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19 mar 2012

Thoreau en nuestro tiempo


Por Ángel E. Lejarriaga



En los últimos años hemos visto cómo se producían cambios en nuestras sociedades que a su vez transformaban nuestras vidas negativamente. En realidad no es que las cosas hayan ido a mal sino que nunca han estado bien pero hemos vivido en un espejismo; a ese espejismo lo denominábamos «sociedad del bienestar». Analizar esta fantasía, de la que hemos despertado, nos lleva a revisar literatura crítica de hace bastante tiempo, escrita en el momento en que la sociedad industrial empezaba a dar sus primeros pasos, y que vaticinaba con acierto lo que nos ha ocurrido. Hablar de esta literatura anticipatoria conduce obligatoriamente a D. H. Thoreau.
Thoreau vive en los primeros sesenta años del sigo XIX, en los EE. UU., en una época convulsa en la que se está gestando el modo de vida que va a definir el siglo XX: desarrollismo industrial, guerras, alienación laboral, consumismo y deshumanización de la sociedad, entre otras características.
Varios son los temas que le preocupan a Thoreau y sobre los que va a escribir: la naturaleza, el desarrollo moral del individuo, la sociedad industrial en ciernes, la ética del trabajo y el problema del Estado como elemento de opresión. Por supuesto escribió sobre otras cuestiones, entre ellas contra la esclavitud. También se manifestó abiertamente en contra de la guerra de EE. UU. con México, para apropiarse de sus tierras. De hecho, como consecuencia de este posicionamiento se negó a pagar impuestos que contribuían a la financiación de dicha guerra, y fue encarcelado por ello.
Todos estos temas están unidos por un denominador común: la defensa de la libertad del individuo integrado en la naturaleza.
Pero vayamos por partes. Thoreau considera que en el regreso a la esencia de la naturaleza, a la vida natural, el individuo va a poder ser él mismo; a partir de una vida simple y sobria va a encontrar la vida plena. Piensa la naturaleza como el entorno excepcional adecuado para que el ser humano se desarrolle con máximo respeto a la misma. Cree tan firmemente en ello que se retira a vivir a un bosque situado junto al lago Walden, durante dos años, para demostrar que sus afirmaciones, aparentemente primitivistas y utópicas, son posibles. Hay constancia pormenorizada de su experiencia a través de su libro Walden o la vida en los bosques. Este regreso al principio, a «la vida en los bosques» propia de los primeros colonizadores, busca otra forma de existencia que define como auténtica y que se encuentra en franca oposición con la sociedad capitalista, cuya expansión significa precisamente la destrucción de la naturaleza y la pérdida de la identidad del ser humano libre y autónomo. Thoureau quiere liberarse «de los puros artificios y de las innecesarias labores». Reniega del sistema productivista porque conlleva la explotación del hombre por el hombre, convirtiendo en víctima a la naturaleza. Se declara en contra de la ética del trabajo protestante que supone, entre otras cosas, la explotación de uno mismo: «La vida ciudadana moderna se caracteriza por millones de seres viviendo juntos en soledad».
Pero llega más lejos en su crítica a la posesión de bienes materiales, antagonistas de una vida simple y autosuficiente «Abogo por la libertad respecto a la coerción originada por nuestras propias necesidades por las servidumbres de nuestra inmediata comodidad material».
Desea una transformación social del mundo basada en la regeneración moral previa del individuo, «de su yo interior».
Este cambio global de dentro a fuera es imposible sin abandonar el modelo de desarrollo industrial que aliena a aquellas personas que están inmersas en la dinámica de la acumulación de capital: «Somos herramientas de nuestras herramientas» y añade, «No hay nada más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que el incesante trabajo». Para Thoreau el proceso de industrialización no significa progreso sino todo lo contrario. No libera, esclaviza. En esa línea argumental, dice que la sociedad moderna construye instituciones corruptas y crea falsas necesidades materiales, en cuyo logro el individuo emplea gran parte de su tiempo: «Nada empobrece más que la riqueza. Somos ricos según el número de cosas de las que podemos prescindir».
Thoreau vislumbra que existe otro obstáculo difícil de sortear, en el camino de la libertad individual: el Estado. De él afirma que es un peligro para la «condición privada del hombre», por tanto, añade: «la oposición y la resistencia al mismo no resultan únicamente lícitas sino que son justas y necesarias para preservar la libertad humana».
En su libro La desobediencia civil, trata el problema abiertamente y ofrece la alternativa de la resistencia continua. «No ha habido ni hay Estados moralmente legítimos. Los gobiernos, al margen de su mayor o menor bondad, carecen de derecho legítimo para imponer sus leyes y políticas, y por ello los ciudadanos no tienen obligación moral de obedecerlos». Argumenta que el individuo está demasiado acostumbrado a someterse desde la cuna y nos insta a «no delegar nuestra conciencia ni por un momento en el legislador, a no cultivar el respeto por la ley sino por la justicia, a no asumir ninguna otra obligación que la de hacer en cada momento lo que creemos en conciencia que es nuestro deber». Las leyes son obra de hombres y por tanto imperfectas; generalmente hechas no para el beneficio de una mayoría sino para el beneficio de una minoría: «La ley nunca hizo a los hombres un punto más justos y, gracias al respeto que se le tiene, hasta hombres bien dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia».
Su crítica al Estado y a los gobiernos tiene una doble vertiente. El Estado no solo destruye la libertad individual sino que se convierte en un instrumento destructivo en sí mismo. «El ejército regular es el brazo armado del gobierno permanente» y sigue diciendo: «La libertad no consiste en tener un gobernante justo sino en no tener ninguno».
A partir de estos posicionamientos el camino está claro: «El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto, y cuando los hombres estén preparados para él, este será el que tendrá y no otro». Thoreau nos pone en la disyuntiva de elegir entre ser un individuo libre o un súbdito. Precisamente es esa última condición la que lleva a las sociedades a la pasividad y a la despersonalización. «La mayor parte de la ciudadanía espera con la mejor disposición a que sean otros quienes remedien la maldad para que ellos no tengan que seguir lamentándose de su existencia.»
Desde estas posturas, el enfrentamiento frontal con las estructuras de opresión es inevitable, saludable y continuo: «Romped la ley. Que vuestra vida sea una contrafricción que detenga la máquina. Lo que hay que hacer es no prestarse a servir al mismo mal que se condena». Y da un consejo a todos aquellos que de una manera u otra sirven al estado: «Si en verdad deseas colaborar en la revolución, renuncia al cargo… Cuando el súbdito niegue su lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido».

Bibliografía consultada:
  • Thoreau, D. H.: Walden o la vida en los bosques
  • Thoreau, D. H.: La desobediencia civil


22 dic 2010

Theodore Kaczynski, «Unabomber»

Por Ángel E. Lejarriaga


A lo largo de la Historia han surgido individuos que han emprendido cruzadas individuales contra el orden social, empleando diversas estrategias. Detrás de su impulso, en la mayoría de las ocasiones incomprendido, ha existido un cuestionamiento teórico de un modelo de vida que consideraban opresivo y alienante. Tehodore John Kaczynski —más conocido como «Unabomber»— ha sido uno de esos singulares individuos.
Kaczynski nació en Chicago, Illinois, en 1942. En sus primeros años de escolarización, tras una evaluación psicológica, se descubrió que poseía un cociente de inteligencia de 167. Tal vez a partir de ahí, como él mismo manifestó más adelante, su vida cambió radicalmente. Los profesores decidieron aplicarle un reajuste curricular, es decir, le adelantaron de curso. Ese presumible avance no supuso para él más que una desgracia, no solo no se adaptó a la nueva situación sino que sufrió maltrato escolar por parte de los compañeros. Si ya era retraído de por sí, esa experiencia le hizo encerrarse en sí mismo. Su madre llegó a sospechar que su hijo padecía el síndrome de Asperguer (un trastorno encuadrado dentro del espectro autista).
Aún así, el fenómeno intelectual que era Jaczynski no disminuyó en absoluto. A los 16 años entró en la Universidad de Harvard. Enseguida destacó en matemáticas; siempre había sido la asignatura más fácil para él.
Según consta en la documentación existente, durante ese periodo él y otros alumnos de Harvard fueron sometidos por la CIA a experimentos encubiertos sobre la influencia del estrés en el desarrollo de la personalidad. Es difícil imaginar las consecuencias que este hecho tuvo sobre su trayectoria posterior.
Superados sus estudios universitarios Kaczynski se matriculó en la Universidad de Michigan para doctorarse en matemáticas. Por su tesis Bounday Functions, recibió un premio al mejor trabajo académico del año.
Durante dos cursos impartió clases en Berkeley. Es en ese momento donde se produce una transformación interior que probablemente se había ido labrando desde hacía tiempo. Kaczynski lo dejó todo y se marchó a Montana en cuyos bosques se construyó una cabaña en la que vivió como un ermitaño durante casi treinta años, hasta el momento de su detención.
A lo largo de ese período apenas tuvo contacto con el mundo exterior, careció de electricidad y de agua corriente y salvo algunas aportaciones económicas de su familia prescindió del dinero.
A simple vista da la impresión de que su enfoque vital estuvo inspirado en Walden, de D. H. Thoreau (1817-1862), en el que el autor renegaba del desarrollo industrial en ciernes, haciendo una llamada a los ciudadanos para volver a los bosques a llevar una vida elemental, bajo la ética del respeto a la Naturaleza. Hoy en día a Thoreau se le considera un adelantado de la ecología y también el conceptualizador de la desobediencia civil.
Sea como fuere Kaczynski se oponía de manera absoluta a la sociedad tecnológica. Pregonaba el regreso a la «vida salvaje» y la «destrucción de la sociedad industrial moderna». Quería sustituir el orden alienante del mundo capitalista por otro fundamentado en la libre asociación de individuos en pequeños grupos sociales.
La estrategia utilizada para lograr esta meta fue bastante drástica. Durante 18 años se dedicó a mandar por correo bombas de pequeña potencia. Sus objetivos fueron diversos, desde el presidente de United Airlines, la Universidad de Berkeley, las oficinas de Boeing en Washington o la Universidad de Michigan, hasta una tienda de ordenadores, empresas de publicidad o la Asociación Forestal de California.
El balance de su actividad fue de tres muertos y más de veinte heridos y mutilados. Se dice que el FBI gastó 50 millones de dólares en la investigación.
En 1995 Unabomber mandó un manifiesto al Washington Post y al New York Times, ofreciendo dejar de mandar bombas a cambio de su publicación. El manuscrito se titulaba La sociedad industrial y su futuro. En dicho manifiesto mostraba sus ideas, condenaba la sociedad tecnológica, examinaba los conflictos que produce y denunciaba la opresión del individuo por dicho modelo.
Su militancia individualista finalizó tras la denuncia al FBI por parte de su hermano, a cambio de un millón de dólares de recompensa. En el año 1998 Kaczynski fue condenado a cadena perpetua. A. E. L.

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