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16 nov 2017

El árbol de la ciencia


Por Ángel E. Lejarriaga



Esta novela escrita por Pío Baroja (1872-1956) fue publicada en 1911. La narración se sitúa cronológicamente entre los años 1887 y 1898, justo en los últimos de nuestra heroica historia imperial, en un contexto crítico que afecta a todos los aspectos de la vida del país: a la economía, a la podrida política, a una sociedad enferma y sin rumbo; eso sí, con algunos intelectuales inquietos, anhelantes por regenerar lo irregenerable si no era a través de una revolución sangrienta que pusiera todo patas arriba: la Generación del 98.
«La política española nunca ha sido nada alto ni nada noble.»
El autor hace un recorrido por diferentes ciudades españolas de las que describe el ambiente que en ellas existe. A El Árbol de la ciencia se la considera una novela en la que Pío Baroja puso mucho de sí mismo, no solo como escritor sino como persona, es decir, escribió sobre su vida y su forma de ver el mundo a través de un personaje esencial: Andrés Hurtado.
«El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente constituía una desgracia y solo la felicidad podía venir de la inconsciencia y la locura.»
La novela me impresionó en mi época de estudiante de bachiller. En algunos de mis escritos el nombre de Hurtado ha aparecido no por arte de magia, sino como una referencia íntima del asco que a veces siento por el mundo en el que vivo. En estas fechas, cuando la he vuelto a releer, me he seguido identificando con el discurso de Baroja a pesar de haber transcurrido más de cien años desde su edición. Y la cosa tiene su miga porque sigo viendo lo mismo en la sociedad en que vivimos en la actualidad, lo que me produce una fatiga a veces insuperable.

A Baroja le gustó mucho esta novela, hasta tal punto que la citó en sus memorias de una manera muy positiva: «El árbol de la ciencia es, entre las novelas de carácter filosófico, la mejor que yo he escrito. Probablemente es el libro más acabado y completo de todos los míos».

El título tiene mucho que ver con la idea de pensar por uno mismo, de poseer un pensamiento crítico, de enfrentarse a la existencia desde la propia voluntad y no desde la repetición de roles y consignas, que tanto la escuela como la familia y el Estado nos imponen desde el nacimiento. Así, Dios le prohíbe a Adán comer los frutos del árbol de la ciencia y por suerte para las generaciones futuras Eva trasgrede ese precepto. A Baroja se le olvidó citar que no solo se le rebeló a Dios la segunda mujer de Adán, sino el más bello de los ángeles, Lucifer. Es que eso de obedecer hay personas que lo llevan muy mal. La obediencia a la autoridad no está hecha para todo el mundo.

Andrés Hurtado es un estudiante de medicina que acude a la facultad con ansias de conocimiento pero pronto se da cuenta que sus ideas preconcebidas sobre la vida académica no tienen nada que ver con la realidad: sus profesores son unos incompetentes, unos fatuos egocéntricos; y sus compañeros de clase una pandilla de majaderos.

Procede de una familia amplia compuesta por su padre, Pedro, su hermana Margarita, y sus hermanos Pedro, Alejandro y Luis, en la que la muerte de la madre supuso una catástrofe que a Andrés afectó especialmente, sintiéndose abandonado, amamantando una sensación de soledad que no le va a abandonar nunca. Las broncas con su padre son infinitas, difícilmente pueden estar juntos sin pelearse. Hurtado pertenece a una familia pudiente, su padre es un ultra conservador que considera la riqueza como «una virtud», «[…] la sospecha de que un obrero pretendiese considerarse como una persona, o una mujer quisiera ser independiente, le ofendía como un insulto». Sus peleas siempre se producían alrededor de los mismos temas: el padre se reía de los revolucionarios y Andrés insultaba sin miramientos al ejército, a los curas y a la burguesía.


Esto ocurre en un Madrid pobre, oscuro, sucio y decadente. Un Madrid inmovilizado por un conservadurismo reacio a cualquier tipo de cambio, perfecto representante de una España cerrada al progreso y al mundo. Aunque se puede hablar de vida porque respira, en realidad Andrés Hurtado se mueve, se desplaza, como un autómata, por un universo social miserable y mezquino, que roza lo sórdido. Fermín Ibarra es un personaje que aparece de manera breve en la obra pero que representa bien el contexto, es decir, una España sin futuro, en la que el que quiere abrirse camino tiene que marcharse fuera.

Lo mejor que le ocurre en esta época a Andrés es conocer a Niní y a su hermana Lulú, de la que se hace amigo. Lulú es un personaje que evoluciona a lo largo del relato hasta convertirse en eje central de su vida. Al principio la descubrimos como a una persona que a pesar de su inteligencia, el trabajo la está destruyendo hasta tal punto que se aventura su final como un ser «marchito». Sin embargo, en los diálogos mordaces que mantiene con Andrés resulta simpática, pícara y corrosiva. Más adelante, cuando la novela está en todo su apogeo, se descubre como un ser especial, honesto y alegre. 


Cuando Hurtado acaba la carrera y consigue el puesto en Alcolea del campo su visión del mundo, harto discutida con su tío Iturrioz, también médico, no se modifica, al contrario, se acentúa su despiadada y negativa concepción de España y sus habitantes. En Alcolea descubre la desventura de su gente, de los labradores sin tierra y sin esperanzas, ignorantes, apáticos, condenados a una vida vacía, solo consolada por el advenimiento de la muerte. También experimenta al caciquismo irredento, que se transmite de generación en generación como una maldición bíblica. Su experiencia no hace más que retrotraerle al contacto social: «[…] su instinto antisocial iba aumentado, se iba convirtiendo en odio contra el rico sin tener simpatía por el pobre».

No obstante, a pesar de su pesimismo, todavía alberga una mínima ilusión de que las mentes oprimidas despierten y se rebelen.
«Algunas veces Andrés intentó convencer a la planchadora de que el dinero de la gente rica procedía del trabajo y del sudor de pobres miserables que labraban el campo, en las dehesas y en los cortijos. Andrés afirmaba que tal estado de injusticia podía cambiar […]»
Con su tío Iturrioz mantiene una relación intelectual sólida, la única que tiene. Con él debate de filosofía y comparte la necesidad de una revolución cauterizadora.

Durante una breve estancia en Burgos se entera de la muerte de su hermano pequeño, Luisito. Otra catástrofe más que cargar sobre su desesperanza personal.
«La vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros.»
Como ya he dicho al principio, en El árbol de la ciencia, Baroja nos cuenta cosas íntimas, ¿Hasta qué punto? Por lo que se sabe un hermano de Baroja, Darío, murió «antes de que la familia de este se trasladara para vivir en Burjassot, un pueblo cercano a Valencia». Otro detalle familiar es que Baroja estudió Medicina, doctorándose con la tesis El dolor. Estudio de psico-física. También trabajó de médico en un pueblo. Además, dos de los amigos que cita, Julio Aracil y Montaner, existieron solo que con otros nombres, Carlos Venero y Pedro Riu. En lo que respecta a su tío Iturrioz, aparece en otra de sus novelas La Dama errante (1908), que junto con La ciudad de la niebla (1909) y El árbol de la ciencia, conforman su trilogía «La raza», aunque, ciertamente, la última tiene poco que ver con las anteriores. El tal Iturrioz está inspirado en un tío-primo de Baroja llamado Justo Goñi, que, efectivamente, vivía en Madrid y al que el Baroja estudiante visitaba con asiduidad. Justo Goñi era todo un personaje según lo describe el propio escritor: «[…] hombre original, ocurrente, e individualista […]», que «[…] había empezado la carrera de ingeniero militar, pero que no la acabó. Luego estudió la de abogado, que también dejó a medio acabar, y por fin se hizo médico».

El malestar existencial que ya padecía Andrés Hurtado se va acrecentando con las desgracias que se van desgranando a su alrededor. ¿Qué hacer con su vida? ¿Hacia dónde dirigir sus pasos? Vuelve a Madrid sin saber qué hacer. Se encuentra desasosegado, sus amigos solo merecen su desprecio, y sus relaciones con mujeres, salvo con Lulú, son distantes, las contempla como un observador neutro, sin implicarse. Al final encuentra un trabajo que le conviene e intenta poner orden en sus días.

«Ideas absurdas de destrucción le pasaban por la cabeza. Los domingos, sobre todo cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros, pensaba en el placer que sería para él poner en cada bocacalle una media docena de ametralladoras y no dejar uno de los que volvían de la estúpida y sangrienta fiesta.»

Baroja expresa muy bien en cómo se siente en la sociedad que le ha tocado vivir:
«[…] La vida en general y sobre todo la suya, le parecía una cosa fea, turbia, dolorosa e indomable.»
A partir de aquí comienza otra vida para Andrés en la que encuentra su lugar en el mundo, acompañado por Lulú. Su trabajo de traductor de una editorial de textos médicos le permite aislarse de la gente y poder gozar plenamente de la relación con su compañera. Todo va bien hasta que Lulú se queda embarazada. Ahí entramos en otro momento al que Hurtado tiene que enfrentarse: él es totalmente contrario a la reproducción, le parece una indecencia y un acto de irresponsabilidad arrojar nuevos seres al ignominioso mundo en el que viven.

Para Baroja España era «[…] un país de imbéciles y de malas bestias.» No se quedó corto, desde luego. Mucho me temo que nuestro ADN sigue conteniendo las mismas y definitorias características idiosincráticas.

10 feb 2017

Aurora roja

Por Ángel E. Lejarriaga



Con esta obra Pio Baroja (1872-1956) pone punto y final a la trilogía «La lucha por la vida» que se compone, aparte de Aurora roja, de La busca y de Mala hierba, las tres aparecidas en 1904. La trilogía cuenta la historia de un personaje central, Manuel, desde su emigración a Madrid, con pocos recursos y muchas ganas de progresar, hasta que llega a ser un industrial en ciernes. Aurora roja se sitúa en la época en que Manuel monta un pequeño negocio de imprenta, que produce más pérdidas que beneficios; mientras su sensibilidad social le sumerge en la búsqueda de una solución a los problemas de desigualdad e injusticia social, definitorios de la sociedad en la que vive, dentro de las filas del anarquismo militante de principios del siglo XX. Manuel tiene las ideas claras de lo que quiere tanto a nivel personal como social. Desea prosperar por encima de todo. Con su contribución a la causa anarquista pretende, a su manera, que los demás puedan gozar también de esa prosperidad con la perspectiva de una revolución, para él poco viable.
«[…] Las ideas, como el agua, buscan sus cauces naturales, y se necesitan muchos años para que varíe el curso de un río y la corriente interna de las ideas.»
Si en La busca y en Mala hierba, Pio Baroja explora la vida y personalidad del lumpen proletariado, las clases más bajas de la sociedad (chorizos, prostitutas, mendigos, en sí, los desheredados de la tierra, en su escalón más profundo), en esta última novela de la trilogía, incide en la creación de un marco transformador, lleno de contradicciones y exabruptos. Le interesa el movimiento obrero y la capacidad organizativa y progresista de los amantes de la Anarquía como proyecto liberador de la humanidad. Las contradicciones que aparecen en la novela no se producen por casualidad, son las del propio Pio Baroja. En aquel tiempo simpatizar con el anarquismo, tanto a nivel proletario como intelectual, era apostar por la única filosofía basada en la libertad, con una estricta moral, que impulsaba una nueva sociedad, liberada de toda relación de dominación. A Pio Baroja le atraían los anarquistas como la miel a las moscas; mas su filtreo no pasó de ahí, de un estar cerca para ver qué pasaba. Su negativismo existencial le llevaba a mantenerse lejos del mundanal ruido, donde las convulsiones sociales no pudieran tocarle ni le exigieran tomar partido. En el fondo, tenía la idea nada peregrina de que las generaciones futuras podrían tener esperanza a partir de la construcción de una sociedad diferente, basada en la libertad individual y en el apoyo mutuo. El problema de don Pio era que no creía en el ser humano, genéricamente hablando, a veces hasta le aborrecía. A pesar de ello, en la época en que escribió estas novelas todavía existía en él un atisbo de ilusión.
«[…] Figúrate tú un dictador que dijera: voy a suprimir la mitad del clero, y lo suprimiera; e impusiera un impuesto sobre la renta, y mandara hacer carreteras y ferrocarriles, y metiera en presidio a los caciques que se insubordinan, y mandara explotar las minas y obligara a los pueblos a plantar árboles…»
 Aquella época no era tan diferente de la nuestra, en lo que se refiere a desigualdad social y a acumulación de riqueza. Baroja, y con él muchos intelectuales de la época, no confiaba en los «socialistas», siempre dispuestos a pactar con el mejor postor con tal de ocupar un espacio en la política nacional. El anarquismo era irredento, radical, con puntuales manifestaciones sanguinarias, en cualquier caso, cauterizador y creativo. Las ideas y la dinamita caminaban juntas, quitando el sueño a eclesiásticos, burgueses, monarcas y militares.
«[…] qué tanta teoría, ni tanta alegoría, ni tanta chapucería. ¿Qué hay que hacer? ¿Pegarle fuego a todo? Pues a ello. Y echar con las tripas al aire a los burgueses y tirar todas las iglesias al suelo, y todos los cuarteles, y todos los palacios y todos los conventos, y todas las cárceles… Y si se ve a un cura, o a un general, o a un juez, se acerca uno a él disimuladamente y se le da un buen cate o una puñalá trapera… y adivina quién te dio […]»
La visión descarnada de la bestia humana aparece al final de la novela por boca de Roberto Hasting, la revolución no es posible porque la voluntad del «hombre», quizá su naturaleza depredadora, le impulsa a la acción, a una lucha por la vida, individualista, animalizada, insolidaria, en la que todo es disputa por ese bien que se desea, y que necesariamente habrá que arrebatar a otro porque la riqueza es limitada. Qué visión tan diferente entre esta de Hasting y esta otra de Juan:
«Para él, lo principal en el anarquismo era la protesta del individuo contra el Estado; lo demás, la cuestión económica casi no le importaba; el problema para él estaba en poder librarse del yugo de la autoridad. Él no quería obedecer, quería que si él se asociaba con alguien fuese por su voluntad, no por la fuerza de la ley.»

14 ene 2016

La dama errante

Por Ángel E. Lejarriaga


La obra vio la luz editorial en 1908. La sucedería, en 1909, La ciudad de la niebla y dos años después, en 1911, El árbol de la ciencia. Pío Baroja las agrupó en una trilogía a la que denominó «La raza».

Siguiendo su estilo particular, Baroja pinta cuadros sobre la realidad española de su tiempo, sin obviar lo grotesco de nuestra sociedad, que expresa de una manera descarnada y poco piadosa. Muchas de sus obras están inspiradas directamente en sucesos documentados, como en esta, La dama errante. En ellas habla del «carácter» del pueblo español, con toda su diversidad plurinacional. Según palabras del propio Baroja no pretendía crear una obra «de gran calidad literaria o filosófica sino, más bien, algo más psicológico y documental».

En esta novela construye toda una trama dramática alrededor del atentado que se produjo el 31 de mayo de 1906 en Madrid contra el cortejo nupcial del rey Alfonso XIII. El autor de los hechos fue Mateo Morral Roca, nacido en Sabadell en 1880, que procedía de una adinerada familia catalana de padre republicano y madre ultra católica. Tras una etapa de formación fuera de España, en 1899 regresó para dirigir la industria textil propiedad de su familia. Según parece, cuando regresa de Leipzig no solo trae el conocimiento de varios idiomas sino que le acompañan las ideas anarquistas con las que había entrado en contacto. Las relaciones con sus padres se complicaron debido a su compromiso social y en 1901 puso distancia con ellos, visitando Alemania, París y Londres. Es en esta última ciudad entró en contacto con Errico Malatesta, célebre anarquista italiano.

A su vuelta rompió definitivamente con su actividad laboral, y comenzó a trabajar de bibliotecario con Franciso Ferrer Guardia, fundador de la Escuela Moderna. En 1905 pretendió atentar en París contra Alfonso XIII sin éxito por lo que decidió intentarlo de nuevo un año después, esta vez en Madrid, utilizando una «bomba Orsini». El día de la boda del rey, cerca de las dos de la tarde, cuando la comitiva se dirigía al Palacio Real procedente de la iglesia de los Jerónimos, Mateo Morral arrojó una bomba en un ramo de flores desde el balcón del tercer piso de la pensión en la que estaba hospedado, en el número 88 de la calle Mayor (hoy número 84). En su vuelo hacia el objetivo el artefacto tropezó con los cables del tranvía y se desvió hacia la multitud que rodeaba a los reyes. El desastre fue mayúsculo: más de cien heridos y veinticinco muertos. Los hechos que sucedieron a continuación es sobre los que Baroja construye la trama: la fuga de Mateo Morral. La calle Mayor llegó a llamarse durante la Guerra Civil calle de Mateo Morral.

Baroja conocía a Mateo Morral, y a varios compañeros de este (un empleado de los tranvías llamado Ibarra, que acabó en la cárcel, y un polaco que era viajante de comercio), porque el autor del atentado frecuentaba una tertulia literaria del Café Candelas de la calle de Alcalá, en la que él participaba con otros escritores del momento.

En la novela hay cuatro personajes centrales que representan diversos aspectos de la vida española. Bruell (Mateo Morral). El Doctor Aracil, María Aracil, su hija; y un amigo íntimo del doctor, Iturrioz. María Aracil volverá a aparecer como protagonista en la siguiente novela de Baroja, La ciudad de la niebla, en la que se cuenta la visita que ella realiza a Londres.

Antes de meterse de lleno en la historia, Baroja da un repaso a nuestra idiosincrasia patria sin remilgos:
«En nuestra época y en nuestro país es muy difícil ser niño. La vida se marchita pronto, cuando no brota ya mustia por herencia. […] España es el país ideal para los decrépitos, para los indianos, para los fracasados, para todos los que no tienen nada que hacer en la vida porque lo han hecho ya, o porque su único plan es ir vegetando.»
«La vida española de hoy es como una momia envuelta en vendas.»
«Aquí no hay más que tres cosas: un patriotismo de Madrid, burocrático y falso; un regionalismo que es una cursilería; un provincialismo infecto, y luego la barbarie natural de la raza.»
Después de estos prolegómenos la narración sube de tono cuando Bruell comete el atentando, escapa, le pide refugio al Doctor Aracil y este se lo da. Como consecuencia de esto padre e hija tienen que huir del país y buscar refugio en Portugal, todo ello a través de un accidentado viaje.

El personaje que representa a Mateo Morral es Nilo Brull, todo lo contrario de lo que Baroja admiraba en los anarquistas. De hecho, al lector enseguida le resulta desagradable, independientemente de su retórica más o menos convincente.
«Es la síntesis de los anarquistas que llegaron a Madrid de Barcelona que tenían un carácter de soberbia, de rebeldía y de amargura.»
La hija del doctor, María, es un personaje muy interesante porque se encuentra lejana a las mujeres de su tiempo; está educada ―culturalmente hablando―, tiene ideas propias y no pretende casarse como única salida para proyectarse en el futuro y autorrealizarse como persona. Muy por el contrario, posee un gran apetito de conocimiento sustentado en una vida sencilla y de talante natural que comparte en largas conversaciones con su primo Venancio.
«[…] un país lleno de árboles suponía una transformación de la vida, convirtiéndola, de áspera y ruda, en civilizada y humana.»
«[…] soy enemigo de las ciudades grandes, del lujo y de la propiedad. Creo que el dinero está pudriendo nuestra vida. Los españoles debíamos vivir como lugareños, porque nuestro país es pobre. Yo muchas veces he pensado que viviríamos en el campo. Esparciríamos la vida que se amontona en las ciudades por los valles y los montes, haríamos la propiedad de la tierra común a todos, y así podríamos vivir una vida limpia, serena y hermosa.»
Es posible, como se ha comentado, que el personaje de María represente el ideal de mujer que sueña Baroja, es decir, un ser inteligente, valiente, solidario y tenaz en la consecución de sus objetivos.

El Doctor Enrique Aracil es otra cosa. Le encantan las tertulias incendiarias y se define como anarquista, dispuesto a todo por conseguir su ideal, pero cuando se ve enfrentado a la posibilidad de ser apresado, juzgado y condenado, se hunde. No quiere perder todo lo que le ha costado tanto esfuerzo conseguir, entre otras cosas su prestigio como médico. Su discurso político se queda así convertido en verborrea a la hora de la verdad. La hija le protege y le empuja hacia la salvación de la huida y con su ejemplo le hace recuperar el valor.

Iturrioz es un hombre coherente con sus ideas a pesar de poseer una fama que deja mucho que desear. Su carácter es insociable, un cínico «entusiasta de la violencia». Si antes he dicho que María podría ser el ideal de mujer de Baroja, Iturrioz se parece mucho al mismo Baroja; obviando los temas religiosos: Iturrioz declara su fervor a la Iglesia Católica. Al final, su coherencia le lleva a implicarse en la fuga de su amigo sin regatear en esfuerzos.
«[…] un dinamitero me parece un artista, un escultor, bárbaro y cruel, que modela en carne humana.»
En síntesis, La dama errante me parece una novela muy recomendable que se lee rápido. Después de terminarla, eso sí, te queda en la boca un sabor agrio porque el presente de nuestra tierra no es mucho mejor que lo que nos describe Baroja hace ciento diez años.