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28 ago 2011

El 15-M y "Seisdedos"



Por Ángel E. Lejarriaga


Desde el inicio del movimiento 15-M en este país han pasado muchas cosas. También se ha hablado mucho en los foros, en las plazas y en las calles acerca de temas candentes que influyen significativamente en nuestras vidas. Las movilizaciones sociales, las más importantes desde hace años tanto por su participación como por su dinamismo —autónomas respecto a partidos políticos—, han puesto en estado de alerta al Estado y a sus valedores. Durante unos meses han sido tolerantes, han dispuesto su «muro de contención» de manera disciplinada aunque pasiva entre los ciudadanos y sus privilegios. Pero poco a poco se han ido poniendo más nerviosos presionados como están por «poderes internacionales» que se encuentran por encima de «ellos». Desde ese instante, las denominadas fuerzas de «contención» o defensoras del «orden público» han actuado con contundencia: el inicial freno pasivo se ha convertido en «represión». Durante la fase permisiva (de tolerancia) el debate sobre la acción de la policía se centraba en convencerles de que ellos eran ciudadanos igual que nosotros, que compartían los mismos problemas y que realizaban un papel bastante siniestro e insensato, defendiendo a la banca o a la clase política. El enemigo de las personas movilizadas no era la policía, sino el capitalismo y sus gestores. Como se dijo en otro momento de nuestra historia, al que ahora me referiré, el comentario generalizado era: «Los policías son trabajadores y deben ser libres. Ante esta revolución no violenta que hemos iniciado ellos deben incorporarse al movimiento». Evidentemente, a la afirmación, si bien lógica desde un sentido humanista, le faltaba perspectiva. En realidad, los cuerpos de seguridad del Estado actuaban de una manera distante porque sus órdenes eran esas; cuando recibieron otras órdenes cambiaron su acción. No hay que engañarse al respecto. En otros tiempos es posible que muchos de los componentes de la policía fueran empujados a incorporarse a sus filas por necesidad. Afirmar esto hoy sería una falacia y un autoengaño.
Sus miembros entran voluntariamente en el cuerpo y van a una academia en la que son adoctrinados y entrenados para desempeñar un papel carente de voluntad, de criterio propio. Si en un primer momento no tuvieran una vocación especial de represores la adquieren por simple «espíritu corporativo».
Esto tendríamos que tenerlo claro por la acumulación de conocimiento que existe. Sin embargo, a pesar de la represión ensayada en Barcelona y generalizada progresivamente después hasta alcanzar el colofón actual con la visita del Papa, todavía se sigue pensando en términos mágicos: «Vivimos en democracia», «En una democracia no pueden producirse estos actos de terror de Estado». Pues sí, suceden; han sucedido y fatalmente se seguirán produciendo en la media en que la resistencia ciudadana se incremente. Dentro de una democracia existe la represión, el terrorismo de Estado y la violencia física indiscriminada o selectiva. La policía está para eso, para reprimir si así se lo mandan. Desde el momento en que un individuo entra en un cuerpo en el que pensar por sí mismo está prohibido, deja de ser persona y se convierte en una «pistola cargada», como decía Rafael Barrett.
Además, he oído algún comentario inocente que hacía referencia a lo inconcebible de la represión policial, teniendo un gobierno socialista. No quiero extenderme al respecto. Tan solo recordar a los ministros del Interior Barrionuevo y Corcuera; a la guerra sucia contra ETA y al plan ZEN. Los dos ministros pertenecían a un gobierno socialista, al de Felipe González, el gran pope del socialismo moderno español.
Antes de finalizar este artículo quiero rememorar un hecho histórico que ejemplifica cómo en una democracia burguesa, en una República con un gobierno socialista y con un intelectual como presidente —muy valorado aún hoy día—, se produjo una matanza indiscriminada de jornaleros. No estoy hablando de Chile ni de Argentina, ni de ningún otro país lejano, sino de España.
El 11 de enero de 1933, en un pequeño pueblo de la provincia de Cádiz, fuerzas combinadas de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto (un cuerpo de policía creado el 30 de enero de 1932 dedicado al mantenimiento del orden público y fiel al régimen republicano), asesinaron impunemente a una veintena de campesinos. En aquel momento, con la II República recién estrenada, con un gobierno compuesto por socialistas y republicanos de izquierda y que tenía como presidente a Manuel Azaña, los jornaleros del pueblo de Casasviejas, hambrientos y frustrados ante el incumplimiento de las promesas de los progresistas de acabar con los latifundios, decidieron levantarse en armas (escopetas de perdigones y de cartuchos por el lado campesino contra fusiles y ametralladoras del lado policial) y proclamar el «comunismo libertario». Tan ingenua proclama, debido a la correlación de fuerzas implicadas, de poco probable éxito y escasa trascendencia, fue respondida por la República recién estrenada con ejecuciones sumarias. El capitán Manuel Rojas, comandante de la fuerza represora, acusó al presidente del gobierno, Azaña, de haber ordenado que se provocase la mayor cantidad de muertos posible, como escarmiento: «No quiero heridos, los tiros a la barriga». Las instrucciones se cumplieron de manera tajante: los guardias civiles y de asalto acataron las órdenes recibidas de su comandante, como era de esperar. Las consecuencias fueron 21 jornaleros muertos, 9 abrasados en la casa de Francisco Cruz Gutiérrez, más conocido como «Seisdedos», que fue incendiada por las fuerzas de orden público, con ellos dentro. Otras doce personas fueron fusiladas en la puerta de la choza, al amanecer del día siguiente.
Esto sucedió hace muchos años, y aunque pensamos que no podría repetirse —y ojalá sea así—, lo cierto es que si comparamos los dos contextos históricos encontramos ciertos paralelismos, salvando las distancias. Dos gobiernos socialistas, dos democracias, una situación económica catastrófica, movilizaciones sociales aparentemente fuera del control de la clase política, cierta desesperanza de mejoría en amplios sectores de la población, poderes fácticos presionando para que el «orden» se mantenga a cualquier precio y unos cuerpos policiales bien entrenados y disciplinados.
Para terminar, un apunte final. Al principio citaba el comentario escuchado con reiteración durante estos meses de movilizaciones en lo que se refiere a la policía: «Los policías son trabajadores. Ellos también tienen hipotecas y los mismos problemas que nosotros. Ante esta revolución no violenta que hemos iniciado ellos deben incorporarse al movimiento». Cuando «Seisdedos» y sus compañeros revolucionarios se lanzaron a la lucha se comprometieron a intentar no matar a nadie bajo la siguiente reflexión: «También los guardias civiles, los de asalto y los curas deben ser trabajadores libres. Nuestro ideal es que se vistan de hombres y vayan a trabajar al campo con nosotros.»

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20 jun 2011

Asqueados


Por Ángel E. Lejarriaga


La siesta es algo excepcional siempre y cuando se tenga la cabeza vacía. En un vano intento de desconexión de los acontecimientos de las últimas semanas intenté relajarme y dormitar en el más amplio sentido de la palabra. Pero no pudo ser. Una idea obsesiva me martilleaba la conciencia. Desde que empezó el 15-M decenas de miles de personas se han movilizado en España. Hasta ahí iba bien, pero llegué más lejos. ¿Por qué tan pocas? El país está en la ruina. Nuestras instituciones de gobierno se encuentran en manos neoliberales o en manos corruptas, quizá sea lo mismo, el resultado final sí lo es. Entonces qué sucede. ¿Por qué los manifestantes no son millones? Abandonando toda esperanza de dormirme me puse a racionalizar y fue peor porque los interrogantes florecieron como la mala hierba.
Racionalizar lo que se dice racionalizar se puede racionalizar todo. Incluso la idea de un dios es razonable. Muchas personas llegan a la conclusión lógica de que dios tiene que existir porque la vida que les toca en suerte es detestable aunque no sea de las peores. Por eso afirman que tiene que haber un paraíso que les compense de tanto sufrimiento, sino están «jodidos». Yo, particularmente, pienso que hagan lo que hagan están «jodidos», pero como dijo alguien: «Mejor morir de pie que vivir de rodillas.»
En esa línea elucubré que aunque en las manifestaciones, asambleas y concentraciones hay todo tipo de personas, desde niños hasta ancianos, faltaba mucha gente de diversos sectores que de manera directa está sobrellevando los rigores de «La Crisis». Hice una lista subjetiva y repasé a sus componentes. Cito a algunos.
Los parados, unos cinco millones según la encuesta de población activa. Es evidente que no están participando en la «indignación» de manera masiva. Una incógnita. Los trabajadores con contratos precarios son legión en nuestro estimado país y sin embargo les parece innecesario incorporarse a la rebelión. Los trabajadores con puesto fijo permanecen impasibles ante una reforma laboral que en la práctica no solo elimina derechos sino que deja las manos libres al empresario para despedir a quien quiera, cuando quiera y a bajo coste. Los universitarios no han ocupado ni movilizado las facultades a pesar de que la enseñanza cada vez va a ser más restringida para las clases desfavorecidas y, lo que es peor, cuando terminen sus carreras, después del esfuerzo realizado, se van a incorporar a las filas del desempleo o o si trabajan lo harán con un contrato miserable. Pero sigamos repasando. ¿Qué pasa con los funcionarios en general? Les bajan los salarios, les amenazan con echarlos a la calle en las próximas reestructuraciones que se anuncian y ellos, sumisos, a la expectativa.
El profesorado —también funcionarios—, hasta hace no mucho bastante combativo, se ha abandonado a la abulia general y se olvida de la reducción de salarios, de la privatización de la enseñanza y del menoscabo de la educación pública. Como aparte de mano de obra también somos padres —los que lo sean, claro—, me pregunto si no estamos preocupados por el porvenir de nuestros vástagos. Pues parece que no. También he echado en falta a los ciudadanos «con papeles» de otras nacionalidades que brillan por su ausencia, a pesar de tener unas condiciones de vida mucho peores que el resto de la población. Tampoco he visto a los «sin papeles» y eso que en cuanto los coja la policía los puede internar en un «centro de concentración» para más tarde expulsarlos. Me faltan las abuelas y abuelos que con buen criterio se deberían estar cuestionando el porvenir de sus familiares de generaciones anteriores. Yendo más lejos, dada la cantidad de hipotecados que hay en España, este colectivo sin futuro tendría que salir a la calle en defensa de su techo; pues tampoco.
Se me olvidaba el sector de la policía —funcionarios de pro—, últimamente trabajando a destajo, persiguiendo y dando «hostias» a los «perro flauta» con el calor que hace, corriendo el riesgo de que en algún momento se las devuelvan multiplicadas; hay que reconocer que eso cansa y les produce estrés. No es necesario que diga que tampoco protestan.
En fin, como se ve, mucha gente en este país tendría motivos para «indignarse», «cabrearse» y «asquearse» sin embargo parece que no es así.
Analicemos por qué. Pueden existir varias explicaciones para cada caso. No se descarta una tara genética de nacimiento en la mayoría de la población mundial que nos impulsa a la sumisión. También puede que seamos simplemente felices y por tanto nos conformemos con lo que el poder nos da porque no necesitamos más. Pero razonemos antes de llegar a simplificaciones arriesgadas.
Los parados no protestan porque quieren dejar de estar parados y quizá piensan que si acosan demasiado a los poderosos la cosa va a ser peor, así que a aguantar hasta que lleguen tiempos mejores, es decir, a la siguiente burbuja financiera, o a acabar en la indigencia durante la espera. Los trabajadores con contratos precarios callan por temor a que los echen aunque las sucesivas reformas laborales impliquen que a partir de ahora todos los contratos sean precarios. Los trabajadores fijos cierran los ojos y los oídos a la realidad y sueñan con que el gerente de turno no considere la posibilidad de pérdidas a corto plazo, quiera mantener el beneficio de la empresa a toda costa y se cuestione reducir la plantilla para prevenir el riesgo de ganar menos.
Los universitarios quieren triunfar antes de los treinta años sin más consideraciones y evitan como la peste la visión de los contratos en prácticas, el «mileurismo» y el hecho fehaciente de que vivirán con los padres por tiempo indefinido. En lo que respecta al personal de enseñanza, su filosofía es rotunda: «De aquí no hay quien me eche». ¿Que la enseñanza no tiene calidad?, la culpa es de los padres, o del ministerio o de cómo está el mundo. A fin de cuentas el sueldo lo cobran todos los meses. Pedagógicamente ellos no tienen ninguna función, la obvian. La desidia les ha liberado de tal responsabilidad. Del resto de funcionarios se puede decir algo parecido con la salvedad de que se habla con insistencia de despidos en ayuntamientos. ¿Puede ser solo el principio del fin de su cómodo status? Tal vez. En cualquier caso, de momento pueden aguantar.
Si hablamos de los padres y madres y de la deuda ética que tienen ante sus hijos, de dejarles un mundo mejor, está claro que hace tiempo que han tirado la toalla por muchas de las razones ya expuestas, sea cual sea su posición. Viven al día, temerosos de perder lo poco que tienen, aunque no posean nada porque lo deben todo.
Los «inmigrantes» bastante tienen con sobrevivir pero el problema es que cada vez la situación va a ir a peor y perderán hasta el derecho a tener derechos. No obstante sueñan con que las cosas cambiarán para bien. Los abuelos y abuelas directamente ya no creen en nada y han olvidado la historia del mundo y en particular la de su propia nación. Qué decir de los endeudados, hipotecados y desahuciados… Estos verdaderamente esperan el milagro de los panes y los peces porque no existe otra explicación. También algunos se encomiendan al altísimo y confian en la máxima de que «dios premia a los buenos y castiga a los malos». ¿O era «dios premia a los malos y castiga a los tontos»?
Por último me quedan los sufridos defensores del orden público —funcionarios con vocación profesional—: los policías. Está claro que ellos van a sacar tajada de todo esto: horas extras y primas por peligrosidad, hay mucho «perro flauta» suelto. Al final van a redondear un buen sueldo.
Si nos damos cuenta, en todas estas hipótesis hay una construcción irracional: desear que las cosas mejoren porque sí, que la situación cambie por arte de magia.
Llegados aquí nos queda responder a algunas preguntas: ¿Somos conscientes de que nos auto engañamos? ¿Estamos tarados o tenemos algún tipo de déficit intelectual que nos hace permanecer inmunes a las agresiones del medio? ¿Somos felices a pesar de los pesares? Evidentemente no tengo las respuestas y eso me aturde. Solo puedo añadir lo que un conocido me comentó un día sobre la felicidad: «En este mundo solo los gilipollas son felices».

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26 may 2011

La República de Sol. El km 0 de la Revolución



Por Ángel E. Lejarriaga


Algún día, en un tiempo próximo o lejano, cuando la memoria sea flaca y la necesidad de esperanza sea urgente, tal vez una persona me pregunte por lo que sucedió en la República de Sol, el kilómetro 0 de la revolución. Entonces yo le responderé del mismo modo que le respondería ahora, que la República de Sol está viva y seguirá viva mientras la alegría que insufla en nuestras venas, acelere nuestros corazones hambrientos de utopía.
Hoy la República de Sol es la representación material de ese mundo nuevo que muchas generaciones de luchadores han llevado y llevan en su interior como un precioso elixir.
Su existencia comenzó con una explosión de rabia acumulada ante la permanente injusticia y prepotencia de los poderosos; y se canalizó en un acto creativo sin precedentes, como no se había conocido en España desde 1936. El grupo inicial, atrevido e inexperto, se dispuso a resistir desde un cuestionamiento valiente y reivindicativo de su propia dignidad. Su impulso e ilusión hermanó mentes y las mentes unieron brazos y sobre la experiencia, compuesta de éxitos y fracasos, comenzó a levantarse la primera y auténtica República libre de este país y del mundo entero.
Desde entonces, un 17 de mayo que ha transformado nuestras vidas, las plazas se han llenado de alegría a pesar de los rostros amenazadores de los perros de presa del Estado, siempre dispuestos a cumplir su papel mercenario. Ellos nos dejan en paz porque cumplen órdenes de aquellos que temen el movimiento, para nosotros son invisibles, su inutilidad les hace desaparecer.
A la República de Sol acuden gentes de todos los barrios y pueblos de Madrid pero también de los cuatro puntos cardinales de la Península Ibérica. En el Km. 0 de nuestra España asilvestrada y revolucionaria, se habla alemán, inglés, ruso, islandés, rumano, polaco, catalán, gallego, gaélico, euskera, francés, castellano, árabe, chino y japonés. La Torre de Babel de la libertad se levanta en orden con un lenguaje común hecho de gestos solidarios y apretones de manos, de apoyo mutuo e ilusión.
La República de Sol no tiene gobierno ni presidente pero sí gestores que no cobran un sueldo, voluntarios rotativos que crean comisiones según las necesidades del momento para resolver problemas. Tres asambleas generales diarias determinan la acción a seguir.
Las personas que componen esta República permanecen en pie constantemente, armados con el fusil de la palabra y una mueca feliz en el rostro. Los más jóvenes se multiplican para satisfacer las necesidades del inmenso colectivo humano, tocan tambores de guerra a la mediocridad y a la sumisión, hacen pancartas con consignas y reflexiones irreverentes y transgresoras, pegan carteles en el último hueco de las paredes, se desgañitan con voces fuertes y sobre todo se ríen. Nada tan hermoso y gratificante como la risa serena de los individuos libres.
Los ancianos traen agua, compran con su pobre paga todas las barras de pan que pueden cargar, churros y leche, y también nos aconsejan que tengamos cuidado con los servidores del orden público, siempre presentes como sombras siniestras; nos ruegan que no les despertemos porque «un guardia siempre es un guardia». Un compañero abraza y besa a la anciana que ha dicho estas palabras y le responde: «No se preocupe abuela, no les tenemos miedo. Pueden matarnos pero nunca nos arrebatarán nuestros deseos de libertad.»
Los curiosos se acercan a la pequeña República como aves asustadas, se detienen temerosos, titubean y de pronto también sonríen. Se han contagiado del virus que flota en el aire. En esa plaza legitimada por la fuerza de la resistencia se sienten liberados de la presión de la hipoteca, de la explotación del trabajo, de la angustia del paro; por unos instantes son parte de una gran familia universal, la de los sin patria y sin amos; saben que mientras la República exista nunca estarán solos.
También se presentan de incógnito los viejos militantes, serios, taciturnos, críticos; no dicen nada pero observan con mirada escrutadora, sorprendidos de no ser ellos los que estén dirigiendo el movimiento. Cuando el calor de los gritos enciende sus pechos heridos por el hastío, se cobijan debajo de las lonas y lloran sin lágrimas porque tienen delante el sueño que siempre han acariciado.
Por supuesto hay otras visitas que nos dejan fríos: políticos camuflados de progres, aspirantes a políticos, policías que actúan como si no lo fueran, periodistas, actores y escritores buscando un buen artículo.
En todos los casos los ojos del visitante se abren atónitos ante un espectáculo que está haciendo historia; y se cierran con miedo, como si apartar la mirada un instante supusiera la hipotética desaparición del irrepetible escenario.
Una joven descalza vacía un contenedor lleno de basura. Otro joven barre el suelo. Un hombre de sesenta años con la cabeza protegida con una vieja gorra y con el rostro cansado da vasos de agua al que se los pide. En la República de Sol ese líquido es mucho más que agua porque al beberla te llena con una emoción viva que hace que las lágrimas luchen por derramarse en los rostros más curtidos.
Somos comuneros, somos hermanos en una gran familia, somos compañeros que bajo un sol ardiente, protegidos por unas humildes lonas, desgarramos con las uñas el asfalto y sembramos en la tierra que surge debajo semillas de dignidad y rebelión. Esta semana ha nacido la República de Sol, kilómetro 0 de la revolución, y para mí, pase lo que pase, nunca morirá.


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20 may 2011

Nuestra primavera

Por Ángel E. Lejarriaga



La Puerta del Sol está llena de color, de alegría, de vida. Ha dejado de ser ese espacio muerto, ese no-lugar pensado para las mercancías, los coches, las lonas publicitarias y el consumo. De la noche a la mañana ha dejado de ser un erial de cemento y se ha convertido en un oasis repleto de improvisadas jaimas, de esas gentes nómadas que sedentariamente anuncian que esta primavera será, para siempre, la que frenó el avance del desierto.
En el centro del Estado centralista, en el centro del templo del consumo, en el centro de un poder, agazapado, han aparecido multitudes, miles de brotes, periferias que llevaban años mascullando desasosiego, frustración, miedo, desesperanza, resignación. Ante la violencia de la policía se ha puesto el propio cuerpo y se han levantado las manos: ¡estas son nuestras armas! Ante el primer desalojo, alevoso y premeditado, ante la intimidación y la amenaza han surgido voluntades valientes, desafiantes, insumisas: ¡un desalojo, otra ocupación! Ante la amenaza constante de las leyes, los tribunales y los medios masivos de desinformación, la inteligencia colectiva, la voluntad popular y la apuesta inquebrantable por un futuro digno de ser vivido lo ha tenido muy claro: ¡no nos moverán!
No busquéis líderes, no pretendáis rentabilizarnos, no os devanéis los sesos intentando comprender qué pasa aquí: simple y llanamente, estamos en marcha.
A vosotros: especialmente a los partidos políticos corruptos y a los sindicatos sumisos: nos hemos cansado de las promesas y de las mentiras. Nos hemos cansado de estar en silencio, aborregados, indefensas. Nos hemos hartado de vuestra violencia: la del mercado, la del trabajo precario, la de los malos tratos. Nos habéis engañado, nos habéis robado, os habéis entregado a los especuladores y a los mercaderes, y habéis dejado al pueblo exangüe, asaeteado a impuestos, atemorizado por los bancos, desahuciado. Habéis pretendido despojarnos de nuestra dignidad, de nuestra autonomía. Vosotros, que habéis renunciado a un proyecto social libertario, nos queréis convertir en el combustible que mantenga esta abominable máquina de administrar violencia, dolor y sufrimiento. Nos habéis convertido en súbditos de un rey que calla, del canalla heredero del franquismo, del sátrapa que lleva treinta años llenando su saca: ¿qué hacemos con nuestro Ben-Alí, con nuestro Mubarak? Nos habéis dejado en manos de los militares, que están arruinándonos con un gasto militar injustificable y a todas luces innecesario. Nos habéis crujido con infinitas reformas laborales, con códigos penales cada vez más punitivos, con leyes de extranjería que tratan a las personas peor que a los animales. Entendéis las relaciones internacionales en clave de guerra: colonialismo, masacres, destrucción, aniquilamiento, de formas de vida y de la naturaleza. Habéis envenenado el aire, el agua, la tierra, con la avaricia de los empresarios, con vuestra voracidad, con vuestras prebendas. Habéis creado un sistema perfecto para satisfacer vuestros más bajos instintos.
Queremos una nueva constitución, pero que no sea una mera declaración de intenciones. La libertad, la justicia y la igualdad es lo que propugnamos. Nos sentimos libres: se acabó la servidumbre voluntaria. Queremos que se haga justicia, sí, con vuestros atropellos, con vuestras tropelías, y al contrario que vosotros, aboliremos la pena de muerte, esa que en tiempos de guerra aún permanece vigente en la Constitución española, lo que posibilita su restablecimiento legal, aunque sea en condiciones excepcionales. Nos sentimos iguales, en las diferencias: iguales para crear juntas un mundo diferente. No nos conformamos con invertir el orden. No se trata de poner encima a quienes están abajo, sino de darle la vuelta a este mundo como a un calcetín. Es ahí donde nos reconocemos con nuestros iguales: en la ilusión de un mundo mejor, un mundo que da de sí lo suficiente para tener una vida agradable y feliz para todos los habitantes del planeta, un mundo que abomina del dinero, de la acumulación, la avaricia, la zafiedad, la estulticia. Un mundo que debe colocar los intereses reales por encima de intereses espurios, lo que en todo caso deberemos debatir todas y cada una de nosotras, tanto tiempo como sea necesario. Vuestra crematística se convertirá en una economía de lo imprescindible, y para conseguirlo se buscará la implicación de todos y todas, sin delegar en expertos, salvo lo imprescindible: ¡viva el apoyo mutuo!
Nos acordamos de todas aquellas personas que sufrieron, de esos magníficos padres, madres, abuelas y abuelos que lucharon por dejarnos un mundo mejor. A todas ellas, a todos ellos, a quienes viven y a quienes murieron, a quienes se exiliaron, a quienes fueron injustamente encarcelados y a quienes fueron asesinados impunemente: vaya por delante nuestro agradecimiento y nuestro orgullo de ser ese porvenir que soñasteis.
Nos habéis atiborrado de mercancías, de antidepresivos y de ilusiones imposibles de ser cumplidas. Nos habéis hecho creer en el éxito y todo lo que estabais dispuestos a concedernos era un rotundo fracaso. No, no ha fracasado el gobierno: habéis fracasado vosotros, que habéis renunciado a la felicidad, a la amistad, a la vida tranquila, al amor, al disfrute de la naturaleza. Os maldecimos, sí, porque vuestros cantos de sirena nos han mantenido absortas, tanto que si nos descuidamos nos arrebatéis lo que con tanto sacrificio y tantas muertes costó conseguir: los derechos no se mendigan, se conquistan. Ahora no os pedimos las migajas, lo queremos todo.
¿Pluralismo político? No nos hagáis reír. La pluralidad de vuestra mismidad es lo que ha colmado nuestro vaso: se acabaron los sueldos de miles de euros mientras al resto nos cuesta llegar a fin de mes; se acabaron las pensiones vitalicias, mientras para el resto tan solo está la promesa –imposible de cumplir, una vez más, si ni siquiera hay donde vender el pellejo– de tener que estar cotizando toda una vida para tener una pensión ridícula; se acabó dejar a las mujeres, a nuestras abuelas, madres y compañeras, que con tanto cariño se dedicaron a nuestros cuidados, pero que no cotizaron, con unas miserables pensiones de viudedad; se acabó aquello de que tengan que pagar impuestos quienes menos tienen y que estos sirvan para sufragar las guerras, para rescatar a los bancos, para tanto dispendio socialmente inútil; se acabaron vuestros gastos de representación, vuestras dietas, vuestras vacaciones de lujo, vuestros escoltas, vuestros coches blindados, viajar en taxi a nuestra costa, vuestras tarjetas de crédito, vuestros regalos navideños, vuestros gastos en prostitutas; se acabaron vuestros salarios desorbitados, que accedáis a la política con el único requisito de no tener escrúpulos; se acabó vuestro absentismo; se acabó la carta en blanco que se os ha otorgado cada cuatro años; se acabaron los oscuros negocios que tenéis a la vez que ostentáis un cargo público.
¿Estáis pensando declarar los estados de alarma, excepción o sitio? Sí: se dan circunstancias extraordinarias que hacen imposible el mantenimiento de la normalidad y que alteran el orden público: ya no os obedecemos; ya no os tenemos miedo; ya no nos creemos vuestros metarrelatos.
La Historia no ha terminado: bebe de un pasado glorioso de lucha, de alegría, de imaginación. La Historia está pasando: en cada plaza, en cada corazón, en cada cuerpo que siente que ha llegado el momento de intentarlo, porque la vida puede ser maravillosa.

El dios del trueno


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