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28 abr 2025

La vida secreta

VAGALUME (2023)
Julio Llamazares



Por Ángel E. Lejarriaga
 

Julio Llamazares (1955). Con esta novela aparecida en 2023 la obra del leonés se va extendiendo por los diversos géneros literarios en los que se expresa: 7 guiones cinematográficos, 8 libros de viajes, 3 de artículos periodísticos, dos poemarios y 12 de narrativa, entre relatos y novelas. En total 32 obras publicadas.

Vagalume (2023) me ha recordado a algunas de las obras de Paul Auster, quizá porque esta novela se refiere a un escritor que escribe de otro escritor, ya muerto, que a su vez es hijo de un escritor. Los tres comparten un espacio común: la escritura como motivo existencial.

La trama se centra en la muerte de un periodista, que fue director de un periódico, Manolo. Un escritor reconocido, Cesar, que fue apadrinado por el primero cuanto entró nada más acabar la carrera en el periódico, acude a su funeral. La amistad entre Cesar y Manolo fue profunda y duradera, a pesar de que una vez que Cesar se fue de la ciudad a trabajar a otro lugar, los dos amigos se vieron menos. Transcurrido el sepelio una mujer desconocida le hace llegar a Cesar un libro, la primera novela que escribió Manolo, que fue premiada y prohibida por la censura, sin que llegara a los escaparates de una librería, fue destruida. Se suponía que no se había conservado copia alguna. La aparición de la novela y el anonimato de la persona donante generan una incógnita que Cesar va a intentar resolver. De este modo, sigue los pasos de su amigo muerto por la ciudad que amó, que ahora le resulta muy diferente.

La novela tiene muchas reflexiones, una sobre el hecho mismo de la escritura. Preguntas como ¿para qué escribir? o ¿para quién se escribe? se exponen con un acento inquisitivo que el autor responde desde su personaje, Cesar y Manolo, su amigo, y el padre de su amigo, que firmaba algunos de sus libros como Vagalume.

«Cuando alguien se despierta en plena noche con la necesidad de plasmar en palabras sobre el papel su sueño; cuando alguien se levanta cada día pensando qué va a escribir porque es lo que ha hecho toda su vida; cuando alguien escribe todos los días porque para él es como respirar… […] Escritor es aquel ―recordé las palabras del propio Manolo Castro un día ya remoto en el periódico― que continuaría escribiendo aunque no publicara. […]―Sin escribir yo sería un desgraciado. […] [escribir] era más que una vocación, era una forma de sobrevivir al tiempo, al vacío sucesivo de los días y a su irreparable pérdida».
Los tres escriben para poder seguir viviendo, sólo que Vagalume (luciérnaga en gallego) no pudo publicar con su nombre auténtico, Manolo decidió no publicar quién sabe por qué, ¿por miedo al fracaso? y Cesar sí publica y tiene éxito. La indagación de este último intenta resolver estos interrogantes que tienen tantas respuestas como personas que escriben las quieran dar. En este recorrido, la novela se convierte en una investigación, en una intriga. Este secretismo de algunos escritores que por propia voluntad no desean publicar, ni siquiera lo intentan Llamazares lo justifica como: «Todos tenemos una vida pública, una privada y una secreta» y hace una referencia a una definición parecida que en su momento hizo Gabriel García Márquez sobre el tema: «La vida pública es lo que ven los demás; la privada es cómo nos ven los más cercanos; y la secreta, la que no compartimos con nadie». Tanto Llamazares como García Márquez tienen razón, cada individuo tiene su misterio interior y en ocasiones la vida secreta es más relevante que la real e incluso más intensa.
«Manolo se había ido con su secreto como tantas personas en este mundo, supongo».
Otra reflexión importante es sobre esos escritores que por ser acusados de rojos por el régimen franquista no pudieron escribir, es decir, publicar sus obras con sus propia identidad y se vieron obligados a utilizar seudónimos para exponer sus obras, aunque estas fueran novelitas del Oeste o policiacas: Marcial Lafuente Estefanía o Eduardo de Guzmán son un buen ejemplo de ello. Vagalume escribió más de mil novelas, del Oeste y policiacas sobre todo, que leyeron cientos de miles de lectores, que cuando vivía en una residencia para ancianos leía una y otra vez.
[Sobre el padre de Manolo] «Luchó con los perdedores y por ello estuvo en la cárcel y no pudo ejercer su profesión cuando salió [maestro]. Así que durante años se ganó la vida escribiendo novelas que firmaba con seudónimos porque no podía hacerlo con su verdadero nombre…»
La tercera reflexión es el paso del tiempo, el cambio de todo lo que nos rodea y de nosotras mismas: «A partir de una edad todos somos ya supervivientes». Y es cierto, esperamos el desastre del fin de la existencia en cualquier momento, como si nuestro organismo tuviera fecha de caducidad, que lo tiene, y hubiéramos atravesado dicha fecha de manera azarosa. Pero el mundo que habitamos también cambia: «[…] en aquel viaje la había encontrado cambiada [su ciudad], no tanto de aspecto como de espíritu, perdido aquel carácter antiguo, sustituido ahora por una extraña modernidad que la convertía en un decorado para turistas, su destino inevitable al parecer a falta de otros recursos de los que vivir, cerrada la poca industria que tuvo en tiempos».

Sigue Llamazares con el relato, ahondando en la angustia de lo que se ha ido para no volver: «La juventud, sin embargo, pese a su fugacidad, se fija en nuestro subconsciente con una fuerza que nos sorprende cuando la recuperamos, como a mí me sucedía ahora». Para acabar meditando sobre la soledad a la que en un momento dado se llega sin poder remediarlo: «Pensé en que no había ninguna diferencia entre ellos y las personas que como Manolo o yo convertimos la soledad en un refugio en el que poder vivir nuestros sueños. Como había dicho Santamaría, la soledad no era una maldición, sino un lugar en el que protegerse del mundo cuando no te gusta. Y a la vez un observatorio desde el que interpretarlo».
«PADRE: Cada uno en la vida hace lo que puede. Y lo que le toca hacer…»
«PADRE: Mira, ¿ves esas flores? Así es la vida de hermosa y de breve. Cuando te das cuenta se ha ido».
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20 may 2024

¡Ay, Genarín!

El entierro de Genarín (1981)
Julio Llamazares



Por Ángel E. Lejarriaga



Julio Llamazares (1955) nació en un pueblo de León, Vegamián, hoy desaparecido por obra y gracia del embalse de Porma. Su padre trabajaba allí de maestro. Tras verse obligados a cambiar de domicilio, se instalaron en Ollero de Sabero. Estas incidencias van a determinar en gran parte algunos de los temas de su obra literaria. Estudió bachiller y se licenció en Derecho, incluso llegó a trabajar de abogado pero ese no era su camino y prefirió dedicarse al periodismo en cualquiera de sus facetas.

En 1985 publicó Luna de lobos y tres años después, en 1988, La lluvia amarilla. Estas dos obras quedaron finalistas en el Premio Nacional de Literatura. En 1994 apareció Escenas de cine mudo, en 2014 Las lágrimas de San Lorenzo y en 2016 Distintas formas de mirar el agua.

Lo que nos cuenta Llamazares en su obra es muy cercano a su tierra, a la tierra, con una expresividad que es poética y realista, en ambos casos terrible pues nos muestra los contrastes entre el ser humano y la naturaleza que desprecia y arrasa.

Cuando Julio Llamazares escribió este libro, El entierro de Genarín (1981), contaba veintiséis años, era su primera obra, lo que para él fue importante pues decantaba su vida profesional en la senda de la escritura. En sus páginas Llamazares se atreve con la biografía de Genaro Blanco Blanco, huérfano, más conocido como Genarín, maestro en la vida disoluta a pesar de sus escasos recursos, usuario de burdeles y gran degustador de orujo, se dice que alcanzó la "iluminación" a través de este licor. La peculiaridad de su vida bohemia saltó a la fama cuando el 30 de marzo de 1929, Viernes Santo, fue atropellado por el camión de la basura de la ciudad de León, mientras ―se supone― se aliviaba de sus necesidades fisiológicas junto a la muralla de la ciudad. Sobre la susodicha víctima se publicó una esquela en la que se hizo constar que estaba casado y tenía varios hijos.

A partir de la desaparición de Genarín, cuatro personajes carismáticos de la bohemia leonesa, los llamados “Evangelistas”: Nicolás Pérez, Eulogio “el gafas”, Luis Rico y Francisco Pérez Herrero, tomaron la solemne decisión de glosar “líricamente” y conmemorar la figura de Genaro. Así, en la noche de Jueves Santo de 1930 se citaron en la Plaza del Grano para celebrar el recuerdo de Genaro con poemas a cual más ocurrentes, en tanto realizaban un recorrido solemne por las tabernas que se encontraban a su paso y degustaban orujo como si no hubiera un mañana. A esta marcha jocosa, y en fecha tan señalada, se le fue uniendo más gente año tras año, hasta que según cuentan las crónicas en el año 1957 la “procesión” fue prohibida. Dichas crónicas han dicho, con cierta maledicencia, que la prohibición derivó del hecho ―no constatado― de que ese Jueves Santo a la misma hora se cruzaron dos procesiones, una era la de Genarín y la otra una religiosa al uso, y desgraciadamente para la segunda, la primera tenía mucho más público acompañante y celebrante.


El libro de Llamazares es una crónica de esta historia o leyenda, como la queramos llamar. Se le ha calificado de “evangelio apócrifo” en él “se relatan la vida y los milagros […] a un vividor que se ha convertido al pasar del tiempo en el santo de los borrachos y los bohemios”. 


Se podría decir, para poner punto y final a esta reseña, que la obra es “insólita” y a la vez un canto al desparpajo, la creatividad y la vida profana. Además, nos ofrece la oportunidad de documentarnos adecuadamente para citarnos un Jueves Santo en León para celebrar a Genarín y la alegría de vivir, alejados del oscurantismo y la amenaza de las llamas del infierno y la negrura de la Semana Santa tradicional.

OBRA

Narrativa


· El entierro de Genarín (1981), relato
· Luna de lobos (1985), novela
· La lluvia amarilla (1988), novela
· Escenas de cine mudo (1994), relatos
· En mitad de ninguna parte (1995), relatos
· Tres historias verdaderas (1998), relatos
· Los viajeros de Madrid (1998), relatos
· El cielo de Madrid (2005), novela
· Tanta pasión para nada (2011), relatos
· Las lágrimas de San Lorenzo (2013), novela
· Distintas formas de mirar el agua (2015), novela
· Vagalume (2023), novela

Poesía

· La lentitud de los bueyes (1979)
· Memoria de la nieve (1982)

Colaboraciones en prensa

· En Babia (1991)
· Nadie escucha (1995)
· Entre perro y lobo (2008)

Viajes

· El río del olvido (1990)
· Trás-os-Montes (1998)
· Cuaderno del Duero (1999)
· Las rosas de piedra (2008)
· Atlas de la España imaginaria (2015)
· El viaje de Don Quijote (2016)
· Las rosas del sur (2018)
· Primavera extremeña (2020)

Guiones cinematográficos

· Retrato de bañista (1984)
· El filandón (1985)
· Luna de lobos (1987)
· La fuente de la edad (1991)
· El techo del mundo (1995)
· Flores de otro mundo (1999)
· Elogio de la distancia (2009)

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18 nov 2020

La lluvia amarilla


Por Ángel E. Lejarriaga



Julio Llamazares (1955). Estamos ante la novela monólogo de un leonés de reconocido prestigio, como escritor y como periodista, nacido en un pueblo que ya no existe, Vegamián. En dicho pueblo trabajó su padre de maestro hasta que el embalse de Porma se llevó sin contemplaciones pueblo y memoria, desplazando a sus habitantes lejos de allí. Cuando la desaparición del pueblo bajo las aguas fue algo inevitable la familia se mudó a Olleros de Sabero. Algunas de las obras de Llamazares reflejan cómo era la vida en estos pueblos abandonados.

Tras los estudios primarios y secundarios al uso en su tiempo se licenció en Derecho, y llegó a ejercerlo profesionalmente; pronto descubrió que su talento y deseo de autorrealización personal se encontraban lejos de esa disciplina, entonces tomó el camino nada fácil del periodismo y la literatura.

En 1985 se publicó su primera novela, Luna de lobos, que fue finalista en el Premio Nacional de Literatura. Tres años después estuvo a punto conseguir idéntico galardón con la novela que comentamos en estas líneas, La lluvia amarilla.

Desde que se decide a dedicarse a la escritura su horizonte de trabajo ha sido muy amplio: libros de viajes, ensayos, artículos de opinión y reportajes, poesía y, por supuesto, narrativa.

A continuación expongo algunas de sus obras ordenadas por géneros. Narrativa: El entierro de Genarín (1981), Luna de lobos (1985), La lluvia amarilla (1988), Escenas de cine mudo (1994), En mitad de ninguna parte (1995), Tres historias verdaderas (1998), Los viajeros de Madrid (1998), El cielo de Madrid (2005), Tanta pasión para nada (2011), Las lágrimas de San Lorenzo (2013) y Distintas formas de mirar el agua (2015). Poesía: La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982). Prensa: En Babia (1991), Nadie escucha (1995) y Entre perro y lobo (2008). Libros de viajes: El río del olvido (1990), Trás-os-Montes (1998), Cuaderno del Duero (1999), Las rosas de piedra (2008), Atlas de la España imaginaria (2015), El viaje de Don Quijote (2016), Las rosas del sur (2018) y Primavera extremeña (2020). Guiones para el cine: Retrato de bañista (1984), Luna de lobos (1987), El techo del mundo (1995), Flores de otro mundo (1999) y Elogio de la distancia (2009). 

A lo largo de su carrera ha recibido numerosos premios y galardones.


La lluvia amarilla (1988) es un largo monólogo, al estilo de los que ha escrito Miguel Delibes, en el que el último superviviente de Ainielle, un pueblo del Pirineo aragonés, cuenta como puede, sus recuerdos, sus miedos y todo lo que ve a su alrededor, todo ello muy cercano a la muerte. Llamazares llama “lluvia amarilla” a las hojas ocres amarillentas del otoño, pero no es más que una metáfora entre otras sobre el paso del tiempo. El narrador, en su larga alocución, nos presenta cómo era el pueblo, quiénes eran sus habitantes, a qué se dedicaban, cómo se fueron muriendo o simplemente abandonándolo; habla sobre su propia vida, sobre su esposa, sobre sus hijos, y lo hace en un espacio intermedio entre la cordura y la locura, unas veces más desde un lado que desde otro.

El pueblo se muere. Las imágenes que invoca el narrador al abrir su memoria son de devastación, de desolación, de una soledad que aplasta como una losa irremediable. Él protagonista podría haberse marchado como hicieron otros, o haber acabado con su vida, una posibilidad, para así evitar ser testigo de la debacle, pero aguanta porque quiere hacerlo, porque es la memoria viva de un pasado que morirá con él.

Llamazares se inspiró para escribir esta obra en un pueblecito de Soria, en Sarnago, en el que debido a una expropiación, sus habitantes tuvieron que abandonarlo. Afortunadamente el pueblo al día de hoy ha sido rehabilitado.

La primera impresión que te produce la novela antes de empezarla, al leer la contraportada, es que se trata de un relato fidedigno del abandono del mundo rural en los años cincuenta; hoy en día no solo no hemos mejorado en este aspecto sino que hemos empeorado. Cuando profundizas en sus páginas, descubres que sí, es verdad, un pueblo se muere, sus habitantes también, toda una forma de vida desaparece de manera inexorable; pero esto último nos hace reflexionar, como paradigma irrefutable, sobre todo lo que vamos perdiendo a través de los años, más si cabe en la “moderna” sociedad actual, tan desmemoriada. Así, te miras a ti mismo en el espejo del tiempo presente y te preguntas por todos tus referentes vitales que se han derrumbado con los años: valores, cultura, costumbres, amistades perdidas, familiares muertos, relaciones marchitas, individualismo, aislamiento, soledad. En ese contexto de indagación realista, ciertamente al borde de la enajenación, te sigues preguntando si ha merecido la pena vivir, si volverías a nacer si tuvieras la oportunidad de elegir, si harías lo mismo, si deseas seguir viviendo sin esos puntos cardinales que orientaban tus días. En ese instante de desasosiego, como le sucede al protagonista, se te aparecen tus queridos muertos para acompañarte en la zozobra de manera cariñosa, desde luego, en esa soledad que poco a poco se va presintiendo o tomando forma en el quehacer cotidiano según las circunstancias de cada persona. Si hablas con tus muertos no te has vuelto loco, aunque también puede ocurrir que sea así; en ocasiones lo que ocurre es que no tienes a quién contarle tus dudas más amargas. En nuestra vida diaria procuramos superar estos abismos existenciales, nos ocupamos con tareas, necesarias o no, creativas o no. Sin embargo, nuestro protagonista no tiene muchas posibilidades de evasión, por no decir ninguna, es un resistente, único, mientras viva habrá recuerdo, ahuyentará el olvido, a pesar de la desolación que le rodea, aunque su mundo se derrumbe como un castillo de naipes.

El narrador se despide de la vida con rabia porque sabe que su agonía es la antesala del olvido más absoluto, como si la luz del mundo fuera poco a poco apagándose hasta llegar a un punto en el que gobernará la oscuridad y la barbarie.

El autor nos cuenta todo esto con un lenguaje poético, nos invita a participar de la lluvia amarilla para que apliquemos el cuento a nuestras propias vidas; no pretender proporcionarnos una moraleja, ni una lección, nos describe un escenario y nosotros tenemos que poner el resto.
“Sí. Seguramente, me encontrarán así vestido todavía y mirándoles de frente, casi del mismo modo que yo encontré a Sabina entre la maquinaria abandonada del Molino. Solo que yo aquel día no tuve otros testigos de mi hallazgo que la perra y el sonido acerado de la niebla al romperse contra los árboles del río…”

ANEXO:

Documentos TV tiene un documental sobre Ainielle:

https://www.rtve.es/alacarta/videos/cronicas/cronicas-ainielle-tiene-memoria/221225/

Otro documental interesantes es Esta es mi tierra, León, memoria de la nieve.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/esta-es-mi-tierra/esta-tierra-leon-memoria-nieve/671180/