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21 dic 2020

Cinco horas con Mario

Por Ángel E. Lejarriaga



Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920, sus padres, María Setién y Adolfo Delibes, tuvieron ocho hijos, él ocupaba el tercer puesto dentro de la prole. Estudió hasta concluir el bachillerato en el Colegio de Lourdes. En 1938 fue voluntario en la marina del ejército franquista. Tras terminar la guerra regresó a Valladolid y entró a estudiar en la Escuela de Comercio. Era muy polifacético, así que acabó esos estudios y comenzó a estudiar Derecho, simultaneándolo con la Escuela de Artes y Oficios. De hecho, su primer empleo fue de caricaturista en el periódico El Norte de Castilla¸ en este medio, en aquel tiempo, también escribió críticas de cine. En 1943 obtuvo la cátedra de Derecho mercantil, comenzando a dar clase en la Escuela de Comercio de Valladolid. En 1946 contrajo matrimonio con Ángeles de Castro, su gran inspiración literaria. Es a partir de ese momento cuando se toma en serio la escritura como profesión. Un año después publicó su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, por la que recibió el Premio Nadal. Dos años más tarde, en 1949, publicó Aún es de día, que tuvo problemas con la censura. En 1950 publicó El camino. En 1952 fue nombrado subdirector de El Norte de Castilla, lo que le generó más problemas con la censura, una de sus constantes durante años. A partir de este momento publicó muchos libros, anualmente aparecía uno nuevo en las librerías; la lista de obras se expone más abajo, y es inmensa. En 1955 recibió el Premio Nacional de Narrativa por su Diario de un cazador. En 1958 asumió con empecinamiento la dirección de El Norte de Castilla. En 1959 publicó La hoja roja. En 1962 le tocó el turno a Las ratas. Cito los libros de él que más me han gustado. Con esta novela fue galardonado con el Premio de la Crítica. En 1963 harto de luchar con la censura, en este caso con el famoso demócrata y ministro entonces de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, dimitió de su puesto de director en El Norte de Castilla. Algo que era esperado por sus más allegados desde hacía tiempo. En 1964 decidió cambiar de aires y se fue a dar clases a los EEUU, en concreto a la Universidad de Maryland. Allí estuvo seis meses. A su regresó publicó Cinco horas con Mario. En 1973 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española. En 1974 se produjo un acontecimiento que marcó su vida decisivamente: la muerte de su esposa. En 1977 se editó El disputado voto del señor Cayo. En 1981 apareció Los santos inocentes, y un año después recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras con Gonzalo Torrente Ballester. En 1991 le concedieron el Premio Nacional de las Letras Españolas. Ese mismo año se publicó Señora de rojo sobre fondo gris, libro centrado en la figura de su esposa. En 1998 se publicó El hereje, novela por la que recibió el Premio Nacional de Narrativa. El cáncer de colon lo mató en 2010, después de luchar contra él durante doce años.

La obra de Miguel Delibes tiene claves muy reconocibles que definen su estilo. Primero diré que asume un “compromiso ético con los valores humanos, con la autenticidad y con la justicia social”. Esto para empezar, pero quizá lo más importante en él es su crítica feroz contra las “consecuencias negativas del progreso para la naturaleza y el hombre”. Afirmaba con rotundidad que el progreso generaba deshumanización y falsedad. No hay que tomar estas palabras al pie de la letra, claro que estaba a favor del progreso en cuanto pueda suponer mejora de las condiciones de vida de la mayoría, pero renegaba del “progreso devastador que sacrifica todo lo humano en aras del consumo”.
“Es la civilización del consumo en estado puro, de la incesante renovación de los objetos —en buena parte, innecesarios— y, en consecuencia, del desperdicio”.
Las ciudades eran para él centros de alienación donde los “nuevos hombres viven apiñados, perdiendo todo rasgo individualizador”.
“El hombre, de esta manera, se despersonaliza y las comunidades degeneran en unas masas amorfas, sumisas, fácilmente controlables desde el poder concentrado en unas pocas manos.”
Esto no quiere decir que idealice el mundo rural, en absoluto, sus obras exponen claramente la vida miserable que soportan gran parte de sus habitantes. Urge “a quien corresponda para que dote de servicios y equipamientos al campo”
“Hoy nadie quiere parar en los pueblos porque los pueblos son el símbolo de la estrechez, el abandono y la miseria.”
Miguel Delibes insiste una y otra vez en que las raíces auténticas de nuestra vida están en la “cultura rural”.
“Pero el hombre, nos guste o no, tiene sus raíces en la Naturaleza y al desarraigarlo con el señuelo de la técnica, lo hemos despojado de su esencia.”
Muchas de sus obras han sido adaptadas al teatro como: Cinco horas con Mario (1982), adaptada por Josefina Molina, José Sámano, Santiago Paredes y el propio Delibes; La hoja roja (1987), adaptada por el propio Delibes y dirigida por Manuel Collado; Las guerras de nuestros antepasados (1990), adaptada por Delibes y Ramón García y dirigida por Antonio Giménez Rico; Señora de rojo sobre fondo gris (2008), adaptada por José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña, y dirigida por José Sámano.

En lo que respecta al cine varias de sus novelas han llegado a la gran pantalla: El camino (1963), dirigida por Ana Mariscal; Retrato de familia (1976), adaptación de Mi idolatrado hijo Sisí dirigida por Antonio Giménez-Rico; La guerra de papá (1977), adaptación de El príncipe destronado, dirigida por Antonio Mercero; Los santos inocentes (1984), dirigida por Mario Camus; El disputado voto del señor Cayo (1986), dirigida por Antonio Giménez-Rico; El tesoro (1990), dirigida por Antonio Mercero; La sombra del ciprés es alargada (1990), dirigida por Luis Alcoriza; Las ratas (1997), dirigida por Antonio Giménez-Rico; Una  pareja perfecta (1997), adaptación de Diario de un jubilado, dirigida por Francesc Betriu.

Cinco horas con Mario (1966) es un monólogo en el que una mujer de aquellos tiempos, burguesa y conservadora, vela durante cinco horas a su marido muerto, Mario, que había compatibilizado un papel modesto como catedrático de instituto con otro de periodista. Durante el velatorio, Carmen, la esposa del fallecido, desgrana recuerdos y reproches por su insatisfactoria vida en común. Miguel Delibes aprovecha el contexto discursivo para criticar la incomunicación conyugal, la patética vida aburguesada de provincias y la tensión entre esas “dos Españas” que lucharon en la Guerra Civil y que ha llegado hasta nuestros días.

La obra consta de tres partes bien diferenciadas: prólogo, núcleo central (compuesto por veintisiete capítulos) y epílogo. Como peculiaridad de los capítulos, cada uno de ellos abre con una cita bíblica. La forma en que Carmen realiza su “soliloquio” da saltos en el tiempo, va hacia adelante y hacia atrás, como funciona realmente la memoria. Recuerda constantemente hechos de sus vidas, desde el momento en que se conocieron, y le critica con causticidad porque ella esperaba otro tipo de vida, alcanzar un elevado estatus social; pero claro, la integridad moral de Mario y sobre todo su “falta de ambición” le llevaron a alejarse del logro social y los parabienes materiales. Así mismo se queja de la “actitud de superioridad y frialdad hacia ella” con que la trataba. Duele el monólogo, sobre todo porque ya es inútil, quizá sirva para desahogar al personaje, de ser real, pero más hubiera valido que ese malestar se hubiera manifestado en el tiempo presente, mientras Mario estaba vivo y todavía podía escuchar y asimilar el desasosiego de Carmen. Pero bueno, en la vida hacemos lo que podemos, nos arrojan al mundo sin manual de instrucciones.

Obras:

Novelas: La sombra del ciprés es alargada (1948), Aún es de día (1949), El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955), Diario de un emigrante (1958), La hoja roja (1959), Las ratas (1962), Cinco horas con Mario (1966), Parábola del náufrago (1969), El príncipe destronado (1973), Las guerras de nuestros antepasados (1975), El disputado voto del señor Cayo (1978), Los santos inocentes (1981), Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), El tesoro (1985), Madera de héroe (1987), Diario de un jubilado (1995), El hereje (1998).

Relatos: El loco (1953), La partida (1954), Siestas con viento sur (1957), Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), La mortaja (1970), Tres pájaros de cuenta (1982), Tres pájaros de cuenta y tres cuentos olvidados (2003), Viejas historias y cuentos completos (2006), La bruja Leopoldina y otras historias reales (2018).

Libros de viajes: Un novelista descubre América (1956), Por esos mundos: Sudamérica con escala en las Canarias (1961), Europa: parada y fonda (1963), USA y yo (1966), La primavera de Praga (1968), Dos viajes en automóvil: Suecia y Países Bajos (1982).

Libros de caza: La caza de la perdiz roja (1963), El libro de la caza menor (1966), Con la escopeta al hombro (1970), La caza de España (1972), Alegrías de la caza (1977), Mis amigas las truchas (1977), Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1979), Las perdices del domingo (1981), Dos días de caza (1988), El último coto (1992).

Ensayos: Castilla en mi obra (1972), Un año de mi vida (1972), Vivir al día (1975), SOS: el sentido del progreso desde mi obra (1976), Castilla, lo castellano y los castellanos (1979), Un mundo que agoniza (1979), El otro fútbol (1982), La censura en los años cuarenta (1984), Castilla habla (1986), Mi querida bicicleta (1988), Mi vida al aire libre (1989), Pegar la hebra (1990), La vida sobre ruedas (1992), Un deporte de caballeros (1993), 25 años de escopeta y pluma (1995), He dicho (1996), Correspondencia 1948-1986, con Josep Vergés (2002), España 1939-1950: Muerte y resurrección de la novela (2004), La tierra herida, con Miguel Delibes de Castro (2005).

Otros artículos en este blog del autor:

26 dic 2019

Los santos inocentes


Por Ángel E. Lejarriaga




Miguel Delibes (1920-2010). Publicada en 1981. Está ambientada, presumiblemente,  en un cortijo de Extremadura en los años sesenta. Es la mejor expresión de la denominada “España profunda”, esa que creemos extinta pero que en cuanto arañamos la tierra surge con contundencia.

La novela la componen seis apartados cada uno con una extensión semejante. Todo ellos poseen un título que les personaliza. No obstante, se pueden apreciar tres partes definidas por la intensidad del hecho dramático. La primera es descriptiva, abarca la mitad de la obra, cuenta cómo son los personajes, sus vidas, sus humillaciones, su miseria endémica, su saber ancestral ignorante pero a la vez adaptativo, rico en matices. La segunda expone a la clase dominante en todo su esplendor, en concreto al “señorito Iván”, soberbio, clasista, acanallado, conocedor de su poder. La tercera, que ocupa dos partes, supone el desenlace. Se podría decir -algo que no se puede afirmar en todas las novelas- que no sobra nada, una página lleva a la otra bien hilada y explica perfectamente porqué los hechos finales se desenvuelven como lo hacen.

El ambiente no está fechado pero los críticos han encontrado una referencia que puede indicar que está situada a principios de los años sesenta. Existe una referencia en un párrafo de la novela a un Concilio que apunta al "Concilio Vaticano segundo" que se desarrolló en esas fechas.

Con respecto a la situación geográfica, al principio he citado a Extremadura, pero en la novela no queda claro; sí, está expuesta la descripción de una zona limítrofe con Portugal. Las apuestas siempre han caído, cuando se ha discutido el tema, del lado de Extremadura.

El contexto interior en el que se desarrolla el drama es un latifundio, de los muchos que ha habido y hay en España, jerarquizado, un auténtico humilladero para los sirvientes casi siervos medievales, meros objetos decorativos dentro de un escenario en el que el amo reina con poder absoluto. A pesar de la sumisión, en el pobre ambiente labriego, existe una aproximación a lo natural, a la honestidad, a veces mal entendida. En el otro lado, lo dominante es la mendacidad. Cómo me gusta esta palabra "mendaz". Latifundio mendaz en un país de mendaces, de mercenarios y de leguleyos vendidos al mejor postor.

La historia cuenta cómo es la vida de una familia de campesinos (Paco, Régula y sus cuatro hijos) dentro de una extensa propiedad. Ellos viven en una más que modesta casa dentro del mismo, al servicio de los amos las veinticuatro horas del día. No llevan cadenas físicas pero sí las derivadas de la miseria y la desposesión total de bienes materiales. No se quejan, no protestan, no suplican, no piden, no lloran, no se lamentan, agachan la cabeza, obedecen, asienten y observan con pesimismo el paso de las estaciones. Al menos tienen un sueño -si no mejor sería que se ahorcaran colectivamente-, aspiran a que sus hijos estudien y logren escapar de aquella prisión sin barrotes en la que viven. Para empeorar las cosas, la pequeña de la familia no ha nacido bien y permanece siempre acostada. A este cuadro dantesco se le suma Azarías, un adulto al que la naturaleza le ha dotado con menos luces de las esperadas, con problemas de expresión verbal, cuya poderosa fuente de afecto e interés es su milana bonita (una grajilla) a la que mima como si fuera su propio vástago. Como se ve la familia de Paco y Régula conforman un magnífico equipo con el que afrontar la más dura de las ligas: la vida en la pobreza. 

Su existencia se desarrolla con la cadencia propia de la finca ancestral, trabajo y sudor, por un lado; por el otro, fiestas, risas falsas, caza, mucha caza, y soberbia de ricos, heredada de muchas generaciones. Sin embargo, un día sucede algo que va a alterar ese orden, no natural, y por un leve instante dentro de la historia de la humanidad, se restablece un mínimo de equilibrio. Es solo un instante pero esperanzador.

En síntesis, la novela es una denuncia descarnada contra la injusticia social heredada desde siglos, característica del campo español, donde la vida de los sirvientes, que se suman a la tierra como un apero más, vale muy poco. La deshumanización es brutal, los seres humanos se cosifican porque siempre ha sido así y, además, así debe ser para que el mundo tenga orden. Una buena novela para entender bien dónde vivimos, porque la realidad no ha cambiado tanto a pesar de los mensajes progres de los políticos en campaña y el AVE, seguimos siendo una nación de caciques y de aspirantes a serlo.

De esta novela ha habido película, con el mismo título, dirigida por Mario Cámus, protagonizada por Alfredo Landa y Francisco Rabal. Una gran película.


1 feb 2016

El príncipe destronado


Por Ángel E. Lejarriaga


Miguel Delibes (1920-2010) fue un escritor prolífico y variado en la elección de sus temas; entre 1947 y 2005 publicó 63 obras (novelas, relatos, libros de viajes, de caza, ensayos y artículos). Era un gran conocedor del mundo rural castellano.

La novela que quiero comentar, El príncipe destronado, se publicó en 1973, y nos cuenta las vivencias durante un día de un niño de tres años, a punto de cumplir los cuatro. El título hace referencia a las conductas que ciertos niños y niñas desarrollan en el momento que dejan de gozar del primer puesto en la atención de los cuidadores, en este caso la madre y las criadas, al ocupar su lugar, en lo que se refiere a prioridad en los cuidados, un hermano o una hermana. No me ha quedado claro que las conductas que manifiesta el personaje central en la novela estén definidas por este «síndrome». Quizá, sí, entiendo, quiere que se le preste una atención que necesita tanto por la energía que despliega como por su curiosidad. De hecho, no me parece que el resto de los componentes infantiles de la familia reciban una atención más esmerada que la que recibe él mismo. Son las «sirvientas» las que se encargan de esas tareas. La progenitora aparece y desaparece de escena, con taconeos sonoros, pisando fuerte, casi siempre enfadada, molesta o desbordada por un tipo de vida que le hastía y que no ve recompensada; de continuo se queja amargamente de no ser atendida por el marido como se merece.

Quien se sumerja en la novela va a descubrir aspectos que van más allá de las travesuras de un niño desplazado. Quico es el testigo incómodo, desde luego siempre presente, que pregunta, que desea respuestas urgentes, que comunica lo que piensa sin retorcimientos ni auto limitaciones, con una imaginación prodigiosa que convierte un tubo de dentífrico tanto en una pistola como en un camión o en un cañón. Si en ocasiones hace cosas que pueden molestar a los adultos no queda evidenciado por el texto que su pretensión sea esa, como podría esperarse de un «príncipe destronado», sino más una consecuencia directa de su afán de experimentación, la propia de una criatura de tres años. Sus sentidos le permiten entrar en contacto con aspectos de la vida que no entiende porque no tiene edad para ello.
 
Mi idea de conjunto sobre la novela es que Delibes utiliza como excusa al hipotético «príncipe destronado» para exponer los entresijos de una familia acomodada perteneciente al bando que ganó la Guerra Civil. Tengamos en cuenta que el narrador no es el niño, es un observador anónimo, omnipresente, que describe lo que el pequeño puede estar viendo, lo que dice y hace. Así, la descripción del narrador nunca es infantil, es la propia de alguien que sí entiende lo que sucede aunque no se implique críticamente en explicarnos nada y deje las diversas historias, que emergen durante la narración, abiertas; se podría decir, que permite al lector entrar y mirar libremente en esos escenarios cerrados que son propios de la familia nuclear. De este modo, como si espiáramos a través del ojo de la cerradura, podemos constatar en directo las relaciones de servilismo entre las empleadas domésticas y la madre, por momentos despóticas, por momentos tolerantes. También contactamos con una narración que el niño comprende menos todavía, la de la guerra que ha vivido su padre, en la que ha luchado como un «héroe» y causado más de cien muertes entre las personas pertenecientes al bando contrario. Todo un reto de asimilación, tanto para niños como para adultos. El padre no está presente apenas en la novela; es un espíritu que flota sobre los personajes, sobre todo sobre la madre de Quico; es un ente que atemoriza, repele y es admirado por el mayor de los hijos, por Pablo. De la Guerra Civil se habla poco; sin embargo, queda constancia que existe un dolor subyacente en la madre que transpiran sus poros porque ella, más bien su familia, estaba en el lado de los derrotados, y todavía tiene que dar gracias por no haber sido represaliada y gozar de un bienestar manchado con sangre, que el Régimen les regala por los méritos contraídos.

Los seis vástagos resultantes del matrimonio sobreviven como pueden en un entorno seguro en lo económico pero congelado en lo meramente afectivo. El ambiente resulta soporífero por momentos, cuando no estresante, siempre con la idea de pecado y de castigo flotando sobre las cabezas de los personajes como una enfermiza y castrante lacra. Las criaturas sobreviven como pueden entre el mundo nuevo que se avecina (años 70) y la oscuridad siniestra que se oculta entre las sombras de un negro pasado no tan lejano. Todos ellos son alimentados, peinados y cuidados pero poco más. Quico, quizá, busca su sitio en medio de ese maremágnum de acontecimientos que se precipitan y de sensaciones nuevas, pero lo hace de un modo grupal, con todos, con su hermana pequeña, Cristina; con su hermano Juan y con los demás. Solo quiere, desde la limitación derivada de su corta edad, disfrutar de lo que él considera privilegios de mayores, como ir al colegio o salir a la calle solo. Además, están los miedos, intensos y concretos miedos de niño; estos son muy reales y nos son familiares porque cuando la luz se apaga, la oscuridad se puebla de monstruos que acechan y amenazan; en esos instantes terribles no queda más remedio que gritar y llamar a la madre y rogar un poco de luz, y si es posible el tacto de una cálida y protectora mano.

Aunque mi infancia está lejana, esta novela ha recuperado en mí muchas sensaciones que creía olvidadas. Mi madre dando órdenes (éramos seis de familia en una casa minúscula). Voces de llamada amenazantes, quejas, bofetones esperados, peleas entre hermanos, la odisea de ir al colegio todas las mañanas, a lo que se sumaban los miedos infinitos que me acosaban: miedo a que me pegara el profesor, miedo a no saberme la lección y que me pegara el profesor (el profesor te podía pegar sin ningún motivo, por el simple hecho de estar presente, porque esa era su potestad como verdugo escolar), miedo a que me castigara mi madre, miedo a que no me quisiera mi madre, miedo a que se muriera mi madre, miedo a que no viniera mi padre, miedo a la oscuridad, miedo a que se fuera la luz, miedo al infierno, miedo al cura y a sus demonios, miedo a un dios inculcado que no entendía ni cuya presencia intuía a mi alrededor, miedo a tener miedo.

La infancia es una experiencia temible. Sin embargo, lo peor vino después cuando los miedos comenzaron a tomar otras formas más concretas y severas, más propias de mayores. Hasta los cinco o seis años todavía poseía una ingenuidad que me protegía de los rigores de la existencia. La imaginación me salvaba y me empujaba hacia dimensiones en las que habitaban mosqueteros, piratas y  los asilvestrados vaqueros del lejano oeste norteamericano. Luego llegaron las exigencias y con ellas el fin de la infancia, entonces sí fui destronado, para siempre.