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14 abr 2021

La mujer justa


Por Ángel E. Lejarriaga



Sándor Márai (1900-1989). En esta novela el escritor húngaro Sándor Márai describe una misma situación vivencial pero desde los tres puntos de vista de sus protagonistas. Y, curiosamente, los tres son diferentes y muy ricos en matices, no podía ser de otro modo, el cerebro humano funciona así. ¿Por qué? Sencillo, nos encontramos ante tres formas desiguales de percibir o interpretar el mundo, y por tanto con tres sensibilidades narrativas y experienciales. Así las cosas, nos enfrentamos a tres monólogos, es decir, la exposición personal de cada uno de los actores.

Hay que decir como curiosidad que la novela se compone de dos primeras partes publicadas en 1941 y una tercera añadida en 1949.

La historia se inicia en una cafetería de Budapest con dos mujeres sentadas a una mesa y tomando un refrigerio. Una de ellas le cuenta a la otra, con una cierta indiferencia o distancia, que por azar un día descubrió que su marido tenía un amor secreto que le torturaba. También le dice que intentó recuperarlo pero sin éxito. Este es un buen comienzo, sin duda. Mas la narración sigue, aumenta en intensidad. En la segunda parte de un modo semejante, ese mismo día, también en Budapest, en este caso es un hombre el que describe a un amigo cómo abandonó a su esposa para casarse con otra mujer a la que había deseado de una manera insoportable durante mucho tiempo, concluye finalmente que esa relación, tras materializarse, resultó un fiasco.

La tercera parte se desarrolla durante el amanecer de ese mismo día, en una pensión de Roma, una mujer describe a su amante cómo a pesar de su origen humilde logró contraer matrimonio con un hombre rico. Tal matrimonio ya solo es un esbozo en el aire, de él nada queda.

Quizá esta sea la novela más lograda de Márai; su capacidad para indagar en los pilares que sostienen la sensibilidad humana es ingente, expresada de una manera poética. Así, la muerte, la soledad, el deseo, los celos, el amor, se desnudan sin tapujos ante nuestros ojos como posibilidades amables y crueles de la existencia.

Márai explora las emociones humanas. Fundamentalmente eso, desde todos los ángulos posibles de análisis. Quiere saber lo que sucede en el interior de sus personajes como si estuviera haciendo una vivisección. El escenario lo prepara con minuciosidad. Está Peter, rico, educado, un individuo que se puede decir que lo tiene todo para ser feliz; casado con María, una bella mujer, burguesa, culta, inteligente, que cree firmemente que su devenir es seguro. Luego está Judit, la criada, de origen humilde, silenciosa, con un rencor ardiente al que apenas puede sustraerse hacia aquellos que tienen lo que ella no puede poseer.

¿Qué sucede entonces? Nada en especial que no conozcamos de antemano, se manifiesta en todo su esplendor el motor del hombre y la mujer: la pasión. Peter languidece de deseo por Judit; ella se deja querer, pero no se conforma con el papel de amante, lo desea todo. María poco puede hacer para salvar lo insalvable, es imposible navegar en el magma que desprende la tensión entre los amantes. María es apartada, sobra en la escena, el matrimonio se rompe.

Peter y Judit se casan, y ahí ponen punto y final a su pasión. Vivían un espejismo, una fantasía, una intensa emoción que como humo se disuelve en el aire. Esto lo descubre Peter demasiado tarde. Su amor se ha extinguido, su vida lo va a hacer pronto, pero no se arrepiente de nada, tienen la firme convicción de que no se puede vivir sin pasión; la condición humana está definida por la búsqueda de la belleza, por tanto cualquier sacrificio es válido para intentar aproximarse a ella.

Tal vez Peter hubiera podido mantener a buen recaudo sus emociones pero ni tan siquiera lo intentó, si es que tal cosa es posible. Los personajes cuentan su experiencia sin quejarse, vivieron lo que vivieron sin más; el amor juega así sus cartas, exige un peaje cuyo resultado no está garantizado. Lo único que nos queda al respecto es volver a empezar de nuevo.
“Ha intentado hacerse indiferente a los sentimientos mediante la razón, que es como intentar convencer con palabras y argumentos a un paquete de dinamita de que no explote.”
“En la vida ocurre todo lo que tiene que ocurrir y, al final, todo encuentra su lugar.”
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21 sept 2020

¡Tierra, tierra!

Por Ángel E. Lejarriaga



Sándor Márai (1900, Hungría – 1989, EEUU). El libro cuenta la experiencia del autor en los últimos días de la resistencia del ejército nazi, que había ocupado Hungría, la llegada de las tropas soviéticas y su exilio voluntario. La guerra acabó en 1945 y él estuvo en su país hasta 1948, momento en que decidió abandonarlo.

Confesiones de un burgués, su primer libro de memorias, habla de la ocupación nazi del país que se produjo en 1944. ¡Tierra, tierra!, aunque cita brevemente la llegada de los nazis, se centra en la ocupación soviética y la subsiguiente estalinización de Hungría. Refleja el cambio radical en la forma en que habían vivido hasta ese momento los húngaros, siempre desde el punto de vista de una persona acomodada y refinada como era Márai. Él pone todo su énfasis en Occidente como última esperanza ante el “terror rojo” que llega del Este. Viene al caso reseñar que un viaje parecido hacia el otro lado del océano Atlántico lo hizo también Klaus Mann, el hijo díscolo y comunista de Tomas Mann, el Premio Nobel de Literatura. Klaus Mann primero huyó de los nazis; luego, conocedor de lo que sucedía en la URSS, se apartó del comunismo soviético y abrazó la forma de vida norteamericana como signo de libertad, lo que más tarde, decepcionado, le llevó a la depresión y al suicidio; los EEUU no eran lo que parecían.

Márai no soñaba con un mundo mejor como Klaus Mann; simplemente, le gustaba vivir, vivir lo mejor posible, y a su modo fue asimilando los cambios que se iban produciendo en su país con un talante crítico y a la vez distante. El período histórico en el que vivió fue tremendo. En primer lugar cayó el imperio austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial, con lo que el país perdió el setenta por ciento de su territorio. En segundo lugar, se proclamó la República Soviética Húngara, que duró tres meses, aniquilada por tropas anticomunistas rumanas. En tercer lugar, en 1920 Miklós Horthy se hizo con el poder. Horthy firmó una alianza con la Alemania nazi y participó en la Segunda Guerra Mundial al lado de esta. Durante los años de la contienda bélica los Cruces flechadas, una organización nazi húngara, sembraron el terror en el país, y colaboraron en la deportación de miles de judíos húngaros. En 1944 Hitler hizo que Hothy abdicara y puso en el poder a otro títere pronazi, Frenc Szálsi; al final, Hungría, ese mismo año, fue ocupada por las tropas alemanas. Una parte de la dictadura de Horthy Márai se la pasó exiliado en París, ciudad de la que guardaba buenos recuerdos.

Es obvio que la cultura húngara, con tanta catástrofe política, hizo aguas por los cuatro costados. Márai lo refleja bien en sus memorias; el problema no solo fueron los rusos ni el estalinismo, digamos que eso solo fue la gota que colmó el vaso. ¿Qué quedaba de la esplendorosa Hungría burguesa que él adoraba? Poco, muy poco.

Gran parte de ¡Tierra, tierra! es un catálogo sobre lo perversos y descerebrados que eran los invasores rusos. Nos habla también de la destrucción de la individualidad, que los nuevos gobernantes consideraban reaccionaria. El país había quedado en ruinas y para medrar había que estar al lado de los nuevos dirigentes; ¡y cuándo no!

En la obra habla poco de su vida personal, de su matrimonio sin hijos o de sus amistades. Fundamentalmente, se expresa como escritor e intelectual que escudriña con ojo crítico el estado de su nación. Cuenta lo que ve, que no es otra cosa que lo que en suerte le ha tocado vivir.

El libro se compone de tres partes. La primera habla de la llegada de los tanques nazis, continúa con las presencia de fuerzas rusas que cercan Budapest. En estas páginas hace un análisis pormenorizado de los diferentes individuos que componen el ejército bolchevique, así como sus conductas. En la segunda parte se reencuentra con un Budapest deshecho, es el año 1945. Su casa es un montón de escombros. Nos instruye en la lengua y la literatura húngara, y, sobre todo, examina la situación política; hace mucho hincapié en la domesticación de los intelectuales, unos adoctrinados directamente en Moscú y otros que permanecen al margen de los acontecimientos como si no fueran con ellos. La tercera parte describe un viaje que realiza a París a un congreso literario y sus conclusiones sobre lo que se encuentra, bastante diferente a lo que vio en su primer viaje. A su regreso a Hungría, tras llegar a la conclusión de que guardar silencio es también colaborar con el nuevo régimen político, decide exiliarse a los EEUU, con una idea simbólica respecto a este país relacionada con el descubrimiento de un nueva tierra, una tierra de promisión que más o menos salvaría al mundo. En los EEUU vivió hasta su muerte.

El exilio para Márai fue un desgarro, él adoraba Hungría, su cultura, su forma de vida; nunca lo superó.

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7 may 2020

Divorcio en Buda

Por Ángel E. Lejarriaga



Sándor Márai (1900-1989). Esta novela fue publicada en 1935, en una época de convulsión social y política en Europa y en gran parte del mundo. A pesar de ello, Márai escribe una obra aparentemente atemporal, aunque no lo sea porque está situada entre 1914 y 1918, la Primera Guerra Mundial, con lo que ello supone de derrumbe para un cierto tipo de vida aburguesada. A pesar de ello, describe una sociedad moderna que nada tiene que ver, por ejemplo, con la sociedad española de aquel tiempo, su modernidad es generalizada, a nivel cultural y también en lo que se refiere a calidad de vida. El pueblo húngaro era moderno entonces, como lo era Alemania, con esa modernidad a sus espaldas provocaron dos guerras mundiales; Hungría fue aliada de Alemania en la primera y en la segunda guerra mundial.

La narración expresa una tragedia, si se quiere contenida, pero una tragedia a fin de cuentas, en ella se respira o se transpira un ambiente emponzoñado que no parece tener solución, porque la muerte acaba con cualquier tipo de posibilidad de cambio.

Divorcio en Buda es una historia de amor pero no al huso. Por azar, a un juez que lleva temas de divorcio, Kristóf, le llega un expediente referido a la ruptura matrimonial de un antiguo compañero de estudios, Greiner, con cuya mujer él mismo tuvo la posibilidad de casarse, Anna. Esa carpeta insólita hace que el temple del juez se tambalee. El juez ha amado con pasión contenida, pero ha dejado suspendido ese amor en el fondo de su mente; ella también ha amado y del mismo modo ha dejado en suspenso ese amor. ¿Por qué renunció Kristóf a Anna? ¿Por qué Greiner se casó con Anna? ¿No sospechaba acaso que ella había puesto sus sentimientos en otra parte? ¿La quería tener a su alcance por encima de cualquier otra eventualidad? ¿Por qué Kristóf a pesar de haber visto a Anna nada más que cuatro veces en su vida nunca ha dejado de pensar en ella, incluso habiendo montado una familia tradicional, con una rígida moral?
"Me hago la autopsia a mí mismo. Sin piedad. Me tumbo en la mesa del quirófano y examino todos mis sentimientos y mis recuerdos con la esperanza de que la culpa sea también mía, de que me haya equivocado, de que no haya amado a Anna, de que no la haya amado lo suficiente, de que no haya sido lo bastante hábil o astuto... Porque quizá necesitemos también astucia para el amor."
El tiempo pasa, como siempre, mejor o peor, dependiendo de la fortuna y el buen hacer de cada uno de los personajes. En un momento dado, el expediente casual hace que el pasado tome forma en el presente, y se reabra el viejo amor, como el que desgarra un pecho y observa el corazón que contiene latir aceleradamente.
“El que ama, teme. Sentimos celos por la persona que amamos, a lo mejor porque sentimos celos de la muerte, que nos la puede arrebatar.”
Podemos mirar y escuchar y preguntarnos si ese desangrarse inútil se ha mantenido a través del transcurrir de los años de una manera estéril. Preguntas que el autor no responde, que quizá el lector pueda intentar interpretar, o limitarse a dejar que la lectura finalice con una incógnita que se enrosca alrededor de la garganta, generando una cierta angustia.
“Las situaciones así, tan desesperadas, tan irracionales e incomprensibles, sólo podemos entenderlas después, cuando ya ha transcurrido el tiempo.”
El azar toma protagonismo en esta historia, como es la vida en sí misma; nos presenta la oportunidad de contactar con algo que no sabemos si es bueno o malo, que intuimos puede aproximarnos a una felicidad relativa, mas ponemos objeciones o miramos a otro lado, más tarde llegarán las dudas, la reflexión tal vez necesaria o no, la revisión de la decisión, ¿fue un error?
“Uno lo experimenta más o menos todo hasta cumplir cuarenta, cuarenta y cinco años, pensaba. A esa edad ya se sabe algo definitivo, algo verdadero; No es un saber profundo ni satisfactorio, pero uno ya ha visto a los vivos y a los muertos. La vida se repite de forma extraña y milagrosa, nada ocurre como esperábamos, nada nos puede sorprender. La única sorpresa de la vida se produce cuando descubrimos que también nosotros somos seres mortales.”
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20 nov 2019

La amante de Bolzano


Por Ángel E. Lejarriaga



Sándor Márai (Kassa, Eslovaquia, 1900-San Diego, California, 1989) mezcla en su obra la reflexión psicológica con una exploración del tiempo pasado original e intimista cargada de un cierto dramatismo. Rafael Narbona dijo en una ocasión, en una de sus magníficas reseñas literarias, que Márai recordaba mucho a Proust. La amante de Bolzano (1940) sigue a otras dos magníficas, Divorcio en buda (1935) y La Herencia de Eszter (1939), y es anterior a El último encuentro (1942); y a mi favorita, La mujer justa (1941).

La amante de Bolzano convierte a Giacomo Casanova en un psicólogo del amor. Sándor Márai se expresa así sobre él en la introducción a la novela:
“En los rasgos físicos y de carácter de mi héroe, el lector reconocerá seguramente el peculiar perfil de Giacomo Casanova, el notorio aventurero del siglo XVIII.
De tal identificación —que puede constituir una acusación a los ojos de algunos— sería difícil defenderse. Mi héroe se asemeja terriblemente a ese trotamundos decidido a todo, apátrida y, en contra de cualquier parecer, enteramente infeliz que en la medianoche del 31 de octubre de 1756 bajó por una escala de cuerda desde los Plomos de Venecia al canal y, en compañía de un fraile llamado Balbi, que había colgado los hábitos, se fugo del territorio de la República hacia Múnich. En mi defensa sea dicho que de la historia y de la vida de mi héroe a mí no me interesa tanto su peripecia como su índole novelesca.
Por lo tanto, de sus malhadadas Memorias no he tomado prestadas más que la fecha y las circunstancia de la fuga. El resto de lo que el lector encontrará en esta novela es puro cuento e invención.”
El tiempo narrativo es el siglo XVIII, y nos encontramos a un Casanova que no se gusta nada, se siente viejo pero que no renuncia a ser feliz por poco probable que sea tal objetivo. Tras escaparse de los Plomos —una cárcel a la que se accede por el Puente de los Suspiros: “quien entra allí tiene pocas esperanzas de volver a salir con vida de ella”— recala en Bolzano lugar en el que vive Francesca, la única mujer que ha hecho tambalear sus principios depredadores. En ese complejo encuentro tendrá que enfrentarse a una difícil decisión o si se quiere a un dilema existencial: amar o seducir.

Casanova ha sido un individuo sin escrúpulos, que vive al día, siempre dispuesto a gozar de todos los placeres sin pudor ni moral. En las calles se habla de él abiertamente, en cualquier lugar, las mujeres le desean sin conocerle, los maridos le temen. Pero ¿qué le hace tan magnético? En realidad, según le describe Márai, es feo, de nariz grande, barbilla puntiaguda, corta estatura y cuerpo fofo.

Lo cierto es que el encuentro con la bella Francesca llega en un momento de su vida en el que está más que harto de ser una “atracción de feria”, un mero objeto de curiosidad. Está perseguido y necesita refugio, y piensa que tal vez pueda encontrarlo en los brazos de ella. Pero lo que va a hallar no es paz sino una inmensa duda.

La historia de Francesca viene de tiempo atrás. Él la conoció cuando apenas tenía quince años y era de una belleza celestial. Mientras trabajaba por consumar su seducción se puso por medio el conde de Parma, ambos lucharon en un duelo y como consecuencia del mismo Casanova se retira de la conquista de Francesca. El conde, a pesar de la inmensa diferencia de edad con la joven, contrae matrimonio con ella. Pues bien, en el tiempo presente, la joven se ha convertido en una espléndida mujer, hermosa e inteligente, y sigue enamorada de Casanova. El conde, desesperado le ofrece a este un negocio según el cual pasará una noche con ella y la decepcionará, luego recibirá una cantidad importante de dinero y se marchará para no volver jamás. El planteamiento parece fructífero para ambas partes mas el resultado final no es el esperado por Casanova. Francesca no da un paso atrás en lo que se refiere a la pasión que siente por él; sin embargo, a través del diálogo que mantienen durante toda la noche algo se conmueve en el interior de Giacomo. Su seguridad se tambalea. Se siente vacío, la búsqueda del goce ya no le es suficiente. Desde luego mantiene sus principios inequívocos de la búsqueda de la libertad y del placer por encima de todo, pero en ese tiempo de decadencia se siente desbordado por una soledad abrumadora.
“Tal vez todo lo demás, la cautela, la sabiduría, la cordura, la inteligencia, no valga ni un comino porque no está enardecido por la loca pasión de la juventud, ese extraño deseo que pretende salvar el mundo y al mismo tiempo consumirse a sí mismo, que quiere agarrar con las dos manos todo lo que el mundo le ofrece y que a la vez arroja a puñados todo lo que la vida le regala.”

11 may 2017

El último encuentro

Por Ángel E. Lejarriaga



Sándor Márai nació en Košice, Hungría, hoy Eslovaquia, el 11 de abril de 1900. Su nombre auténtico era Sándor Károly Henrik Grosschmid de Mára, todo un reto para la memoria. Pertenecía a una familia acomodada que trató de educarle con severidad, sobre todo dado que el joven Sándor se fugó varias veces de su casa para correr aventuras con diversa suerte. Estas conductas inaceptables para su época y origen social, le condujeron directamente a un internado religioso en el que permaneció hasta que inició sus estudios de periodismo en Leipzig. No terminó la carrera porque prefirió continuar con lo que había dejado pendiente: sus escapadas. Estas le llevaron a recorrer Europa, quedando cautivado por París, ciudad en la que estuvo en contacto con lo más granado de las vanguardias estéticas. Tras este periplo, que podríamos denominar como de formación, en el año 1928 se instaló en Budapest. Durante los años treinta su escritura destacó, primero en alemán, lengua que conocía desde la infancia, y luego en húngaro. Su nombre era tan prestigioso, tanto en su país como en Europa, que su prosa llegó a ser comparada con la del premio Nobel de Literatura Thomas Mann.

Con el advenimiento del nazismo, Márai aprobó los Acuerdos de Viena en los que Alemania «recuperaba» territorios, que afirmaba le pertenecían, de Checoslovaquia y Rumanía. Pero esto fue solo un espejismo, la Alemania nazi apuntaba maneras inaceptables, y Márai se declaró «antifascista», actuando en consecuencia a través de su afilada pluma con artículos que condenaban el régimen de Hitler. Fueron muchas las voces filonazis que se levantaron en su contra; sin embargo, su fama le salvó de la represión.

La ocupación de Hungría por parte de los ejércitos soviéticos cambió su destino, de héroe pasó a ser considerado villano; su escritura fue calificada por los nuevos señores como «burguesa», y aunque fue respetado, abandonó el país en 1948, instalándose en New York en 1952, tras estancias temporales en Suiza e Italia.

Terminada la II Guerra Mundial, Sándor Márai fue prohibido en Hungría y, literalmente, fue olvidado, no solo en su país natal sino en toda Europa. Sirva como ejemplo lo siguiente. Allá por el año 2007, accidentalmente, durante una comida en una universidad española, coincidí con una ciudadana eslovaca, doctora en economía, con la que entablé una conversación ligera. En un momento dado de la misma le pregunté por Sándor Márai y me respondió que conocía el nombre pero que no sabía nada de él, ni había leído ninguna de sus obras.

Con la caída del muro de Berlín en ciernes, su figura fue redescubierta y sus libros reeditados en todo el mundo. A pesar de ese postrero reconocimiento, siempre le abrumó la idea de ser un extraño en su tierra de nacimiento (estaba nacionalizado en su país de acogida).

En 1989 Sándor Márai su suicidó en San Diego, California. Los motivos del suicidio, según su diario, que escribió hasta el final, estaban justificados. Él era una persona disciplinada, que leía y escribía todos los días. Pero concurrieron circunstancias en su vida que le inducían racionalmente a buscar un atajo para el descanso eterno. Su mujer, Illona, había muerto hacía cuatro años, el resto de las personas con las que mantenía vínculos afectivos también, era una persona dependiente y apenas veía. Que cada una saque sus propias conclusiones.

La obra de Sándor Márai tocó muchos palos, escribió novela, teatro, ensayo, poesía y artículos periodísticos. Sus escritos, aparte de contar cuál era el entorno en el que se desenvolvía su acomodada vida, desde la Primera Guerra Mundial hasta la ocupación soviética, también expresaron bien la decadencia de la burguesía húngara.

Mis obras favoritas de Márai son las siguientes, las pongo por orden de agrado: La mujer justa (1941), La amante de Bolzano (1940), Divorcio en Buda (1935), El último encuentro (1942), Confesiones de un burgués (1934), ¡Tierra, tierra! (1972) y Diarios: 1984-1989.

El último encuentro es una novela tensa, en la que temes, a lo largo de sus páginas, que algo grave ocurra en cualquier instante. Sobre ella flota un «misterio» que te atrapa, cuya búsqueda te mantiene absorta hasta el final. La narración describe una cita, esperada durante cuarenta y un años, entre dos viejos amigos, dos varones, antiguos compañeros de carrera militar, que compartieron una fraternidad que se rompió abruptamente; el primero de ellos —de origen noble—, alcanzó el grado de general, el segundo —de origen plebeyo— abandonó el ejército.
«La amistad de los dos muchachos era tan seria y tan callada como cualquier sentimiento importante que dura toda la vida. Y como todos los sentimientos grandiosos, también contenía elementos de pudor y de culpa. Uno no puede apropiarse de una persona y alejarla de todos los demás sin tener remordimientos. Ellos supieron desde el primer momento que su encuentro prevalecería durante toda su vida. (…)»
Es precisamente ese «encuentro» un auténtico duelo en el que no hay armas presentes, el punto temporal exacto en el que uno exige al otro, respuestas sobre los acontecimientos que condujeron a su separación sin una despedida siquiera. Se podría decir que el relato tiene dos partes largas y una corta. La primera está constituida por recuerdos del viejo general (los dos están en una edad que les aproxima a la muerte inexorablemente), la segunda es un discurso, también del general, que conduce hacia unas preguntas que nunca acaban de aparecer; y el tercero, en las últimas páginas de la narración, son las preguntas en sí mismas.

¿Qué busca el general? Aclarar hechos que ya carecen de relevancia en sus vidas, ha pasado demasiado tiempo, no se puede hacer nada con ese conocimiento, quizá encontrar algo de paz interior, a lo sumo. El dolor y la traición, si bien son estigmas que suponen un peso que pude hundir a los personajes, también se esfuman porque de alguna manera hay que sobrevivirles.
«Uno se pasa la vida preparándose para algo. Primero se enfada. A continuación quiere venganza. Después espera. Él lleva mucho tiempo esperando. Ya no se acordaba ni siquiera del momento en que el enfado y el deseo de venganza, habían dado paso a la espera. El tiempo lo conserva todo, pero todo se vuelve descolorido, como en las fotografías antiguas. La luz y el paso del tiempo desgastan los detalles.»
Krisztina, la fallecida esposa del general, siempre está presente entre ellos, como una sombra, es un recuerdo imborrable que podría iluminar más la historia, pero Márai nos cuenta poco de ella. La reflexión moral del autor se impone sobre la realidad de los personajes, que se desenvuelven por la historia como fantasmas.
«¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos del ser humano? ¿Es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a quien se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?»
Se ha escrito sobre El último encuentro que representa «la búsqueda de la verdad como fuerza liberadora»; lo que sucede es que la suma de incontables años y la cercanía del fin de la vida, relativizan y convierten en material vago tanto los recuerdos como las emociones que albergaron.
«¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano? ¿Qué así de profunda, así de malvada, así de grandiosa, así de inhumana es una pasión?... ¿Y que quizás no se concentre en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?...»