Por Ángel E. Lejarriaga
En los últimos años hemos visto cómo se producían cambios en
nuestras sociedades que a su vez transformaban nuestras vidas negativamente. En
realidad no es que las cosas hayan ido a mal sino que nunca han estado bien
pero hemos vivido en un espejismo; a ese espejismo lo denominábamos «sociedad
del bienestar». Analizar esta fantasía, de la que hemos despertado, nos lleva a
revisar literatura crítica de hace
bastante tiempo, escrita en el momento en que la sociedad industrial empezaba a
dar sus primeros pasos, y que vaticinaba con acierto lo que nos ha ocurrido.
Hablar de esta literatura anticipatoria conduce obligatoriamente a D. H.
Thoreau.
Thoreau vive en los primeros sesenta años del sigo XIX, en
los EE. UU., en una época convulsa en la que se está gestando el modo de vida
que va a definir el siglo XX: desarrollismo industrial, guerras, alienación
laboral, consumismo y deshumanización de la sociedad, entre otras
características.
Varios son los temas que le preocupan a Thoreau y sobre los
que va a escribir: la naturaleza, el desarrollo moral del individuo, la
sociedad industrial en ciernes, la ética del trabajo y el problema del Estado
como elemento de opresión. Por supuesto escribió sobre otras cuestiones, entre
ellas contra la esclavitud. También se manifestó abiertamente en contra de la
guerra de EE. UU. con México, para apropiarse de sus tierras. De hecho, como consecuencia
de este posicionamiento se negó a pagar impuestos que contribuían a la
financiación de dicha guerra, y fue encarcelado por ello.
Todos estos temas están unidos por un denominador común: la
defensa de la libertad del individuo integrado en la naturaleza.
Pero vayamos por partes. Thoreau considera que en el regreso
a la esencia de la naturaleza, a la vida natural, el individuo va a poder ser
él mismo; a partir de una vida simple y sobria va a encontrar la vida plena. Piensa
la naturaleza como el entorno excepcional adecuado para que el ser humano se
desarrolle con máximo respeto a la misma. Cree tan firmemente en ello que se
retira a vivir a un bosque situado junto al lago Walden, durante dos años, para
demostrar que sus afirmaciones, aparentemente primitivistas y utópicas, son
posibles. Hay constancia pormenorizada de su experiencia a través de su libro Walden o la vida en los bosques. Este
regreso al principio, a «la vida en los bosques» propia de los primeros
colonizadores, busca otra forma de existencia que define como auténtica y que
se encuentra en franca oposición con la sociedad capitalista, cuya expansión
significa precisamente la destrucción de la naturaleza y la pérdida de la
identidad del ser humano libre y autónomo. Thoureau quiere liberarse «de los
puros artificios y de las innecesarias labores». Reniega del sistema
productivista porque conlleva la explotación del hombre por el hombre,
convirtiendo en víctima a la naturaleza. Se declara en contra de la ética del
trabajo protestante que supone, entre otras cosas, la explotación de uno mismo:
«La vida ciudadana moderna se caracteriza por millones de seres viviendo juntos
en soledad».
Pero llega más lejos en su crítica a la posesión de bienes
materiales, antagonistas de una vida simple y autosuficiente «Abogo por la
libertad respecto a la coerción originada por nuestras propias necesidades por
las servidumbres de nuestra inmediata comodidad material».
Desea una transformación social del mundo basada en la regeneración
moral previa del individuo, «de su yo interior».
Este cambio global de dentro a fuera es imposible sin
abandonar el modelo de desarrollo industrial que aliena a aquellas personas que
están inmersas en la dinámica de la acumulación de capital: «Somos herramientas
de nuestras herramientas» y añade, «No hay nada más opuesto a la poesía, a la
filosofía, a la vida misma, que el incesante trabajo». Para Thoreau el proceso
de industrialización no significa progreso sino todo lo contrario. No libera,
esclaviza. En esa línea argumental, dice que la sociedad moderna construye
instituciones corruptas y crea falsas necesidades materiales, en cuyo logro el
individuo emplea gran parte de su tiempo: «Nada empobrece más que la riqueza.
Somos ricos según el número de cosas de las que podemos prescindir».
Thoreau vislumbra que existe otro obstáculo difícil de
sortear, en el camino de la libertad individual: el Estado. De él afirma que es
un peligro para la «condición privada del hombre», por tanto, añade: «la
oposición y la resistencia al mismo no resultan únicamente lícitas sino que son
justas y necesarias para preservar la libertad humana».
En su libro La desobediencia
civil, trata el problema abiertamente y ofrece la alternativa de la
resistencia continua. «No ha habido ni hay Estados moralmente legítimos. Los
gobiernos, al margen de su mayor o menor bondad, carecen de derecho legítimo
para imponer sus leyes y políticas, y por ello los ciudadanos no tienen
obligación moral de obedecerlos». Argumenta que el individuo está demasiado
acostumbrado a someterse desde la cuna y nos insta a «no delegar nuestra
conciencia ni por un momento en el legislador, a no cultivar el respeto por la
ley sino por la justicia, a no asumir ninguna otra obligación que la de hacer
en cada momento lo que creemos en conciencia que es nuestro deber». Las leyes
son obra de hombres y por tanto imperfectas; generalmente hechas no para el
beneficio de una mayoría sino para el beneficio de una minoría: «La ley nunca
hizo a los hombres un punto más justos y, gracias al respeto que se le tiene,
hasta hombres bien dispuestos se convierten a diario en agentes de la
injusticia».
Su crítica al Estado y a los gobiernos tiene una doble
vertiente. El Estado no solo destruye la libertad individual sino que se
convierte en un instrumento destructivo en sí mismo. «El ejército regular es el
brazo armado del gobierno permanente» y sigue diciendo: «La libertad no
consiste en tener un gobernante justo sino en no tener ninguno».
A partir de estos posicionamientos el camino está claro: «El
mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto, y cuando los hombres estén
preparados para él, este será el que tendrá y no otro». Thoreau nos pone en la
disyuntiva de elegir entre ser un individuo libre o un súbdito. Precisamente es
esa última condición la que lleva a las sociedades a la pasividad y a la
despersonalización. «La mayor parte de la ciudadanía espera con la mejor disposición
a que sean otros quienes remedien la maldad para que ellos no tengan que seguir
lamentándose de su existencia.»
Desde estas posturas, el enfrentamiento frontal con las
estructuras de opresión es inevitable, saludable y continuo: «Romped la ley.
Que vuestra vida sea una contrafricción que detenga la máquina. Lo que hay que
hacer es no prestarse a servir al mismo mal que se condena». Y da un consejo a
todos aquellos que de una manera u otra sirven al estado: «Si en verdad deseas
colaborar en la revolución, renuncia al cargo… Cuando el súbdito niegue su
lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido».
Bibliografía
consultada:
- Thoreau, D. H.: Walden o la vida en los bosques
- Thoreau, D. H.: La desobediencia civil