetas de la época. Pero Durruti era así. Al llegar su cuerpo a Barcelona, la ciudad se colapsó, era imposible dar un paso, a pesar de la lluvia y el frío. El entierro no se pudo realizar el día previsto porque no se pudo atravesar el gentío. El acto se tuvo que celebrar al día siguiente.

Para algunas personas, Buenaventura Durruti fue un delincuente común: atracador de bancos y pistolero de gatillo fácil; para otras, un terrorista al uso, según la concepción actual (ya entonces era definido como tal); y para muchas fue, simplemente, un hombre coherente con sus ideas, que tomó decisiones en función de la coyuntura social que le tocó vivir. Podía haber elegido seguir otro camino, cursar estudios superiores, o participar en un sindicalismo moderado (UGT); sin embargo, eligió el sacrificio, la persecución, el exilio, la lucha sin cuartel y la revolución como único camino para superar las desigualdades sociales, y conseguir para las clases desposeídas la dignidad que les corresponde por derecho propio. La CNT fue el sindicato que eligió para perseguir su idea, y los grupos de acción su instrumento de combate. Cuando Giuseppe Fanelli llegó a Madrid en 1868, enviado por Bakunin, para reunirse en una taberna con algunos tipógrafos de ideas renovadoras, nadie podía imaginar que La Idea pregonada por el italiano iba a convertirse en el horizonte revolucionario de varias generaciones de campesinos y obreros de la península Ibérica, fundamentalmente de Andalucía y Catalunya.

La novela cuenta todas estas cosas, y se lee con fluidez. No puedes parar una vez que la inicias, te absorbe. Si eres conocedor del tema, lo que el autor cuenta ya te es familiar, pero, a pesar de ello, quieres más. Existen pocas obras noveladas sobre la historia del anarquismo y del anarcosindicalismo por lo que Lluvia de agosto es una magnífica contribución a uno de los movimientos sociales más combativos y creativos de la historia de la humanidad, y, por supuesto, a una de sus figuras memorables, una entre muchas otras que también se merecen sus respectivas novelas. Generalmente, al movimiento anarquista, a pesar de su trascendencia, se le silencia, cuando no se le ningunea. Esta novela trata con respeto su memoria, que no está muerta, más bien al contrario, está más viva que nunca, sobre todo en esta época de decadencia moral y de pérdida de derechos.

El autor, Francisco Álvarez, bien documentado, recrea escenarios en los que se desenvolvieron los protagonistas. Por las páginas de la novela pasan Francisco Ascaso, Escartín, Gregorio Jover, Mimi (compañera de Durruti), Colette (hija de Durruti y Mimi), Ángel Pestaña, Juan Peiró, Juan García Oliver, el grupo Los Solidarios, reconvertido en el grupo Los errantes, y finalmente en el grupo Nosotros, el propio Durruti y muchos más. Hay tantas cosas que contar, de vidas tan intensas, que la novela se queda corta; necesitaría el autor bastante más páginas para lograr aproximarse equitativamente a la grandeza de los personajes citados.

Aunque el aparente motivo de la novela es la investigación sobre la muerte de Durruti, herido por una bala de origen desconocido en el frente de la Ciudad Universitaria, este tema se diluye en los avatares narrados que viven los protagonistas directos de la Revolución Española de 1936.
«Si me preguntas como periodista, aunque no se trate de hechos contrastados, yo dejaría caer que los indicios apuntan a que pudo tratarse de un disparo accidental. En cualquier caso, han pasado ochenta años y creo que ya nunca se llegará a saber.»
Francisco Álvarez (Xixón, 1970) es un periodista que combina el oficio con la traducción y la literatura. En su haber posee diversas obras tanto en bable como en castellano: En poques pallabres (1998), Rumbo a la Historia. Navíos emblemáticos de todos los tiempos (2011), La tierra de la libertad. Crónica de los derechos humanos y civiles en el mundo (2012). Lluvia de agosto (2016), es su primera novela que ya ha sido laureada con el Premio Xosefa Xovellanos de novela.

Franciscos Ascaso, Buenaventura Durruti, Gregorio Jover

Juan García Oliver

Emilienne Morin y Buenaventura Durruti

Buenaventura Durruti






8 sept 2015

La monja libertaria

Por Ángel E. Lejarriaga



Antonio Rabinad ya ha dejado este mundo pero por suerte he tenido la fortuna de leerlo y sé que no lo olvidaré. Nació en Barcelona en 1927 y murió en agosto de 2009. Reconozco que le he conocido porque cayó en mis manos La monja libertaria, novela en la que se inspiró la película Libertarias, dirigida por Vicente Aranda en 1996. Se dice de él que ha sido uno de los escritores que mejor ha retratado la Barcelona de la posguerra civil española. No puedo confirmarlo ni negarlo pues solo he leído un libro de él y algunos artículos periodísticos. Su obra no es muy extensa pero cuenta con once novelas. A lo largo de su carrera literaria recibió numerosos premios como el Internacional de Novela o el Ciudad de Barcelona entre otros. Sin embargo, a pesar de compartir generación con la denominada Escuela de Barcelona, que contaba con escritores adscritos como Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Juan Marsé, Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Terenci Moix y Eduardo Mendoza, nunca ha sido considerado como parte de la misma. De hecho su obra no es demasiado conocida por el público en general.

La monja libertaria (1981) es una historia que podríamos calificar de «loca», entrañable, trágica, cómica, triste y revolucionaria. Es loca en un sentido cariñoso. La historia comienza en un convento de monjas en el momento en que se produce el levantamiento fascista del 18 de julio de 1936, con los milicianos reduciendo a los rebeldes, persiguiendo facciosos y de paso, quemando algún que otro centro religioso. A partir de ahí comienza la historia de nuestra monja, Sor Juana, que huye del convento, a cuya orden pertenecía, con el pelo cortado a trasquilones y una indumentaria que dejaba mucho que desear. Su peregrinar no llega muy lejos en un primer momento pues acaba en un burdel que es asaltado por milicianas de Mujeres Libres con la sana intención de liberar a las prostitutas de su condición de simple «carne». Este inicio ya es suficiente para decidirte a seguir leyendo. No quiero contar muchos detalles para no destripar el texto pero nuestra inefable monja acaba en el frente de Aragón, en la Columna Durruti, con un fusil al hombro. Toda una proeza imaginativa bien hilvanada.

Decía también que era un relato entrañable porque describe el entusiasmo revolucionario de una generación de hombres y mujeres que combatieron el fascismo con monos, alpargatas y armados más de ideología que de fusiles y balas. Carecemos de ese romanticismo en la actualidad lo que nos convierte en personajes sombríos de una obra de teatro conocida, anodina y sin horizontes. La novela también es trágica porque, a pesar del aparente sesgo cómico de alguna de las escenas, esboza la matanza que está en ciernes de la cual todavía no nos hemos recuperado.

Al final de la obra, por boca de uno de sus personajes, Jesús, el secretario de Durruti, dice del mismo:
«Ventura era un hombre corriente, normal, como usted o yo. Bueno, no sé si usted es muy normal. Es necio pretender convertirle a toda costa en un Mesías. Era un buen hombre, pero no un iluminado, ni estaba tallado en el mármol en que se esculpen los mitos. Era también, un hombre bueno. En cada miliciano que moría, debían matarlo un poco a él [...]»
Termino con un texto de Mijaíl Bakunin con el que abre Rabinad su novela y que induce a la reflexión:
«No es suficiente que el pueblo se despierte y que se dé cuenta de su miseria y de las causas de la misma. Es cierto que posee una gran cantidad de poder básico, más que el Gobierno, con todas las clases dirigentes; pero un poder elemental, no organizado, no constituye un poder real.»


20 nov 2013

¿Por qué una persona libre se rebela contra toda autoridad?



Por Ángel E. Lejarriaga


¿Por qué una persona se rebela contra Dios, contra el amo o contra una autoridad pretendidamente legal? Lo hace porque es una necesidad individual que se multiplica en fuerza una vez asociada a las necesidades particulares del resto de las personas que conforman una comunidad.
Nos rebelamos porque somos conscientes de nuestro derecho inalienable a la libertad, y del hecho fehaciente de que su defensa choca con cualquier forma de opresión, sea esta religiosa, laboral, patriarcal o estatista.
La primera sublevación que desarrollamos es interior. Nuestra capacidad crítica cuestiona los «valores mordaza» que nos han sido impuestos a través de la familia, la escuela y el Estado. Una vez esos valores han sido puestos en duda y analizados, reciben una comprensión diferente, son dotados de un significado ajeno al original.
Liberados de ese primer y elemental servilismo, pasamos a una segunda subversión que disputa nuestra condición de mera «fuerza de trabajo», que se vende y se compra en el indigno y cruel mercado laboral. Las relaciones de explotación nos convierten en mercancía barata; nuestra conciencia política rebelde nos transforma en sujetos revolucionarios que preservan la propuesta innegociable de acabar con esas relaciones infrahumanas de amos y esclavos.
Nuestra tercera rebelión va dirigida contra la «delegación de la representatividad» o «la organización social de arriba abajo», es decir, contra el axiomático Estado. La libertad es todo lo contrario a esa delegación de poder. Elaboramos y cimentamos lo que existe con nuestro esfuerzo y creatividad, por tanto tenemos la legitimidad y la obligación moral irrenunciable de gestionar nuestro destino.
En síntesis, esta rebelión de la que hablo, se basa en el cuestionamiento radical de principios que se aceptan porque sí como inmutables. Para que haya una revolución el individuo tiene que rebelarse contra la ideología del poder, sea la que sea, que le subyuga, para no reproducirla en el pretendido nuevo modelo de organización social. Así, la rebelión del sujeto soberano tiene que ser constante, sin tregua, sin dar nada por acabado. Ese es el espíritu que debería mover a la nueva persona que tendría que surgir de entre las ruinas del pasado.
El ser humano debe resistirse a toda forma de dominación porque su ser natural es la libertad. Esas ansias de liberación niegan cualquier autoridad basada en la fuerza y conllevan la construcción de una sociedad horizontal regida por la asociación de individuos libres.
Esta forma de pensamiento «rebelde», inconformista, autónomo y eternamente crítico, es el método de prevención más eficaz contra cualquier tiranía.

«[...] el sindicato contra el partido, el municipio contra el Estado, el individualismo solidario contra la sociedad de masas.»

«¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. [...] El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.»

Ambas citas son de Albert Camus, El hombre rebelde.

En memoria de Albert Camus, en el centenario de su nacimiento: 7 de noviembre de 1913


14 ago 2013

¡No llorad por mí, organizaos!

Por Ángel E. Lejarriaga



E
n España no se conoce mucho a Joe Hill salvo en círculos libertarios. Tuvo alguna resonancia en 1971 a través de la película que el director sueco Bo Widerberg le dedicó, Joe Hill; pero poco más. La figura del sueco Joel Emmanuel Hägglund, nacido en 1879 en Gävle (un pueblo de Suecia perteneciente a la provincia de Gästrikland), también conocido como Joseph Hillström y popularmente como Joe Hill, fue relevante en su tiempo. Todavía podría serlo hoy si no hubiéramos perdido, por diversos motivos, nuestra memoria de clase o de lucha, o como la queramos llamar. En sus primeros años de formación aprendió a tocar con soltura diversos instrumentos como el piano, el acordeón, el bajo, el órgano, el violín y la guitarra.

En 1902, fallecidos ya sus padres, decidió buscar fortuna en los Estados Unidos, en compañía de uno de sus hermanos. En aquella época, para muchos trabajadores europeos cruzar el océano Atlántico rumbo a la rica América del Norte era lo máximo a que se podía aspirar. La fantasía es así de traicionera. Acudían ciegos al denominado país de las oportunidades y el progreso. El número de suecos que entraron en los EE.UU. a finales del siglo XIX y principios del XX se aproximó a un millón y medio. Una cifra nada desdeñable, desde luego. Durante el período citado emigraron cerca de sesenta millones de europeos.

Una vez alcanzado su soñado objetivo norteamericano, Joe Hill se dedicó durante un tiempo a recorrer el país desde Nueva York hasta Hawai. Lo hacía como hobo (vagabundo) en los trenes de carga o de polizón en los barcos. Quiso hacer este viaje, en parte, debido a una curiosidad innata que le impulsaba a introducirse en las entrañas del sueño americano; y también, por ver dónde podría encontrar mejores oportunidades de vida. Lo que encontró durante su largo recorrido no fue muy halagüeño. La realidad que se ocultaba detrás de la opulencia formal era cruel, despreciable y por supuesto muy alejada de lo que había esperado. El régimen de trabajo de los obreros de la América profunda rozaba la esclavitud.

Hasta que se instaló definitivamente en California desempeñó casi cualquier trabajo que le ofrecieran para sobrevivir, fuera este de minero, de leñador o de estibador; estos oficios se asocian a su nombre pero es muy probable que tuviera otras ocupaciones que realizó con desigual fortuna.

El contacto con la pobreza y las relaciones de explotación, le hizo tomar no solo conciencia de su condición sino que llegó más lejos; decidió afiliarse al sindicato IWW (Industrial Workers of the World) en 1910 para luchar por la justicia social. Esta organización practicaba un sindicalismo revolucionario próximo al anarcosindicalismo español (pregonaba la acción directa y la autogestión). Aunque nació en los Estados Unidos tuvo actividad sindical en Canadá, Australia, Irlanda y el Reino Unido. A principios del siglo XX desarrolló una gran influencia sobre la clase trabajadora pero esta decayó en los años 20 debido a la fuerte represión policial. En la actualidad sigue en funcionamiento y se dice que está teniendo un crecimiento significativo. Como wobblie (militante de la IWW), Joe Hill desempeñó un papel relevante en diversas tareas. En un primer momento como organizador de la resistencia, por ejemplo, de la huelga de los trabajadores del muelle de San Pedro, en California. Participó en comités, mítines y en labores propagandísticas. En el año 1912 durante una de estas acciones, en la ciudad de San Diego, fue apaleado brutalmente.

Reconocidas sus habilidades musicales por el sindicato IWW, se le propuso usar su ingenio como medio de propaganda y agitación, tanto para difundir el ideario anarcosindicalista como para extender las reivindicaciones sociales. A partir de ese momento Joe Hill usó su voz como arma de combate, tanto en mítines, como en asambleas proletarias o simplemente en plena calle, en las zonas frecuentadas por la clase obrera. Nunca grabó un disco pero sus canciones se siguen cantando hoy día en el que fue su sindicato hasta el momento de su muerte.

 El sistema de composición que seguía Joe Hill se basaba en crear estrofas reivindicativas o que exaltaban valores revolucionarios, utilizando como fuente canciones populares. Temas que se repetían en talleres, fábricas y en cualquier ámbito laboral. Además, estas canciones eran difundidas por los periódicos sindicales y hojas informativas. Estas composiciones fueron recopiladas, conjuntamente con otras, por el sindicato IWW en un volumen que se tituló Red Songbook (Libro rojo de canciones). Se dice que Joe Hill comentó en una ocasión que «un libro es bueno, pero pocas veces se lee más de una vez, mientras que una canción se aprende de memoria y se repite continuamente. Esa es la fuerza de la música como instrumento de lucha». Algunas de estas canciones —de las más famosas—, fueron: The preacher and the slave (El predicador y el esclavo) y Casey Jones, the union sca (Casey Jones, el esquirol).

En un artículo publicado en la página web del sindicato CNT de Catalunya en el que se anticipa el próximo centenario de su muerte (1915-2015) se dice textualmente: «Estas canciones tuvieron una extraordinaria importancia, ya que la mayor parte del proletariado estadounidense era inmigrante y apenas hablaba inglés ni ningún otro idioma común. Obreros que trabajaban en la misma empresa no se podían entender entre sí. En 1912 durante una huelga en Lorenzo (Massachusetts) los trabajadores hablaban 44 idiomas distintos y los empresarios hicieron todo lo posible por dividirlos hostigando a unos contra otros. Los trabajadores inmigrantes eran de tan diverso origen étnico que las barreras lingüísticas les impedían comunicarse. Sin embargo, todos entendían las canciones de Joe Hill y su música sirvió como factor de unidad y de solidaridad». Tal vez Joe Hill haya sido el primer cantautor norteamericano, que abrió el camino a los que vinieron después como Woody Guthrie o Pete Seeger.

Joe Hill fue sobre todo un sindicalista revolucionario y como consecuencia directa de su militancia, tuvo que abandonar California porque nadie le daba trabajo. Se trasladó a Utah, donde se incorporó a la plantilla de las minas de Silver King en Park City, cerca de Salt Lake City. Todo esto ocurre alrededor de 1913. En este año participó en la organización de una huelga en una importante empresa de la zona, la United Construction Company.

Unos meses después, ya en 1914 ocurrió un suceso que le condujo al patíbulo. En este punto comienza una demostración más de la «justicia» capitalista de la que tenemos muchas evidencias a lo largo de la Historia. Sirvan como ejemplos los siguientes casos.

El 11 de noviembre de 1887 fueron ejecutados los denominados «Mártires de Chicago» (el primero de mayo, día de la clase trabajadora, se celebra desde entonces en su memoria): George Engel (alemán, de 50 años, tipógrafo), Adolf Fischer (alemán, de 30 años, periodista), Albert Parsons (estadounidense, de 39 años, periodista, que aunque se probó que no estuvo presente en el lugar de los hechos, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado y condenado igualmente), August Vincent Theodore Spies (alemán, de 31 años, periodista), Louis Lingg (alemán, de 22 años, carpintero, que para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda).

Condenados a diversas penas fueron: Samuel Fielden (inglés, de 39 años, pastor metodista y obrero textil, cadena perpetua), Oscar Neebe (estadounidense, de 36 años, vendedor, quince años de trabajos forzados) y Michael Schwab (alemán, de 33 años, tipógrafo, cadena perpetua).

Los hechos que condujeron hasta este final fatídico se remontan al 4 de mayo de 1886, durante una manifestación que reivindicaba la jornada laboral de ocho horas. Durante el transcurso de la misma estalló una bomba que mató a un policía. Esto justificó una represión indiscriminada sobre el movimiento obrero. Aunque durante el juicio no se demostró su participación en los hechos, los también denominados «ocho de Chicago» fueron declarados culpables, acusados de ser «enemigos de la sociedad y el orden establecido». Tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco a la horca.

«Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno... pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida.»
Adolf Fischer

«El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme.» 
Albert Parsons

«No, no es por un crimen por lo que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!»
Louis Lingg

En 1827 fueron también ejecutados sin pruebas otros dos anarquistas, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti en circunstancias parecidas.

Tanto los «ocho de Chicago», como Joe Hill y Sacco y Vanzetti, han sido rehabilitados a posterioridad, considerando que sus juicios, condenas y ejecuciones fueron crímenes de Estado.

En lo que respecta a Joe Hill, fue acusado del asesinato de un expolicía. El juicio fue una comedia orquestada por el Gobernador del Estado, William Spry, quien reconoció que «deseaba utilizar el caso para frenar a la calle que ruge y para despejar el Estado de sujetos sin ley y agitadores del IWW». Durante el juicio los testigos presentados por el fiscal no le identificaron. Un testigo presencial, hijo de la víctima, llegó a declarar que Joe Hill no era el asesino aunque más tarde cambió su declaración. Aún así, en apenas dos horas de discusión, el jurado le declaró culpable y fue sentenciado a la pena capital.

Según la leyenda, porque nunca se ha demostrado, Joe Hill estaba haciendo el amor con una mujer casada la noche del crimen del que fue acusado. Él no quiso salvar su vida por salvar la reputación de la amante anónima. Y ella decidió salvar su reputación aunque él perdiera la vida. Son cosas que pasan.

Durante su estancia en prisión siguió escribiendo canciones, entre ellas The Rebel Girl, dedicada a la mujer trabajadora.

The Rebel Girl
Hay muchos tipos de mujeres
en este extraño mundo, como todos sabemos.
Algunas viven en grandes mansiones,
y visten finos trajes.
Hay reinas y princesas de sangre azul
que tienen un encanto labrado de diamantes y perlas.
Pero la única mujer de pura sangre
es la muchacha rebelde.
¡Es la muchacha rebelde!
¡Es la muchacha rebelde!
Para la clase obrera ella es una perla preciosa.
Proporciona valor, orgullo y alegría
al muchacho rebelde que lucha.
Ya teníamos muchachas, pero necesitamos más
en el sindicato IWW
que lucha por la libertad
con una muchacha rebelde.
Sí, ella tiene callos en las manos de trabajar,
y su vestido quizá no sea muy fino.
Pero un corazón está latiendo en su pecho.
que es auténtico para ella y para su clase.
Y los capitalistas temblarán de miedo
cuando ella lance su desafío de odio.
Es una mujer única, de pura sangre:
¡Es la muchacha rebelde!

Joe Hill fue fusilado el 19 de noviembre de 1915. Según Bill Haywood, miembro relevante del sindicato IWW, Joe Hill le mandó una carta poco antes de su ejecución en la que le refería lo siguiente: «¡Adiós, Bill! Muero como un leal rebelde. No perdáis el tiempo guardándome luto. ¡Organizaos!...»


MATERIALES COMPLEMENTARIOS

http://www.washington.edu/uwired/outreach/cspn/Website/Classroom%20Materials/Reading%20the%20Region/Writing%20Home/Commentary/11.html

Industrial Workers of the World «Little Red Songbook»: http://www.hobonickels.org/iwwsongs.htm

Joe Hill, «Casey Jones, the union scab» (Casey Jones, el esquirol) cantado por Pete Seeger: https://www.youtube.com/watch?v=f1nXdMcVSkU

Revuelta de Haymarker: http://es.wikipedia.org/wiki/Revuelta_de_Haymarket#Muerte_en_la_horca

Sacco y Vanzetti: http://en.wikipedia.org/wiki/Sacco_and_Vanzetti#Later_tributes

Joe Hill «The Rebel Girl»: https://www.youtube.com/watch?v=dGgSah7vV44

Alfred Hayes «I dreamed I saw Joe Hill last night». Joan Baez en Woodstock, 1969: https://www.youtube.com/watch?v=PX7M9psH0rM

Joe Hill
Anoche soñé que veía a Joe Hill
vivo como tú o como yo.
Yo le decía: pero Joe ¡llevas diez años muerto!
Nunca he muerto, respondía él
Nunca he muerto, respondía él.
En Salt Lake, Joe, le decía yo.
Él estaba en mi cama.
Ellos te condenaron por asesinato
y Joe respondía, pero yo no he muerto
y Joe respondía, pero yo no he muerto.
Los patronos del cobre te mataron, Joe
Joe, te dispararon, le decía yo.
Hace falta algo más que armas para matar a un hombre,
respondía Joe, yo no he muerto
respondía Joe, yo no he muerto.
Y estaba allí, tan grande como fue su vida,
sonriendo con sus ojos.
Decía, ¿qué se olvidaron de asesinar?
¡La organización!
¡La organización!
Joe Hill no está muerto, él me habla
Joe Hill nunca morirá:
donde el proletariado esté en huelga
Joe Hill está a su lado
Joe Hill está a su lado,
de San Diego hasta Maine,
en cada mina y en cada molino,
donde los trabajadores luchen y se organicen
nos dice: encontrarás a Joe Hill
nos dice: encontrarás a Joe Hill.
Anoche soñé que veía a Joe Hill
Vivo como tú o como yo
Yo le decía: pero Joe ¡llevas ya diez años muerto!
Nunca he muerto, respondía
Nunca he muerto, respondía.

Joe Hill, «Last will» (Última voluntad) y «Joe Hill» de Joan Baez. Cantan Janet & Ken Bates: http://www.youtube.com/watch?v=yEqSu8MssP4&feature=player_embedded

Última voluntad
Mi voluntad es fácil de decidir:
no dejo nada para repartir.
Mis parientes no necesitan quejarse y gemir.
"El musgo no se aferra a un canto rodante".
¿Mi cuerpo? ¡Ah! Si pudiera elegir
lo reduciría a cenizas,
y dejaría soplar las felices brisas
para que las llevaran a donde germinan las flores.
Quizá entonces las flores que se marchitan
volverían a la vida y brotarían de nuevo.
Éste es mi último y postrer deseo:
Buena suerte a todos,
Joe Hill

Phil Ochs - «Joe Hill» (live in Sweden, July 1968): http://www.youtube.com/watch?v=yUR2PDTptO0






14 ene 2013

Durruti en nuestro tiempo


Por Ángel E. Lejarriaga



Durruti es uno de esos individuos que es querido y admirado por los que le conocieron y le conocen hoy en día, debido a su espíritu indómito y sacrificado, siempre en lucha contra la injusticia social. Aunque murió joven, el 20 de noviembre de 1936, a la edad de 40 años, sus vivencias y aportaciones al movimiento anarquista han sido tan ricas que sobre su praxis se han escrito numerosos libros y artículos que no solo muestran el carisma del personaje sino la dimensión de su labor revolucionaria.

Nació en León en 1896, en el seno de una familia numerosa compuesta por ocho hermanos. Su padre era ferroviario y el sueldo que ganaba a duras penas proporcionaba sustento a su prole. A la edad de catorce años, José Buenaventura Durruti abandonó los estudios y comenzó a trabajar como aprendiz de mecánico con Melchor Martínez, un socialista muy popular en León. Hasta los 16 años Durruti aprendió los rudimentos del oficio y se zambulló en la ideología socialista. De ahí pasó a trabajar en otro taller especializado en el montaje de máquinas lavadoras de mineral. Hacia 1912 se afilió al sindicato UGT aunque no estaba convencido de que a través del socialismo moderado que pregonaba se pudiera lograr la emancipación de la clase obrera.

En ese período de formación profesional participó en un conflicto laboral en Matallana y por primera vez llamó la atención de la policía por su radicalismo. Pero no sería hasta la Huelga general revolucionara de 1917 en la que explotaría su genio combativo con la práctica de sabotajes dirigidos a paralizar el transporte ferroviario. Como consecuencia de estas acciones sería expulsado de la UGT.


En 1920, a la edad de 24 años, se instaló en Barcelona y pasó a formar parte de las filas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Su ideología anarquista había tomado forma; su impulso incontenible, sumado a la situación represiva a la que estaba sometido en ese momento histórico el movimiento obrero, le empujó a la acción armada.

Dos años después formó con García Oliver, Francisco Ascaso y Ricardo Sanz el grupo de acción «Los Solidarios». Este grupo, con la colaboración de otros militantes libertarios, perpetró numerosos atentados y expropiaciones dirigidas a nutrir a la CNT de fondos y a apoyar a los presos de la organización. Una de sus acciones más memorables fue la ejecución del cardenal Juan Soldevilla, uno de los principales financiadores en Aragón de los pistoleros de la patronal, que se dedicaban a asesinar a trabajadores que destacaban en su militancia sindical. Como consecuencia de estas actividades Durruti y otros compañeros tuvieron que escapar a Francia en donde planearon la ejecución del rey Alfonso XIII. Incluso se dice que Errico Malatesta, célebre anarquista italiano, les propuso que viajaran a Italia a eliminar a Mussolini. Evidentemente, ninguno de los dos presumibles objetivos fue logrado. De Francia viajó a Latinoamérica en donde ocupó en numerosas ocasiones la primera plana de los periódicos por sus acciones expropiadoras.

De vuelta a Europa, tras pasar por distintos países del continente, fue apresado por las autoridades francesas junto a Francisco Ascaso y Gregorio Jover. Finalmente fueron liberados gracias a una campaña internacional a su favor.

En el año 1931 regresaron a España y Durruti se unió a la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Desde el primer momento de la proclamación de la II República fue muy crítico con ella; para él solo suponía un cambio de gestores del capital. Aunque auspiciada por una ampulosa declaración de buenas intenciones no dejaba de ser una forma de gobierno burgués que difícilmente iba a hacer justicia con la clase trabajadora, aunque, indudablemente, en algunos aspectos pudiera beneficiarla.

«Ningún gobierno lucha en contra del fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de sus manos, alzan el fascismo para mantener sus privilegios.» (Durruti)

Defendiendo el insurreccionalismo, participó en las sucesivas revueltas de Figols de 1932 y 1933. Del fracaso de las mismas se derivó su deportación a Guinea Ecuatorial y a Canarias conjuntamente con otros compañeros libertarios.

A partir del levantamiento militar del 18 de julio de 1936 Durruti formó parte del comité revolucionario encargado de la defensa de Barcelona. Reducidos los facciosos, Durruti contribuyó a la formación del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, en el que estaban incluidos representantes de diversas fuerzas progresistas y de izquierdas. Este comité, durante un tiempo, tuvo en sus manos la revolución social que se estaba gestando en Cataluña.

«Existen sólo dos caminos, victoria para la clase trabajadora, libertad, o victoria para los fascistas lo cual significa tiranía. Ambos combatientes saben lo que le espera al perdedor. Nosotros estamos listos para dar fin al fascismo de una vez por todas, incluso a pesar del gobierno Republicano.» (Durruti)

Un hecho constatado es que entre los propios anarquistas había dos puntos de vista diferentes a la hora de enfocar la guerra contra el fascismo. Para unos era prioritario ganarla, para otros hacer la revolución simultáneamente. Durruti era partidario de esta última postura y tenía numerosas disputas con los máximos representantes de la CNT. Así las cosas, organizó la Columna Durruti y se marchó al frente de Aragón, con el máximo objetivo de liberar Zaragoza. El paso de la columna por aquellas tierras supuso de manera inmediata la proclamación del comunismo libertario, la colectivización de los campos, la autogestión y la eliminación de la propiedad privada.

«¿Habéis organizado ya vuestra colectividad? No esperéis más. ¡Ocupad las tierras! Organizaos de manera que no haya jefes ni parásitos entre vosotros. Si no realizáis eso, es inútil que continuemos hacia adelante. Tenemos que crear un mundo nuevo, diferente al que estamos destruyendo.» (Durruti)

Las vicisitudes por las que pasó la columna fueron incontables. Se le negó o escamoteó tanto avituallamiento como armas de grueso y pequeño calibre. Había muchas fuerzas interesadas en el fracaso de Durruti: el gobierno republicano, cabezas visibles de la CNT y, por supuesto, los comunistas instigados por Moscú para boicotear todo logro revolucionario que se alejara de su línea táctica.

Unos meses después, en noviembre del mismo año, Durruti y parte de la columna que llevaba su nombre, viajó a Madrid para contener a los fascistas en el frente de la Ciudad Universitaria. El 19 de noviembre de 1936, mientras visitaba las posiciones de dicho frente, una bala, cuyo origen hasta el día de hoy se desconoce, segó su vida.

Albert Boadella en el inicio de la película Buenaventura Durruti. Anarquista, dirigida por Jean-Louis Comolli cita lo siguiente:

«Durruti no poseía nada, absolutamente nada. Tras su muerte su amigo Ricardo Rionda tuvo que encontrarle ropa para poder enterrarle. Solo tenía una vieja maleta en la habitación de su hotel en Madrid. Su amigo abrió la maleta y encontró: unas gafas, una vieja gorra de cuero, una camiseta, unos prismáticos, un par de zapatos agujereados y dos pistolas.»

Ha pasado mucho tiempo desde que un día, siendo niño, mientras hurgaba en un viejo arcón cubierto de polvo y telarañas que había en una cámara en la casa de un familiar, descubrí un página de periódico amarillenta que contenía la imagen de un hombre y un titular: «Durruti ha muerto». La hoja era antigua, de 1936. De esas mismas fechas eran algunos periódicos de izquierdas que también encontré y que en su tiempo bañaron a sus lectores con consignas de esperanza, en un momento dramático en el que el pueblo español resistía con las armas en la mano el empuje del fascismo: «¡No pasarán!».

Unos años después, en mi adolescencia, también por azar, volví a reencontrarme con aquel nombre misterioso y con su imagen impresa en la portada de un libro cuyo autor no recuerdo. Mi curiosidad me llevó a profundizar más allá de las pupilas del hombre rudo que me miraba con una cierta fiereza no exenta de candor. Lo que ocurrió después es difícil de explicar. Devoré las páginas que hablaban de su vida con un ansia enfermiza. Tras el colapso final del último párrafo, descubrí un universo de héroes y villanos que hasta ese instante solo había podido intuir entre los susurros de mis allegados mayores. Los villanos continuaban viviendo pero los héroes habían sido enterrados en un afán de olvido de una lucha épica de hombres y mujeres valientes en pos de una libertad que no llegaron a degustar con plenitud. Entonces no comprendí el porqué de esa desmemoria interesada. Ahora lo sé. La experiencia y el conocimiento acumulado me ha proporcionado la respuesta. Vivimos en un sistema social y económico basado en la explotación de unos seres humanos sobre otros. Aquellas condiciones de vida que padecieron nuestros abuelos vuelven a instaurarse, como si hubiéramos estado dando vueltas alrededor de un círculo en el que siempre se llega al mismo sitio: a la precariedad y a la miseria de los desposeídos. A aquellos que se encuentran en el punto más alto de la pirámide del reparto de poder, no les interesa que se recuerde que una vez en la historia de las revoluciones de los sometidos a la esclavitud del trabajo asalariado, se construyó un mundo sin Estado. Todo un hito en el desarrollo de la Humanidad.

Indudablemente, el superhéroe de mi adolescencia no fue «Spiderman» sino un leonés de origen humilde llamado Buenaventura Durruti. No quiero ensalzar más su figura —a él no le hubiera gustado— pero sí su lucha y las ideas que defendió hasta el momento de su muerte. Unas ideas que a pesar de los silencios cómplices siguen vivas y ahora mismo con más sentido que nunca.

La palabra «anarquismo» infunde pánico a ricos y a plebeyos. A los primeros porque el objetivo libertario es suprimir la acumulación de riqueza y por tanto a aquellos que hacen de dicha acumulación su motivo esencial de existencia.

«Con el capitalismo no se discute, se le destruye.» (Durruti)

A los plebeyos porque les exige autodisciplina, responsabilidad, voluntad de poder, es decir, la autodeterminación de sus vidas. Es más fácil ser esclavo que un individuo libre. La Iglesia también la teme, sabe lo que significa su fuerza moral y su acción. Dios es incompatible con la idea de libertad individual. La religión es un atentado contra la razón. El anarquismo combate todas las miserias materiales e intelectuales que envilecen al ser humano y lo reducen a la condición de siervo, sea de amos o de creencias irracionales.

«La única iglesia que ilumina es la que arde.»
(Durruti)

Conceptos como dios, patria, Estado, reyes o ejército, tienen que ser necesariamente sustituidos por otros edificantes y definitorios de un nuevo orden social: razón, internacionalismo, municipios libres, federalismo, autogestión social, antimilitarismo o coacción moral.

«Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones.»
(Durruti)

Es obvio que el anarquismo y con él los millares de hombres y mujeres como Durruti que han luchado por unas ideas de cambio universal, debe permanecer tapado por mil insidias y descréditos de los que le temen. La derecha política y económica sabe que su esencia es la lucha sin cuartel contra las desigualdades sociales y la injusticia, y mira sus brotes con recelo. Por otro lado, a las izquierdas institucionalizadas, mojigatas y posibilistas tampoco les beneficia su existencia puesto que la utopía ácrata atenta contra el centro neurálgico del poder, el autoritarismo, y por tanto contra ellos mismos por su propia forma de concebir la organización de la vida.

En resumen, Durruti ha sido y es un representante fiel, en sus principios y en su práctica, del ideario anarquista, imbuido desde su juventud por un espíritu de lucha indomable, donde la derrota o el sometimiento no eran una opción.

«La solidaridad entre los seres humanos es el mejor incentivo para despertar la responsabilidad individual.»
(Durruti)

Material de consulta adicional: