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6 dic 2017

La vida de los elfos

Por Ángel E. Lejarriaga



La verdad es que Muriel Barbery (1969) lo tenía difícil después de escribir La elegancia del erizo (2006). Su primera obra Rapsodia Gourmet (2000) no la conocíamos hasta que apareció la segunda. Esta tercera La vida de los elfos (2015), yo al menos, la esperaba con avidez, y ahora no sé qué pensar. Como curiosidad diré que ha tardado quince años en escribir las tres. Lo cierto es que ninguna de sus obras tiene nada en común salvo la firma de la autora. Ella la define así: “El placer de jugar con el lenguaje francés y la construcción de un universo más comprometido y político con la humanidad”. Según Barbery esta última novela es verdaderamente lo que quería escribir, mostrar su compromiso con la naturaleza, ofreciendo de paso una visión crítica de la sociedad del siglo XXI. La vida de los elfos tiene una neta inspiración de esa fantasía infantil que vamos perdiendo según crecemos. Una influencia directa, según confiesa la autora, es Tolkien, al que emula en cuanto a ofrecer un enfrentamiento entre dos fuerzas universales y antagónicas: el bien y el mal. Al igual que en El señor de los anillos un pequeño hobbit asume la responsabilidad de salvar la Tierra Media de la oscuridad, en La vida de los elfos le toca el turno a dos niñas especiales, dotadas de poderes sobrenaturales, serán ellas las encargadas, en este caso, de salvar al mundo. Un mundo que históricamente está situado entre la primera y la segunda guerra mundial.

Los comentarios de Muriel Barbery sobre la novela son muy crípticos: “¿Saben qué es un sueño? No es una quimera engendrada por nuestro deseo, sino otra vía por la que absorbemos la sustancia del mundo y accedemos a la misma verdad que desvelan las brumas, acallando lo visible y desvelando lo invisible”.

En cualquier caso, dos niñas, María y Clara, con residencias en puntos muy distantes del mundo, se aproximan desde la distancia que las separa a un punto de encuentro común. No es lo que parece en un principio, pero inevitablemente se encuentran unidas. Ellas están conectadas con los elfos —una raza inteligente que cultiva las artes y están perfectamente fusionados con la naturaleza— y no se pueden ni imaginar la que les espera, pues tendrán que enfrentarse a un enemigo poderoso capaz de acabar con los humanos, cosa, por otro lado, nada reprochable.

La novela es sumamente poética. Quien desee leerla tiene que olvidarse de La elegancia del erizo, en este texto la narración no funciona de igual modo, no es lineal, es mágica, infantil y sensible. Introducirnos en sus páginas es abrir la puerta de la imaginación a ver qué pasa, sin ideas preconcebidas.
“Es difícil describir algo que no se puede experimentar, pero es probable que María jugara con las ondas del mismo modo que otros pliegan, despliegan, ensamblan, anudan y desanudan cuerdas. Así, empujaba con la fuerza de su espíritu la curvatura de las líneas en las que estaba presa su percepción de mundo y ello creaba un vivero de palabras mudas que daba cabida a toda la paleta de diálogos posibles.”

13 jun 2017

La elegancia del erizo

Por Ángel E. Lejarriaga



La verdad es que de Muriel Barbery (1969) no hay mucho que contar, al día de hoy, salvo que dio la campanada creativa y editorial con La elegancia del erizo. Su producción literaria hasta el momento es más bien escasa. Su primera obra apareció en el año 2000, Rapsodia gourmet. A continuación, seis años después, llegaría el bombazo. En 2006 se publicó La elegancia del erizo, una obra, por más señas, genial. En 2015 vio la luz La vida de los elfos. Podemos añadir de la autora que nació en Casablanca, que tiene nacionalidad francesa y que es profesora de filosofía, algo que fluye en La elegancia del erizo.

Esta novela cuenta una historia entrañable de seres invisibles y solitarios, que quieren serlo, que viven al margen de las convenciones y las imposturas que les rodean, en contraposición a otros personajes, fatuos, políticamente correctos, reproductores del sistema, anodinos, modelo del esperpento en una sociedad esperpéntica. Nuestro país es la mejor representación de ese modelo social corrupto, ridículo, trasnochado e ignorante, algo que asumimos con fatalismo; hasta hay quienes, incluso, se vanaglorian de ello. Quizá llevamos la estupidez y la sumisión en el ADN. El caso de los franceses es diferente, elevan a la máxima categoría su supuesta intelectualidad, política y cultural: Son los mejores, eso piensan, y se lo creen. Probablemente les queda algo de complejo napoleónico, el gran conquistador que desangró Europa en nombre de la Grandeur patria; son pequeños pero se creen grandes y eso les hace tener tanto ego. De todo esto va la novela, al menos al principio, luego toma otros derroteros mucho más intimistas.

Aunque el personaje de Paloma es fundamental en la obra, no me la imagino sin Renée Michel, la portera del edificio de lujo en que vive la familia de la superdotada niña. Renée esconde secretos al igual que Paloma.
«En el fondo, estamos programados para creer en lo que no existe, porque somos seres vivos que no quieren sufrir.»
Ambas se esconden de un mundo que reprueban cuando no les repugna. Paloma tiene doce años, su asco vital la lleva a tomar la decisión de suicidarse el 16 de junio, el día en que cumplirá los trece.
«Quizá vivir sea esto, perseguir instantes que mueren.»
Cada personaje tiene un papel descriptivo de diferentes manifestaciones de la sociedad burguesa francesa, progresista y aparentemente ilustrada, del siglo XXI. Por ejemplo, Renée. Tiene cincuenta y cuatro años, lleva, como aquel que dice, toda la vida trabajando en la portería. Es viuda y comparte su vida con un gato independiente que rinde culto a la pereza. Es una lectora empedernida, enamorada de Tolstoi. Carece de encanto físico, de ambición, de codicia, quiere ser invisible para que el mundo exterior la moleste lo menos posible.
«¿Qué ha sido de nuestros sueños de Juventud?»
La pequeña y aguda Paloma Josse ve así a Renée, «tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes».

Paloma es un ser procedente de otro planeta, un accidente biológico en el que una inteligencia superior y un sentido común extraordinario se suman para analizar la vida de su tiempo con una brutalidad despreciativa y cruel, la que se merece: «La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera».
«El problema está en que los hijos se creen lo que dicen los adultos y, una vez adultos, a su vez, se vengan, engañando a sus propios hijos.»
Necesariamente, el camino de Paloma y el de Renée se cruzan, es inevitable, se reconocen y participan de una asociación que supera las clases sociales, de una manera intelectual y estética, de una estética vital que rompe los moldes edulcorados y mendaces de su entorno.
«“La vida tiene un sentido que los adultos conocen”, es la mentira universal que todos creen por obligación.»
Aunque hay muchos más personajes, me quedo con aquellos que forman parte del entorno más próximo de Paloma y Renée.

La hermana de Paloma, Colombe, estudiante de filosofía, es una persona histriónica que vive en un continuo juego infantil, sin abandonar nunca su papel frívolo dentro de una gauche divine acomodada, que probablemente en un futuro no tan lejano la llevará a ocupar puestos importantes dentro de la Administración. Es interesante citar lo que opina Colombe de la portera: «es un desecho humano». Su madre, Solange Josse, doctora en letras, poco más que un florero, está dominada por continuas ansiedades y depresiones que nunca son analizadas. Ni pincha ni corta en la historia porque no tiene nada que aportar, ni bueno ni malo; quizá, su amor por las plantas de interior, a las que adora. Todo un prodigio de insulsez burguesa. En lo que respecta al padre, solo puedo decir que es un político profesional socialista con aspiraciones a Presidente de la República. Desfila por el escenario doméstico sin comprometerse con nada ni con nadie, caminando de puntillas para no pringarse en los pormenores de una vida familiar obtusa y carente de estímulos.

Nos quedan dos personajes importantes. Manuela Lopes, emigrante portuguesa que limpia casas; es íntima amiga de Renée. Hace unos dulces que conmueven y crean adicción. Y, por último, Kakuro Ozu, japonés, jubilado y muy rico; aparece en un momento dado de la novela y enseguida conecta con Renée y Paloma.

Yo diría que La elegancia del erizo se sustenta sobre tres cuadros bien distintos. El primero es una crítica sin concesiones a la burguesía progresista francesa. El segundo define muy bien el sentimiento de las personas críticas con el modelo social y sus usos y costumbres, que deciden asumir la invisibilidad y el aislamiento del resto de sus congéneres como estrategia de supervivencia; entre otras cosas, para no contaminarse de ese mal llamado imbecilidad, tan corriente y valorado. El tercer cuadro es un cuento de hadas. Kakuro es capaz de ver debajo de la piel de Renée y entonces se produce una comunión de espíritus sobresalientes y sensibles. Queda bien. De hecho en la película de Mona Achache, Le hérisson (2009) lo que más destaca es esto último.

Sobre estos pilares planea una abrumadora sensación de soledad, que solo la inteligencia y la comunión entre los iguales, intelectualmente hablando, puede paliar. La inteligencia y la sensibilidad no saben ni de segregación clasista, ni de patrañas culturales que son la muestra de una falsa élite de analfabetos con título universitario.