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25 may 2023

Crónica de un crímen

¿QUIÉN MATÓ A PALOMINO MOLERO? (1986)

Mario Vargas Llosa

Por Ángel E. Lejarriaga



Esta novela del peruano Mario Vargas Llosa (1936), Premio Nobel de Literatura por más señas, tiene la peculiaridad de compartir personajes con otras novelas de su factura, algo que ha hecho Almudena Grandes en sus “Episodios de una guerra interminable”. El mismo año de publicación de “¿Quién mató a Palomino Molero?” se editó a su vez “La Chunga”, en ambas obras circulan sus irrepetibles “inconquistables” de Piura: el Mono, Lituma, José y Josefino. En concreto Lituma apareció por primera vez en “La casa verde” (1965). En “¿Quién mató a Palomino Molero?” “los inconquistables” están presentes, también el bar de la Chunga y cómo no, Lituma, nuestro inefable policía que se va a ver implicado en una investigación de pronóstico reservado.

La novela está inspirada en un suceso real que llegó a oídos de Vargas Llosa a través de la prensa, acaecido en Perú en 1978. El dramático suceso le motivó a tocar un género literario que desconocía, la novela negra.

El inicio de “¿Quién mató a Palomino Molero?” resulta espectacular, yo diría que bastante macabro, describe el hallazgo del cadáver de un joven indio terriblemente mutilado, en un camino próximo al pueblo de Talara:
“El muchacho estaba a la vez ahorcado y ensartado en el viejo algarrobo, en una postura tan absurda que más parecía un espantapájaros […]. Antes o después de matarlo lo habían hecho trizas, con un ensañamiento sin límites: tenía la nariz y la boca rajadas, coágulos de sangre seca, moretones y desgarrones, quemaduras de cigarrillo, y como si no fuera bastante, Lituma comprendió que también habían tratado de caparlo, porque los huevos le colgaban hasta la entrepierna.”

 Cuando Lituma y el teniente Silva inician la investigación lo desconocen todo, no saben su identidad, ni de dónde procede. Lo primero que descubren es que era de Piura, que tocaba la guitarra y que cantaba boleros como un ángel. Los dos agentes pertenecen a la Guardia Civil, un cuerpo policial mal pagado y peor tratado; a pesar de ello, no cejan en ningún momento en su empeño de resolver el crimen, aunque dicho empeño pueda tener desagradables consecuencias para los dos. Tanto Lituma como Silva aparecen juntos en otra novela de Vargas Llosa, “Historia de Mayta” (1984).


Aunque según leemos, rápidamente nos vamos imaginando por dónde puede ir la resolución del caso, el suspense nos atrapa dentro de lo previsible, y el autor nos da pinceladas de la sociedad en la que viven los personajes. Pero no nos adelantemos. El muerto era soldado y estaba destinado en la base aérea de Talara; además, ya conocemos que cantaba boleros con una voz que encandilaba a las mujeres, acompañado de su propia guitarra, en la que era diestro. Nos enteramos en un momento álgido del relato que se le había declarado desertor. Y un detalle importante para el contexto en el que se desarrolla la narración, a pesar de ser “indio” (cholo) se había enamorado y cortejado a la hija del coronel de la base, Alicia Mindreu. Desde luego, con estos detalles ya sobre la mesa, da vértigo imaginar lo que le pudo suceder. A todo esto hay que añadir que la joven, “blanquita”, tenía por novio a un oficial de la base, el teniente Ricardo Dufó.

La narración es tensa por momentos pero también graciosa, está expresada con el habla popular, lo que puede perdernos en algunos párrafos; todo el texto está tocado con un baño de humor socarrón, en ocasiones con tintes trágicos, como ocurre en “Pantaleón y las visitadoras” (1973 ). Por ejemplo, la propia amistad y camaradería con que se tratan Silva y Lituma, a pesar de ser uno oficial y el otro un miembro de la escala más baja del cuerpo policial al que pertenecen. Y, cómo no, en la divertidísima pasión sexual que siente Silva —un hombre joven y atractivo— por una “matrona” entrada en años y carnes que les sirve en la fonda la comida todos los días.

Hay otros aspectos de la misma que resultan interesantes aunque no se toquen con profundidad. Se destaca el desastre ecológico que está provocando en la zona una petrolera norteamericana, la International Petroleum Company, sin que las instituciones gubernamentales se hagan eco del mismo. Queda bien expuesta la miseria en la que viven los habitantes de Talara, Piura y Amotape, en contraste con la calidad de vida de la oficialía de la base militar o la de las zonas reservadas para los norteamericanos. Hay una expresión clara de la segregación racial, totalmente asumida, entre los indios y los blancos, y la impunidad con que funcionan los militares (milicos).

En sí, es una novela de contrastes, por un lado de intriga y por otro de denuncia, en un punto de la tierra en el que parece que no existe ninguna posibilidad de progreso ni de transformación de la vida cotidiana.








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15 nov 2019

Travesuras de la niña mala


Por Ángel E. Lejarriaga



El hispano peruano Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (1936) arribó al mundo con un cuaderno y un lápiz debajo del brazo dado el volúmen de su obra. Ha llegado a decir de sí mismo en una entrevista que no tiene talento para la literatura sino mucha disciplina a la hora de ponerse a escribir y elaborar sus obras. En cualquier caso, se le ha dado bien su relación con la pluma y mucho mejor con los lectores. Su colección de galardones es impresionante: Premio Leopoldo Alas en 1959, Biblioteca Breve en 1962, Rómulo Gallegos en 1967, Príncipe de Asturias de las Letras en 1986, Premio Planeta en 1993, Premio Cervantes en 1994 y Premio Nobel de Literatura en 2010. Además, el rey emérito tuvo la gracia de concederle un marquesado. Casi nada. Cosas que pasan en este país de opereta barata.

Travesuras de la niña mala (2006) hizo su novela número quince. La historia no tiene la complejidad que La ciudad y los perros (1963), por citar alguna, pero se lee bien y, sobre todo, se disfruta. Se la ha considerado ligera por alguna que otra crítica, y la primera en la que el centro narrativo gira alrededor del amor.

La narración da vueltas y vueltas alrededor de una relación entre Ricardito el “niño bueno” y Lily la “niña mala”. Él llama a esa relación amor y ella de diversas maneras según el contexto pero desde luego no amor. Sus aventuras y desventuras ―yo hablaría más de desventuras― se desenvuelven en un mismo plano temporal, cronológico. Comienzan cuando son casi unos niños, en los años cincuenta del siglo pasado, y terminan entrado el siglo XXI. No hay saltos en el tiempo aunque sí existen variados cambios de escenarios, localizados en los lugares en los que vive o viaja Ricardito por razones de trabajo: Lima, París, Londres, Madrid o Tokio. De hecho, cada capítulo se desarrolla en una ciudad diferente. Hay que destacar que París es un personaje más. Algún cronista comentó en su momento que esta novela es “un homenaje a París” y es cierto. El objetivo en la vida de Ricardito es vivir en París y hasta eso es capaz de abandonar con tal de perseguir las caricias de la “niña mala”.

En ocasiones lo que les ocurre a los personajes puede parecer algo disparatado. No es realismo mágico ni una burla grotesca. Me da la impresión que el autor inventa situaciones que le excitan y actúa un poco como un voyeur , deleitándose con las provocaciones de los dos amantes, sobre todo de ella.

La historia comienza con mambo de Pérez Prado y dos “chilenitas” atractivas y resueltas que inquietan sobremanera a los hormonados adolescentes de un barrio de clase media alta de Lima. Su liberalidad causa sensación. De ese primer contacto entre Ricardito y Lily nace un romance que se mantiene en el tiempo para él, el “niño bueno”, tal vez una obsesión, un apego casi patológico que va a arrastrar durante toda su vida.
“Sentía una inmensa ternura por ella. Estaba seguro de que la querría siempre, para mi dicha y también mi desdicha.”
¿Lo que viven los dos, más bien él, es un amor imposible? Yo diría que es una pasión desbocada que no hay forma de contener, que la “niña mala” alimenta siempre que le apetece porque esa es su esencia, la provocación, la manipulación, el deseo extremo, el frenesí, el arrebato, el ataque guerrillero y la huida, hasta el próximo encuentro.
“Hay días en que la recuerdo y me pregunto: ¿Qué estará haciendo? Hay noches en que la extraño y me pregunto: ¿Qué me estoy haciendo?”
A pesar de este ir y venir, Ricardito siempre la está esperando, aunque se lo niegue a sí mismo:
“Aunque dicen que sólo los imbéciles son felices, confieso que me sentía feliz.”
El final es gracioso y tierno, deja en el aire una frase de lo más literaria, casi un aforismo, como es la vida misma:
“Ahora que te vas a quedar solo, confiesa que te he dado tema para una novela.”
Uno de los personajes secundarios, amigo de Ricardito, expresa muy bien en un párrafo una definición alternativa al amor romántico tradicional que tanto nos hace perder la cordura:
“El secreto de la felicidad, o por lo menos, de la tranquilidad, es saber separar el sexo del amor. Y, si es posible, eliminar el amor romántico de tu vida, que es el que hace sufrir. Así se vive más tranquilo y se goza más.”
Buen texto en general para que los “niños buenos” afronten a las “niñas malas”, y viceversa. A lo mejor estaría bien alejarse de la tentación y el desasosiego, romper con la zozobra que producen las pasiones desmesuradas, pero… en la vida hacemos lo que podemos.
“La verdad, había en ella algo que era imposible no admirar, por esas razones que nos llevan a apreciar las obras bien hechas, aunque sean perversas.”

20 mar 2018

La ciudad y los perros

Por Ángel E. Lejarriaga



Esta novela del premio Nobel Mario Vargas Llosa (1936) fue publicada en España Seix Barral en 1963. Fue su primera novela y desde luego con ella apuntó maneras de lo que iba a desarrollar después, literariamente hablando. Sobre esta obra se ha escrito mucho, y como casi siempre ocurre con la escritura, no queda del todo claro dónde se inicia la ficción y dónde concluye el relato autobiográfico. Comenzando por lo biográfico, diré que Vargas Llosa estuvo dos años en un colegio militar de nombre Leoncio Prado, entre los años 1950 y 1951. Según sus propias manifestaciones, dicha estancia generó en él unas impresiones que años después, sobre todo una vez decidido su oficio —el de escritor— reflejaría en el texto que comentamos. Desde el principio tuvo claro que tenía que escribir sobre ello. Pasarían siete años antes que se pusiera manos a la obra, allá por 1958. Para los interesados en este tipo de detalles, la empezó a escribir en Madrid y la terminó en París, en 1961. El trabajo se le atragantó hasta el punto que le costaba mucho avanzar: tachaba, reescribía y nunca sabía bien si lo que estaba reflejando en el papel tenía sentido o no. El manuscrito que surgió de tanta vehemencia narrativa poseía la nada desdeñable cantidad de mil doscientas páginas, algo difícil de afrontar por las editoriales del momento, tuviera o no tuviera valor el contenido de las mismas. Hay que decir que Vargas Llosa no era un desconocido por estas tierras pues en 1959 Los Jefes, un libro de cuentos, había recibido el premio Leopoldo Alas. A la complicación del volumen de páginas, se unía la censura que en aquellos tiempos existía en España. Carlos Barral solucionó el tema con inteligencia. La cosa no fue tan rodada como se pudiera pensar; el editor y empresario no la leyó en un primer momento, cedió su lectura a otras personas, y los informes que recibió fueron negativos. Más tarde, el azar, y unas buenas dosis de aburrimiento, hizo que Barral leyera la novela y se prendara de ella. Aun así, no se decidió a publicarla sino que sugirió al escritor a que la presentara al Premio Biblioteca Breve, cosa que hizo. El resultado fue positivo y la novela resultó galardonada. Nada más aparecer en 1963 recibió el Premio de la Crítica Española. Es un hecho que los comienzos de Vargas Llosa fueron fulgurantes.

Así se publicó la novela en España pero el título tuvo también su recorrido. Vargas Llosa no se sentía satisfecho con ninguno de los que le habían surgido y sugerido, y se devanaba la sesera con una lista nada desdeñable de candidatos que rehacía casi a diario. La morada del héroe fue el primero que encabezó el texto pero duró poco. Le siguió Los impostores, que también tuvo una breve vida. Un amigo le propuso La ciudad y las nieblas, haciendo referencia a la niebla que suele cubrir la zona del colegio militar. Cuando casi todo el mundo estaba convencido de que ese iba a ser el título final, en un rapto de genialidad, el mismo amigo propuso al autor La ciudad y los perros, haciendo referencia a los cadetes de tercer año reflejados en el manuscrito, a los que se denomina con ese alias.

La novela cuenta la historia de un colegio militar en el que a los alumnos se les educa a partir de la humillación y el aprendizaje de conductas brutales, asociales y violentas. A pesar de estas circunstancias, los estudiantes se adaptan e incluso a algunos de ellos les va bien. Los personajes, a pesar de partir de orígenes distintos, van entrecruzando sus vidas de manera inevitable, hasta alcanzar la catarsis que se produce cuando las preguntas de un examen son robadas, hecho que provoca la muerte de un cadete al que denominan el Esclavo. El jaguar parece estar detrás de esa muerte —un individuo desalmado y cruel—. El enfrentamiento entre los indiferentes, los que apoyan a El Jaguar y los que quieren denunciar la situación, está asegurado. El conflicto va a trascender incluso al propio ambiente estudiantil, hasta alcanzar a las autoridades del colegio, compuesta por militares profesionales.

El ambiente es toda una parábola de lo que esos jefes educadores y esos alumnos educandos, los futuros padres de la patria, van a hacer cuando se incorporen a la sociedad. La historia de Latinoamérica tiene su destino regido por gentes que han recibido esa formación, que conducen ejércitos compuestos por personas que no han recibido ninguna.

Aparte de este infierno escolar Vargas Llosa describe bien los diferentes barrios de Lima, sus calles, las principales avenidas y las plazas más famosas.

Ya he mencionado que la obra tiene tintes autobiográficos, aunque el autor siempre ha dicho que se inspiró en su experiencia personal:
«La mayor parte de los personajes de mi novela La ciudad y los perros, escrita a partir de recuerdos de mis años leonciopradinos, son versiones muy libres y deformadas de modelos reales y otros totalmente inventados.»
Sea como fuere, la novela generó ampollas en la dirección del colegio e incluso entre altos mandos de las fuerzas armadas que consideraron denigraba el honor de las mismas, llegando a acusarla de comunista. Si hay algo a lo que es inmune Vargas Llosa es al comunismo. En fin, vivir para ver, o mejor, para oír.

La ciudad y los perros tuvo más importancia de lo que se pueda pensar, no solo por el logro literario que supuso, que evidentemente lo tuvo, sino por la proyección que adquirió a nivel internacional. Se pude decir, sin riesgo de equivocarse, que abrió las puertas a otros muchos escritores latinoamericanos que se publicarían después. De alguna manera, algunos críticos han considerado a esta novela como la embajadora de las letras latinoamericanas del siglo XX.