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8 sept 2025

Un médico rural. Isaac Puente

UN MÉDICO RURAL (2021)
Isaac Puente
Pepitas de calabaza (Logroño)
Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo (Madrid)



Por Ángel E. Lejarriaga


Este libro sitúa históricamente la figura y el tiempo convulso en que vivió el médico anarquista alavés Isaac Puente Amestoy (1896-1936), que ejerció su profesión ―médico rural― desde 1919 hasta la fecha de su asesinato por los militares rebeldes, el 1 de septiembre de 1936.

A partir de 1930 sus inquietudes políticas se transformaron en hechos, fue elegido diputado provincial de Álava por ser representante del Colegio de Médicos de esta provincia. Desde ese momento, fue detenido y encarcelado en tres ocasiones: en Maeztu el 16 de abril de 1932 durante un mes, en Zaragoza el 16 de diciembre de 1933 durante cinco meses y de nuevo en Maeztu el 28 de julio de 1936, siendo fusilado poco después. Se le conoce especialmente en el ámbito libertario por su definición del comunismo libertario realizada en el Congreso de Zaragoza de CNT celebrado en mayo de 1936, antes del golpe de estado. Fue miembro de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Su labor estudiosa y divulgativa superó el ámbito político; se dedicó por encima de todo a la investigación médica.

Se han elaborado varias antologías de sus escritos. La primera la publicó Tierra y Libertad en 1938: Propaganda, con una introducción de Federica Montseny. La segunda fue Isaac Puente, médico rural, divulgador científico y revolucionario (1996), de Miguel Iñiguez y Juan Gómez. A continuación llegaría la recopilación de artículos realizada por Francisco Fernández de Mendiola: Isaac Puente. El médico anarquista (2007). Así hasta el volumen actual de 2021.

Los conocimientos médicos de Isaac Puente así como lo avanzado de su pensamiento político es algo digno de destacar, sobre todo teniendo presente que fue fusilado con cuarenta años de edad. Daba por hecho que el triunfo de la revolución haría que el país se desarrollara económicamente y que la atrasada sociedad española daría un salto cualitativo en todos los ámbitos de la vida, incluyendo, por supuesto, el sanitario.

En sus posicionamientos profesionales desenmascara el endiosamiento de la medicina, que según él se había convertido en una nueva religión «una creencia fanática que ha conquistado al pueblo y al Estado. Con los médicos pasa como con los sacerdotes. Que la profesión los vuelve escépticos a fuerza de desengaños. Se termina por no creer en nada». Propugnaba una ciencia más precisa, que previamente debía ser revisada, y sobre todo redefinir «lo que es la salud, de lo que es la Naturaleza, de lo que es la enfermedad, el dolor y el remedio».

Esta antología se compone tanto de ensayos médicos como políticos, ordenados cronológicamente por orden de publicación. Los autores de esta selección de artículos han querido dejar constancia de las posiciones de Isaac Puente con respecto a la II República, posición semejante a la mantenida por Errico Malatesta que consideraba que aceptar el régimen republicano era aceptar el Estado.

Como se ha dicho al principio de este texto, Isaac Puente sufrió la represión republicana en 1932 y luego en 1933, cuando la CNT-FAI inició una insurrección por todo el país, momento en el que fue encarcelado y liberado en mayo de 1934; lo que le sucedió dos años más tarde ya es conocido.

Las posturas sociales de Isaac Puente eran elementales dentro del ideario anarquista, defendía la justicia social como parte esencial de la vida humana lo que suponía un enfrentamiento abierto con el capitalismo «que niega este derecho a unos cuantos millones de hombres [y mujeres]». Y apuntaba: «El Estado es la más nefasta de las instituciones sociales y el sostén de todas las injusticias; la política, la más repugnante de las farsas. La autoridad, un veneno que destruye los sentimientos humanos. El poder, un tesoro que todos quieren poseer y que encadena y devora a los que llegan a poseerlo, semejante a la luz potente que en la noche atrae a los insectos para quemarles las alas».


Federica Montseny en el prólogo de la edición de 1938 hace un sentido homenaje póstumo al «modesto médico», al que define como: «[…] sencillo, carente de ambiciones […] Habría podido dedicarse a la política pero prefirió curar a campesinos que no podían pagarle, organizar sindicatos y dinamizar anónimamente la actividad revolucionaria y sindical de varias provincias». También dice de él que «no era hombre de palabras. Tenía el semblante hermético, la expresión reconcentrada, la boca melancólica y sombría […]». Escribió para varias publicaciones entre ellas la Revista Blanca, y siempre firmaba sus artículos como «Un médico rural». Su capacidad intelectual era inmensa, lo mismo «escribió el primer esbozo de programa del comunismo libertario» que varios estudios sobre la tuberculosis.

Los artículos recogidos en este libro representan las dos pasiones de su vida: La salud y la revolución. Sobre la salud se exponen 25 textos editados entre 1923 y 1933. De anarquismo se han recopilado 28 artículos aparecidos ente 1930 y 1933. Sobre salud publicó en: Generación Consciente, Estudios, Mañana, La Medicina Íbera, Tierra y Libertad y CNT. Sobre anarquismo publicó en las revistas: La Protesta, CNT, Solidaridad Obrera, Tierra y Libertad, Tiempos Nuevos y El trabajo.

Son muchos los temas de salud que toca Puente a lo largo de esta antología, uno de ellos es la «obesidad» a la que considera patológica; una enfermedad fruto de una mala alimentación y del sedentarismo. A la gente joven le dedica en 1928 un artículo apasionado: A la juventud, en el que realiza un canto entusiasta a aprovechar el impulso de la primera edad del hombre y la mujer, y mediante la educación racionalista, convertirles en individuos activos y libres. En lo que se refiere al mundo científico tiene mucho que decir, califica a la «ciencia» como mercenaria, alejada de los problemas sociales, entre otras cosas porque está supeditada al dinero.

En el reinado de la utopía (1926), se explaya en las posibilidades de evolución del ser humano si supera las desigualdades sociales: «Muchos son los cerebros que aún yacen en las sombras de la incultura, muchas las personalidades que abortan sin llegarse a realizar». Afirma que es necesario desprenderse del espíritu de sumisión «y sembrar el ansia de emancipación que nos acerca al mañana».
«[…]la perfección humana no llegará a madurar ni por la virtud del tiempo en sí, ni por los gestos revolucionarios violentos, sino por el esfuerzo del individuo por modelarse y superarse[…]».
Le eugenesia le interesa mucho y escribe de ella en Generación Consciente. Desea que se divulguen las leyes de la herencia a fin de evitar nacimientos «monstruosos». Recomienda la higiene profiláctica, cuidar los embarazos y realizar una buena crianza del niño de pecho.

Con respecto a la educación escribe que debe «tender a lograr el máximo desarrollo de la individualidad».
«[…] Para que una idea entre a formar parte de la psicología del niño y trascienda en sus actos, es menester que el niño [y la niña] la practique, que se acostumbre a ponerla en obra […] La repetida ejecución de un acto termina por constituir una tendencia».
«La medicina social» es uno de sus horizontes críticos. Dice que hay que aproximarse a las causas de la enfermedad, extender la higiene, la profilaxis, dejar de consumir carne, de beber alcohol y fumar; suprimir la explotación del hombre por el hombre, y la miseria. Según él, el médico tiene la responsabilidad de educar para la salud. En mayo de 1930 escribe un artículo fundamental en Mañana, de Barcelona, que titula «Medicina Social», en él expresa que «los conocimientos médicos […] son un patrimonio humano». No son propiedad exclusiva de nadie. «Es un objetivo prioritario y revolucionario asegurar la asistencia médica al conjunto de la sociedad». El médico necesita un sentimiento de responsabilidad de lo que hace. Hipotetiza que «todo lo que la medicina consigue ―o se atribuye― a veces lo hace la Naturaleza»; las fuerzas curativas naturales no han sido superadas. Puntualiza que la alimentación, el ejercicio y el género de vida tienen una doble atribución «al poder influir sobre los elementos que dan vida a los microbios y sobre las defensas que tiene nuestro cuerpo para combatirlos». Escribe también sobre la comercialización de la medicina: «La inmoralidad en el ejercicio profesional no despierta ya solamente las protestas ajenas, sino que provoca nauseas en los propios profesionales».

Nos advierte sobre el «miedo a los microbios», a los que considera imprescindibles en la Naturaleza. El ciclo transformador de la vida necesita de ellos, pues acentúan la descomposición de la materia orgánica y facilitan la existencia de otros seres. «[…] Los microbios sólo nos perjudican cuando nuestro organismo se halla en condiciones propicias para recibirlos. […] la guerra la hemos de dedicar al parasitismo social que obliga a un sector de la sociedad a pasar hambre, privaciones y a vivir en condiciones insalubres». Concluye que la medicina necesita una revolución para dejar de servir al capitalismo y ser la «salvaguarda de la salud y la defensa de la humanidad».

Con respecto a la tuberculosis hace una gran crítica al enfoque terapéutico con que se la trata. Señala que se construyen grandes hospitales para recluir a los enfermos pero no se atiende a la raíz del problema: «[…] el taller cargado de polvo, de humo o de gases tóxicos […] seguirá el obrero respirando todos los días y año tras año, preparando sus pulmones para la vegetación del microbio». Y agrega que para luchar contra la tuberculosis habría que atacar el régimen social que favorece la propagación a la que denomina como la «peste blanca».

En 1933 publicó en Estudios un artículo sobre Hildegart Rodríguez Carballeira, poniéndola como ejemplo de la infancia y juventud sacrificada al capricho, en su caso maternal, esclavizada por el derecho de propiedad sobre los hijos e hijas.

En cuanto a la sífilis, un importante mal de su época, decía en 1935 que los tratamientos que se aplicaban a los enfermos les empeoraban. Además, no era partidario de las vacunas sino de llevar una vida higiénica basada en el naturismo como remedio. Decía que la limpieza y una alimentación suficiente podían bastar en la mayoría de los casos.

La segunda parte del libro se centra en temas relacionados con el anarquismo. Empieza hablando del poder del naturismo: «Nada hay más eficaz que las fuerzas de la Naturaleza […] Nuestra actuación debe limitarse a suprimir todo lo artificioso en la alimentación, en el género de vida y en el ambiente». Afirma que el hombre y la mujer son sociables por naturaleza y vivirían en paz si la sociedad se sustentara en la razón y en el modo «natural del hombre» [y la mujer].

Al hablar sobre las elecciones lo hace de un modo sarcástico, como si se tratara de una lotería a la que denomina como el «mito electoral», una especie de «sugestión colectiva». Propone la abstención «porque un individuo restado al juego político es un individuo ganado para la acción revolucionaria». Y sigue diciendo: «No nos interesa cambiar de gobierno […] El que triunfe, sea derecha o izquierda, será nuestro enemigo». Sobre la revolución libertaria dice que hay que conseguir interesar a amplias capas de la población. Sostiene que el municipio es «la célula política, administrativa y económica de la nación». Hace énfasis en la idea de que se aprende a amar la libertad siendo libre.


Isaac Puente defiende en sus textos el trabajo en común porque entre otras cosas mejora el rendimiento productivo, lo que redunda en asegurar la satisfacción de las necesidades materiales de la sociedad; pero esto ha de hacerse desde el comunismo libertario, por lo tanto es necesario «despertar la rebeldía de todos los espíritus libres». «Nuestro odio no va dirigido contra los burgueses sino contra las instituciones. Reducidos a hombres llanos como los demás, podemos brindarles nuestra fraternidad». Critica duramente a la II República a la que acusa de aprobar leyes de excepción dirigidas contra el anarcosindicalismo. Desde el primer momento se armó legislativamente contra las aspiraciones revolucionarias de las masas obreras y campesinas: Ley de Defensa de la República (1931), ley de Orden Público (1933), Ley de Vagos y Maleantes (1933). Defiende el hecho revolucionario, lo califica de deber «precipitarlo, desencadenarlo, dramatizando la vida social y llevando al terreno de la insurgencia las luchas emancipadoras».

Para Isaac Puente, como para cualquier anarquista, el Estado es la peor de las instituciones sociales y el «sostén de todas las injusticias, un veneno que destruye los sentimientos humanos». Reflexiona sobre la situación del mundo y concluye que «toda la inteligencia humana parece haberse aplicado a hacer al hombre insolidario, enemigo y lobo del hombre». El hombre ha producido una desigualdad profunda. La solución de este estado de las cosas pasa por destruir el Estado mediante la violencia revolucionaria. A partir de su eliminación, todos los pilares que sustentan la sociedad oprimida serán revisados: la familia, la religión, la enseñanza, el naturismo en contraposición a la medicina oficial. Acabar con el Estado supone necesariamente acabar con la «política» como profesión burguesa «que atribuye a unos hombres condiciones de mando y a todos los demás obliga a la sumisión y a la obediencia».
«Para nosotros [hombres y mujeres anarquistas] todos los políticos son iguales: en demagogia electoral, en arribismo […], para criticar desde la oposición o cínicamente para justificarse cuando alcanzan el poder».
Puente considera que el mal «no está en los hombres sino en la autoridad». Nosotras decimos hoy que «la lucha está en la calle y no en el parlamente», y él decía en 1933: «Ha de ser en la calle, y mediante la revolución social, como nos opondremos al fascismo de derechas y al fascismo de izquierdas, ambos prisioneros del capitalismo». Él lo tenía muy claro, consideraba dos años después de ser proclamada la II República que ésta se encontraba ya en la pendiente del fascismo.


«[…] no se considera bastante armada [la República] con la Guardia Civil, la Policía, los de Seguridad y los de Asalto a quienes ha dotado espléndidamente de medios y armamentos. Los derechos individuales escritos con lápiz en la Constitución van a ser suprimidos con lo que se prepara para sustituir la ley de Defensa de la República: La Ley de Orden Público, la de vagos y la supresión del jurado. Todo se dispone para una guerra contra el ciudadano rebelde». Concluye diciendo que «al individuo consciente no le queda otro camino que el revolucionario. No tiene que esperar nada del Estado», el choque con él es inevitable.

En este contexto reflexivo, admite la variedad de visiones que pueden existir, y de hecho existen, en la sociedad: «No es posible que todos los componentes de la sociedad coincidan en una misma ideología. […] No es preciso que el comunismo libertario, para ser hacedero, se concrete en un programa único, porque es menester dejar a cada localidad en libertad de implantar aquella modalidad más conforme con sus características».

Insiste en que el hecho revolucionario se produce en la medida en que lo viejo decae: «[…] la sustitución de la economía capitalista por la comunista libertaria es un fenómeno de la evolución histórica». Ahora bien, la anarquía no puede significar uniformidad: «La mejor organización social es aquella que mejor favorece la libre manifestación de las individualidades». El individuo es libre de actuar como desee siempre y cuando no atente contra los demás.
«Lo mismo que la célula, la libertad individual debe crecer en sentido concéntrico, limitándose allí donde tropieza con la libertad de otro, y extendiéndose sin limitación donde no choca con el interés ajeno. […] Pretender que todos sean buenos, bellos, bondadosos, capacitados, sabios y perfectos no es una utopía sino una vana ilusión de novela».
Puente cree que «el hombre [y la mujer] es bueno por naturaleza pero desde el nacimiento la sociedad encierra esa bondad natural, que sólo una sociedad libre, sin propiedad, sin dinero y sin autoridad coercitiva puede liberar».


Sobre la ciencia opina que se la quiere convertir en una nueva deidad. Los humanos somos muy aficionados a someternos a un poder superior; y dice: «El ingenio, la sabiduría, el talento, la inventiva no son admirables por sí mismos, sino por el uso y aplicación que se les dé. Sirven para explotar la ignorancia y para combatirla […] Es el dinero el que lo corrompe y prostituye todo». Y afirma contundente: «[…] es mil veces preferible el sentido propio de un ignorante que la sabiduría puesta al servicio de la opresión». Esto, naturalmente, no quiere decir que Isaac Puente renegara del saber. En un magnífico artículo de 1935 publicado en Tiempos Nuevos titulado «La voluntad humana como factor de evolución social», señala que la evolución es considerada «como un equilibrio, siempre variable, entre factores que tienden a fijar las formas, como la herencia, y factores que tienden a modificarlas, como las variaciones del medio». Remarca que en las sociedades existe «la voluntad de impulsar la evolución social hacia una meta clara de perfección, hacia una sociedad rica y próspera, no porque lo sea una parte con mengua de las demás, sino porque de la prosperidad y de la riqueza se benefician todos [todas]». Termina diciendo que «si la conciencia del hombre evoluciona también […] ella es la mejor garantía de que el progreso social conducirá a la generalización del bienestar».

No se olvida Isaac Puente de destacar «La pobreza proverbial de España» (1935): «España es un país de los más pobres de Europa», artículo en el que destaca que se cultiva poca tierra y con rendimiento escaso. Además, el capital extranjero invierte en el país porque encuentra una mano de obra barata y un «trabajo esclavizado». Por el contrario, detrás de este mal, tenemos una «burguesía dilapidadora y rumbosa». Todo esto podría cambiar, añade, si se aplicara el progreso científico, cultural y técnico al desarrollo de la producción. Pero reconoce que esto no es posible dentro del orden social vigente. «España […] no podrá salir de su miseria y de su atraso dentro de la sociedad capitalista, ni aún en los brazos prometedores y estranguladores del fascismo», sólo la revolución social podrá redimir a España de su miseria.

En las mismas fechas del artículo anterior, escribe otro sobre el «Atraso moral de las sociedades modernas», en el que argumenta que los países industrializados muestran una gran superioridad técnica pero no han evolucionado tanto en sentido moral, muy por el contrario, manifiestan un gran desprecio por el derecho a la vida; unos pocos se enriquecen a costa de que el resto de la sociedad sufra privación. «La civilización es […] una educación domesticadora, análoga a la que permite convivir al zorro con las gallinas, o al gato con el ratón, sin devorarse». Y concluía que no podía existir progreso social sin perfeccionamiento moral de la convivencia humana: «No desees para otro lo que no quieras para ti».

En 1936 definía la miseria no sólo como necesidades vitales insatisfechas: «[…] lo que la caracteriza especialmente es la abyección moral». A partir de este aserto, argumenta que el «proletariado militante» avanza gracias a su voluntad transformadora, a sus aspiraciones a una vida mejor y «a una tónica moral. […] Gracias a esa voluntad y a ese valor moral, no se hunde en el abismo envilecido de la miseria».

Para terminar de comentar este magnífico libro, hay que decir que los autores han seleccionado varios artículos que nos sitúan ante la evidencia práctica del comunismo libertario. En el primero de ellos «Las dos interpretaciones fundamentales del socialismo», Isaac Puente parte de la idea de que ambas —marxismo y anarquismo— aspiran a mejorar la sociedad, aunque su enfoque de la solución toma senderos disimiles. Si bien el proletariado es su motor fundamental, el socialismo autoritario lo va a utilizar como artífice del «incendio revolucionario», luego le va a restar capacidad transformadora porque debe dársela a una vanguardia erudita que le conducirá hacia el socialismo. Esto no sucede así en la perspectiva anarquista porque la prioridad en ella es la libertad, y exige un enfoque de la revolución horizontal construido de abajo a arriba.
«La fe que el autoritario pone en el Gobierno y la providencia de unos hombres elegidos, la pone el libertario en cada uno y en todos los individuos, que no sólo no son mejores gobernados, sino que sólo pueden ser buenos en posesión de sus derechos a vivir y ser libres».
La aspiración de los anarquistas la explica en los dos últimos textos que cierran esta recopilación: «Concretando nuestras aspiraciones» y «Ensayo programático del comunismo libertario»: «Aspiramos a la libertad, a la independencia económica y a la soberanía individual». A la abolición de la propiedad privada, a la abolición de la autoridad. Puente considera que la soberanía radica en la asamblea; propone la obligatoriedad del trabajo para todas las personas útiles, la abolición del salario, la distribución de los productos organizada por la colectividad en cualquiera de sus formas de organización, intercambio entre las colectividades, organización nacional federalista, cultivo en común de la tierra. Estas serían «las bases mínimas del comunismo libertario, que ha de ser edificado con el aporte de todos, cada cual desde su plano de actividad […]».

Un médico rural. Isaac Puente, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo en 2021. Lo podéis encontrar en la librería de la FAL. Conseguir el libro


21 abr 2025

Recuerdos de un libertario andaluz



RECUERDOS DE UN LIBERTARIO ANDALUZ
Manuel Temblador

Edición de Antonio Ortega Castillo y Alfonso Oñate Méndez
Fundación Anselmo Lorenzo (FAL), 2019 (MADRID)

Ángel E. Lejarriaga

Nos encontramos ante un libro memorialístico que entronca con el enfoque sociológico que defiende Raúl Ruano Bullido en su libro Sociología y anarquismo, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo en 2009, según el cual la sociología y la historia hay que entenderlas no sólo por sus datos estrictos, sino que hay que construirlas «desde abajo», dando a conocer los puntos de vista de sus protagonistas más activos. Así, la historia del anarquismo y del anarcosindicalismo es la historia de las mujeres y hombres que los difundieron en su tiempo, los organizaron y lucharon con el más absoluto de los sacrificios, por la justicia social y la solidaridad universal, transmitiendo su ideario, además, a las generaciones futuras. El libro de Manuel Temblador está enmarcado en esta tesis.

La edición de este libro ha corrido a cargo de dos estudiosos comprometidos con la memoria histórica de su tierra: Antonio Ortega Castillo y Alfonso Oñate Méndez. En el prólogo destacan varios aspectos que magnifican la relevancia del libro de Temblador. En primer lugar, el texto saca a la luz la «memoria silenciada» de todo un pueblo, su resistencia y el trato sangriento a que fue sometido; algo que la tan aclamada Transición intentó tapar, y que ha provocado en el país una «amnesia interesada». Temblador nos habla de su querido pueblo Arcos de la Frontera, situado en la provincia de Cádiz. En segundo lugar, el autor también es «memoria del anarcosindicalismo», nos describe sus inicios en la región, sus logros y la feroz represión a que fue sometido, no sólo en Cádiz sino en toda la Península Ibérica. Arcos de la Frontera padeció cerca de un centenar de fusilados, una tercera parte libertarios. El libro ofrece una lista de las víctimas que el autor identificó. En tercer lugar, aparte de la experiencia personal de Temblador, esta edición quiere «reivindicar sobre todo lo que él y tantos ciudadanos de Arcos representaron, la historia de la “Fraternidad Obrera”, ejemplo de dignidad y motor de las luchas jornaleras en el municipio hasta el verano de 1936».

La historia de Manuel Temblador es una historia moral, quizá la mejor forma de propagar la «Idea» en un momento en el que el campo andaluz hervía de ansias de cambio, que consiguió con la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y que con el advenimiento de la II República en 1931 eclosionó, asumiendo las ideas libertarias como una alternativa firme para lograr dicho cambio. También es una historia de la CNT pues él formó parte de ella la durante casi toda su vida.

Su vida es la común entre la clase trabajadora de su época y de todos los tiempos. Nació en 1911 en Arcos de la Frontera, en una familia humilde que apenas podía alimentar a sus seis hijos —él era el segundo—; por supuesto, no fueron escolarizados. A los 14 años ya estaba trabajando en el campo. Sus primeras letras se las enseñó un compañero durante las horas de descanso de las labores agrícolas. Muy joven formó parte de una sociedad de resistencia llamada «Fraternidad Obrera» de la que fue nombrado secretario. En 1931 dicha sociedad se unió a la CNT. Andalucía estaba impregnada de las ideas de Fermín Salvochea y de otros libertarios de la zona. La llegada de la II República, cargada de promesas, les insufló cierta ilusión de que sus vidas mejorarían, mas dicha ilusión desapareció enseguida, la reforma agraria nunca llegó, los terratenientes paralizaron la producción en sus propiedades y los jornaleros quedaron en paro, sin un subsidio que pudiera paliar su hambre. En 1933 el campo andaluz explotó; en Cádiz se produjeron los sucesos de Casas Viejas que supusieron los asesinatos de 22 personas de la clase trabajadora. Los prolegómenos de la guerra civil estuvieron caracterizados por el hambre y una gran agitación social. En vísperas del alzamiento fascista, en mayo de 1936, los obreros de Arcos de la Frontera afiliados a la CNT declararon la huelga; hubo muchos detenidos, entre ellos Manuel Temblador.

Finalizada la huelga a comienzos de julio de 1936, los pueblos afectados por la misma padecieron hambre, la cosecha estaba sin recoger; se iniciaron los trabajos pero no hubo empleo para todos. Algunos jornaleros intentaron tomar las tierras y trabajarlas pero la represión no se hizo esperar, la única salida que se vio posible fue la colectivización libertaria del campo, pero ésta no lo iba a impulsar el gobierno republicano. Cuando se produjo el levantamiento rebelde Temblador tenía 25 años, estaba enfermo y no tenía fuerzas ni para escapar; así que permaneció escondido durante un mes mientras en su pueblo los falangistas provocaban un baño de sangre. Durante un tiempo tuvo confianza en que el gobierno controlara la situación pero pronto se desengañó. Gracias a dos compañeros, Antonio Valle Rodríguez y Antonio Gutiérrez Gómez, que habían escapado a Ronda y decidieron volver a Arcos a por sus familiares, consiguió huir.
 

Pero su huida no fue fácil, su estado de salud era deplorable; además tuvieron que recorrer a pie casi sin comida ni agua, unos 90 kilómetros. A lo que se sumaba la amenaza constante que pesaba sobre el grupo de ser descubierto por los fascistas que campaban a su antojo por la provincia. La debilidad y el cansancio no arredraron a los huidos. Cuenta Temblador: «No parecía sino que el verme libre y los aires puros de las montañas, me habían mejorado considerablemente». Mientras tanto, la progresión del ejército rebelde parecía imparable, ocupaba las principales ciudades de la provincia de Cádiz y Sevilla, desencadenando un baño de sangre por donde pasaba. Al llegar a Jimena el Comité Local de CNT les acogió calurosamente. Tres días después cogían el tren para Ronda.

Llegados a Ronda, fueron recibidos «admirablemente». Allí se encontraron con gentes de todo tipo que habían escapado del genocidio enemigo, tras intentar defender su tierra con las pocas armas que tenían a mano. En Arcos de la Frontera fueron asesinadas cerca de un centenar de personas según cifras del autor. «Aquellos hombres carecían de instrucción militar alguna, y apenas sabían cómo utilizar las armas de las que se habían apoderado». Se habían organizado en milicias, centurias y columnas «bajo el mando de combatientes más expertos». De inmediato, Temblador tuvo que ser ingresado en un hospital. Una semana después las tropas enemigas se aproximaban. En ese momento la población empezó a desplazarse hacia territorios más seguros. Él también huyó, pasó por diversas localidades, y acabo primero en el Hospital de Marbella y después en el Hospital Provincial de Málaga donde permaneció un mes para ser tratado de una «afección pulmonar aguda con principio de pleuresía».


«En la capital malagueña se organizaron refugios para ancianos, mujeres y niños, donde les daban comida y cama». Los jóvenes combatían en el frente de Estepona o Antequera para intentar detener el avance enemigo; pero sin armas era difícil luchar. El 8 de febrero de 1937 los fascistas ocuparon Málaga. Se ha escrito que Largo Caballero —presidente del Consejo de Ministros de la II República— negó mandar armas a los malagueños por su condición revolucionaria. Temblador ni lo afirma ni lo niega, comenta que en aquellos momentos la situación era muy confusa en todo el país.

En ese contexto se inició «la desbandá», miles de personas se pusieron en marcha por la única salida posible que tenían, la carretera de Málaga a Almería. El autor la recorrió y fue testigo de la matanza que en ella se produjo. En este recorrido coincidió con Anita Gutiérrez que había conocido durante el viaje a Ronda, y surgió el amor entre ellos, amor que duró hasta el fin de sus días. Una vez en Almería entró en contacto con gentes provenientes de las provincias de Cádiz, Sevilla y, por supuesto, de Málaga. Almería estaba desbordada y se improvisó un campamento en Viator donde concentraron a los milicianos que habían conseguido escapar del avance rebelde, para organizarlos.


De Viator salieron para el frente varios batallones confederales, entre ellos el 2º Batallón «Ascaso» del que formaría parte Temblador más adelante. Como la vida en Almería era difícil de manejar por las autoridades, se organizaron expediciones de refugiados hacia Valencia y Cataluña, principalmente, zonas cuya producción agrícola estaba colectivizada. Estas dos zonas prácticamente alimentaban al territorio que se encontraba bajo el orden republicano. Manuel Temblador partió en dirección a Barcelona para recuperar su dañada salud; una vez allí fue de inmediato hospitalizado y mejoró notablemente después de varios meses de tratamiento.


Lo que Temblador encuentra en Barcelona le resulta ilusionante y a la vez desalentador. Por un lado, observa el fervor popular y su gran apoyo a la a la causa de la revolución; pero por otro, ve claramente la labor de zapa que están haciendo contra la misma los representantes de la URSS: «una acción demoledora contra las organizaciones y partidos políticos que no se doblegaban a su directiva y mantenían firmes las conquistas revolucionarias». Las consignas de Moscú se habían impuesto «antes ganar la guerra, y después hacer la revolución». Su inmediata consecuencia fue la destrucción de las colectividades campesinas en Aragón; después llegó la creación del nuevo ejército republicano que supuso el desmantelamiento de las milicias. Estas tensiones entre anarcosindicalistas y pro soviéticos culminaron en las denominadas «jornadas de mayo» de 1937, un enfrentamiento armado que duró cinco días en las calles de Barcelona entre ambas fuerzas, con un saldo sangriento de quinientos muertos del lado libertario, entre ellos el anarquista italiano Camilo Berneri. El vencedor de ese enfrentamiento fue el «Partido Comunista». Manuel Temblador vivió estos sucesos en directo, aunque todavía se encontraba en el hospital, del que entraba y salía a voluntad. Temblador reflexiona sobre la militarización de las milicias, y considera que causó una gran desmoralización entre las fuerzas libertarias, según él, una de las causas de la pérdida de la guerra.



Durante esta estancia en Barcelona se entrevistó con Soledad Gustavo, a la que entregó un escrito para su consideración, que fue publicado unas semanas después. «Si perdemos la guerra […] no podré sobrevivir a la derrota; mis días serán contados», le dijo Soledad, y así ocurrió en febrero de 1939. En el texto, Temblador hace hincapié en el ambiente de miedo que se respiraba en Barcelona en el ámbito libertario debido a la amenaza constante de los «agentes comunistas» que a la menor oportunidad, en cuanto no se acataba una directiva suya, «los encerraban en sus checas, sometiéndolos a interrogatorios acompañados de torturas». En octubre de 1937 Temblador recibió la noticia de la muerte de su hermano José en el frente de Guadarrama; una muerte más a sumar a las que ya conocía de buenos compañeros y vecinos de su tierra. Hasta el final de la guerra estuvo incorporado a la 149 Brigada Mixta ―compuesta en gran parte por militantes anarquistas―, más conocida como «brigada de la pana» porque todos sus componentes vestían pantalones de pana. Cuando el frente catalán se derrumbó tuvo que cruzar a Francia. Para él la guerra civil había terminado.


Antes de describir los sinsabores de Temblador en el exilio francés, nos presenta en el capítulo VII una «relación de los fusilados por los fascistas en Arcos de la Frontera, también una lista de compañeros muertos en los frentes de batalla».

En febrero de 1939 Manuel llegó a Francia. Nada más atravesar los Pirineos Orientales, los gendarmes les condujeron a los campos de concentración que el gobierno había predispuesto para ellos, entonces comenzó una pesadilla que costaría la vida a muchas de sus acompañantes, esta vez no les mataron las balas fascistas sino el frío, el hambre y la enfermedad. Tal era la situación, que algunas de las personas cautivas eligieron arriesgarse a volver a España, otras se alistaron a la Legión Extranjera, las demás resistieron como lo habían hecho hasta ese momento, con solidaridad y muchas ganas de luchar. Las autoridades también les invitaron a trabajar en las colonias africanas. La mayoría, sobre todo al principio, tenían esperanzas en poder escapar a algún país latinoamericano, pero estas esperanzas desaparecieron con el paso de los meses. La situación en Europa era convulsa, y cuando Polonia fue invadida por los alemanes se vio que la guerra europea era inminente. Luego llegó la invasión de Bélgica y Holanda. ¿Resistiría Francia? No, no resistió. ¿Qué iba a ser de ellos, de los antifascistas recluidos en los campos de concentración? «Generalmente los refugiados españoles se comportaron en Francia como hombres [y mujeres] que sabían estar a la altura de todos los momentos».

En el campo de concentración de Saint Cyprien estuvo aproximadamente un mes. De allí lo trasladaron al campo de Le Barcarés. Un compañero, Félix de la Hoz, tuvo la idea de escribir a mano un periódico, Temblador fue uno de los colaboradores. La publicación se llamó «La eterna lenteja», era lo que comían, básicamente. El contenido era crítico con lo que acontecía en el campo. Salieron dos números. En Barcarés recayó en su enfermedad y fue atendido por el doctor Serrano, también internado en el campo, que recomendó fuera evacuado. De allí lo llevaron a uno de los hospitales de Perpiñán donde estuvo dos meses. Volvió a ser trasladado, esta vez a Saint Jodard donde comenzó a trabajar para un agricultor francés en Saint-Bonnet-des-Quarts. Poco tiempo después de asentarse como obrero agrícola, que era su profesión, gracias al alcalde del pueblo, su compañera sentimental Anita Gutiérrez pudo reunirse con él. En esta propiedad permanecieron durante cuatro años, hasta 1943.

Sus vidas estaban pendientes de un hilo. Los refugiados españoles que no estaban encerrados en los campos si no se habían unido al maquis eran movilizados por el ejército alemán para hacer fortificaciones en bases marítimas y aéreas en el nordeste de Francia. En el caso de Temblador y otros compañeros su destino fue el Fuerte de Chapolit situado cerca de Lyon. A él lo mandaron a trabajar a una casa de campo perteneciente a Madame Jonrad. Nada más llegar, él le contó su historia, y que estaba separado de su compañera. La mujer le aconsejó que se fuera con ella. Y así lo hizo. Durante ese tiempo recayó en su enfermedad. Había pocos lugares donde buscar atención médica. El ejército alemán era atacado por todas partes, por lo que las posibilidades de movimiento eran limitadas; su supervivencia se basó en los cuidados de su compañera. Además, la Gestapo rastreaba la zona y tuvieron que ocultarse. Espantados fueron testigos de los crímenes que a diario cometían los nazis. El 15 de agosto de 1944 los aliados desembarcaron en Normandía y comenzó el repliegue alemán.


Con la liberación de Francia, los exiliados antifascistas españoles soñaban con la caída del régimen de Franco. Muchos habían sido los muertos dentro y fuera del país en su lucha contra el fascismo. Con los muertos poco se podía hacer salvo alimentar su recuerdo, pero los vivos querían luchar y para eso necesitaban la ayuda de los aliados; sin embargo, esta ayuda nunca llegó. El exilio se organizó con el Gobierno Giral del que formaron parte dos cenetistas: Horacio Martínez Prieto y José Leiva. A partir de aquí Temblador cuenta cómo empezaron los problemas entre los exiliados libertarios que apoyaban esa colaboración y los que no, lo que produjo un cisma dentro del Movimiento Libertario Español (MLE). Temblador se manifestó en contra de la colaboración. A pesar de todo, el antifascismo cenetista trabajó incesantemente durante unos años. Proliferaron los medios periodísticos como España Libre, Hoy, Acción Libertaria, Ruta, Inquietud, Nueva Senda, Libertad, Exilio, Solidaridad Obrera, Impulso, CNT, Nervio, El Rebelde, Despertad, Espoir, Le Combat Syndicaliste, Cenit y Umbral. La mayor parte de esta prensa desapareció al prolongarse el exilio y acentuarse las bajas en el MLE. La labor cultural y divulgativa de la CNT fue ingente a través de la edición de folletos y libros. Hay que destacar el hecho de que toda esta labor no fue realizada por profesionales de las letras sino por hombres y mujeres de la clase trabajadora que alternaban de un modo desinteresado su vida laboral con la pluma.

La vida de Temblador siguió adelante y en 1946 se instaló con su familia cerca de Grenoble. Un año después sufrió una grave recaía en su enfermedad y tuvo que ser internado de nuevo en un hospital durante un año. Hacia 1948 se encontró restablecido. Por vicisitudes del destino, después de esa experiencia estuvo trabajando durante quince años de peluquero para Antoine Lapierre. Su actividad desde entonces en el MLE del exilio fue plena; participó en asambleas, plenos y congresos, sin parar de escribir para la prensa libertaria. En Grenoble tuvo contacto con destacados militantes anarquistas como Francisco Sabaté y Pedro Mateu. Los años fueron pasando y Manuel tomó testimonio de las tensiones internas del MLE que le condujo a la ruptura en agosto de 1965 en el Congreso de Montpellier. A pesar de ello, él mantuvo su militancia con denodado esfuerzo: «Trataba dentro de la CNT de mantener mi personalidad y criterio propio, sin atizar el fuego que venía destruyendo la familia libertaria del exilio, cuyos miembros se conducían en sí peor que enemigos. Sin embargo, para mí, tanto los de un lado como los del otro eran compañeros».

En El luchador escribió una serie de 17 artículos firmados con el pseudónimo de Manuel Jarillo. En estas memorias se encuentran transcritos cuatro de los mismos que Temblador consideró los más trascendentes: «La renovación de cargos», «Nuestro “trío” libertario», «El intolerante» y «¡Alto el fuego, compañeros!». Sus llamadas a la unidad sirvieron de poco «sus ecos no tuvieron repercusión alguna». En 1975, después de 45 años de militancia, nueve en España y 36 en el exilio, abandonó la CNT, si bien continuó defendiendo sus ideas y combatiendo por ellas hasta el final de sus días.

Esta es la historia que nos cuenta Manuel Temblador, un luchador entre otros muchos, que empleó gran parte de su existencia en poner su grano de área para el advenimiento de un mundo más justo y solidario. Su historia es nuestra historia.

«Treinta y seis años, día tras día, con el pensamiento puesto siempre en España, en el pueblo que me vio nacer, en mis compañeros de trabajo y de lucha que allí quedaron envueltos en el más espantoso terror de un gobierno fascista, que les impuso un régimen oscurantista, de falacia, de lobreguez desoladora cual noche tormentosa y sin fin…»


Recuerdos de un libertario andaluz, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo en 2019. Lo podéis encontrar en la librería de la FAL. Conseguir el libro

4 nov 2024

Sociología y anarquismo


SOCIOLOGÍA Y ANARQUISMO 
Análisis de una cultura política de resistencia (2009)

Raúl Ruano Bellido


Por Ángel E. Lejarriaga


Raúl Ruano Bullido es profesor de secundaria con numerosas publicaciones tanto a nivel individual como compartiendo autoría; cito algunas: El poder y la hipocresía (2004), Le suspect de l’hôtel Falcon: intinéraire d’un révolutionnaire espagnol (2011), Contra la ignorancia, texto para una introducción a la pedagogía libertaria (2013).

Sociología y anarquismo (2009) fue editado por la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Un impresionante trabajo en el que Raúl Ruano enfoca la historia del anarquismo con una perspectiva más completa de lo que generalmente se suele hacer por los investigadores. Profundiza en todo lo que tiene que ver con «la experiencia vital de los individuos, con las formas concretas en que los protagonistas de la acción perciben y se apropian de lo social». Los capítulos más importantes del libro, en función de este criterio, serían los tres últimos, el 5, 6 y 7, pues se centran en las vidas y valores de anarquistas españoles que nacidos a principios del siglo XX vivieron la II República española y la Guerra Civil.

En el exhaustivo estudio realizado por el autor, se agrupan los rasgos más destacados del anarquismo: el anarquismo como moral, el ideal de fraternidad universal, el rechazo del poder, la violencia, la inquietud cultural y la crítica al modo de vida basado en la propiedad privada y el consumo. Destaca a su vez que en el interior del anarquismo «son posibles diferentes sensibilidades […] No obstante, es la clase obrera la que constituye el grueso del movimiento anarquista». En un primer momento Ruano aborda la historia de la clase obrera desde la perspectiva de tres investigadores sociales: E. P. Thompson (1924-1993), R. Hoggart (1918-2014) y J. Rancière (1940). Después describe la evolución del anarquismo en España desde el último tercio del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Y continúa con unas pinceladas sobre las vidas e ideas de los «clásicos del anarquismo».

«El anarquismo, sus valores y su cultura no sólo forman parte de la historia social española, continúan hoy siendo una realidad oculta. […] Sacar a la luz y definir los contornos de esa cultura de resistencia es el principal objetivo de esta investigación», puntualiza Ruano, y añade: «Para entender el anarquismo como movimiento social es necesario inscribirlo en el marco de las culturas populares y de las culturas obreras».

Inspirado por los autores antes citados (Thompson, Hoggart y Rancière), quiere tener una comprensión socio-cultural del movimiento obrero, vislumbrar «la historia desde abajo», conocer el punto de vista de algunos de los miembros más activos de la clase trabajadora, militantes del anarquismo o el anarcosindicalismo, sus modos de vida, sus trayectorias biográficas y vitales.

En el capítulo 2 se da un repaso detallado de la relación del anarquismo con el nacimiento y desarrollo del movimiento obrero español hasta 1939. Comienza con la tradición asociativa catalana, el insurreccionalismo andaluz y la llegada a nuestro país de las ideas de Bakunin entre 1868 y 1870. El anarquismo arraigó rápido en España porque ofrecía una alternativa de transformación global de la sociedad. La nula fe en las instituciones llevó a las clases populares a la conclusión ―proclamada por los internacionalistas― de que «La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores o no será». Es cierto que el republicanismo federal estaba arraigado en el país pero en un momento dado fue desbordado por la fuerza arrolladora del anarquismo. Hubo épocas de cierta estabilidad en la organización de la clase obrera, alterada por un período de atentados violentos individualistas que provocaron una gran represión y, por supuesto, la ilegalización de sus organizaciones. A pesar de la propaganda burguesa, la violencia individualista siempre fue minoritaria. Tras la desaparición en 1888 de la Federación de Trabajadores de la Región española (FTRE), el anarquismo quedó ciertamente estancado o con poca articulación de masas hasta el nacimiento de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1910.


«[La CNT] va a convertirse en la organización obrera más importante de las primeras décadas del siglo XX. […] La CNT desde el principio fue mucho más que un movimiento sindical, su lucha aspiraba a una transformación radical de la sociedad [comunismo libertario] y no se conformaba con las mejoras salariales y laborales para los trabajadores», afirma el autor.

La II República tuvo su cara buena y su cara menos buena para la clase trabajadora. Por un lado, miles de presos libertarios salieron a la calle, la CNT creció desmesuradamente y las esperanzas de progreso encandilaron a la sociedad. Pero por otro lado, esta «felicidad» duró poco, la República defendía intereses burgueses, las promesas de cambio radical de la economía se quedaron en el tintero y desencadenó una feroz represión con las organizaciones díscolas. El golpe de Estado de 1936 hizo el resto. Mientras tanto, el fascismo crecía en Europa, lo mismo que en España; la convivencia interclasista era prácticamente imposible, y tal vez la confrontación violenta entre clases inevitable. No obstante, a pesar de tantas variables en su contra, los anarquistas intentaron aplicar sus ideas allí donde eran mayoritarios, también renunciaron en un momento dado a las mismas y colaboraron con el gobierno republicano. A partir de este punto histórico comenzó otra historia sobre la que reflexionar.

Los capítulos 3 y 4 nos presentan a varios autores anarquistas relevantes ―tres rusos, un francés, un italiano y un español― cuyo pensamiento influyó decisivamente en la militancia revolucionaria de la península ibérica.

El primero es Mijail Bakunin (1814-1876), ruso. Para él la revolución significaba «poner patas arriba el actual orden vigente», y nos advertía que la «revolución o es global, abarcando todas las manifestaciones de la vida y a toda la humanidad, o no es revolución». Bakunin se manifestó abiertamente «contra todo lo que se pareciera, incluso remotamente, a un comunismo de Estado o a un socialismo de Estado». Para él «cualquier dictadura, incluso la del proletariado, estrangula la libertad y sólo se preocupa por la autoperpetuación».
 
El siguiente anarquista ruso es Piotr Kropotkin (1842-1921), un miembro de la nobleza convertido a la causa de los pobres. Desde su experiencia personal concluyó que «la política, la burocracia y el centralismo son herramientas ineficaces para el desarrollo armónico y libre de la sociedad». Kropotkin estaba esperanzado en que la revolución llegaría a través de «un cambio social evolutivo, pacífico y propiciado más por la maduración progresiva de la sociedad que por trastornos revolucionarios impulsados por minorías».

Lev Tolstoi (1828-1910), también ruso, desde joven estuvo enfrentado a la educación burguesa: «lo que enseñan me parece inútil y lo que me interesa no se enseña en las aulas». Intentó alcanzar la «perfección moral y encontró en el cristianismo primitivo unos valores universales, consistentes en la ausencia de dogmas y en la proclamación del amor como ley universal». Según Tolstoi, las causas principales por las que los hombres venden su libertad son: la falta de tierras, los excesivos impuestos y la creación ficticia de nuevas necesidades, propias de la vida urbana. Para Tolstoi «la violencia organizada es el gobierno». 

El Estado y el Ejército están «encadenados indefectiblemente a Patria» y Tolstoi defiende un internacionalismo fraternal. Apuesta por la resistencia pasiva, por negarse a obedecer. En síntesis, la revolución llegaría a través de la no colaboración y el autoperfeccionamiento moral.

El francés Élisée Reclus (1830-1905) participó en la Commune de Paris, de cuya experiencia concluyó que «la revolución compete sólo a las clases populares y trabajadoras, y que la política parlamentaria no es más que una farsa para engañar al pueblo». Reclus tuvo dos grandes pasiones: el anarquismo y la geografía. Sobre la sociedad dijo que la libertad no era la única finalidad del ser humano, sino que debía desarrollarse de manera paralela al amor y la fraternidad universal; y añadía que no sólo se debía luchar por mejoras materiales sino que era fundamental el desarrollo de un pensamiento libre: «resistencia material y moral». 

El anarquismo tenía para él dos dimensiones, una personal (revolución interior) y otra colectiva (revolución social). Para conseguir el mundo soñado «los seres humanos libres deben reunirse, asociarse entre sí y oponer su propio mundo, con la esperanza de que el ejemplo se extienda y afecte cada vez más a un mayor número de personas». También afirmó que los cambios pacíficos en la sociedad no eran posibles por lo que la guerra social era inevitable. Sobre el parlamentarismo escribió que era «una feria de los sufragios» y el Estado conducía al odio entre pueblos.

Otro gran luchador que cita Ruano es Errico Malatesta (1853-1932), italiano. Nacido en el seno de una familia burguesa; inició estudios de medicina pero pronto los abandonó, interesado por las ideas y el ambiente de la Internacional. Gran parte de su vida transcurrió en el exilio. Conoció a Kropotkin con el que estableció una gran amistad que se rompería durante la Primera Guerra Mundial cuando el primero tomó partido por los «aliados». Malatesta definió el anarquismo como una revolución moral contra la injusticia. 

Apostaba por una revolución social adecuadamente preparada para «destruir el poder político o gobierno y poner en común todas las riquezas existentes». Para él la anarquía era un método de conducta basado en la libre iniciativa y el pacto libre.

Queda hablar de nuestro muy querido compañero Anselmo Lorenzo (1841-1914). Perteneció a una familia de clase trabajadora. Fue uno de los «internacionalistas» españoles más importantes e influyentes; pensaba que la revolución social debía incluir la lucha económica, la política y la cultural. Para él, el objetivo del proletariado militante era «crear una sociedad de productores libres en la que el colectivismo y la organización solidaria del trabajo sustituyan a la política».

Creía firmemente en el poder transformador de la razón y la ciencia, pero no era ingenuo y sabía «que los cambios de mentalidad tienen que ir acompañados de un proceso revolucionario que trastoque las estructuras materiales en que se apoya el sistema burgués».

En el capítulo 5 Raúl Ruano se adentra en esas historias imprescindibles, la de los luchadores anónimos (hombres y mujeres) que «eran el motor funcional permanente de los sindicatos», en palabras de José Peirats. Lo que ha constatado el autor en su investigación es que las memorias contadas por personas de la clase trabajadora se fundamentan en «imágenes y en sentimientos» sobre aquello que vivieron. Por ejemplo, Antonio Vargas, nacido en 1917, perteneciente a una familia de pescadores, destaca el ambiente de pobreza en el que desenvolvió su infancia. Abel Paz, a su vez, se define a sí mismo como un «buscavidas» que realizó trabajos de todo tipo. Cito también el caso de Isidro que nos cuenta cómo llegó a identificarse con La Idea: «Mi conocimiento de las ideas viene a través de lo que he leído y de lo que vi en ciertos hombres. No todos eran trigo limpio, pero había una parte de gente muy desprendida y  sacrificada, eso es lo que me llevó a mí a estas ideas».

Carmen Mera comenta al respecto: «Yo me siento anarquista, herencia de mi padre y del padre de mi padre. Y de la madre de mi padre, que cuando murió fue el pueblo entero a llevarla al cementerio en hombros, de lo humana que era». La familia influye en el desarrollo de La Idea pero es la fábrica, el campo o el taller donde «madurarán» las ideas libertarias. Los folletos fluyen en estos lugares, hay reuniones, se escuchan charlas de los más formados, se discute lo oído mientras se confraterniza, señala Ruano, y se verifica que en España la mayoría de las cabezas visibles del anarquismo son hijos e hijas del pueblo, que se ganan la vida trabajando. Muchos de estos protagonistas, conocidos y no conocidos, sufrieron en sus carnes la represión del Estado.

Los entrevistados destacan de manera unánime que el anarquismo no es sólo una forma de pensamiento, sino que es también una forma de estar en el mundo, una alternativa al modo de vida burgués. Este estilo de existencia anárquico presenta a un individuo libre y solidario situado frente al sujeto alienado, reproductor del sistema capitalista. Hay que destacar que el sueño anarquista es la liberación de toda la humanidad. El anarquismo exige del individuo una «actitud personal coherente», esto implica un cambio de mentalidad. Es una «persecución eterna de la utopía».

Una parte importante de los anarquistas entrevistados se declaran higienistas y defienden la imbricación del ser humano con la naturaleza; es decir, el «naturismo» en general. Hay un matiz en el que coinciden: apoyan la libertad «absoluta» pero matizan que siempre tiene que ir acompañada de solidaridad, si no se impondría la ley del más fuerte.

Los anarquistas no entienden ni de patrias ni de fronteras. En ellos hay un rechazo visceral a cualquier relación de dominación. Y explica el autor: «Los libertarios no esperan el cambio total de sociedad para poner en práctica sus ideales, saben que la Anarquía es algo a construir poco a poco. Allí donde se encuentran hacen lo que está en sus manos para ayudar a organizarla, por pequeña que pueda parecer la tarea.»

El anarquismo es fundamentalmente cultura, a pesar de su historia negra: «La violencia ejercida por anarquistas era vista casi siempre como un ejercicio de autodefensa o como una salida desesperada a un sociedad opresiva», reflexiona Ruano. En el pasado el «hombre de acción» fue muy valorado en el mundo libertario por su entrega y sacrificio en pos de La Idea; e insiste en que el anarquismo es un gran defensor de la naturaleza, de vivir en armonía con ella, rechazando taxativamente la actitud depredadora que caracteriza al ser humano. En esa línea, la militancia libertaria desea el progreso pero sin que se haga a costa de la clase trabajadora: «los adelantos técnicos sólo podrían ser bienvenidos siempre que se usaran en beneficio de todos».

Otra característica importante en el anarquismo es el autodidactismo motivado, según José Luis García Rúa, en el espíritu de libertad que les imbuía y «la búsqueda de independencia respecto a las influencias estatales». Sentían verdadera pasión por la lectura y por la cultura en general a pesar de la ignorancia endémica de la que solían partir. De unas manos a otras circulaban los diarios militantes y las revistas culturales, también novelas y libros de contenido político, social e histórico.

El concepto de propiedad era central en su análisis del mundo, la consideraban como «uno de los males más perversos de nuestra sociedad». Pedro Barrio comentaba al respecto que la propiedad es una trampa para «caer en las fauces del conformismo y la cobardía».

Otra gran preocupación de los «viejos anarquistas» es la transmisión de «su experiencia y su saber […] sus vidas tienen sentido como prolongación de una memoria más vieja aún que ellos mismos», señala Ruano.

El punto de vista sobre todo lo expuesto hasta ahora por parte de los «jóvenes anarquistas» de hoy, también se sitúa en la memoria heredada aunque las prácticas actuales se definen en un contexto diferente. «La importancia que otorgan al pasado y a los recuerdos compartidos no se reduce al deseo de colmar un vacío personal e intelectual, sino que buscan su vinculación con las exigencias del presente». De hecho, algunos de los jóvenes entrevistados mostraban indignación ante el ocultamiento de una tradición «que les pertenece». Se consideran en conflicto permanente con «la memoria oficial». Lo que más admiran de los viejos militantes anarquistas es la tenacidad y valentía con que afrontaban las injusticias y, por supuesto, su capacidad creativa a todos los niveles de la vida. Para estos jóvenes la Anarquía es un camino a seguir, «un proceso abierto y sin fin», y tienen una idea muy clara: «el anarquismo no pretende un cambio de sistema político sino un cambio de vida en su conjunto». Consideran que hoy la situación mundial es poco propicia para la revolución social. Su interés se centra en los ateneos libertarios, la okupación, así como en una forma de vida lo más alejada posible de las reglas del capitalismo. Destacan el empobrecimiento de las relaciones interpersonales y de la vida comunitaria.

Para finalizar esta reseña, hay que decir que el libro es extraordinario, didáctico y de lectura asequible, recomendable para aquellas personas que quieran introducirse en el universo ácrata a partir de testimonios vivos.

Sociología y anarquismo. Análisis de una cultura política de resistencia. Fundación Anselmo Lorenzo (FAL), Madrid, 2009. Lo podéis adquirir en la librería de la fundación: CONSEGUIR EL LIBRO









22 abr 2024

LA PRIMERA INTERNACIONAL Y LA ALIANZA EN ESPAÑA. Colección de documentos inéditos o raros

Edición anotada de Wolfgang Eckhardt (2017)
Traducción de Felipe Orobón Martínez
Epílogo de Juan Pablo Calero Delso



Por Ángel E. Lejarriaga




Si bien el protagonismo de este magnífico libro hay que adjudicárselo a Wolfgang Eckhardt, lo cierto es que hay que mencionar especialmente a dos participantes imprescindibles que han realizado una gran aportación al mismo: Felipe Orobón Martínez (traductor) y Juan Pablo Calero (realizador del epílogo).

Wolfgang Eckhardt es un colaborador asiduo en el espacio anarquista Biblioteca de los Libres en Berlín e investigador de la historia del anarquismo desde el año 1990. Ha realizado numerosas publicaciones, entre las más importantes: The First Socialista Schism. Bakunin vs. Marx in the International Working Men’s Association (2016) y una edición en varios tomos de las obras de Bakunin en alemán.

Felipe Orobón Martínez es traductor, "teatrero”, según él mismo se define, y miembro de la FAU. Llegó a Berlín en 1988 y allí ha realizado gran parte de su trabajo.

En cuanto a Pablo Calero, es profesor de enseñanza media y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha escrito libros como: El gobierno de la anarquía, Élite y clase. Un siglo de Guadalajara (1833-1930), Isabel Muñoz Caravaca mujer de un siglo que no ha llegado aún, Anarquistas y marxistas en la Primera Internacional, Cien imágenes para un centenario: CNT (1910-2010).

Hablar de la primera Internacional es rememorar la ilusión que recorrió el mundo entre las clases oprimidas. Esto fue así porque los planteamientos de la misma expresaban que la revolución social era la única alternativa de mejorar su vida que tenía la clase trabajadora y, además, ésta era posible. Esos tiempos pasaron y como dice Juan Pablo Calero en el epílogo del libro: “[Es un hecho] La evidente reducción del eco de su mensaje entre aquellos que han sufrido la marginación y pagan ahora las consecuencias que los modelos políticos y económicos […] han experimentado en estas tres últimas décadas”; y añade que ninguna de las catástrofes que han golpeado Europa en los últimos años han servido para que el anarquismo tenga un mayor protagonismo, al menos en nuestro continente.
“Algo estamos haciendo mal cuando al acierto de nuestras críticas no le acompaña la capacidad de ofrecer soluciones atractivas para una población que busca respuestas en nuevos escenarios.” (Calero, 2017)
Parece que repetimos debates que ya se plantearon en el pasado. El “anarquismo nunca pretendió ser una verdad revelada, ni un método científico, ni una filosofía del absoluto […] es un ideario que se ha ido construyendo a lo largo de dos siglos […] ha vivido debates ideológicos y sufrido desgarros personales de los que han nacido postulados teóricos y posicionamientos prácticos que, en líneas generales, han sido aceptados por todos”, puntualiza Calero. También dice que hay paralelismos entre experiencias durante la Primera Internacional y la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en 2016. En ambos casos el problema es el tema del voto de los delegados de las secciones nacionales. Tanto en 1872 como en 2016 se daban las circunstancias de que organizaciones que no tenían apenas afiliación o actividad, poseían el mismo voto que organizaciones mayoritarias. En la página 196 del libro hay un texto de Tomás González Morago bastante significativo sobre el tema:
“La Región Española cree que el sistema actual de votación no es democrático: es injusto que el mandato de muchos miembros no valga más que el de unos pocos.”

Estos debates están reflejados en los documentos de este libro y pueden aclarar muchos interro­gan­tes. Calero, por ejemplo, destaca que entre los documentos recuperados se constata la importancia que tuvo Fanelli en el nacimiento de la FRE. El 24 de noviembre de 1868 Fanelli llegó a Madrid; prácticamente un mes después, el 21 de diciembre, constituyó un primer grupo de la Internacional. Rafael Farga Pellicer (1840-1890) fue uno de los interlocutores de Fanelli. El mensaje de Fanelli fue claro desde el principio: “La verdadera revolución debe acabar tanto con los republicanos como con los monárquicos”.

Han existido muchos debates sobre el porqué de esta influencia, sobre todo cuando Lafargue se instaló por nuestras tierras, difundiendo con ímpetu las ideas de Marx y no obtuvo los mismos resultados. Quizá los propios posicionamientos autoritarios de Marx y Engels pudieron influir en ello. Sobre el vanguardismo de los dirigentes del Consejo de la Internacional apuntó Bakunin:
“[las revoluciones] nunca fueron hechas ni por individuos, ni siquiera por sociedades secretas: surgen por sí mismas, por la fuerza de las cosas, por la dinámica de los acontecimientos y los hechos.”
Lafargue informaba puntualmente a Engels del “tufillo a Bakunin” que despedían los internacionales españoles. Es conocido que el Consejo General de la Internacional, en aquel entonces, es decir, Carlos Marx, menospreciaba a los países europeos meridionales, entre ellos España. Cuando Engels analizó varios periódicos internacionales españoles de inmediato comunicó a Marx: “se percibe por todas partes la fraseología de Bakunin”. Es obvio que la paranoia de Marx iba a actuar en consecuencia. Tanto él como Engels tenían una idea del Consejo General bastante clara:
“La experiencia ha probado por doquier que el mejor medio de emancipar a los obreros de esta dominación de los viejos partidos ha sido fundar en cada país un partido proletario con una política propia, una política que se distingue muy claramente de la de otros partidos, puesto que debe expresar las condiciones de la emancipación de la clase obrera.”
La posición de los internacionales españoles se encontraba en el polo opuesto, y los documentos que contiene este libro, recopilados y anotados por Eckhardt así lo constatan.

No es el lugar para entrar a dilucidar sobre ello pero lo cierto es que en 1910 el “obrerismo anarquista” contaba con el “apoyo mayoritario de la clase trabajadora española”. Evidentemente, el nacimiento de la CNT supuso un revulsivo aún mayor para la extensión del anarquismo entre las masas proletarias.

Es un hecho que el anarquismo tuvo una implantación en España superior a la de cualquier país del mundo. Lo cual se podría calificar de “anomalía”, así lo define Calero. ¿A qué se debió?, se pregunta, y responde que “el trabajo de Eckhardt nos resulta imprescindible, porque aporta nuevos datos que refuerzan algunas ideas que ya teníamos […] Pocos niegan el carácter revolucionario del anarquismo […] hasta sus más encarnizados enemigos reconocen que el anarquismo es una crítica radical del sistema vigente y una enérgica voluntad de cambio de esa realidad. Pero, ¿cómo hacer la revolución?, ¿ha de ser necesariamente violenta?”, se sigue preguntando. A este interrogante responde Tomás González Morago en una carta dirigida al Comité de la Sección de la Democracia socialista de Ginebra el 18 de diciembre de 1869: “[…] de poco serviría que asesinasen ministros, si no conseguían dar a los trabajadores un criterio de justicia con el cual se destruyesen los vicios de organización social que aquellos representaban”, y continúa, citando a Reclus, “que una revolución vanguardista sólo puede tener como resultado una sociedad elitista, que es la antítesis de la comunidad libertaria”. También cita a Anselmo Lorenzo cuando éste dice que la Revolución social ha de ser obra de los trabajadores mismos “como enseñó la Internacional”.

El triunfo de la Internacional se debió a sus miembros, desde luego, a su tenacidad. Cuando la Internacional fue ilegalizada y perseguida no se escondieron sino que se mezclaron con los trabajadores, se fusionaron con ellos, compartieron sus intereses.

Dice Calero, concluyente: “Si algo destaca entre los documentos que se presentan en este libro es la voluntad constante y permanente de organizar a todos los trabajadores como único medio de conseguir su más completa emancipación”.

Volviendo al tema del arraigo del anarquismo entre la clase trabajadora española, Fernando Tarrida de Marmol en una carta a los compañeros franceses dice: “vamos a todas partes donde hay obreros, cuando creemos que nuestra presencia puede ser útil a la causa de la anarquía”.

Francisco Tomás, de Palma de Mallorca expone así la coherencia política que debe imperar entre los internacionalistas:
“¿Saben los internacionales lo que deben hacer cuando van al municipio? El deber que tienen de destruir el municipio; por lo mismo, el internacional que acepta un puesto político deja de serlo. Cuando un internacional ocupa un puesto militar, deja de serlo si no procura destruir el militarismo puesto que los socialistas no queremos ejército permanente ni ninguna clase de milicias. Y cuando está ocupando un puesto en las cortes, ¿creéis que pueda ser internacional? Si nosotros declaramos la abolición completa de todos los Estados, ¿creéis que un internacional pueda convertirse en un instrumento autoritario? No, sino que debe abolir el Estado, y si no puede abolirlo, no puede ni debe ir a las Cortes. Si nosotros, que no aceptamos este actual orden de cosas y deseamos destruirle, ¿cómo es posible ocupar los puestos de la casa que queremos destruir?”

Los internacionalistas y por ende los anarquistas tenían claro que la única forma de llevar a cabo la revolución social era contando con la mayoría de los trabajadores. Así, la Federación Regional Española (FRE) y sus continuadores hasta 1939 estuvieron siempre atentos a las necesidades de la clase obrera y por ello crearon cooperativas de consumo, hicieron sindicatos de inquilinos, formaron sociedades de socorro mutuo para aliviar las “penurias que provocaba la enfermedad”, abrieron escuelas diurnas de primera enseñanza para niños y nocturnas para trabajadores. Todo esto lo hacían sin reclamarse anarquistas. No pretendían hacer proselitismo; sin embargo, los participantes en todos estos proyectos comprendieron enseguida en la práctica “que el anarquismo era su mejor herramienta para defenderse de un capitalismo que les explotaba y para mejorar sus condiciones de vida y de trabajo”.

El exhaustivo esfuerzo que realiza Eckhardt en este libro no sólo confirma lo dicho hasta ahora sino que reafirma la idea de que la Internacional dio “esperanza” a la clase trabajadora, algo que hasta cierto punto todavía hoy no se ha perdido.

El libro se compone de 56 documentos relativos a la Primera Internacional en España (1869-1872) comentados por Wolfgang Eckhardt. Estos documentos fueron recuperados de archivos de Rusia. No sabemos cómo llegaron allí.

El conjunto de documentos están agrupados en cinco secciones, cada una posee su respectivo estudio preliminar. Algunos de ellos se encuentran en el idioma original con la correspondiente traducción, y rigurosamente comentados.

A través de su lectura se va a percibir con claridad el proceso interno que llevó a la Internacional a su ruptura y, lo que es más importante, a la división irreconciliable desde entonces en las estrategias y tácticas del movimiento obrero: concentración de poder o federalismo, dirigismo o autonomía, lucha parlamentaria o acción directa, en sí, autoritarismo o antiautoritarismo.

La parte primera del libro la compone la correspondencia entre Tomás González Morago y la sección de la Alliance de Ginebra (1869-1870): 5 cartas y 3 borradores.

La parte segunda contiene cuatro cartas de internacionales españoles al Consejo General de Londres (1871-1872): carta de Gaspar Sentiñón a Federico Engels; carta de Francisco Mora, secretario del Consejo Federal de la Región Española; y dos cartas de Anselmo Lorenzo.


La parte tercera suma documentos enviados por la Nueva Federación Madrileña al Consejo General (1871-1872): carta de Víctor Pagés, secretario del exterior; carta de José Fontana, secretario de la Seccao Internacional de Lisboa a los federados de Madrid; proyecto de organización social para el caso de una prohibición de la Internacional; circular de la sección internacional de Valencia; carta de Peregrín Montoro a Jesús Busquiel; carta de Charles Alerini a André Bastelica; circular de la sección internacional de Palma de Mallorca; circular de la sección internacional de Barcelona; carta de Rafael Farga Pellicer a los “queridos amigos”; carta de Nicolás Alonso Marselau a la sección internacional de Madrid; circular de la sección sevillana de la alianza; estatutos de los Grupos Defensores de la Internacional; carta de la sección internacional de Sevilla y carta de la sección madrileña de la Alianza.

Parte cuarta (1872): La delegación española al congreso de La Haya. Extracto de la memoria remitida por el Consejo Federal de la Región Española al V Congreso Internacional; Mandato imperativo para los delegados de la FRE; Mandato de unos internacionales de Marsella; estadística de carácter económico desde el 1 de septiembre de 1871 hasta el 31 de mayo de 1872; Mandato del consejo Federal de la Región Española: dos mandatos con la misma fecha; uno dirigido por Francisco Tomás a Charles Alerini y otro a Rafael Farga Pellicer; otro más a Nicolás Alonso Marselau y a Tomás González Morago. Protesta del consejo General de la Región Española al V Congreso Internacional reunido en La Haya, 30 agosto 1872; resumen de dos cartas de delegados desde La Haya al Consejo Federal de la Región Española; propuesta al V Congreso de Morago, Alerini y Pellicer; proyecto de resolución (Morago, Alerini, Pellicer y Marselau); enmienda (Morago); proyecto de resolución (Pellicer, Alerini); resumen de dos cartas de delegados desde Zurich a “El Condenado”; carta de los delegados desde Saint-Imier al Consejo Federal de la Región Española; memoria a todos los internacionales españoles.

La quinta y última parte se compone de correspondencia mantenida entre internacionales españoles y belgas (1869-1872): carta de Rafael Farga Pellicer a Eugene Hins, César De Paepe y Désiré Brismée, 23 de octubre de 1869; carta de Eugéne Hins, secretario general del Consejo Federal belga, al congreso fundacional de la Federación Regional Española reunido en Barcelona, mayo/junio de 1870; carta de Francisco Mora a César De Paepe, 3 de febrero de 1872; carta de Anselmo Lorenzo, secretario general del Consejo Federal de la Región Española, al Consejo Federal belga, 19 de junio de 1872; carta de José Llunas Pujals, secretario del exterior del Consejo Local de la federación barcelonesa, al Congreso Federal belga reunido en Bruselas, 10 de julio de 1872; carta de Pierre Desguin, secretario del Congreso Federal belga, a la federación barcelonesa, 1 de agosto de 1872; carta de Charles Alerini, Nicolás Alonso Marselau, Rafael Farga Pellicer y Tomás González Morago a “La Liberté”, 17-18 de septiembre de 1872; carta de Charles Alerini y Rafael Farga Pellicer a César De Paepe, secretario del exterior del Consejo Federal belga, 18 de noviembre 1872; carta de Francisco Tomás, secretario general del Consejo Federal de la Región Española, al Consejo Federal belga, 28 de noviembre de 1872; carta de Rafael Farga Pellicer a César De Paepe, 14 de diciembre de 1872; carta de Francisco Tomás, secretario general del Consejo Federal de la Región Española, al Congreso Federal belga reunido en Bruselas, 20 de diciembre de 1872; telegrama del Congreso Federal de la Región Española reunido en Córdoba (fdo. Francisco Tomás, Jaime Balasch) al Congreso Federal belga reunido en Bruselas, 25 de diciembre de 1872; y telegrama del Congreso Federal belga reunido en Bruselas (fdo. Eugéne Steens) al Congreso Federal de la Región Española reunido en Córdoba, 25-26 de diciembre de 1872.

Tras lo expuesto queda decir que este libro es imprescindible —no sólo por los documentos que contiene, sino también por la riqueza de las anotaciones de Eckhardt— para todas aquellas personas que deseen profundizar en las raíces del internacionalismo proletario, que ha determinado políticamente a muchas generaciones de luchadoras, y que ha fecha de hoy seguimos defendiendo a ultranza.

LA PRIMERA INTERNACIONAL EN ESPAÑA. Colección de documentos inéditos o raros, publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo (FAL), Madrid, 2017. Lo podéis adquirir en la librería de la fundación: CONSEGUIR EL LIBRO